viernes, 11 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 10




Horas más tarde, Paula terminaba las notas sobre su último paciente en la clínica de rehabilitación. Era la segunda vez que atendía a Ramona y empezaba a encariñarse con ella.


La mujer había sido arrollada por un coche mientras montaba en bicicleta y su estado era lamentable. Llevaba clavos en la pierna y la mejilla estaba atravesada por una larga cicatriz. Estaba muy débil y el propósito de Paula era el de fortalecer sus músculos mientras la pierna sanaba. 


Trabajaban la pierna buena, los brazos y el cuello y espalda.


Ramona quería recuperar su vida y montar en bicicleta de montaña, salir con hombres y aguantar todo el día. En cierto modo, le recordaba a Pedro al principio de acudir a su consulta.


–¿Cuántas semanas faltan para que deje de sentirme tan cansada? –preguntó Ramona.


–¿Das paseos? –Paula intuía que esa fatiga provenía en parte de su disposición mental.


–Algo, pero odio llevar bastón.


–En cuanto camines más estable, dejarás de necesitarlo.


Ramona le dedicó una mirada cargada de escepticismo.


Terminada la jornada laboral, Paula recogió a Julian y a Emma y se dirigió al viñedo. Julian, un niño de hermosa sonrisa de un año de edad, parloteaba sin cesar en la parte trasera del coche.


Poco después entraron en las oficinas de los viñedos.


–¿Estás tan agotada como pareces? –preguntó Marisa nada más verla.


–Seguramente mi aspecto es peor –Paula rio–. He tenido un caso difícil esta tarde y no sé muy bien cómo ayudar a mi paciente.


–¿Por qué no te das un paseo? Yo llevaré a Emma y a Julian al jardín. Podrán contemplar las mariposas y chapotear en la fuente. ¿Te importa si Emma se moja?


–En absoluto, pero tú también has tenido un largo día.


–Sí, pero el mío ha consistido básicamente en empujar papeles.


Paula había aprendido a mostrarse agradecida ante la ayuda que le era ofrecida.


–Gracias –asintió y, tras darle un beso a su hija salió de la oficina.


La bodega estaba rodeada de jardines donde uno podía sentarse y disfrutar de una copa de vino con unas pastas o aperitivos salados, pero Paula se dirigió hacia los viñedos, para lo cual tuvo que atravesar la espectacular y aromática rosaleda. Durante unos minutos se deleitó con la suavidad de los pétalos y el delicioso aroma de las flores. En cierto modo, aquello tenía aspecto de cuento de hadas. Era fácil imaginarse cuánto había ayudado el entorno a la sanación de Pedro.


Sin darse cuenta se había adentrado entre las uvas Merlot. 


Un movimiento llamó su atención. Era Pedro, pero no se estaba ocupando de las uvas, llevaba una cámara en la mano. Paula se acercó en silencio, sin saber si debería alertarle de su presencia o no. Pedro le había confesado que no había tocado una cámara desde su regreso y no quería estropear el momento.


Estaba haciendo fotos panorámicas, describiendo un círculo con el fin de captar cada aspecto del viñedo. Y cuando enfocó la cámara en su dirección, por supuesto, la vio.


–Si quieres estar solo, me voy –le aclaró ella apresuradamente.


–No será necesario –la mirada de Pedro se detuvo en la ropa de Paula, su ropa de trabajo–. ¿Acabas de regresar del trabajo?


–He recogido a Emma y a Julian. Marisa les ha llevado a ver el jardín de atrás. Se le ocurrió que me vendría bien despejar la mente.


–¿Un día duro?


A veces ella no sabría decir si Pedro preguntaba por mantener una conversación, o si le interesaba de verdad. Resultaba muy fácil contarle cosas, pero no conseguía averiguar si se trataba de interés personal o si solo estaba poniendo en práctica sus habilidades como reportero.


–La tarde sí lo ha sido. Mi paciente me recordó a ti cuando te estabas recuperando. Le está costando mucho cambiar de vida


–El cambio, una constante en nuestras vidas –él sonrió con amargura.


–¿Qué estabas haciendo? –Paula señaló la cámara.


–Fotos para el nuevo folleto del viñedo. Mi padre lleva años sin renovarlo. Hemos hecho algunos cambios en la sala de catas y en la de recepciones. Necesitamos material nuevo.


–¿Y qué tal te sientes con una cámara en la mano de nuevo? –la pregunta era obligada.


Sus miradas se fundieron y Paula volvió a sentir el cosquilleo que experimentaba cada vez que sucedía. Las sensaciones eran devastadoras.


–Pues lo cierto es que me siento fenomenal. No me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Tenía miedo de que los malos recuerdos me asaltaran en cuanto tuviera la cámara en la mano y, si bien recuerdo la última vez que hice una foto y lo que sucedió, también recuerdo cuando, siendo adolescente, paseaba por estos viñedos cámara en ristre. Aquí es donde me hice fotógrafo y mi cámara me ha dado prestigio. Cuando escribí el artículo sobre el Club de las Mamás, la sensación fue de naturalidad y tener la cámara en la mano también.


–¿Tan natural como para volver a viajar a lejanas tierras?


–Ya veremos. Poco a poco voy aceptando mejor los cambios.


¿Era eso cierto? ¿Ofrecería de nuevo sus servicios a los editores?


Paula se sintió desfallecer y comprendió que, por mucho que no quisiera relacionarse con otro hombre, se estaba enamorando de Pedro. La idea resultaba tan terrorífica como la de no recibir el dinero del seguro. Lo único que le quedaba era su trabajo, y un montón de deudas.


No era del todo cierto. Tenía a Emma. Lo demás no importaba.


Porque Emma era lo primero.








MARCADOS: CAPITULO 9




Emma y Paula preparaban galletas de pepitas de chocolate cuando alguien llamó a la puerta.


–¿Hay alguien en casa? –llamó Pedro.


–Adelante. Estamos horneando el tentempié de antes de irnos a la cama.


–Ya me pareció oler a galleta mientras venía hacia aquí – Pedro aspiró el delicioso aroma–. Como el olor llegue un poco más lejos, en unos minutos estará Leonardo aquí también.


–Todavía no lo conozco –sonrió Paula–. Esta es la última bandeja. ¿Te preparas para la cama?


Emma asintió y sonrió a Pedro con timidez antes de correr a su habitación.


–Lo conocerás el sábado por la noche –le aseguró él–. Por eso he venido –dejó un pequeño sobre en la encimera–. Es la invitación oficial. Habrá mucha seguridad y tendrás que llevarla.


–¿Sufrís muchos allanamientos de morada? –bromeó ella.


–Te sorprendería. De vez en cuando aparece algún famoso, y detrás de él algún turista o fotógrafo. Mi padre es muy celoso de su intimidad y sabe que otras personas también lo son.


–¿Lo eres tú?


–Normalmente.


–¿Te apetece una? –Paula le ofreció una galleta.


–Por supuesto.


Paula no pudo evitar preguntarse si ella también le apetecía. 


La invitación formal a la fiesta significaba que no era una cita. Fin de la cuestión.


–Hablando de intimidad, hay algo de lo que me gustaría hablar contigo –anunció Pedro.


–¿Hora de las galletas? –Emma eligió ese momento para entrar en la cocina.


–Supongo que te hará falta un poco de leche para esto –él le ofreció una galleta.


–¡Marchando tres vasos de leche! –Paula se preguntó para qué querría Pedro hablar de intimidad–. Es muy tarde –anunció minutos después–. ¿Te importa si la acuesto y luego hablamos?


–¿Puede Pedro leerme un cuento? –preguntó la niña.


–No sé, cielo, a lo mejor no le apetece.


–Claro que puedo leerte un cuento –intervino Pedro–. ¿Cuál es tu favorito?


Emma le tomó una mano y, con la galleta en la otra, lo arrastró hasta su cuarto sin dejar de explicarle qué libros le gustaban más. Paula no sabía muy bien qué pensar de que ese hombre formara parte del ritual nocturno de su hija. 


Claudio jamás lo había hecho. Para ella, acostar a Emma era de las mejores experiencias que ofrecía la maternidad.


–Tengo que sacar las galletas del horno –el timbre del horno sonó–. Enseguida voy.


Minutos después, Paula se paró ante la puerta del dormitorio de Emma. Pedro y su hija estaban sentados en la cama mientras él le leía uno de sus cuentos favoritos.


Lo creyera o no, Pedro estaba hecho para ser padre. Los críos se le daban estupendamente. Sin embargo, un padre distante y una novia infiel le habían hecho dudar de su capacidad para formar parte de una familia. Además, Paula tenía la sensación de que había algo más. ¿Qué le había sucedido antes de ser adoptado por Hector? ¿Alguna vez hablaba de ello?


La habitación siempre hacía sonreír a Paula. La colcha y las cortinas rosas y blancas reflejaban la personalidad de la pequeña. Los juguetes estaban amontonados en la estantería, y Moppy, el peluche que Pedro le había regalado, estaba bien acoplado bajo el brazo de su dueña.


En cierto modo, Pedro parecía fuera de lugar, demasiado masculino para una habitación tan infantil. Pero si consideraba el modo en que interaccionaba con Emma, encajaba perfectamente.


Él levantó la vista y sus ojos emitieron un destello de algo que Paula no supo definir.


Entró en el dormitorio y se sentó en la mecedora mientras Pedro terminaba el cuento.


–Lees muy bien –finalizada la historia, la niña lo abrazó.


–Y tú escuchas muy bien –tras dudar un instante, Pedro le devolvió el abrazo y se bajó de la cama.


Inclinándose sobre Emma, pasó la mano por su oreja.


–Mira lo que he encontrado –en la mano había una cinta rosa–. Puedes atarte el pelo con ella y así estarás tan guapa como tu mamá.


–Mira, mami, qué bonito –la niña sonrió a Pedro.


–Ya lo veo. Dámela. Mañana te ataré el pelo con ella.


–Esperaré en el salón –la mirada de Pedro pasó de madre a hija y de nuevo a la madre.


–No tardaré.


Y así fue, porque para cuando hubieron terminado las oraciones, los ojos de Emma estaban casi cerrados. Paula le dio un beso y dejó encendida una luz antes de salir de la habitación y entornar la puerta. Tenía muy presente lo sucedido hacía un par de noches en el sofá. Desde entonces, cada vez que entraba en el salón, recordaba la sensación de las manos de Pedro sobre su piel, la firmeza de sus labios, el hambriento deseo.


Bueno, pues si esa noche tenían hambre, comerían galletas con pepitas de chocolate.


–Come todas las que quieras –Paula dejó un plato de galletas sobre la mesita del salón–. He apartado una hornada para Marisa. Si crees que a tu padre le gustarían, le pongo también.


–Están buenísimas. Puede que a mi padre le apetezcan unas cuantas.


–Muy bien, las envolveré en papel de aluminio.


–Ven aquí primero –Pedro la agarró por la muñeca–. Quiero hablar contigo, preguntarte algo.


Paula llevaba unos días muy sensible y enseguida se ponía en alerta si sospechaba que pudiera haber algún problema. 


Si Emma y ella conseguían mantenerse lejos de los desastres, podría recuperar su optimismo. Desde luego, la niña parecía muy feliz.


–Te lo habría enviado por correo electrónico –Pedro sacó una hoja de papel del bolsillo del pantalón–, pero sé que perdiste el ordenador en el incendio.


–Y no tengo Smartphone.


–Este es mi primer artículo sobre el Club de las Mamás –él asintió y le entregó el artículo–. Quiénes son, cómo ayudan. También he cubierto el tema del reparto de comida. He añadido teléfonos de contacto, por si alguien desea ayudar, o necesita ayuda. Quiero tu sincera opinión.


Paula leyó el artículo, sentada a escasos centímetros del autor. Cuando Pedro se inclinó para tomar una galleta, sus piernas se rozaron, pero ella no se apartó y terminó de leer el artículo.


 –¿Y bien?


–Eres muy buen escritor y sabes cómo hacer que una historia cobre vida.


–Solía saber.


–Y por un motivo. Centrabas tus historias en un niño, tres como mucho, y nos lo contabas todo sobre ellos. Conseguías que nos importaran. Ahí radicaba la fuerza de lo que escribías.


–¿Y ahora? –insistió él.


–Y ahora creo que está muy bien para un primer artículo, pero lo sería aún más si eligieras a alguna mamá del club como protagonista.


–¿Alguien como tú?


–No –le había malinterpretado–. Yo no quiero publicidad. La del noticiero ya fue bastante mala.


–Hablé con otras dos mujeres que me contestaron más o menos lo mismo. No va a ser tan fácil.


–Pero tú puedes ser muy convincente.


–Entonces déjame convencerte a ti.


Pedro


–Quiero que te lo pienses, Paula. Iré hasta donde tú quieras, no más. Podemos hablar de tu traslado al viñedo, de lo agradecida que te sientes por tener un lugar en el que vivir, de cómo Emma parece ser ella misma de nuevo. Podría ser una historia positiva. Los detalles no tienen por qué incluir tu matrimonio, tus deudas o la investigación de la compañía de seguros. El artículo debe tener como objetivo mostrar cómo la comunidad ayuda a sus residentes.


–Necesito pensármelo.


–Me parece bien. Hasta dentro de una semana no tendré que tener listo el artículo siguiente.


–¿Y si digo que no?


–Si no quieres hacerlo, encontraré a alguien que lo haga – contestó Jase–. Catalina me dio varios nombres, pero realmente creo que la mejor historia para el Club de las Mamás, sería la tuya.


–Sí, claro, es una historia sensacional –Paula suspiró.


–Sensacional, y un ejemplo perfecto de intervención por parte del club. Pero no te quiero presionar.


–Hablando de presionar –Paula decidió cambiar de tema– ¿te sentiste presionado cuando Emma te pidió que le leyeras un cuento? No acepta bien una negativa, pero lo comprende. Cuando me mira con esos enormes ojos marrones, sé que va a ser una rompecorazones.


–Solo le he leído un cuento. No ha sido para tanto.


–Para ella sí.


–¿Preferirías que me hubiera negado? –Pedro la miró fijamente.


–El único modelo masculino que ha tenido ha sido Claudio.


–¿Fue un buen padre?


–No creo que se acuerde de él. No se relacionaba mucho con ella, quizás porque era bastante mayor –tras una pausa, ella se sinceró–. No, no era por eso. Simplemente creo que no se sentía cómodo con los niños. No le gustaba tirarse al suelo, ponerse a su nivel. Le costaba mucho jugar a tonterías. Pero ella estaba acostumbrada a verlo en casa y su ausencia le abrió un enorme agujero en su vida –se encogió de hombros–. No he vuelto a salir con un hombre, Pedro.


–Y ahora tienes miedo de que se encariñe conmigo –él lo había entendido perfectamente.


–No suele pedirle a cualquiera que le lea un cuento.


–Eres una buena madre, Paula –Pedro habló con ternura.


–Solo intento protegerla. No quiero verla sufrir.


–Y tú tampoco quieres sufrir –él le acarició el labio.


Tenía unos dedos ásperos y sensuales y ella sintió que los labios le entraban en combustión. Rápidamente, el fuego se extendió a otras partes de su cuerpo. ¿Cómo podía hacer algo así con una inocente caricia? A duras penas consiguió recomponerse.


–¿Y tú?


–Ya no es fácil hacerme daño –solo le harían daño si él lo permitía.


–Eso es porque no te lanzas, porque mantienes la barrera levantada.


–Tú tampoco te la juegas.


–No puedo.


–Sí puedes. Podrías divertirte un poco sin implicar necesariamente a Emma.


–¿Te interesa la diversión?


–No puedo contestar a eso, Paula. Solo sé que entre nosotros hay una atracción que no he sentido en mucho tiempo.


¿Desde la traición de su novia? Paula no quiso formular la pregunta porque ya conocía la respuesta. Desde su regreso al hogar, Pedro se había protegido del amor y el cariño, ya fuera de otra mujer o de su padre. No hacía falta ser terapeuta para verlo.


–No se me da bien compartimentar –admitió ella.


–Puede que no, pero, algún día, tus necesidades como mujer superarán a las de proteger a Emma.


–Eso no sucederá jamás.


–Piénsate lo del artículo –Pedro cambió de tema.


–¿Se lo has propuesto a Marisa?


–Lo hice, pero no quiso.


–Seguramente por los mismos motivos que yo.


–Catalina se lo está pensando. Me encantaría entrevistarla, ya que es una de las organizadoras. Y me gustaría entrevistarte a ti porque la historia del incendio ha sido noticia.


Pedro, yo…


–No te presionaré más –él alzó las manos en el aire–. Te lo prometo. Pero piensa en cómo tu historia podría ayudar a otros padres. ¿No sería esa una buena manera de demostrar tu gratitud?


Ese hombre era bueno persuadiendo, y no solo con respecto al artículo. Sin embargo, no estaba dispuesta a hacer nada impulsivo o descuidado.



****


Al día siguiente, Paula trató al último paciente de la mañana, un microbiólogo con contracturas debidas a su trabajo con el microscopio. Sabía que podría ayudarlo si el hombre ponía de su parte y hacía algunos cambios. Cambiar era muy difícil, incluso para ella. ¿Podría cambiar su decisión de no relacionarse con otro hombre? La fiesta de gala sería una oportunidad.


Pero antes tenía que encontrar algo que ponerse. Solo tenía la media hora de la comida para intentarlo. Marisa estaba convencida de que encontraría algo en Thrifty Solutions, una tienda de segunda mano, pero Paula lo dudaba. Necesitaba algo más elegante y, quizás, espectacular.


Cuando entró en Thrifty Solutions se vio sorprendida por la gran cantidad de prendas. Sin duda gran parte provenía de donaciones. Fawn Grove había demostrado ser una comunidad muy generosa, y Emma y ella formaban parte de todo eso.


–¡Hola! –para su sorpresa, encontró a Catalina tras el mostrador–. No esperaba verte aquí.


Había hablado con ella el día anterior, para pedirle consejo sobre canguros. Catalina le había contestado que ya había hablado con Marisa y que ella cuidaría de Emma y Julian.


–El jueves es mi día libre. Después de las rondas del hospital vengo aquí unas horas. ¿Buscas algo en especial?


–Un vestido para el sábado por la noche. Echaré un vistazo.


Catalina la miró fijamente.


–¿Qué pasa? –preguntó Paula.


–Puede que tenga lo que necesitas. He estado vaciando cajas en la trastienda y he visto algunos vestidos que podrían gustarte. ¿Te importa atender mientras miro?


–Claro, sin problema.


Paula echó un vistazo a la ropa y eligió unos tops para Emma.


Al ver regresar a Catalina, tuvo que parpadear varias veces. 


En una mano llevaba un vestido de gasa blanco y negro con cuentas de cristal bordadas en el corpiño. En la otra mano, un vestido rojo fuego. Ambos eran preciosos.


–Jamás hubiera esperado encontrar algo así aquí.


–Tenemos de todo –Catalina rio–. Estos pertenecieron a una donante que vive en Sacramento. En realidad creo que compra vestidos con el propósito de donarlos. Creo que son de tu talla.


Paula consultó la hora. Le quedaban quince minutos para probárselos.


El vestido rojo era precioso, pero no encajaba con su estilo. 


Lo volvió a colgar del perchero y se probó el blanco y negro. 


De inmediato se sintió como una estrella de cine.


–¿Qué te parece? –sonriente salió a la tienda para mostrárselo a Catalina.


–Creo que es perfecto para ti, y perfecto para la fiesta.


–¿Has asistido alguna vez a esa fiesta?


–Hace unos años. Mi vida era totalmente diferente entonces.


Catalina no añadió nada más y Paula se preguntó qué historia tendría esa mujer y por qué estaba tan implicada en el Club de las Mamás. Pero si había aprendido algo en su trabajo era a respetar la intimidad de los demás. 


Normalmente sabía cuándo preguntar y cuándo callar.


–¿Cuánto cuesta? –preguntó, preocupada por no podérselo permitir.


–Según lo que marca la caja en la que estaba, diez dólares.


–Estás de broma.


–Por eso tenemos benefactores. Llévatelo, Paula, y disfrútalo.







MARCADOS: CAPITULO 8




La bodega estaba a la temperatura ideal, casi trece grados, el sábado por la tarde. Apartada del resto del viñedo, reinaba un silencio total. Pedro buscó entre los botelleros hasta encontrar lo que quería, un Pinot Noir y un Merlot. Era incapaz de quitarse de la cabeza el encuentro con Paula de aquella mañana. Iba a ser fiel a su palabra. Iban a hablar.


La pesada puerta de madera de la bodega crujió y Pedro se sorprendió al ver entrar a su padre.


–Creía que te habías retirado por hoy –a menudo su padre cenaba en su habitación y ya no salía.


–Estaba hablando con Leonardo sobre la cosecha de este año. ¿Qué tal te fue la reunión?


–Bien. Creo que la empresa de marketing con la que hablé es lo que necesitamos. Van a empezar a construir nuestra marca en las redes sociales, aparte de la publicidad tradicional.


–Construir nuestra marca –bufó Hector–. Nuestra marca existe desde hace setenta años.


–Sí, pero hoy en día se trabaja de otra manera. Se intenta llegar al mayor número de personas.


–Adelante entonces, si crees que entran dentro de nuestro presupuesto para publicidad.


–¿Qué haces aquí abajo tan tarde? –preguntó Pedro.


–Elegir el vino que quiero para la fiesta del fin de semana que viene.


Todos los años, en junio, su padre celebraba una fiesta en honor de los viticultores, vecinos y cualquier contacto que le pareciera de utilidad. Era una fiesta de gala en todos los sentidos.


–¿Una fiesta privada? –Hector contempló las botellas que llevaba su hijo.


–No –¿qué podía decir?–. Es para una cata privada. Paula nunca ha probado los vinos Raintree.


–Si le dedicas demasiada atención –Hector frunció el ceño–, no va a querer marcharse.


–¿Atención? –solo vamos a charlar un poco y tomar una copa de vino.


–¿Cómo sabes que no es una cazafortunas?


–No empieces –Pedro suspiró.


–Está pasando apuros y quizás esté más que dispuesta a tomar lo que se le ofrezca, incluso tú.


–¿Tan buen partido me crees? –él intentó bromear.


–Cualquier mujer desearía la herencia que tendrás –como de costumbre, Hector no bromeaba.


–A Paula no le interesa mi herencia –ni siquiera estaba seguro de que le interesara él.


–Sería una estúpida si no fuera así. ¿Cuánto tiempo va a quedarse? ¿Te lo ha confirmado?


–Puede que tenga que quedarse un poco más de lo previsto –admitió Pedro tras un momento de duda–. Puede que se retrase el pago del seguro.


–¿Por qué?


–La hipoteca era muy elevada y también tenía una deuda. La compañía de seguros está investigando el incendio.


–Y tú insistes en que no es una cazafortunas –murmuró Hector.


–Es una madre soltera atrapada en una situación que escapa a su control. Hasta mañana.


Pedro no estaba dispuesto a comenzar una discusión sobre Paula. Por experiencia sabía que su padre no cambiaba nunca de parecer. En los últimos dos años había aprendido a mantenerse firme y con Paula no iba a hacer ninguna excepción.



*****


Cuando diez minutos más tarde Pedro llamó a la puerta de la cabaña, no sabía qué se encontraría. Emma podría estar acostada, o todavía no. En cualquier caso daba igual. Solo de pensar en esa mujer le dolía el alma. Le recordaba un sueño que se le había escapado.


Paula abrió la puerta, cargada de juguetes, vestida con unos pantalones cortos y un top. Los cabellos estaban recogidos con una pinza en lo alto de la cabeza de la que colgaban varios deliciosos mechones sueltos. Pedro deseó tocar esos mechones, tocarla a ella.


–Se me ocurrió que podríamos celebrar una cata –en lugar de tocarla, le ofreció las botellas de vino–. Suponiendo que sea un buen momento…


–Emma está acostada –Paula echó los juguetes en un cubo de plástico–. No tengo copas de vino, solo vasos para el zumo.


–Servirán –Pedro abrió la mosquitera y llevó las botellas hasta la mesa de café–. He traído sacacorchos, por si acaso no tenías.


–Menos mal.


Pedro la miró a los ojos y volvió a sentir una atracción animal. Tan animal que tuvo que recordarse a sí mismo que había ido allí para charlar.


Tras abrir las dos botellas, sirvió un poco de la primera en dos de los cuatro vasos de zumo.


–¿Hasta qué hora te quedaste en el centro de día?


–Terminamos sobre las tres.


–Estoy muy impresionado con el Club de las Mamás –él le entregó un vaso–. Después de marcharme se me ocurrió una idea para promocionarlas más, para conseguir más voluntarios.


–¿Y qué idea es esa? –los dedos de ambos se rozaron cuando Paula tomó el vaso.


¡Cómo le gustaría besarla!


–Prueba el vino –ordenó con voz ronca.


Ella obedeció. Tomó un pequeño sorbo y lo retuvo en la boca. Pedro empezaba a pensar que la cata había sido una muy mala idea.


–Es un poco demasiado seco para mi gusto –observó ella con sinceridad.


–Muy bien. Probemos el otro.


–¿No vas a contarme lo de tu idea?


–Antes quiero que encuentres el vino más adecuado para ti. Debería haber traído un vino dulce.


–¿También tenéis de esos?


–Sí. Hacemos uno de frambuesa que está delicioso con hielo, pero mientras tanto, prueba este.


–Perfecto –Paula sonrió.


–¿Eso significa que tomarías algo más que un sorbo?


–Desde luego –ella tomó otro sorbo y volvió a sonreír–. Podría beberme hasta dos vasos.


–¿Solo dos?


–No suelo beber mucho, de modo que cuando lo hago se me sube a la cabeza


Más le valdría no olvidarlo, pensó Pedro, pues si la besaba, la quería totalmente sobria. Despejó su mente de ese pensamiento y volvió a su idea sobre el Club de las Mamás.


–Si se promocionaran más, habría más gente dispuesta a colaborar ¿verdad?


–Tiene sentido. Sé que Catalina intenta difundir su trabajo, pero no es fácil.


–Exactamente. La organización necesita algo más que una página web o folletos repartidos en lugares estratégicos. Por eso había pensado acudir a Cal Hodgekins, del periódico, para que publicase algunos artículos sobre el Club de las Mamás.


–¡Es una idea magnífica! Estoy segura de que estarán dispuestos a publicar algo que hayas escrito. Ganaste un Pulitzer. ¿Qué más podría pedir un periódico?


Las palabras de Paula le recordaron la serie de artículos que había escrito, galardonados con el premio, junto con el reportaje fotográfico. Y también recordó por qué había dejado de escribir y guardado la cámara. El ataque había sido sangriento, brutal y mortal. Él había salvado la vida, pero las imágenes que perduraban en su mente lo atormentarían para siempre.


–¿He dicho algo inconveniente?


–No –Pedro la miró a los ojos–. Es que hace mucho que no pienso en fotografiar o escribir.


Paula lo miraba como si quisiera tocarlo, aunque quizás tuviera miedo. A lo mejor el complicado matrimonio le impedía abrirse a los hombres. O le había afectado la falta de respuesta de Pedro cuando le había hablado de su marido.


–Si se te ha ocurrido esa idea –sugirió ella–, y si tus instintos de reportero empiezan a despertar, puede que haya llegado el momento de volver a empezar.


Quizás tuviera razón. Quizás ya hubiera pasado tiempo suficiente. ¿Podría decirse lo mismo de su libido, mantenida en el congelador desde que descubriera la infidelidad de Dana?


–Supongo que evitarlo no es una buena estrategia.


–¿Evitarlo o negarlo? –preguntó ella con su habitual franqueza–. Porque yo he hecho ambas cosas y puedo decirte que ninguna funciona. Cuanto más entierras el dolor, más duele


–Nunca había pensado en ello –admitió Pedro–. Enterrar el dolor me pareció buena idea, sobre todo después de terminar la fisioterapia. No sé si podría haber vivido con ello.


–¿Y ahora? –los ojos marrón dorado de Paula lo miraron con dulzura.


–Y ahora no creo que evitarlo o negarlo solucione el problema.


–¿Qué problema quieres solucionar?


–No debería haberme marchado la otra noche como lo hice –Pedro tomó la mano de Paula.


–Te conté muchas cosas personales –ella miró la mano y luego al Pedro–, y sobre el seguro.


–Cuando era paciente tuyo, te conté lo sucedido con mi prometida.


–Formaba parte de la terapia. Cuando atiendo a alguien, es importante estar atenta a cualquier cosa que me cuente, porque no todo el dolor físico tiene un origen físico.


–Sigo queriendo saber cosas sobre tu matrimonio –admitió él–. Pero sé que te resulta doloroso.


–Es verdad. Pero lo que necesito es soltarlo, no seguir rumiándolo. Aun así, lo sucedido con Claudio influye en mi manera de pensar, en mi disposición hacia los hombres. No me siento preparada para unirme a alguien mientras esté metida en este lío.


–¿Te refieres a la investigación de la compañía de seguros?


–Sí –ella apartó la mano–. Vi la duda reflejada en tu mirada, Pedro. Dudas que tendría cualquiera.


–Yo no dudo de ti, Paula.


–Pero te marchaste…


–Estaba evitando. Evitando el dolor, evitando una relación, evitando la controversia. Llevo haciéndolo dos años y se ha convertido en algo instintivo. Supongo que la pregunta sería si estoy dispuesto a formar parte de tu vida creyendo cualquier cosa sobre ti. ¿Comprendes?


–Creo que sí.


Pedro deslizó una mano por la nuca de Paula y le acarició la oreja. Ella cerró los ojos un instante, como si disfrutara de su caricia, pero enseguida los abrió y él supo qué debía decir.


–No pienso ni por un segundo que incendiaras tu casa. Esa no eres tú. No es la mujer que me ayudó a recuperarme. No es la mamá que cuida de Emma. Quiero que sepas que creo en ti.


–¡Oh, Pedro!


Pedro sabía que besarla sería un error, sobre todo por el doloroso pasado de ambos. Pero sentía impulsos que creía muertos, impulsos fuertes que no podían ignorarse. La expresión de los ojos de Paula le indicaba que ella sentía lo mismo. La química, el deseo sexual.


En cuanto sus labios se tocaron, se produjo un estallido de fuegos artificiales. Y el motivo no era otro que el que Paula le estaba devolviendo el beso.


Pedro deslizó la lengua sobre la de ella. El sabor a vino resultaba embriagador, pero aún lo era más el sabor que subyacía, un sabor dulce, a mujer. La alarma que sonó en su mente le aconsejó evitarlo, no implicarse en una relación, le recordó que bajo la pasión se escondía el peligro.


Pero Paula olía a fresas y a flores y él le acarició la espalda. 


Solo podía pensar en desnudarla.


De repente, ella interrumpió el beso y lo apartó de su lado de un empujón en el pecho.


–Emma está ahí al lado –murmuró–, y yo… yo no puedo hacer esto.


¿Exactamente qué era «esto»? ¿Besarse hasta arrancarse la ropa? ¿Practicar sexo sobre el sofá mientras la niña dormía al lado? ¿Iniciar una relación que podría lastimar a ambos?


Como un mantra recitado en un interminable bucle, Pedro se recordó: «Es una mamá. No se acuesta por diversión. Se merece a alguien que se comprometa».


Y relacionarse con Paula implicaba relacionarse con Emma. 


Él no se sentía hecho para ser padre. Jamás trataría a un niño con la indiferencia con la que Hector lo había tratado a él, pero ¿qué sabía de cuidar a un hijo? ¿Qué sabía él sobre cómo hacer que una relación fuera duradera?


–No estoy achispada –le aseguró ella–, pero me emocioné cuando dijiste que creías en mí.


–No lo dije con este propósito –Pedro suponía que se trataba de una excusa tan buena como cualquier otra, pero no le gustó el hecho de que Paula se inventara una excusa.


–Lo sé –susurró ella apartándose de su lado. ¿No se fiaba de ella misma? ¿No se fiaba de él?


–Te dejo el vino –él se puso en pie–. Puede que al final te guste.


Pedro, entiendes por qué te he detenido, ¿verdad? 


–Entiendo que el sexo puede ser distinto para un hombre que para una mujer –lo entendía, y no lo entendía–, sobre todo cuando hay niños por medio. Pero también creo que deberías admitir tus necesidades y no negarlas.


–Nunca es solo sexo. Para mí no, Pedro. ¿Para ti sí lo es?


–A veces sí.


Le había ofrecido la verdad y ella lo miró defraudada. En eso se diferenciaban y, en esos momentos, la diferencia lo empujaba hacia la puerta.


–Gracias por pasarte esta noche, Pedro, y por decirme que crees en mí. Significa mucho.


Pedro le dedicó una pequeña sonrisa, asintió y se marchó. 


Quizás evitar era una virtud.



****



–¿Estás segura? –preguntó Marisa en su oficina.


Era tarde, Paula había visto el coche de su amiga y decidido que podría hacerle un favor.


–¿Segura de qué? –preguntó Pedro desde el pasillo.


–Tengo hambre, mami –Emma tiró de la mano de su madre.


–Lo sé, cielo, serán solo dos minutos.


–Mira lo que he encontrado –Pedro se acercó a la niña y sacó una moneda de su oreja.


Los ojos de Emma se iluminaron como si hubiese hecho el truco de mágica más grandioso.


–Lo puedes guardar en la hucha. ¿Tienes una hucha?


–Sí, un perrito. La señorita Marisa me lo regaló.


–Bastará. Si tu madre tarda un poco más, puede que encuentre otra moneda –Jase miró de nuevo Paula–. ¿De qué estabais hablando? ¿O no es asunto mío?


–Quiere ayudarme –le explicó Marisa–. Pero no está obligada a hacerlo.


–Simplemente me he ofrecido a recoger a Julian, nada más –aclaró Paula–. Estaré en la ciudad y tengo que ir a recoger a Emma. No me cuesta nada traerle a Julian.


–A mí me parece una buena idea –asintió él, aunque Marisa seguía con el ceño fruncido.


–Si accedo, tendrás que dejarme hacer de canguro con Emma si alguna vez lo necesitas. Y si quiero trabajar hasta tarde, puedo llamarte y pedirte que dejes a Julian en el centro de día.


–Perfecto –cualquier cosa con tal de no sentirse más en deuda.


–Hablando de canguros, las dos vais a necesitar una el sábado por la noche –Pedro sonrió.


–La Soirée Raintree –Marisa hizo chasquear los dedos.


–Eso es. Todos los empleados estáis invitados. Pero también me gustaría que fueras tú, Paula.


¿La había invitado Pedro porque vivía en los viñedos, o se trataba de una especie de cita?


–Es un evento muy elegante –le explicó Marisa.


–No tengo nada que ponerme –el comentario de su amiga le produjo gran ansiedad.


–Eso tiene fácil solución –contestó la otra mujer–. Luego hablamos.


Paula no estaba segura de qué tendría Marisa en mente, pero sabía que podía confiar en ella.


–Arreglado entonces –Pedro pasó la mano por la otra oreja de Emma–. ¡Mira!


–¡Mira, mami! –Emma mostró una moneda en cada mano.


Pero Paula ya estaba nerviosa por el evento del sábado.


 Ojalá entre los trucos de Pedro hubiera uno que le indicara qué hacer con ese hombre.