jueves, 24 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO FINAL




Eran los últimos días de mayo, la época en la que el aroma de la primavera perfumaba a una Georgia bañada por el sol. En la casa de los Billingham, las azaleas salpicaban de rosa y amarillo el jardín y los lirios se mecían con la brisa ligera de la primavera.


En la parte de atrás del jardín habían instalado una carpa con una pista portátil de baile y numerosas mesas vestidas con manteles de lino. Un cuarteto de músicos ensayaba en una esquina de la carpa en la que iba a celebrarse la boda de Pedro Alfonso y Paula Chaves.


—Estás preciosa —dijo Barbara—. Me gustaría abrazarte, pero ese vestido tiene un aspecto tan frágil que no me atrevo.


—Este vestido ha sobrevivido durante más de cien años. No creo que un abrazo de mi dama de honor pueda destrozarlo.


Paula le tendió los brazos y se abrazaron.


—Pareces feliz.


—Nunca lo había sido tanto. Jamás había soñado con encontrar a alguien como Pedro.


—Os merecéis el uno al otro, y lo digo en el mejor sentido posible. Tú eres la prueba viviente de que hay personas que pueden superar un duro pasado y convertirse en personas encantadoras y decentes. Y aquí estoy yo, diciendo todas estas sensiblerías cuando se supone que eres tú la que debería emocionarse hoy.


—Sé lo que quieres decir. He pensado mucho en eso, desde la noche en la que estuve tan cerca de la muerte. Seguramente a Joaquin nunca le faltó nada y mira cómo ha terminado. Y compáralo contigo, que tuviste una infancia parecida.


—Y tú y RJ. pasasteis una parte de vuestras vidas en un orfanato terrorífico, pero mientras que él se convirtió en un psicópata, tú no eres capaz de matar una mosca.


—Y mira a Pedro… —añadió Paula—. Desde luego, no puede decirse que creciera rodeado de cariño y sin embargo, se ha convertido en un hombre cálido, cariñoso, valiente, fuerte y… —Barbara alzó la mano para interrumpirla—. Es un hombre magnífico. Pero creo que todo el mundo puede llegar a ser bueno o malo, y en alguna parte de su vida, decide situarse en uno u otro lado. Y si continúa caminando, terminan por alcanzar su destino, para bien o para mal.


—Eso es muy fatalista.


—No, y no me gustaría que sonara de ese modo. Sólo pretendo decir que nadie elige los obstáculos con los que puede encontrarse en el pasado, pero todo el mundo elige su propio destino. RJ. eligió el suyo e intentó decidir también un destino para mí y para Pedro. Pero se olvidó de que nosotros habíamos tomado nuestras propias opciones.


Barbara se colocó tras ella. Sus rostros parecían fundirse en el espejo.


—Y yo no puedo menos que agradecer que nuestros caminos se cruzaran. Y que tú y Pedro estuvierais cerca de mí, cuando estuve a punto de cometer un error tan trágico.


Paula se interrumpió al oír que alguien subía la escalera.


—Odio interrumpir esta conversación entre amigas, pero me gustaría hablar con mi novia unos minutos antes de la boda.


Barbara se plantó delante de Paula.


—No puedes. Trae mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda.


—Es imposible que ver a Paula pueda traer mala suerte.


Barbara alzó la mirada hacia el reloj que había encima de la repisa de la chimenea.


—La marcha nupcial empezará a sonar dentro de diez minutos.


—Gracias por recordármelo, dama de honor. Y ahora, ¿por qué no bajas y compruebas si el padrino todavía respira? A Mateo las bodas lo ponen extremadamente nervioso. —Barbara salió disparada y Paula se volvió hacia Pedro.


—Hola, detective —le dijo, deslizando los brazos por su cuello—. ¿Qué es eso tan urgente que tienes que decirme?


—Quería darte algo antes de la boda.


—¿Un regalo?


—No exactamente, porque probablemente tú tendrás que pagar parte de él —buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un documento. —Paula lo leyó rápidamente.


—Pero si es… ¡Dios mío! ¡Es un acuerdo de hipoteca para pagar esta casa!


—¿La quieres, verdad?


—¿Que si la quiero? ¡Oh, Pedro! Adoro esta casa.


—Ahora es nuestra.


—Pero el dinero… ¿Cómo vamos a pagarla?


—Trabajaremos para pagar la hipoteca. Pero no te asustes. No tendrás que pagar más de lo que estás pagando de alquiler. Al parecer, la abuela de Bruno Billingham llevaba tiempo queriendo vender esta casa, pero no encontraba a ningún comprador que le gustara.


—Probablemente porque su nieto le decía a todo el mundo que la casa estaba encantada.


—En cualquier caso, la única condición que ha puesto para venderla, ha sido que el retrato de Frederick Lee debe conservar un lugar de honor hasta que ella esté muerta y enterrada.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 70




Pedro ya había llamado a la policía para decir que se dirigía hacia el orfanato Meyers Bickham.


No podía estar seguro de a dónde había llevado RJ. a Paula, pero teniendo en cuenta la retorcida lógica de su hermanastro, aquél era un posible lugar. Y era el único que a Pedro se le ocurría.


La carretera estaba a oscuras. Apenas se había cruzado con ningún coche durante la última hora.


Lo sorprendió ver el resplandor de las llamas. 


Quizá alguien estuviera quemando basura, aunque le parecía demasiado tarde para hacerlo. O quizá se tratara de un autostopista que había encendido un fuego para calentarse.


Estaba a punto de llegar a las llamas cuando vio la camioneta ardiendo. ¡Maldita fuera! Era lo último que necesitaba aquella noche.


Pero no podía seguir sin saber si había quedado alguien atrapado en la camioneta. Pisó los frenos y giró hacia la cuneta, intentando guardar la distancia suficiente para que no lo alcanzaran las llamas cuando el vehículo explotara.


Cosa que estaba seguro, iba a suceder en cualquier momento. Tendría que tener mucho cuidado. No tenía sentido arriesgar su vida si los ocupantes estaban a salvo. Pero entonces oyó el llanto de una mujer. Y parecía proceder del interior de la camioneta. Inmediatamente echó a correr.


—Salga inmediatamente. ¡La camioneta va a explotar!


—¡Pedro!


Reconoció la voz. El alivio y el pánico colisionaron en su interior mientras Paula asomaba la cabeza por la parte posterior de aquella camioneta en llamas.


—Sal de ahí y corre —le gritó.


—No puedo. Tamara está dentro. Está atada y no puedo soltarla.


Pedro voló prácticamente hasta ellas.


—¿Eres tú, Pedro?


—RJ.


Pedro miró a su alrededor, esperando ver a su hermanastro apuntándolo con una pistola.


—Está en el suelo, delante de la camioneta —le dijo Paula—. Está herido y no creo que pueda moverse.


—Entonces no podrá hacerte daño —la sacó de la camioneta—. ¡Corre, Paula! Corre todo lo lejos que puedas —gritó, sacó su navaja y cortó la cuerda de Tamara.


En cuanto consiguió soltarla, la levantó en brazos y la sacó de la camioneta.


Paula permanecía paralizada, como en estado de shock. Pedro la agarró de la mano y tiró de ella, intentando poner a salvo a ambas mujeres.


El tanque de gasolina explotó cuando estaban a menos de treinta metros de distancia, haciéndolos caer al suelo.


Cuando cesó el impacto de la explosión, Pedro cortó la cuerda que ataba las manos de Tamara. Se levantaron lentamente, uno a uno. Pedro clavó la mirada en la camioneta que había estado a punto de quitarles la vida. RJ. había conseguido ponerse a salvo, pero no iba a poder alejarse mucho más con la pierna en aquel estado.


Pedro estrechó a Paula en el círculo de su brazo derecho mientras sujetaba con el otro a Tamara y contemplaba el fiero resplandor del caos.


Pero lo único que sentía en aquel momento era un dulce alivio y una pasión por la vida que jamás había experimentado.