martes, 20 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 14




Paula disfrutó de la reacción de Pedro cuando le acarició el tobillo con los dedos de los pies envueltos en medias de seda.


Le gustó verlo a la defensiva en un juego que había empezado él.


Aquello la hacía sentirse sensual y poderosa, como si fuera la mujer que él creía que era.


Fingiendo que no ocurría nada, cambió el pie de posición. 


Cruzó la pierna y la deslizó hacia la parte de arriba de la pernera del pantalón de Pedro.


—¿Habéis decidido el nombre del bebé? —preguntó Paula a Lucia y a Marcos, ignorando el gemido sofocado que llegaba desde donde estaba Pedro.


Charlaron unos minutos mientras Lucia hacía una lista de nombres. Luego discutió con Marcos sobre el nombre de Emilia o Emma y Hugo o Ian.


Pedro dejó caer el tenedor en el plato varias veces mientras Paula le hacía cosquillas en la pierna. Luego terminó la tarta helada.


—Ha sido estupendo —dijo Pedro—. Gracias por venir, muchachos. Ojalá podamos repetirlo pronto.


—¿Cómo? —preguntó Marcos, claramente confuso—. ¿Primero nos ruegas que vengamos a cenar y luego nos pides que nos vayamos?


—Sí, lo siento. No quiero ser maleducado, pero… —miró a sus amigos como queriendo hacerles una señal de que se fueran.


Paula no sabía qué hacer, si disculparse por el comportamiento de Pedro.


Finalmente, una sonrisa como de haber comprendido el mensaje apareció en el rostro de Lucia.


—Venga, Marcos, es hora de irnos.


—¿Qué?


—Venga, vámonos. Creo que lo que Pedro intenta decirnos de una manera tan poco caballerosa, es que Paula y él quieren estar solos.


Marcos miró a Pedro y luego tiró la servilleta encima de la mesa, disgustado.


—Oh… Sinceramente…


—Lo siento —gritó Pedro mientras se marchaban—. Os compensaré por esto, te lo prometo.


Paula oyó a Marcos decir algo ininteligible, mientras se cerraba la puerta.


Paula intentó recuperar la voz.


—No has sido muy amable. No hacía falta que los echases de ese modo. Al menos, podrías haberlos acompañado hasta la puerta.


—Sí, hacía falta que los echase —luego movió la silla de Paula y la puso a su lado—. Y no, no podía acompañarlos —le agarró la mano y la colocó encima de su erección. —¿Te imaginas la reacción que podría haber provocado si me hubiera levantado y me hubieran visto así? Esto parece una tienda de campaña.


—¿He hecho mal en jugar contigo como tú lo has hecho conmigo?


—Oh, no es eso. Pero tal vez no debiste hacerlo antes del postre.


—Tú has empezado —dijo Paula con la respiración algo agitada.


—Y pienso terminar. Ven aquí.


Antes de que pudiera reaccionar, Pedro la puso en su regazo, de cara a él. Ella sintió la presión de su sexo a un lado de su muslo mientras Pedro rodeaba su cintura y la estrechaba hasta que sus bocas se encontraron.


Sus labios devoraron los de ella, jugando, lamiendo. Ella se excitó más al sentir las caricias de Pedro en su espalda.


Ella sabía que no tenía ninguna experiencia en hacer el amor. Pero no podía evitar pensar que aunque se hubiera acostado con cien hombres, jamás habría sentido lo que sentía con aquel hombre.


Paula hundió los dedos en el cabello de Pedro sin dejar de besarlo. Pedro le acarició el escote y luego los senos. El calor de sus dedos la quemaba a través de la tela del vestido. El pulgar de Pedro acarició sus pechos, volviéndola loca, y ella gimió al notar el deseo que palpitaba entre sus piernas.


Por detrás de ellos le pareció oír un ruido, pero las sensaciones que sentía borraron todo lo demás. El club podría haber estado lleno de gente, que a ella le hubiera dado igual.


Pero a Pedro, al parecer, no le daba igual.


Con un gruñido de frustración, Pedro la soltó y le pasó la mano por el pelo, mientras miraba sus labios rojos. Le acarició el labio inferior con el pulgar.


—Tenemos público —dijo él en voz baja.


Paula se dio la vuelta y vio a un empleado del catering de pie, a unos metros de allí, claramente incómodo.


Ella pensó que debía sentirse avergonzada por ser sorprendida en una situación tan descarada. Al menos, tendría que haberse quitado del regazo de Pedro.


Pero no podía moverse. Un calor intenso corría por sus venas, y las derretía.


—Para lo que quiero hacer, deberíamos estar solos… Vayámonos de aquí —dijo Pedro.


Pedro echó la silla hacia atrás y se puso de pie, incorporándola a ella también. Paula tenía puesto un solo zapato de tacón de satén rojo. Le temblaban las piernas de debilidad.


Al ver que iba a perder el equilibrio, él la sujetó por la cintura, recogió el zapato que había perdido y se lo puso. Luego agarró su pequeño bolso a juego con su calzado y la alzó en brazos para llevarla a la puerta de atrás del bar.


—Nos vamos —le dijo al camarero cuando pasó por su lado—. Quédense el tiempo que necesiten para limpiar y recoger todo, y asegúrense de que la puerta queda cerrada cuando se marchen.


El hombre asintió, con cara de shock.


Pedro la llevó hasta su coche. Lo abrió con el mando a distancia. Y luego metió a Paula dentro. Él rodeó el coche y se sentó al volante.


—¿A tu casa o a la mía?


Ella se quedó pensando. Por un momento pensó en llevarlo a su apartamento para que descubriese todas las pistas de la persona que era. Pero… ¿y si no le gustaba?


Ella sabía que no podía haber ninguna relación seria entre ellos. De hecho, sospechaba que aquélla sería su última noche juntos… Pero le parecía que estaba enamorada de Pedro.


Y también sabía que una relación no se podía basar en mentiras. Ella sabía quién era ella verdaderamente y quién era Pedro. Pero él no la conocía. Ella sabía lo que quería y lo que quería Pedro. Y sabía que eran deseos opuestos.


—A la tuya —respondió Paula, tratando de apartar el pánico que amenazaba con arruinar una noche maravillosa.


Pasaría una sola noche más con Pedro, en sus brazos, haciendo el amor hasta que ninguno de los dos aguantase más.


El riesgo de aquello era que lo amase para siempre, y que jamás encontrase a otro hombre que lo igualase. Pero valía la pena.


Disfrutaría de lo que él quisiera darle, y lo guardaría en su recuerdo.


Luego se moriría sola. Pero con una sonrisa en los labios por haber conocido a un hombre maravilloso llamado Pedro Alfonso.


CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 13




Paula estaba tomando un sorbo de vino y casi se atraganta.


—He estado con ganas de conocer detalles desde que Marcos me dijo que Pedro nos había invitado a cenar para que conociéramos a su nueva amiga —Lucia se puso un mechón de pelo detrás de la oreja.


Cuando Paula pudo respirar otra vez, tosió delicadamente detrás de la servilleta y dijo:
—No hay nada que contar. No soy la nueva amiga de PedroY la relación entre Pedro y yo no es ardiente.


Hasta que se había acostado con Pedro, no había sabido siquiera el significado de aquella frase. Ahora sabía lo que quería decir. Pero la realidad era que su relación no era ardiente.


Lucia puso los ojos en blanco, y se pasó las manos por el vientre distraídamente.


—Oh, venga. Que yo sepa, Pedro nunca ha hecho algo como esto. De hecho, creo que nunca se molestó en presentarnos a ninguna mujer con la que haya salido, ni siquiera Marcos, que es su mejor amigo, ha conocido a alguna de ellas. Y te aseguro que empleo la palabra «mujer» en una interpretación muy libre, por lo que yo he podido saber de alguna de ellas.


Paula se encogió, pensando que ella podría ser una de esas mujeres de las que estaba hablando Lucia. Después de todo, Pedro la había llevado a su casa y le había hecho el amor la primera vez que se habían visto… Que era lo que ella había pretendido aquella vez. Entonces, en cierto modo, su estilo de vida de playboy la había beneficiado.


Si hubiera tenido una relación seria con Pedro, le habría preocupado la cantidad de mujeres con las que se había acostado, y si era o no fiel. Pero, lamentablemente, se daba cuenta de que un hombre como Pedro jamás podría estar interesado seriamente en una mujer como ella.


No comprendía muy bien por qué había seguido su rastro, ni por qué la había invitado a comer. Pero no quería engañarse pensando que él estaba intentando construir una relación con ella.


Probablemente estuviera tratando de impresionar a sus amigos con su habilidad para organizar una cena. O quizás la hubiera invitado para que sus amigos no le reprochasen el que no tuviera una relación estable.


Cuanto más lo pensaba, más sospechaba esto último. Si su familia y sus amigos empezaban a insistirle en que ya era hora de que sentara la cabeza, era lógico que quisiera demostrarles que había una mujer en su vida.


De pronto pensó que tal vez había metido la pata diciéndole a Lucia que Pedro y ella no tenían ninguna relación «ardiente». Pensó en cómo podría arreglarlo. A ella no le importaba representar un papel para Pedro. En realidad, estaba fingiendo ser una persona que no era. Entonces, ¿por qué no ampliar la representación y fingir ser un poco más mundana y estar algo más involucrada en la relación con Pedro?


—¿Qué…? Mmmm —Paula carraspeó. Jugó con el pie de la copa sin mirar a Lucia—. ¿Qué os ha contado Pedro acerca de nuestra relación?


—Casi nada. Marcos vino del gimnasio un día diciendo que Pedro quería que viniéramos a cenar al club, y que iba a traer a una mujer que quería presentarnos. Bueno, yo no iba a dejar pasar una oportunidad como ésa. La única mujer relacionada con Pedro que conocí fue una rubia de pechos grandes que abrió la puerta de su piso con un conjunto de sujetador y tanga —Lucia puso los ojos en blanco, horrorizada—. Créeme, jamás volveré a cometer el error de pasar por su casa sin avisarle primero.


Lucia levantó la copa, pero sonrió con complicidad antes de beber.


—Sufrí un ataque de histeria durante la siguiente semana. Nosotras, las mujeres decentes, no deberíamos vernos asaltadas por vampiresas como ésas. Realmente hiere la sensibilidad.


Paula se rio. Y luego no pudo evitar decir:
—Todavía no me conoces. ¿Qué te hace pensar que no soy una de las típicas mujeres de cabeza hueca de Pedro?


—Para empezar, eres morena, lo que quiere decir que no te has molestado en echarte un montón de decolorante durante años. Y luego que, aunque tu vestido es sexy, y bastante atrevido… Por cierto, me encanta, así que vas a tener que dar me la dirección de la tienda donde lo has comprado, no es exageradamente escotado como para que se te vea el pecho, ni tan corto que andes mostrando el trasero. Pero, al margen de tu aspecto, el solo hecho de que Pedro haya organizado todo esto…


Lucia hizo un gesto señalando la mesa, las velas encendidas, y luego continuó hablando:
—Y nos haya pedido que vengamos a cenar para conocerte, es suficiente para convencerme de que eres especial. Nunca lo ha hecho antes, porque generalmente no quiere que conozcamos al tipo de mujeres que frecuenta. Y por último, si fueras una de las típicas vampiresas de Pedro, no estarías sentada aquí, manteniendo una conversación inteligente conmigo. Estarías con Pedro, colgada de su brazo, restregándote contra él como una gata en celo. Eso es lo que hacen, quizás para conseguir llevárselo a la cama más rápidamente, o para que él les haga regalos caros, porque saben que tiene dinero.


Paula no sabía qué decir, así que se mordió el labio inferior y se quedó callada.


—¿Te ha regalado algo, una pulsera, un collar?


Paula estuvo a punto de decirle que ella no estaba utilizando a Pedro por su dinero ni por nada, pero si se suponía que Pedro estaba interesado en ella, era posible que le hubiera hecho un regalo.


Pero no pudo mentir.


—No creo que hayamos llegado a ese punto todavía —contestó sinceramente—. Fuimos a almorzar juntos una vez. Y él quiso pagar la cuenta, pero no nos hemos estado viendo muy a menudo como para hacernos regalos.


Lucia pareció reflexionar acerca de su respuesta un momento.


—No sé muy bien qué significa eso, si te soy sincera —dijo Lucia, y bebió agua—. ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Te ha hablado de Susana?


—¿Su exesposa? —Paula asintió—. Oh, sí, me ha contado algo.


—Interesante —dijo Lucia—. ¿Qué te ha contado?


—Sólo que estuvieron casados casi cinco años, y que ella lo dejó cuando él decidió abrir el Hot Spot sin la ayuda económica de sus padres.


Paula no veía la importancia que podía tener aquella información. Pero Lucia, al parecer, sí la veía. Porque abrió mucho los ojos y sonrió.


—¿Y qué le dijiste?


Paula intentó recordar la conversación que habían mantenido en la Taberna de Martin.


—Le dije que debía estar contento de haberse deshecho de su exmujer, si lo único que le interesaba era su dinero.


—¿A ti te interesa su dinero? —preguntó Lucia.


Paula se sintió incómoda. ¿Por qué todo el mundo pensaba que ella quería encontrar un hombre con una sólida cuenta bancaria? ¿Tenía aspecto de necesitada? ¿Tenía aspecto de no poder mantenerse sola?


Era cierto que el sueldo de una bibliotecaria no era muy alto, pero ella se arreglaba bien.


Paula respiró profundamente y contó hasta diez antes de contestar a Lucia, por temor a decirle algo a la amiga de Pedro que éste no quisiera.


—No, no me interesa. No necesito un hombre… Ni a nadie, que me mantenga. El dinero, al parecer, causa más problemas de los que resuelve. Creo que Pedro puede atestiguarlo —dijo.


Lucia la miró durante varios minutos.


Luego relajó el gesto y sonrió.


—No quiero que te hagas ilusiones por lo que te diga, por si Pedro tiene una reacción típicamente masculina y se enfría… —murmuró Lucia como conspirando con Paula—. Pero es posible que tú seas la chica, Paula.


¿Qué quería decir con eso?, pensó Paula.


Pero antes de que pudiera averiguarlo, se abrió una puerta al fondo del club, y se oyeron los pasos de Marcos y de Pedro aproximándose a ellas.


Estaban riéndose relajadamente cuando aparecieron en escena.


—Aquí los tienes —bromeó Lucia—. Creíamos que habíais ido a algún restaurante de comida rápida y nos habíais dejado aquí muertas de hambre.


—¿Crees que yo haría eso? —preguntó Marcos, acercándose a Lucia y dándole un beso en los labios.


—Eres capaz, sobre todo si te enteras de que sirven remolachas —respondió Lucia.


Marcos se estremeció y se sentó al lado de su esposa.


—Tengo noticias para ti, cariño. A pesar de que ya no puedo ni ver las remolachas, le he dicho a Pedro cuál es tu último antojo, así que tendrás remolachas esta noche…


Pedro rodeó la mesa y se sentó al lado de Paula.


—Marcos y yo acabamos de comprobar el pedido. Hay remolachas para un regimiento.


—Bien, me alegro. Porque tengo un hambre terrible.


—Cosas del embarazo… —comentó Pedro al oído de Paula.


Al sentir la mano de Pedro en su brazo, un calor se extendió por su cuerpo. Paula se movió en la silla, con la esperanza de no tener siempre aquella reacción con Pedro.


—La cena estará en unos minutos —dijo Pedro, sirviendo dos copas de vino para Marcos y para él.


—Oh, me alegro —dijo Lucia, apoyando los codos en la mesa y la cara encima de sus manos entrelazadas—. Paula me estaba contando cosas sobre vosotros, la ardiente relación que tenéis…


Paula se quedó con la boca abierta. Dejó escapar una exhalación involuntaria. Luego miró a Pedro. Esperaba verlo achicar los ojos, fruncir el ceño. Pero en cambio, Pedro se rio.


—¿De verdad? Espero que no te haya contado lo que hicimos con la cama elástica y la crema de chocolate. Es un poco subido de tono, y me parece que es mejor no contarlo —comentó Pedro.


Lucia se rio como una muchacha mientras Peter alzaba las cejas.


Paula se puso roja.


Aquella noche no podía ir peor.


Primero había tenido que comprarse ropa para fingir ser la misma mujer del día de su cumpleaños, aunque esa mujer fuera un fraude. Luego la amiga de Pedro la había acorralado y le había insinuado que posiblemente fuera la chica de Pedro, aunque ella sabía que todo era una farsa para que sus amigos lo creyeran así.


Y ahora estaban sentados allí, hablando de juegos sexuales que no habían existido.


—En realidad, estaba bromeando —dijo Lucia—. Pero si queréis obsequiarnos con la historia de la cama elástica y la crema de chocolate, me encantaría. Marcos y yo siempre estamos buscando técnicas creativas para practicar en el dormitorio.


—Vale, vale… —la interrumpió Marcos, tapándose la cara, como si quisiera defenderse de más revelaciones sexuales—. Ya está bien. No quiero oír más historias de juegos sexuales mientras estoy cenando con mi esposa embarazada y otra encantadora joven.


Paula hubiera querido besarlo. Y luego levantarse y besar al personal del servicio de catering, que apareció segundos más tarde con cuatro platos de ensalada y un cóctel de mariscos para empezar la cena.


Después de desplegar las servilletas y de dar un plato con remolachas a Lucia, empezaron a comer. Paula incluso empezó a relajarse. La comida había sido muy oportuna para distraer la atención del tema del que estaban hablando anteriormente.


—Lo siento, si te hemos incomodado, Paula —dijo Lucia, rompiendo el silencio y sonriendo—. Sólo estábamos bromeando, como buenos amigos que somos. Pero no debimos hacerlo a tu costa. Evidentemente, no nos conoces lo suficiente como para saber que no estamos hablando en serio.


—Está bien —dijo ella—. No me he ofendido.


Se había sentido incómoda, pero sólo porque se sentía insegura. No estaba acostumbrada a compartir sus experiencias sexuales con las bibliotecarias de mediana edad con las que trabajaba. En su trabajo más bien solían comentar qué libros estaban en la lista de los más vendidos.


—No obstante, cambiemos de tema —dijo Lucia.


«Sí, por favor», pensó Paula.


—Hoy hemos venido aquí a conocerte y no a incomodarte. Así que cuéntanos cosas sobre ti.


Paula sintió un nudo en la garganta.


—¿Dónde trabajas?


Oh, ¿qué debía hacer?


Paula tenía que inventar una respuesta rápidamente.


—Yo… Mmm… Soy compradora.


¿Era ésa una profesión?, se preguntó.


—¿Sí? ¡Es fascinante! —respondió Lucia, pinchando la lechuga de su ensalada.


—¿Qué compras? —preguntó Marcos.


Pedro, notó Paula, permaneció en silencio con curiosidad. Por el rabillo del ojo, ella vio que la miraba fijamente.


No debía sorprenderse. Aquello era una novedad para él. 


Probablemente tuviera tantas ganas como los demás de saber de qué se trataba el trabajo que llamaba «compradora». Por supuesto que no podía preguntar delante de sus amigos, porque se suponía que él ya sabía todos aquellos datos sobre ella.


—Ropa. Compro moda para unos grandes almacenes y algunas boutiques de la zona.


—Oh, eso explica tu fabuloso vestido —dijo Lucia con entusiasmo.


Paula se miró el vestido.


—Sí. Compré varios de éstos para una pequeña boutique de la ciudad y terminé quedándome con uno.


—Tal vez podríamos ir de compras algún día. Pero tendrá que ser después de que nazca el pequeño maleante —agregó Lucia, palmeándose el vientre—. Porque no pienso aumentar mi vestuario hasta que no pueda ponerme mi ropa nuevamente.


Paula sonrió, relajándose un poco al ver que la conversación cambiaba de rumbo.


—¿Para cuándo esperas el bebé?


Lucia suspiró.


—Para dentro de dos meses. No veo la hora —extendió la mano y agarró la de su esposo.


Luego intercambiaron una mirada que apretó el corazón de Paula, que nunca había experimentado algo ni parecido a aquel sentimiento que había entre Lucia y Marcos.


—Marcos está muy nervioso, aunque intenta disimularlo. Pero yo tengo ganas de ser madre, al igual que de recuperar la figura.


—Nervioso es poco decir… Estoy que me subo por las paredes —dijo Marcos, antes de probar el cóctel de marisco.


Lucia lo abrazó, y le dijo que no tenía de qué preocuparse. Que sería un buen padre.


Pedro puso los ojos en blanco. Había presenciado aquella escena varias veces, y decidió tomarles un poco el pelo.


Se inclinó hacia Paula en el momento en que les llevaron el segundo plato.


—Siento esto —le susurró—. Debí invitar a otra gente en lugar de a esta vieja pareja de casados para que nos acompañasen.


—¡Eh! —exclamó Marcos—. Espera a que te toque a ti, el día que estés nervioso por el nacimiento de tu primer hijo, te lo recordaré. Aunque sé que es casi imposible que eso ocurra pronto.


—Nunca se sabe —dijo Pedro, rozando suavemente la oreja de Paula con la nariz—. He estado haciendo varias encuestas en la familia últimamente, para saber quién estaría dispuesto a tener los próximos descendientes de los Alfonso.


No sabía por qué había dicho aquello. Por el rabillo del ojo, vio a Lucia y a Marcos mirarse con curiosidad, pero él estaba más interesado en la reacción de Paula.


No se sintió defraudado. Paula se puso colorada. Le gustó aquello. Le gustaba su aire de inocencia.


Tal vez la timidez de aquella noche fuera debido a la presencia de sus amigos, algo que podía respetar… Y si era así, probablemente no debería tomarle el pelo… Al menos, delante de sus amigos.


Los camareros se llevaron la entrada y sirvieron el primer plato: finas lonchas de carne con patatas nuevas y judías verdes al vapor, con salsa de mantequilla y almendras.


—Esto tiene muy buen aspecto, Pedro —comentó Lucia—. El servicio de catering tiene mucho talento.


—Gracias. Los he contratado yo mismo.


Marcos le dio un codazo a su mujer y dijo:
—¿No te he dicho que es más inteligente de lo que parece?


—Sois terribles. No los escuches, Paula —dijo Pedro acomodándose en la silla—. Yo sé cocinar, pero nada como esto… Pero quería impresionarte… —miró a sus amigos con gesto de reproche.


Paula terminó de comer una patata y dijo:
—Oh, estoy muy impresionada. Debió de llevarte un gran trabajo llamar por teléfono y contratarlos.


—¡Ja, ja! —se rio Marcos—. Ten cuidado, Pedro, que ya te ha calado.


—Lo siento —dijo Paula bajando la mirada, y poniendo una mano en el muslo de Pedro—. No he sido muy atenta contigo —estaba colorada.


El calor de su mano se extendió desde la punta de los dedos de Paula hasta el sexo de Pedro. Pero él no dejaría pasar una oportunidad como aquélla.


Antes de que ella pudiera quitar la mano, puso la suya encima.


—No, no ha sido mucho trabajo. Veo que te has dejado llevar por el sentido del humor de mis amigos, así que me parece que el que ha cometido el error de invitarlos he sido yo. No te reprocho nada. Además, tienes razón. No he hecho mucho más que llamar por teléfono y pedir la comida. Tendrás que esperar a ver mis habilidades culinarias en otra oportunidad —desvió la mirada un momento y la dirigió a Marcos y Lucia—. En mi casa. A solas. Sin arriesgarme a los comentarios de otros.


Ella flexionó los dedos para quitar la mano del muslo de Pedro, pero él no la dejó.


Se dio por vencida y suspiró. Luego agarró su tenedor con la otra mano.


Pedro se concentró en comer para no dejar escapar la sonrisa que amenazaba con salir al exterior.


Comieron en silencio unos minutos, hasta que Lucia empezó a hablar del tiempo y de eventos locales de Georgetown.


Paula le dio las gracias a Lucia internamente. Había salvado la cena.


Pedro asentía ocasionalmente y contestaba algo de vez en cuando. Pero por lo demás, se concentró en hacerle saber a Paula lo que tenía en mente… Para cuando los camareros hubieran recogido todo, y ellos se hubieran despedido de Lucia y de Marcos.


Acarició suavemente la piel de Paula, sus dedos delgados y el hueso de la muñeca. Al ver que Paula tardaba en apartar la mano, deslizó la mano hacia el brazo haciendo movimientos circulares.


Después de llegar al codo, la deslizó hacia el muslo, hasta donde su falda se arrugaba al sentarse.


Paula tosió, luego quitó su mano del muslo de Pedro. Pero no intentó quitar la mano que tenía en su pierna.


Estaban sentados muy cerca el uno del otro, de forma que se rozaban en cualquier movimiento que hacían. 


Afortunadamente, la altura de la mesa y su proximidad no permitían que Lucia y Marcos se dieran cuenta de su juego.


Pedro intentó seguir la conversación, mientras apretaba su rodilla contra la de Paula, y deslizaba la mano hasta el borde de su vestido. Sus dedos hurgaron un momento allí, sintiendo la diferencia de textura entre la sobrefalda de encaje del vestido y la sedosa suavidad de su lencería.


En aquel momento volvieron los camareros a quitar los platos de la cena. Entonces, Pedro quitó, reacio, la mano del regazo de Paula.


Los camareros sirvieron los platos del postre y volvieron a desaparecer. Pedro hubiera querido pedir tiramisú de postre, su postre favorito, pero tuvo miedo de que tuviera alcohol y que Lucia no pudiera comerlo en su estado. Así que había pedido una tarta helada.


Lucia la devoraba como si no hubiera comido una cena de tres platos, además de una ensalada de remolacha.


Pedro sonrió al verla probar la tarta con cara de satisfacción.


—Mmm… ¡Magnífica! —exclamó Lucia—. Tenemos que encargar la comida a esta gente la próxima vez que tengamos una fiesta.


Marcos asintió.


Pedro estaba a punto de probar su tarta cuando sintió un suave movimiento en la pierna. La sensación se repitió. Indudablemente era una caricia de Paula.


Él sintió un calor de los pies a la cabeza, y una excitación que se acumuló en su sexo, amenazando con romper la cremallera de su pantalón. Tosió y dejó que el helado se derritiera en su garganta mientras miraba a Paula con ojos de sorpresa.


Por la expresión de su cara mientras saboreaba la tarta, no le parecía que estuviera equivocado.


Aquella mujer que se ponía colorada al menor comentario, y que parecía haber tenido ganas de hincarle el tenedor en la mano cuando él la había deslizado por debajo del borde de la falda, sabía lo que estaba haciendo.


Y de pronto se había vuelto una vampiresa.