sábado, 13 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 43

 


Paula se tumbó en la manta, con el sol calentándole el rostro y la tripa llena después de haber comido varios sándwiches de carne y ensalada de patata.


Estaba siendo un día perfecto. Cada vez entendía mejor que Pedro no quisiese marcharse de allí, por qué jamás lo haría.


Intentó imaginarse cómo sería si no fuese un trabajador del rancho, sino el dueño. Si se casasen y viviesen allí. ¿Estaría dispuesta a sacrificar su carrera por aquello?


Era una tontería darle vueltas. Pedro no era el dueño del rancho ni iba a pedirle que se fuese a vivir allí con él. No quería compromisos.


Pero, ¿y si lo hacía? ¿Y si cambiaba de opinión y le pedía que fuese a vivir con él? La respuesta sería tajante: no, y eso la sorprendió un poco.


No se imaginaba dejándolo todo y confiando su seguridad a otra persona.


Sobre todo, tratándose de alguien con una carrera tan inestable. Había buscado en Internet información acerca del trabajo de capataz, cuáles eran sus tareas y su sueldo. No era mucho y, aunque no le gustase reconocerlo, le importaba.


–Eh, ¿te estás quedando dormida?


Paula abrió los ojos y vio a Pedro tumbado boca abajo, con los codos apoyados en el suelo.


–Solo estaba pensando –le respondió.


–¿En qué?


–En que está siendo un día perfecto.


–Pues todavía no se ha terminado –le dijo él, acercándose más.


Paula le acarició el rostro y se preguntó cómo sería sin barba.


–Ahora mismo, estoy demasiado relajada como para moverme.


–No pasa nada –le contestó Pedro, jugando con uno de los botones de su camisa–. Solo tienes que quedarte como estás mientras yo te hago sentir bien.


–¿Aquí?


–¿Por qué no? –le dijo, desabrochándole la camisa–. Estamos solos.


–¿Estás seguro de que no va a venir nadie?


Él negó con la cabeza.


–No hay ningún motivo –le aseguró, abriéndole la camisa y dándole un beso en la curva de los pechos–, pero si lo prefieres, podemos dejarnos casi toda la ropa puesta.


En teoría era buena idea, pero Paula pronto se dio cuenta de que lo que quería era tenerlo en su interior, cosa que no iba a ser posible con la ropa puesta.


Y, para entonces, estaban tan excitada que ya le daba igual todo.


Después de hacer el amor se taparon con la manta y estuvieron abrazados, pero empezó a hacer demasiado calor al sol. Pedro sugirió volver al rancho a refrescarse y cenar después en Wild Ridge.


La vuelta al rancho fue tranquila, aunque justo al llegar al valle, Lucifer se puso nervioso.


–Quiere galopar –le explicó Pedro a Paula.


–Pues ve delante si quieres.


–¿Estás segura? Buttercup te llevará directamente a los establos.


–Estoy segura, vete.


Pedro hizo girar al animal y golpeó los flancos para que se pusiese a correr.


Paula observó maravillada cómo montaba. Era evidente que estaba hecho para vivir en un rancho.


Cuando lo perdió de vista, golpeó suavemente a Buttercup con los talones, como Pedro le había enseñado, y el animal echó a andar en dirección al rancho.


Acababa de llegar a los establos cuando Pedro apareció a su lado, desmontó y la ayudó a bajar.


–Ve yendo a la casa. Yo voy a darle un masaje a Lucifer y ahora subo.


Paula estaba sudando, así que decidió darse una ducha rápida. Cuando Pedro llegó al cuarto de baño, se metió con ella debajo del agua y le dio un masaje también.


Luego se vistieron y fueron en la camioneta a Wild Ridge. Allí, Pedro la llevó a una cervecería donde la camarera lo conocía y les dio una mesa inmediatamente, a pesar de haber gente esperando.


Bebieron cerveza, comieron unas hamburguesas y hasta bailaron un poco.






APARIENCIAS: CAPÍTULO 42

 


Pedro le explicó cómo tenía que montar y luego llevó al caballo con ella encima de un lado a otro para que se acostumbrase a la sensación.


Cuando la vio más cómoda y relajada, montó a Lucifer y fueron en dirección al valle por el paso que había en el Este. Una vez allí se adentraron en las montañas.


Después de media hora, se dio cuenta de que Paula estaba demasiado callada.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Sí. Estoy maravillada con todo lo que veo. ¿Todo esto es de tu jefe?


–Todo esto y mucho más.


–¿Y adónde vamos exactamente?


Él le sonrió.


–Ya lo verás.


–¿Cuánto vamos a tardar en llegar?


–A este paso, más o menos otra hora. Tal vez un poco más.


Siguieron avanzando en silencio, deteniéndose de vez en cuando para mirar alguna planta o animal. Paula se sobresaltó cuando dos alces, madre y cría, cruzaron velozmente delante de ellos.


–No habrá nada peligroso por ahí, ¿verdad? –le preguntó a Pedro.


–Los animales no suelen hacer nada si tú no los molestas a ellos.


–Pero, ¿y si alguno intentase atacarnos?


Pedro tocó un rifle que llevaba en la silla.


–Con un disparo de advertencia suele ser suficiente.


–No me había dado cuenta de que llevabas eso.


–Hay que estar preparado, pero no te preocupes, que conmigo estás segura.


La sonrisa de Paula le dijo que confiaba en él.


Siguieron charlando del terreno y de los animales.


Pedro quería contarle muchas cosas acerca de sus veranos y vacaciones allí.


Algún día lo haría. Pronto podría contárselo todo. Solo faltaban un par de semanas.


El camino se abrió y llegaron a un valle cubierto de hierba, dividido en dos por un río.


Paula miró a su alrededor maravillada.


–Ya hemos llegado –anunció él.


–¡Es precioso! ¡Y hay hasta una cascada!


Aquel había sido uno de sus lugares favoritos de niño. Desmontó cerca de un pinar y ayudó a bajar a Paula, que se estiró e hizo una mueca.


–¿Te duele el trasero?


–Un poco.


–Ya te acostumbrarás.


Ató a los caballos y tomó la manta y el cesto con la comida mientras Paula se acercaba a la orilla del río.


–¿Nos podemos bañar? –le preguntó.


–Si quieres congelarte, sí. Esta agua está muy fría, pero hay una zona, más o menos a medio kilómetro de aquí, donde está más caliente. Hay que subir andando.


–De todos modos, no he traído bañador.


Él tampoco habría dejado que se lo pusiera.


–¿Qué hacemos ahora? –quiso saber Paula después de sentarse en la manta.


Pedro se puso a su lado.


–Lo que tú quieras.


No tenían nada que hacer y de qué preocuparse.


Podían hacer lo que les apeteciese, aunque eso significase no hacer nada.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 41

 


Paula estaba en la habitación, sentada en la cama. Se había puesto vaqueros y una camisa de manga larga, y se estaba calzando unas botas de montar. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Pedro se escondió la flor en la espalda y la observó.


Era muy guapa. Y, aunque le sentaban bien los trajes, el pelo recogido y el maquillaje, le gustaba más así.


Levantó la vista y lo vio. Sonrió.


–Buenos días. No te he oído subir.


–Buenos días.


–Gracias por haberme dejado dormir.


–Me parecía justo. Anoche te mantuve despierta hasta muy tarde.


Ella sonrió y señaló hacia la ventana.


–He visto el camión. Supongo que el negocio ha ido bien.


–Perfectamente.


–Seguro que tu jefe se pone muy contento.


–Seguro.


–Bueno. ¿Voy bien así vestida?


Pedro sonrió.


–A mí me lo parece. Aunque… te falta algo.


Paula se miró de pies a cabeza.


–¿Una chaqueta?


Él sacó la flor.


–Esto.


Paula abrió mucho los ojos.


–Gracias –dijo Paula, sonriendo casi con timidez–. Es preciosa. La pondré en el jarrón para que no se marchite.


Se giró para hacerlo y Pedro la abrazó por la cintura.


–Anoche lo pasé muy bien, por cierto.


Ella suspiró, cerró los ojos y se apoyó en él.


–Yo también.


Pedro le dio un beso en el cuello y metió una mano por debajo de su camisa.


–Si no paras, no vamos a salir de aquí.


Él le dio un último beso y se apartó.


–¿Estás preparada para montar a caballo?


–La otra noche estuve horas viendo cómo se hacía por Internet.


Típico de ella, aunque no era lo mismo leer al respecto que hacerlo.


Bajaron las escaleras y Pedro tomó la cesta con el picnic antes de salir.


Buttercup y Lucifer estaban ensillados.


–¿Lista? –volvió a preguntarle a Paula.


–Eso creo –respondió ella, nerviosa.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 40

 


Ambos repitieron la operación una y otra vez, hasta que se terminaron la botella. Estaban tan excitados que, cuando hicieron el amor, salpicaron agua por todo el cuarto de baño.


Cuando esta se hubo quedado fría, recogieron el cuarto de baño, se envolvieron en dos enormes toallas y volvieron a su habitación de puntillas, aunque a las once y media de la noche no era probable que nadie los oyese.


Según Pedro, allí todo el mundo se levantaba antes del amanecer, así que Elisa debía de acostarse pronto.


Al llegar a la cama volvieron a hacer el amor y luego hablaron un rato, sobre todo del funcionamiento del rancho. Volvieron a hacer el amor y después, ella envuelta en una manta y él en una toalla, bajaron a la cocina a calentar el estofado que había sobrado, que se comieron otra vez en la cama. Eran más de las dos cuando se durmieron abrazados. Paula lo hizo pensando que había sido una noche perfecta, de la que no habría cambiado nada. Se dio cuenta de que se divertía más haciendo cosas sencillas con Pedro que cuando había estado con hombres de gran éxito profesional y económico. Le daba igual que no la llevase a sitios elegantes ni le comprase joyas o una casa, nada de eso podía cambiar lo que sentía por él.


Lo quería.


Se había enamorado sin darse cuenta, pero su tiempo juntos casi había terminado. Eso significaba que tenía exactamente dos semanas para desenamorarse de él.


*********************


Aquel iba a ser un buen día.


El ganadero había comprado las yeguas y un semental. Y casi no había regateado el precio. Pedro había tenido que hacer algo más de papeleo, pero en esos momentos, con el cheque encima de la mesa y los animales en el camión, ya estaba el trato cerrado.


–Ha ido mejor de lo esperado –comentó Claudio al ver desaparecer el camión–. Pensé que iba a intentar que bajases el precio.


–Supongo que sabía que ya era un buen precio. ¿Puedes ensillar a Buttercup y a Lucifer?


–Por supuesto, je… quiero decir, Pedro.


–Anoche casi se te escapa también.


Claudio sonrió.


–Lo siento. Es la costumbre. Y seguro que al resto de los hombres les pasa igual, así que mantén a tu amiga alejada de los establos.


–Lo haré.


Pedro dejó a Claudio y volvió a la casa, tomando un tulipán rojo de camino.


–¿Se ha levantado Paula? –le preguntó a Elisa, que estaba cortando verduras para hacer una sopa.


–La he oído moverse, pero no ha bajado todavía. Veo que no está acostumbrada a levantarse temprano.


–Suele hacerlo, pero anoche no la dejé dormir mucho.


Elisa hizo una mueca y sacudió la cabeza.


–No hacía falta que me lo contaras.


Él se echó a reír.


–¿Qué le parece esa cosa horrible que tienes en la cara?


Pedro se tocó la barba.


–Dice que le gusta.


–Espero que eso no signifique que vas a dejártela. Tienes la cara demasiado guapa para taparla.


–Ya veremos.


–Veo que estás de buen humor. Supongo que has cerrado la venta.


–Sí.


–Me alegra verte tan contento para variar.


De hecho, era estupendo sentirse tan feliz.


–¿Has visto la lista que te he dejado?


Elisa señaló la cesta que había encima de la mesa.


–Lo tienes todo ahí.


–Eres una joya –le dijo él, dándole un beso en la mejilla y tomando una zanahoria de la tabla–. Voy a buscar a Paula.


Se metió la zanahoria en la boca mientras salía de la cocina y fue a buscar a Paula pensando que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía estupendamente. La vida era genial.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 39

 


Paula no sabía cuánto tiempo llevaba charlando con Elisa, pero cuando Pedro se asomó por la puerta se había tomado ya tres copas de vino blanco.


–¿Puedo llevarme ya a mi chica?


Elisa miró el reloj que había encima de los fogones industriales y dijo:

–Dios mío, ¡qué tarde es!


Paula miró el reloj también.


–Bueno –comentó Paula, levantándose de la silla–. Ha sido un placer hablar contigo. Gracias por haberme enseñado la casa. Y por haberme hecho compañía.


Elisa asintió con la cabeza.


–El placer ha sido mío. El desayuno es a las seis en punto –comentó Elisa.


–Guárdanos algo para más tarde –le respondió Pedro.


Luego tomó a Paula de la mano y la sacó de la cocina.


–Veo que has conectado con Elisa –le dijo mientras subían las escaleras.


–Hemos estado muy a gusto.


–Espero que no hayáis hablado de mí.


–La verdad es que no. Hemos hablado mucho de flores, luego le he preguntado cómo era la vida en un rancho y ha estado contándome historias. Yo pensaba que sería más… monótono, pero parece divertido.


–Puede serlo. Aunque el trabajo es duro.


A ella le gustaba el trabajo duro, aunque en un rancho tenía que tratarse de un trabajo más físico.


Pedro la llevó por el pasillo, pero no entró en la habitación. En su lugar, la llevó a la habitación principal.


–¿Qué hacemos aquí? –le preguntó ella.


–Es una sorpresa.


Paula dudó en la puerta.


–Pero ¿no es la habitación de tu jefe?


–Sí, pero no vamos a utilizarla –le dijo, tirando de ella para que entrase.


La habitación estaba a oscuras, así que Paula no pudo ver mucho, pero olía al aftershave de Pedro, así que debía de utilizar el mismo que su jefe.


–Cierra los ojos –le pidió él.


Y ella obedeció. Pedro la guió hasta otra habitación, que debía de ser el baño.


–Ya está. Ábrelos.


Los abrió y dio un grito ahogado al ver un jacuzzi lleno de agua, rodeado de minúsculas velas. En el borde había una botella de champán y dos copas.


Paula estaba entusiasmada.


No, era evidente que no se iban a levantar a las seis.


–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.


–Es increíble, pero ¿estás seguro de que no pasará nada?


–Seguro. De hecho, ha sido mi jefe quien me ha dado la idea. Y me ha dejado el champán para felicitarme por el premio.


Se giró hacia ella y empezó a desabrocharle la camisa. Cuando vio el sujetador, gimió en voz baja.


–¿Te gusta?


Pedro respiró hondo.


–Me gusta –respondió él, acariciándole los pechos.


–Pues aún hay más.


Pedro le desabrochó los pantalones vaqueros y se los bajó.


–Muy bonito.


–He ido de compras a la hora de la comida.


Él la devoró con la mirada.


–Me encanta verte con ropa interior tan sexy.


–Y yo me siento sexy con ella puesta. Tú me haces sentir sexy.


–A mí me sobra ropa.


Paula le desabrochó la camisa y se la quitó, y luego hizo lo mismo con los pantalones vaqueros.


–Siento tener que quitártelo –le dijo él, desabrochándole el sujetador–, pero se va a enfriar el agua.


Las braguitas fueron después. Pedro encendió los chorros de agua, se metió en el jacuzzi y le tendió la mano. Una vez dentro, la sentó en su regazo y se dispuso a abrir el champán.


Pedro, es Cristal.


Él se encogió de hombros.


–¿Y?


–Que esa botella cuesta doscientos dólares.


Él la descorchó y bebió directamente de ella, alegre.


–Pues a mí solo me sabe a champán.


Luego sirvió las dos copas y le dio una a Paula, que lo probó. Estaba… exquisito.


–Se me ocurre una manera todavía mejor de tomarlo –le dijo Pedrolevantando la copa y echándole el champán por el hombro, para limpiárselo con la lengua después–. Tenía razón. Delicioso.


–No puedo creer que estés desperdiciando un champán de doscientos dólares.


–No lo estoy desperdiciando. Lo estoy disfrutando. Deberías probarlo.


A Paula le dolía tirar algo tan caro, pero decidió hacerle caso y echó un poco de su copa sobre el cuello de Pedro. El sabor fresco y afrutado, mezclado con el sabor salado de la piel de Pedro era una mezcla increíble.



viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 38

 


Durante los últimos días, cuando había pensado en no tenerlo cerca, en no ver su sonrisa ni sentir sus abrazos, Paula se había sentido vacía por dentro.


Pero sabía que lo superaría. No tenía elección.


–No he tenido hijos, pero considero a Pedro como si fuese hijo mío.


–Y él tiene mucha suerte de tenerla. Quiero que sepa que no tengo intención de hacerle daño.


–A veces hacemos daño a los demás aunque no queramos.


Paula estaba de acuerdo. Estaba segura de que su madre no había pretendido hacerle daño, pero se lo había hecho.


Elisa debió de creerla, porque sonrió y le dijo:

–¿Quiere que le enseñe yo la casa mientras vuelve Pedro?


–Me encantaría. Y gracias por las flores. ¿Son del jardín?


–Sí –respondió Elisa orgullosa–. Siempre me han encantado. Aunque, con los años, cada vez me cuesta más cuidarlas. Me duelen las rodillas al agacharme.


–Son preciosas –comentó Paula–. Algunas tienen colores que no había visto nunca antes.


–Vamos a verlas –le dijo Elisa, agarrándola del brazo.


Paula no sabía por qué, pero le parecía importante que el ama de llaves la aceptase. En realidad, era una tontería, porque después de aquel fin de semana no volvería a verla.


************************


Eran las nueve y media cuando Pedro y Claudio terminaron de trabajar en el despacho que había encima de los establos.


–Siento haberte entretenido tanto –se disculpó Claudio mientras Pedro cerraba el ordenador.


–Lo primero es el rancho –contestó este–. Ya lo sabes.


–La verdad es que tengo ganas de que vuelvas.


Los últimos meses no habían sido sencillos para Claudio que, a pesar de llevar cinco años trabajando en el rancho, no tenía experiencia como capataz. Pero la noche que Pedro había sorprendido a Mauro, el anterior capataz, con Alicia, le había dicho que hiciese las maletas y se marchase para siempre. Y Claudio le había parecido el mejor sustituto.


–Sé que has tenido mucha presión y quiero que sepas que has hecho muy buen trabajo –le dijo.


–Lo que Mauro te hizo… –comentó Claudio–. No debería contártelo, pero la noche que lo despediste, varios hombres lo siguieron hasta el pueblo y le dieron una buena lección.


Pedro hizo una mueca, sabía que tenía varios expresidiarios entre sus hombres, pero eran hombres leales. A él no le gustaba la violencia, pero no le extrañaba que hubiesen reaccionado así.


–Haré como si no lo supiera.


–Solo lo hicieron porque te respetan y porque, aunque todos sospechábamos lo que estaba pasando, ninguno te lo dijimos y después nos sentimos mal.


–Si te sirve de consuelo, no os habría creído. Me tenía atontado.


–Paula es muy guapa.


Pedro no pudo evitar sonreír.


–Sí.


Cada vez estaba más convencido de que no quería que su relación se terminase después de la gala. Sabía que una relación a distancia no sería fácil, pero ya se les ocurriría algo.


Eso, si Paula lo perdonaba por haberle mentido, claro.


–Me quedé muy sorprendido cuando me dijiste que ibas a traerla –añadió Claudio–. Hablamos bastante y no me habías dicho que estabas saliendo con nadie.


–Es que la conocí el viernes pasado.


Claudio arqueó las cejas.


–Llevo cinco años y medio trabajando aquí y, contando a Alicia, sólo has traído a tres mujeres. Así que Paula debe de ser muy especial.


–Nunca había conocido a nadie igual.


–Entonces, deberías decirle quién eres. No soy un experto, pero creo que una relación basada en mentiras tiene pocas probabilidades de salir bien.


–Lo tendré en mente –le contestó Pedro–. Ahora, tengo que volver con ella.


–Lo sé, vete –le dijo Claudio–. Por cierto, te sienta bien la barba. Deberías dejártela cuando volvieses.


–Qué gracia, Elisa me ha dicho que si no me la afeito en cuanto salga a la luz toda la verdad, me la afeitará ella con una navaja.


Claudio se echó a reír porque la creía capaz.


–Vete. Yo cerraré el despacho.


Pedro tomó el botellín de cerveza vacío y fue hacia la casa. Era completamente de noche. Había querido dar un paseo con Paula, pero ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Al menos, como los documentos y las yeguas estaban preparados, no tendría que levantarse al amanecer. También esperaba que la compra se realizase pronto y poder disfrutar del día con Paula cuanto antes. Entró en la casa e iba a subir al dormitorio cuando oyó voces en la cocina.


Se acercó y apoyó la oreja en la puerta. Elisa y Paula estaban hablando y riendo, y parecía que se llevaban bien.


Así que tenía tiempo para prepararle una sorpresa a Paula.


Sabía que esta jamás se creería que su jefe le dejaría utilizar su cama, pero seguro que no le parecía tan mal que usasen su bañera.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 37

 


Entraron en un enorme salón con las paredes cubiertas de madera y una gran chimenea de piedra. Los muebles parecían prácticos y, al mismo tiempo, eran elegantes y con estilo. Y todo estaba impecable y limpio. En el extremo opuesto al que estaban había unas puertas dobles que debían de dar a la cocina, porque Elisa se dirigió hacia ellas.


–La casa es increíble –comentó Paula mientras subían las escaleras–. Tu jefe debe de tener mucho dinero.


–Supongo que le va bien –respondió él, haciéndole entrar en una habitación–. Aquí es.


Era una habitación grande, decorada con muebles rústicos, tal vez eran antiguos. La cama no era excesivamente grande, pero eso no era problema, porque solían dormir abrazados. En la mesita de noche había un jarrón con flores, probablemente de los lechos que había plantados delante de la casa.


Pedro dejó el equipaje en la cama.


–Esta habitación no tiene baño, así que tendremos que utilizar el del pasillo.


–No pasa nada.


Pedro se acercó a ella y la abrazó.


–Hemos salido tan deprisa que no hemos tenido tiempo de estar a solas ni un minuto hoy.


–Es verdad.


Se inclinó y la besó en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Qué te parece si dejamos el paseo para mañana y nos metemos en la cama temprano?


Ella lo abrazó por el cuello.


–La verdad es que tengo mucho sueño.


–Pues lo siento, pero no tenía pensado dejarte dormir.


Eso era precisamente lo que había esperado Paula. Y estaba preparada para ello. Como sabía que a Pedro le gustaba la lencería sexy había aprovechado la hora de la comida para ir a comprarse un conjunto de encaje color azul eléctrico de Victoria’s Secret. Y se lo había puesto al pasar por casa después del trabajo.


Pedro la besó en la garganta, en la mandíbula, y acababa de llegar a sus labios cuando llamaron suavemente a la puerta.


Paula levantó la vista y vio a un hombre en la puerta, que estaba abierta.


Era grande, como Pedro, e iba vestido de vaquero.


–Hola, je… Pedro.


Este la soltó y dijo:

–Paula, este es Claudio Andersen, uno de los hombres. Claudio, Paula Chaves.


–Encantado –respondió el hombre, tocándose el sombrero a modo de saludo–. Siento interrumpir, pero estaba preparando los documentos de mañana y he pensado que deberías echarles un vistazo antes de que los imprima. Ya sabes cómo se me da lo de los ordenadores. Y las yeguas están listas, si quieres verlas también.


–Ahora voy.


Claudio asintió.


–Encantado de conocerla, señora –le dijo a Paula antes de desaparecer por el pasillo.


–Supongo que lo nuestro va a tener que esperar –comentó Pedro.


–No te preocupes, lo primero es el trabajo.


Paula pensó que Pedro debía de sentirse orgulloso de poder leer los documentos de la venta. Y ella se sentía orgullosa de él por haberlo conseguido.


–No tardaré.


–No tengas prisa, me entretendré deshaciendo la maleta.


Pedro le dio un beso y fue hacia la puerta, la cerró al salir y Paula oyó el ruido de sus botas al bajar las escaleras.


Se giró hacia la cama y abrió la maleta. No había cajoneras en la habitación, pero sí un enorme armario de pino, que abrió. Solo había perchas vacías y un par de mantas. Sacó la ropa y la guardó. Pensó en vaciar el petate de Pedro, pero le dio miedo que a este no le gustase la idea. Podía tener algo privado dentro.


Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza. Y Elisa preguntó:

–¿Se puede?


–¡Adelante!


La puerta se abrió y Elisa entró con una botella de agua en una mano y una copa de vino en la otra.


–He traído también el vino, por si cambiaba de opinión.


–¿Seguro que no pasa nada?


–¿No es menor de edad, no?


Paula se echó a reír.


–No. Es solo que ya ha sido todo un detalle por parte de su jefe permitir que nos quedemos en la casa. No quiero abusar de su generosidad.


–Le aseguro que no le importará. Le gusta tener invitados en casa.


–¿Trajo Pedro a Alicia alguna vez? –preguntó Pala, y al ver el ceño fruncido de Elisa se dio cuenta de que no era asunto suyo. Se ruborizó–. Lo siento. Ni siquiera sé por qué lo he preguntado.


–No pasa nada, pero me sorprende que se lo haya contado. No suele hablar de ese tema.


–Me ha contado que la sorprendió con el capataz.


–Esa mujer le rompió el corazón y, durante un tiempo, pensé que no se iba a recuperar jamás. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento. Y estoy segura de que tiene mucho que ver con usted.


Pedro me importa mucho.


–Ya lo veo, pero quiero que sepa que, aunque no lo parezca, Pedro sigue siendo muy vulnerable. Y no quiero que vuelva a sufrir.


Era evidente que a Elisa también le importaba, pero no se daba cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener una relación seria con ella. Con un poco de suerte, ninguno de los dos haría daño al otro.