viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 37

 


Entraron en un enorme salón con las paredes cubiertas de madera y una gran chimenea de piedra. Los muebles parecían prácticos y, al mismo tiempo, eran elegantes y con estilo. Y todo estaba impecable y limpio. En el extremo opuesto al que estaban había unas puertas dobles que debían de dar a la cocina, porque Elisa se dirigió hacia ellas.


–La casa es increíble –comentó Paula mientras subían las escaleras–. Tu jefe debe de tener mucho dinero.


–Supongo que le va bien –respondió él, haciéndole entrar en una habitación–. Aquí es.


Era una habitación grande, decorada con muebles rústicos, tal vez eran antiguos. La cama no era excesivamente grande, pero eso no era problema, porque solían dormir abrazados. En la mesita de noche había un jarrón con flores, probablemente de los lechos que había plantados delante de la casa.


Pedro dejó el equipaje en la cama.


–Esta habitación no tiene baño, así que tendremos que utilizar el del pasillo.


–No pasa nada.


Pedro se acercó a ella y la abrazó.


–Hemos salido tan deprisa que no hemos tenido tiempo de estar a solas ni un minuto hoy.


–Es verdad.


Se inclinó y la besó en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Qué te parece si dejamos el paseo para mañana y nos metemos en la cama temprano?


Ella lo abrazó por el cuello.


–La verdad es que tengo mucho sueño.


–Pues lo siento, pero no tenía pensado dejarte dormir.


Eso era precisamente lo que había esperado Paula. Y estaba preparada para ello. Como sabía que a Pedro le gustaba la lencería sexy había aprovechado la hora de la comida para ir a comprarse un conjunto de encaje color azul eléctrico de Victoria’s Secret. Y se lo había puesto al pasar por casa después del trabajo.


Pedro la besó en la garganta, en la mandíbula, y acababa de llegar a sus labios cuando llamaron suavemente a la puerta.


Paula levantó la vista y vio a un hombre en la puerta, que estaba abierta.


Era grande, como Pedro, e iba vestido de vaquero.


–Hola, je… Pedro.


Este la soltó y dijo:

–Paula, este es Claudio Andersen, uno de los hombres. Claudio, Paula Chaves.


–Encantado –respondió el hombre, tocándose el sombrero a modo de saludo–. Siento interrumpir, pero estaba preparando los documentos de mañana y he pensado que deberías echarles un vistazo antes de que los imprima. Ya sabes cómo se me da lo de los ordenadores. Y las yeguas están listas, si quieres verlas también.


–Ahora voy.


Claudio asintió.


–Encantado de conocerla, señora –le dijo a Paula antes de desaparecer por el pasillo.


–Supongo que lo nuestro va a tener que esperar –comentó Pedro.


–No te preocupes, lo primero es el trabajo.


Paula pensó que Pedro debía de sentirse orgulloso de poder leer los documentos de la venta. Y ella se sentía orgullosa de él por haberlo conseguido.


–No tardaré.


–No tengas prisa, me entretendré deshaciendo la maleta.


Pedro le dio un beso y fue hacia la puerta, la cerró al salir y Paula oyó el ruido de sus botas al bajar las escaleras.


Se giró hacia la cama y abrió la maleta. No había cajoneras en la habitación, pero sí un enorme armario de pino, que abrió. Solo había perchas vacías y un par de mantas. Sacó la ropa y la guardó. Pensó en vaciar el petate de Pedro, pero le dio miedo que a este no le gustase la idea. Podía tener algo privado dentro.


Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza. Y Elisa preguntó:

–¿Se puede?


–¡Adelante!


La puerta se abrió y Elisa entró con una botella de agua en una mano y una copa de vino en la otra.


–He traído también el vino, por si cambiaba de opinión.


–¿Seguro que no pasa nada?


–¿No es menor de edad, no?


Paula se echó a reír.


–No. Es solo que ya ha sido todo un detalle por parte de su jefe permitir que nos quedemos en la casa. No quiero abusar de su generosidad.


–Le aseguro que no le importará. Le gusta tener invitados en casa.


–¿Trajo Pedro a Alicia alguna vez? –preguntó Pala, y al ver el ceño fruncido de Elisa se dio cuenta de que no era asunto suyo. Se ruborizó–. Lo siento. Ni siquiera sé por qué lo he preguntado.


–No pasa nada, pero me sorprende que se lo haya contado. No suele hablar de ese tema.


–Me ha contado que la sorprendió con el capataz.


–Esa mujer le rompió el corazón y, durante un tiempo, pensé que no se iba a recuperar jamás. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento. Y estoy segura de que tiene mucho que ver con usted.


Pedro me importa mucho.


–Ya lo veo, pero quiero que sepa que, aunque no lo parezca, Pedro sigue siendo muy vulnerable. Y no quiero que vuelva a sufrir.


Era evidente que a Elisa también le importaba, pero no se daba cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener una relación seria con ella. Con un poco de suerte, ninguno de los dos haría daño al otro.




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