lunes, 15 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 20




Pasaron un par de días casi sin que se diese cuenta. El collar iba progresando bien, incluso sin la alentadora presencia de Pedro. Era como si estuviese desahogándose con su trabajo. Sin consultarle, cambió el modelo que le había enseñado para que le diese el visto bueno, o, mejor dicho, el visto bueno del cliente, y trabajó quince horas al día. También tenía los preparativos de la boda de Ramiro y Jesica controlados. Pedro se mantenía alejado de ella y la casa estaba envuelta en un ambiente de paz y educación.


Aunque por las noches, la historia era diferente. Paula era su peor enemiga, ya que no podía dejar de recordar cómo habían hecho el amor. 


Pedro era como una droga. Para evitar ir a su habitación, Paula había empezado a justificar sus acciones. Al fin y al cabo, le estaban pagando una gran cantidad de dinero y le estaban dando la oportunidad de diseñar un collar con la piedra más bonita y valiosa que había visto nunca. ¿Qué más daba quién fuese el cliente?


Y, además, Pedro no la había engañado para llevársela a la cama. Casi había sido ella quien le había tendido una emboscada mientras él estaba sentado en su despacho, comprando un cuadro. Así que no podía echarle la culpa de eso.


¿De verdad había esperado que saliese algo más de aquella situación? Pedro estaba fuera de su alcance.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 19






Esteban llamó mientras estaba desayunando para preguntar si era posible que Paula se pasase por la tienda un par de horas, ya que tenía que acompañar a su novia a hacerse una ecografía. Pedro la acompañó a la ciudad. Ella estaba callada, pero no insolente, y él había estado dándole vueltas a algunas ideas de marketing que quiso compartir con ella.


—¿Qué es lo que estás haciendo? —le preguntó después de que una clienta saliese con un par de pendientes de perlas que le habían costado muy baratos.


—Ganarme la vida —contestó ella.


Pedro paseó por la pequeña habitación.


—¿Es el éxito o el fracaso lo que te da miedo?


—No me importaría llamar un poco la atención —dijo Paula.


—¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué a Port?


Ella se rascó el cuello y se encogió de hombros.


—Porque fue donde paré.


Tomó un paño y un frasco de limpia cristales y salió de detrás del mostrador. Iba vestida con unas mallas por debajo de la rodilla, sandalias de tacón alto, una túnica color marrón claro con mangas voluminosas y una enorme rosa de seda de color naranja prendida de la solapa.


Pedro no sabía por qué siempre se fijaba en su atuendo.


—¿De qué estabas huyendo? —insistió.


Paula fue hasta la vitrina que había en la otra punta de la tienda y le dio la espalda.


—Estaba prometida.


Él recordó haber visto algo en un programa de televisión y haberse preguntado si sería verdad.


—Estaba prometida a alguien que estaba convencido de que era la hija de Horacio y, por lo tanto, su heredera.


—Ya me acuerdo —murmuró él, y la vio sonrojarse.


—Recuerdas el escándalo —comentó Paula sin mirarlo.


Pedro se dio cuenta de que no estaba dolida, sino más bien, avergonzada.


—Los medios de comunicación hicieron su agosto —siguió ella—. Algunos titulares fueron muy divertidos. Hasta me habrían hecho gracia si… —fue hacia otra vitrina—. ¿Sabes que me pidió que le devolviese el anillo de compromiso? No paró hasta que Horacio le dijo a Ramiro que fuese a verlo.


Pedro suspiró.


—Tuviste suerte al librarte de el.


Paula puso los ojos en blanco y dejó de sonreír.


—Me cansé de aquello. Siempre soy la hija ilegítima, una cazafortunas maquinadora o la pobre idiota a cuyo novio pillaron con los pantalones bajados.


Después guardó silencio y siguió limpiando los cristales de manera vigorosa.


—¿Por qué aquí?


Ella se encogió de hombros.


—Me gusta la playa y el clima. Y está lo suficientemente lejos de Sidney como para que mucha gente no sepa que tengo algo que ver con los Blackstone —lo miró un momento y sonrió—. Y también porque aquí hay mucha gente de paso. No importa quién seas o lo que seas.


Pedro pensó que, a pesar de haber visto su fotografía en muchas ocasiones, no se había dado cuenta de lo guapa que era hasta que la había tenido delante. En esos momentos, era consciente de que contenía la respiración cuando la oía bajar por las escaleras por la mañana, preguntándose con qué mezcla de tejidos y colores lo sorprendería.


Le tendió la mano.


—Ven aquí.


La llevó fuera y señaló el letrero borroso que colgaba encima de la puerta.


—¿Qué pone ahí?


—Paula Chaves. Joyería selecta de Port Douglas.


—Joyería selecta —repitió él—. Ambos sabemos lo mucho que cuesta poder poner esas dos palabras después de tu nombre. ¿Es esta tienda lo que imaginabas cuando empezaste?


—La verdad es que no.


—¿Qué querías?


—Supongo que lo mismo que todo el mundo cuando empieza: quería ser la mejor.


—¿No querías que acudiesen a ti personas importantes, famosas, la realeza, coleccionistas privados? —le preguntó.


—Supongo que sí…


—¿Te habría prestado dinero Horacio Blackstone si hubiese sabido que sólo ibas a llegar a esto?


—¡Eh! —exclamó ella con ojos brillantes.


Pedro se preguntó si no seguiría enfadada después de su conversación de la mañana.


—Esto no es suficiente. Ni la tienda, ni el lugar en el que está.


Volvió a conducirla al interior.


—Tienes los contactos, Paula. Si los Blackstone no te ayudan, invierte en una empresa de marketing. Tal vez mi gente pueda señalarte la dirección a seguir.


Paula frunció el ceño. No estaba convencida.


—Escucha, tengo tantos encargos de la campaña de febrero, que casi no doy abasto.


Pedro empezó a ir y venir por la tienda.


—Tienes que marcharte de aquí. Ir a Sidney… —la vio negar con la cabeza—. Pues a Melbourne. ¿Por qué limitarte tanto? Eres buena, Paula, eres sensacional. ¿Por qué no vas a Nueva York, o a Europa?


—En realidad, estaba pensando en mudarme un par de puertas más abajo.


Él dejó de andar y la miró.


—Hay un local libre dos puertas más abajo, casi en la esquina de los grandes almacenes. Tiene el doble de espacio y es muy moderno.


—¿Quieres ser la mejor? ¿La mejor de Port Douglas?


—Sí, ya sé que esto es un pueblucho —dijo ella con las mejillas encendidas.


—Eh, es tu carrera. Pero nadie te conocerá si no sales de tu cueva.


Ella avanzó, con la cabeza hacia atrás, los puños cerrados y los ojos brillando de ira. Y Pedro se dio cuenta de que sí, seguía dolida por lo que habían hablado por la mañana.


—No puedo ser tan mala —le dijo—, ya que casi me rogaste que trabajase para ti.


—No fue idea mía —le confesó Pedro—. De hecho, yo intenté convencer al cliente de que no te dejase acercarte a ese diamante.


Aquello fue como una patada en el estómago.


Por la mañana, Pedro había escogido sus palabras con cuidado para ponerla en su sitio. 


Paula no tenía derecho a hacerle preguntas, ni debía esperar nada de él.


Pero aquello había sido un duro golpe que había llegado sin previo aviso. Al ver la expresión de su rostro, Paula se dio cuenta de que Pedro no había querido decírselo.


Así que Pedro Alfonso no estaba allí porque ella fuese la mejor diseñadora del lugar. Se sintió abatida y palideció.


¿Qué esperaba? ¿A quién quería engañar? 


Pedro tenía razón: esa tienda no era lo que siempre había imaginado. Era patética. Horacio le había prestado el dinero, pero siempre había insistido en que tenía que volver a Sidney y pensar seriamente en su carrera.


Pedro tomó aire y abrió la boca para hablar, pero ella tenía que hacerlo primero, antes de derrumbarse.


—¿Quién es tu cliente? —le preguntó.


—Paula, lo que importa es que ahora confío por completo en ti.


—¿Y no puedo saber quién me ha contratado?


Él negó con la cabeza.


—Lo siento.


Al menos, podía preguntar sobre la mujer para la que estaba haciendo el collar.


—¿El diamante no es para tu novia?


Pedro apartó la mirada.


—Tú lo diste por hecho, y yo preferí no corregirte.


Ella había estado sintiéndose culpable, pensando en aquella novia. Había pensado que ella era sólo una diversión mientras Pedro estaba allí, solo, aburrido y caliente.


Su madre siempre le había dicho que no pasaba nada por cometer errores, siempre y cuando se aprendiese de ellos. Pero era evidente que la traición de Nico no le había servido para aprender a juzgar a los hombres. De todos modos, sólo conocía a Pedro desde hacía poco más de una semana. No solía acostarse con nadie tan pronto.


Y no sabía si iba a ser capaz de mantenerse alejada de su cama.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 18





Pedro, ¿has oído un rumor acerca de una OPA contra Blackstone Diamonds?


Él abrió los ojos de par en par. Aquella pregunta no le cuadraba.


Pedro estaba tumbado en la cama, pensando que los esporádicos encuentros sexuales que había tenido en su vida no habían solidó incluir sexo por las mañanas, en especial, con la misma mujer que por la noche. Siempre tenía que marcharse corriendo porque tenía una reunión, o un vuelo que tomar.


Tuvo que salir de su ensoñación para responder a Paula.


—¿Hace un minuto estabas gritando de placer y ahora quieres que hablemos de negocios?


Paula estaba tumbada con la cabeza en su pecho. Él miró el reloj; eran las siete y media, hora de levantarse.


—Sí, he oído algo —contestó finalmente—. ¿Quieres un café o vas a quedarte en la cama?


Ella insistió.


—¿Crees que Mateo está involucrado?


¿Habría oído algo la noche anterior?


A él no le había sorprendido que Mateo le pidiese que vendiese sus acciones; sabía que estaba buscando apoyos entre los accionistas de Blackstone Diamonds y que los estaba consiguiendo.


Pero él no estaba dispuesto a ayudarlo, al menos, por el momento.


—¿A qué se debe este interrogatorio antes del desayuno?


Ella no levantó la cabeza de su pecho, y eso lo preocupó.


—Os oí anoche, en el restaurante —le dijo en voz baja—. Hablando de vender tus acciones.


Pedro frunció el ceño. Y retiró todos aquellos bonitos pensamientos acerca de levantarse siempre al lado de la misma mujer. No supo si reír o sentirse ofendido. ¿Quién se creía que era?


—¿Estuviste escuchándonos a escondidas, Paula? Si es así, supongo que sabes que rechacé su propuesta.


Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. 


Estaba muy seria.


Pedro ya no tuvo ganas de reír.


—Una OPA —le dijo mientras enredaba un dedo en uno de sus rizos—, es algo muy complicado. Necesita el apoyo de la junta directiva y un determinado número de acciones. Yo tengo muy pocas, Paula.


Eso era verdad, pero también sabía que Mateo estaba dispuesto a todo.


—¿Pero si Rafael Vanee te pidiese que las vendas…?


Pedro se quedó inmóvil. Lo había oído todo. Y lo que le estaba haciendo estaba fuera de lugar. Él no estaba acostumbrado a tener que justificarse delante de nadie, y mucho menos delante de una mujer a la que conocía desde hacía poco más de una semana, por increíble que fuese el sexo con ella.


—Sí. Si me diese un buen motivo, vendería —asintió en tono más frío.


Vio decepción en sus ojos y se dio cuenta de que eso le molestaba. En los negocios no había espacio para las emociones.


Pedro, lo que hace daño a los Blackstone, también me hace daño a mí, lo entiendes, ¿verdad?


Era el momento de que ambos recordasen que aquello no era más que una aventura.


—Que estemos acostándonos juntos, Paula, no significa que tengas derecho a preguntarme sobre mis negocios.


Ella se estremeció. Y Pedro se dio cuenta porque lo sintió en el pecho y en el estómago, que estaban debajo de ella, entre las piernas, donde ella tenía su muslo, y en el hombro, donde había apoyado uno de sus brazos.


Pero le mantuvo la mirada. No permitiría que rebasase las fronteras. Después de un momento, la empujó con suavidad para indicarle que quería levantarse. Ella se fue hacia su lado de la cama. Aunque… ¿desde cuándo tenía su propio lado en su cama?


Pedro se miró en el espejo del cuarto de baño y se preguntó qué había pasado, qué había cambiado. Hacía unos minutos había estado saboreando las delicias de un cuerpo muy sexy, y en ese instante se sentía culpable, estaba pensando en los sentimientos de otra persona. 


¿Hasta dónde se estaba implicando?


En algún momento de su relación, Paula había despertado en él el instinto de protección que, durante tanto tiempo, había estado enterrado.


Sus padres, su casa de la niñez, siempre habían sido un refugio para personas perdidas, necesitadas de cariño. ¿Era eso lo que veía Paula en él? ¿Estaría buscando un puerto en el que refugiarse?


Se suponía que lo suyo no era más que una aventura. Desearla cada minuto del día durante el tiempo que habían estado juntos era aceptable. Pensar en levantarse a su lado todas las mañanas debía de estar en el límite y era un tema del que tendría que ocuparse… pronto. 


Hacía años que no tenía una relación de verdad y había sido feliz así.


No entendía por qué estaba justificándose.