jueves, 4 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 6





Te encanta la granja, ¿no? —le preguntó Pau cuando siguieron camino.


—Sí. Es como… el principio de todo lo que tengo planeado.


El rostro se le iluminó cuando se puso a contarle todo lo que había pensado hacer.


—Es una tierra muy rica. El lugar perfecto para un vivero y estoy ansioso por empezar con él. Pero tengo que ir despacio. Se necesita un cierto capital para montarlo bien.


—Puedes pedir un préstamo —dijo Pau pensando que todos los negocios que había hecho su padre habían sido con dinero de los demás, no con el suyo.


—No se puede pedir sin unos avales.


—El terreno…


—Es de mis abuelos y es lo único que ellos tienen. El abuelo se metió en deudas los últimos años, pero nunca pidió un préstamo. Creo que lo lamentaron cuando no salió la venta, pero con las leyes actuales, no producirían lo suficiente como para mantenerlos. Así que me la han alquilado por casi nada, pero yo pretendo compensarlos cuando pueda.


Su voz demostró una completa confianza en sí mismo y sus posibilidades y a Pau no le cupo la menor duda de que podría bien pronto.


—¿Pasas mucho tiempo aquí?


—No tanto como me gustaría. Tengo una habitación en el pueblo cerca de donde recibo clases y de mis trabajos.


—¿Pero no preferirías estar en la granja?


—Claro. Y me quedo aquí siempre que puedo. Todavía sigo teniendo mi antigua habitación.


—¿Pasabas mucho tiempo aquí cuando eras niño?


—Todos los veranos.


—¿También tus hermanos?


—Sólo yo. Francisco y Leandro se dedicaban al baloncesto y no dejaban la ciudad y Maria era demasiado pequeña.


—¿Maria? —preguntó Pau dándose cuenta de que era la primera vez que él le mencionaba que tuviera una hermana.


—La pequeña de la familia y la única chica. Ahora va a la universidad. Estudia Arte Dramático, lo que le fastidia enormemente a mi padre.


—¿Por qué? Si a ella le gusta…


—Le parece que eso lo hace gente no muy apropiada para su pequeña. Supongo que debe estar influido por esa leyenda negra de los actores y su mala vida.


—Oh.


Pau se preguntó si la familia de Pedro vivía realmente en el siglo veinte. Sus abuelos debían ser como de otro mundo. Y estaba a punto de conocerlos…


Poco después, Pedro le dijo:
—Ya estamos.


Tomaron un camino a la sombra de unos árboles hacia una casa de dos pisos que parecía pequeña debajo de tres enormes robles. Estaba rodeada por una marquesina y un gran perro echó a correr para recibirlos.


A ella le dio la impresión de llegar a su hogar, algo cálido, sólido y duradero. Era extraño. Trató de comprenderlo cuando salió para acariciar al perro, que no paraba de ladrar excitadamente.


De repente esa pacífica escena se vio alterada por la voz de una mujer que gritó nerviosamente:
—¡Pedro! ¡Gracias a Dios! ¡Ven aprisa!


Pedro corrió hacia la casa y Pau lo siguió. Cuando entró, Pedro estaba de rodillas al lado de un hombre grande que estaba tirado en la parte baja de una escalera empinada. A su lado había arrodillada una mujer pequeña.


El hombre estaba maldiciendo mientras el perro se puso a lamerle la cara.


—¡Maldita sea! Estoy bien. ¡Abajo, Cocoa! ¡Maldita sea, Pedro, quítame de encima a este animal!


—Quédate quieto. ¿Está herido? —le dijo la mujer a Pedro ansiosamente.


Él parecía tratar de averiguar si tenía algo roto.


—¡Demonios, ya te he dicho que no! Si alguien me quitara de encima a este maldito perro y me diera la mano…


Pau le quitó de encima al perro, que trató de volver con su amo.


—Muy bien, abuelo. Tómatelo con calma. Apóyate en mí.


La mujer se apartó y Pedro lo ayudó a ponerse en pie.


—¿Estás bien, abuelo? —Le preguntó Pedro—. ¿Quieres que haga algo?


—Métele un poco de sentido común en la cabeza —dijo la señora Alfonso irritada, pero se enjugó las lágrimas con una mano temblorosa—. Es tan terco como una mula. Sabe que necesita ayuda para bajar esas escaleras.


Pau, dándose cuenta de que estaba a punto de desfallecer, se le acercó.


—¿Por qué no se sienta? Y tal vez… Pedro, ¿hay algo de coñac?


—Oh, querida, no necesito nada —dijo la mujer dándose cuenta por primera vez de la presencia de Pau—. Por Dios, saque de aquí a Cocoa.


Pau se dio cuenta de que se refería al perro. Corrió con él en brazos hasta la puerta y lo dejó fuera. Cuando volvió, Pedro le estaba llevando un vaso de agua a los labios del anciano.


El señor Alfonso le dio un trago y luego lo apartó.


—¡Deja de mimarme, chico! ¡No soy ningún tonto inútil!


—Eso es exactamente lo que eres. No paro de decirte que no debes tratar de bajar esas escaleras sin…


—¡Maldita sea, no iba a bajar! Iba a subir a por mis otras gafas. ¿Y a qué viene tanto lío? Cualquier idiota se puede resbalar.


La señora Alfonso pareció dispuesta a continuar regañándolo, pero Pedro intervino.


—No te preocupes, abuela. Está bien. Mirad, esta es Paula Chaves ha venido expresamente para ver el jardín. ¿Por qué no vas a enseñárselo? Yo iré a por las otras gafas del abuelo y me llevaré esas para que se las arreglen mañana —dijo señalando a las que estaban rotas en el suelo.


Después de un momento de duda, la señora Alfonso se llevó a Pau al jardín.


—Antes no había nada aquí salvo hierba y ese viejo manzano, pero Pedro lo ha arreglado muy bien. Es pronto, pero algunas de las flores están abriéndose ya. A mediados de verano es algo espectacular.


—Ya lo es —respondió Pau.


Una gran extensión de hierba verde estaba rodeada por parterres de flores. Las rocas y flores se conjuntaban armoniosamente por todo el lugar. Se dirigieron a un banco metálico y se sentaron en él.


—Todo es muy natural —dijo Pau—. Es como si las plantas crecieran en estado salvaje entre las rocas.


—La mayoría son flores silvestres, pero cada una de ellas fue cuidadosamente plantada por Pedro. Cada roca y cada tubería de drenaje. Dijo que, si no se drenaba bien, la tierra siempre estaría empapada. Así que estudió todos esos libros y eso fue lo que le dio la idea de estudiar arquitectura de jardines.


—Eso me dijo.


Luego pasaron un buen rato disfrutando del panorama y hablando de Pedro.


Más tarde, cuando la señora Alfonso fue a ver cómo estaba su marido, Pau fue en busca de Pedro.


La señora Alfonso le dijo que estaba en el establo y, cuando llegó allí, se detuvo en la puerta, cautivada por lo que vio. Aquello estaba lleno de plantas por todas partes y de todos los colores.


—Oh, Pedro, son preciosas —exclamó—. ¡Y cuantas…! Debe haber miles.


—No tantas. Tal vez unas trescientas. Y creo que tengo suficientes pedidos para todas. Llevo cuidando las lilas desde el otoño. Voy a empezar los envíos mañana y esto —dijo señalando un contenedor—, las mantendrá frescas y vivas toda la estación.


—Esto te llevará toda la tarde. ¿No tienes otro contenedor?


—¡Así que de verdad me vas a ayudar! De acuerdo.


Pedro llenó otro contenedor, pero la miró dudosamente cuando se lo pasó.


—¿Puedes con él?


—Soy más fuerte de lo que te crees.


La verdad es que aquello no era nada para una chica que había tirado de la escota en las regatas con el barco de Jeronimo


Los dos estaban muy ocupados trabajando cuando la señora Alfonso apareció en el establo.


Pedro, tengo que hablar contigo.


Pau dejó en el suelo el contenedor que estaba llenando.


—Saldré fuera.


—Oh, querida, sigue trabajando, sé que Pedro quiere tener esto listo mañana y me alegro de que estés ayudando.  Desde que Jose lo dejó, Pedro lo está haciendo todo solo, de todas formas, puede que esto sea cosa de familia, pero no es privado. Todos hemos estado conteniendo la respiración con las nuevas leyes… Lo siento, Pedro, hubiera querido esperar, pero no puedo. Necesitamos vender el terreno tan pronto como sea posible. El hombre de la compañía de bienes raíces llamó la semana pasada. No nos ofrece lo que queremos, pero tal vez debiéramos aceptar lo que nos ofrece.


Pau tomó el contenedor y se dio la vuelta. No quería ver la cara de Pedro, pero oyó cada palabra de la conversación que siguió.


—Ya has visto a tu abuelo —continuó la anciana—. No puede con esas escaleras y ya sabes que el baño está arriba. No nos podemos permitir instalar otro abajo ni contratar a alguien para que nos ayude, a no ser que vendamos esto. No le he dicho nada a Al. Va a ser difícil convencerlo para que nos marchemos de aquí. Para mí también, Pedro. A los dos nos encanta esto y querríamos conservarlo para ti.


Pedro la abrazó entonces.


—No te preocupes por mí. Durante toda vuestra vida me habéis estado dando cosas. Ahora ya es hora de que nos preocupemos de vosotros. Por supuesto que debéis vender y tal vez consigáis un buen precio. Mañana mismo iré a ver a otros agentes de la propiedad. No te preocupes, ya sabíamos que tal vez tuvierais que vender yo también estoy preocupado por el abuelo.


Luego siguió diciéndole que todo se arreglaría para todos y, mientras tanto, él dejaría su habitación en el pueblo y se quedaría allí para ayudarla con el abuelo.


—Me quedaré aquí todo el tiempo que pueda y todas las noches hasta que lo arreglemos todo.




EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 5






Pau no podía dormir. Estaba demasiado agitada y seguía dándole vueltas a la velada más excitante que había pasado desde hacía años.


Se rió de sí misma. ¿Qué tenía de excitante estar sentada en un restaurante abarrotado luchando con un plato lleno de espagueti?


Sólo charlar. Habían estado charlando todo el rato y en el camino de vuelta hasta la casa, donde él la había acompañado a la puerta. Protector y cortés. Demasiado cortés. No la había besado.


¿Por las luces del exterior? ¿Porque no había querido?


Se sentía como si la hubiera besado. Viva, tanto como después de una noche de hacer el amor.


¿Era porque él le había preguntado cuándo la podía volver a ver? Demonios, todos los hombres con los que había salido le habían preguntado eso mismo. ¿Por qué era diferente Pedro Alfonso? ¿Por qué había querido gritarle que al día siguiente, al otro, en cualquier momento. En cualquier parte. 


Le había dicho que no llamara a la casa porque no estaba segura de lo que le diría la señora Cook. Había pensado hablar con ella. Se conocían desde hacía mucho tiempo y siempre se habían llevado muy bien, pero también le era leal a su padre. Durante el episodio de Gaston nunca había sabido de qué lado estaba. Mejor era no confiar en ella.


¿Confiar? Cielo Santo, aquello no era una conspiración ni nada por el estilo. Iba a contarle a Pedro todo sobre sí misma, ¿no?


¿Cuándo?


Pronto.


¿Cómo de pronto?


Cuando se conocieran mejor. Bueno, cuando no importara.


¿Importaba ahora?


Para ella sí. Porque le gustaba a Pedro. Le gustaba ella, no lo que era ni lo que tenía.


De cualquier manera, él le gustaba a ella. Tanto que no pudo soportar verlo marcharse sin saber cuándo lo iba a volver a ver.


Así que había sido ella la que dijo:
—¿Qué vas a hacer mañana por la noche?


Luego deseó morderse la lengua porque él pareció muy sorprendido. Y ella también. Normalmente era su acompañante quien estaba ansioso por salir con ella.


—Tengo clase —dijo él—. Me he saltado la de esta noche y no me puedo permitir perderme muchas. ¿Qué te parece el domingo?


—Muy bien —dijo ella decepcionada al darse cuenta de que faltaban cuatro días—. Podemos ir de excursión. Yo haré el almuerzo.


Pedro pareció avergonzado.


—Me refería al domingo por la noche. Ya ves, el domingo es mi único día libre y el único que tengo para trabajar en la granja.


—No estabas de broma, ¿verdad?


—¿En qué?


—En que no tienes tiempo para salir.


—No hasta que te he conocido —dijo él con tanto énfasis que a ella se le cortó la respiración.


¡Aquello significaba que le gustaba de verdad!


—¿El domingo por la noche? Podríamos ir al cine y luego a bailar. A donde tú quieras.


—Me has dicho que trabajas en la granja. ¿Qué haces ahí todo el día?


—Muchas cosas. Y, bueno, ahora tengo listas varias lilas para la Muestra de Primavera. Tengo que prepararlas para mandarlas el lunes.


—¿Necesitas ayuda?


—Ahora eres tú la que estás bromeando.


—No, no lo estoy. Yo te puedo ayudar a plantar cosas… lo que sea. Además, quiero ver el jardín de rocas de tu abuela.


Él se quedó un momento en silencio y Pau no supo lo que estaba pensando. Suspiró aliviada cuando dijo por fin:
—No sabes en lo que te estás metiendo. Pero… de acuerdo. ¡Trato hecho!


Y ahora ella estaba tan excitada que no de podía dormir. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. ¿Cómo iba a poder esperar hasta el domingo?


E iba a tener que confiar en la señora Cook. No había otra manera de que pudiera explicar que la iban a recoger en una furgoneta el domingo temprano por la mañana.



****

—¡Maldita sea! Conseguiste el coche, ¿no? Dijiste que prepararías el terreno y…


Pedro apartó el teléfono del oído, pero la voz de Leandro le llegaba aún alta y clara.


—No te dije que lo fuera a hacer este fin de semana.


—Dijiste que cuando yo estuviera listo. Y lo estoy.


—Oh, vamos, Leandro. Tengo una cita… O algo así.


—¿Qué quieres decir con algo así?


—¿Otra cita, Pedro? —intervino Rosa.


—Ah, hola, Rosi. No sabía que estabas también al aparato.


—Hola. Acabo de descolgar para llamar a mamá y os he 
oído discutir. Vaya, Pedro, tuviste una cita la otra noche. ¿Y otra hoy? Eso está bien. Hace meses que no sales con ninguna chica. ¿Es la misma o…?


—¿Quieres dejar el teléfono, Rosi? Este cerdo está tratando de escaquearse del trato que hicimos. ¡Ya lo has oído! ¡Dice que…!


—De acuerdo, de acuerdo. Mañana. Temprano.


Luego Pedro colgó el teléfono. No tardaría más de media hora con la pequeña huerta de Pedro. Con todo, iba a perder tres horas de trabajo en la granja, ya que no le parecía bien despertar a Pau al amanecer. A pesar de todo, estaba tremendamente excitado por la perspectiva de estar todo el día con Paula.


Aunque seguía teniendo la impresión de que ella no encajaba en su furgoneta.




EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 4




Era el hombre más educado que había conocido desde hacía tiempo. Incluso Adrián la habría dejado salir sola o ayudada por el aparcacoches de turno.


Y también Adrián habría hecho una reserva, pensó cuando Pedro se disculpó por los veinte minutos que iban a tener que esperar.


—Espero que no te importe. He pedido un reservado y así podremos hablar.


A ella no le importó. De hecho, encontraba muy interesante esperar allí, en la abarrotada entrada, observando a la gente entrar y salir. Un tipo gordo que pensó que estaba solo con tres ruidosos niños hasta que se les unió una mujer toda alterada con una bolsa en la mano que dijo que Jimmy no había tocado su plato y que no estaba dispuesta a dejarse toda esa comida. También había una mujer que se había pasado con el maquillaje, del brazo de un joven musculoso que podría ser su hijo. ¿Lo era? No parecía, por la forma en que la mujer le dedicaba sus arrumacos. Y la adolescente con coletas cuyo…


—¡Alfonso! —gritaron entonces.


—¡Aquí! —Respondió Pedro tomándola del brazo—. No hemos esperado mucho, ¿verdad?


No lo suficiente, pensó ella. Todavía no había descubierto con quien iba la adolescente. Esperó que fuera con sus padres. Pero mientras seguía a Pedro decidió que ya no le importaba. Le interesaba más él.


—¿Eres un artista de la jardinería? —le preguntó después de que la camarera les hubiera tomado nota.


—No precisamente.


—Pero me dijiste…


—Te mentí.


—¿Para qué?


—Para impresionarte.


—¿Querías impresionarme?


—Claro. ¿Por qué te crees si no que pedí prestado el coche?


—¿El Mustang? ¿No es tuyo?


—No. Es de mi hermano Leandro.


—Bonito coche. Me ha gustado el paseo. Dale las gracias de mi parte.


—Dámelas a mí. Le voy a arreglar el jardín en pago.


—Oh. ¿Entonces sí que eres jardinero?


Pedro sonrió.


—La verdad es que le voy a preparar el terreno para una huerta.


Entonces la camarera les llevó lo que habían pedido para beber y Pau se quedó en silencio por un momento, preguntándose por qué quería saberlo todo de ese hombre. 


Evidentemente era un buscavidas y no debería avergonzarlo presionándolo. Pero no podía evitarlo.


—¿Vas a dejar de tratar de impresionarme y contarme de verdad lo que haces?


—Como ya te he dicho, de todo. De acuerdo, de acuerdo —dijo él levantando una mano al ver que ella fruncía el ceño—. Estoy tratando de llevar mi propio negocio. Sólo he 
distorsionado un poco la realidad. Me quedan un par de años más en la Universidad del Estado. Estudio Arquitectura de Jardines.


—¿De verdad? Estoy impresionada.


—No es necesario que lo estés, me queda mucho. Sólo puedo ir a clases nocturnas porque he de seguir trabajando y luego tendré que hacer las prácticas antes de licenciarme.


—Pero eso parece una buena carrera.


Pau se calló cuando la camarera le puso delante un plato con una enorme cantidad de espagueti. ¿Cómo se las iba a arreglar para comerse todo eso? Vio como él los enrollaba expertamente con el tenedor y empezaba a comérselo encantado.


—Yo no podría hacerlo así —dijo ella al tiempo que empezaba a cortarlos en trozos pequeños.


Los probó y exclamó:
—¡Delicioso!


—Sí. Es el plato especial de la casa.


—¿Cómo te decidiste por la jardinería?


—Por el jardín de rocas de mi abuela.


—Repíteme eso.


—Mi abuela quería un jardín de rocas y… Bueno, tal vez empezara antes de eso. Ya ves, nunca he querido un trabajo de nueve a cinco. Por lo menos no como el de mi padre y hermanos. Los tres se dedican a la construcción de carreteras. Supongo que siempre he tenido algo contra el asfalto.


—Oh, es una manía extraña.


—Supongo, pero siempre la he tenido. Me molesta cuando se cubre una buena tierra. Y cada vez está pasando más. Francisco se compró una de esas casas nuevas en Benton Circle. No queda ni una pulgada entre su casa y la del vecino y no tiene terreno ni para escupir en él.


—¿Quién es Francisco?


—Mi hermano mayor.


—¿Cuántos tienes?


—Sólo dos.


—Y una abuela —añadió ella recordándoselo—. Que quería un jardín de rocas.


—Sí. Mis abuelos tienen una pequeña granja en Virginia a cosa de una hora de coche de aquí. Mi abuelo ya no puede trabajarla por la artritis y, de todas formas, no obtenían muchos beneficios desde que las grandes compañías empezaron a funcionar. Estaban a punto de venderla por una nadería, pero el que se la iba a comprar se echó atrás. Ese fue mi día de suerte.


—¿Por qué? —le preguntó ella, intrigada.


—Porque convencí a mi abuelo para que me la cediera en alquiler con opción a compra.


—Pero me has dicho que no daba beneficios.


—Con las verduras. Pero las flores son otra cosa.


Ella dejó su tenedor y lo miró.


—¿Vas a abrir una floristería?


—No. Un auténtico vivero. Ya ves, me he pasado mucho tiempo en esa granja y me acostumbré a ver crecer las cosas. Con todo ese terreno de buena tierra…


—Espera un momento. Me dijiste que estabas estudiando para ser un artista de la jardinería…


—Eso vino más tarde, con el jardín de rocas de la abuela.


—Ya veo. Mientras tanto, llevas un vivero.


—Todavía no. ¿No ves como encajan las dos cosas?


Luego él empezó a contarle sus planes con tanto entusiasmo que la intrigó. A través de los ojos de él, pudo ver cientos de floristerías y supermercados llenos de las flores de su vivero, jardines verdes y lujuriosos que romperían la monotonía del cemento de las urbanizaciones y edificios.


A Paula, acostumbrada a oír hablar de negocios a tipos muy serios, le produjo el mayor interés oír los planes ilusionados de ese hombre. Le gustaba la sensación de ser una Señorita Nadie escuchando a un tipo normal hablar de… No. En ese tipo no había nada normal, era un hombre tremendamente atractivo que trabajaba como un esclavo y soñaba muy alto…


—Supongo que eso tardará un tiempo —dijo ella.



—Y dinero. ¿Por qué te crees que estoy plantando rosas, cortando setos y teniendo que conseguir prestado un coche para impresionar a la mujer más fascinante que he conocido en mi vida?


—¿La más fascinante? —bromeó ella.


—La más fascinante.


—Bueno, gracias por el cumplido, pero no necesitas un coche para impresionarme. No me habría importado venir en tu furgoneta.


—No me pareces de la clase de gente que pega en una furgoneta.


—¿Cómo sabes qué clase de gente soy?


No lo sabía. Y eso era lo que le molestaba. Pero sí sabía que no encajaba en una furgoneta. Desde el mismo momento en que la vio con el cabello rojo agitado por el viento. Extendió la mano y se lo tocó. Era como seda.


—¿Es natural? —le preguntó como la primera vez que lo vio.


—¡Por supuesto que lo es! ¿Te crees que estoy lo suficientemente loca como para teñírmelo de este estúpido color?


—No es estúpido. Es poco habitual.


—¡Ja! Si supieras la cantidad de veces que he pensado teñírmelo. Un bonito y conservador color castaño o…


—¡No te atrevas!


Ella dio un respingo e, incluso él se vio sorprendido por semejante vehemencia. ¿Por qué sentía semejante posesividad hacia esa mujer a la que apenas conocía?


No tenía tiempo para poseer a ninguna mujer. Sobre todo a esa. ¿Por qué sentía que no eran del mismo mundo? Había algo en ella. Algo… bueno, con clase. La forma en que andaba, con tanta confianza. Incluso arrogancia. Esa mañana, con esa chaqueta vieja y el cabello desordenado le había parecido… elegante. Y tan hermosa que le había cortado la respiración.


No era su aspecto. Era su forma de ser. Cálida, cariñosa. 


Demostraba interés. El no había parado de contarle su vida y proyectos, cosas que nunca le había contado a nadie más. Y ella lo había escuchado como si le importara.


Esa mujer. ¿Por qué sentía como si no quisiera perderla nunca?


—¿Por qué me estás mirando de esa manera?


—¿De qué manera?


—Como si yo pudiera desaparecer de repente o algo así.


Era así como se estaba sintiendo él. Tenía miedo de que pudiera desaparecer de su vida y no la volviera a ver. 


¡Aquello era una tontería!


—Sólo estaba pensando que soy un perfecto imbécil —dijo—. Quiero saberlo todo de ti y me he pasado todo el tiempo hablándote de mí. Y eso ya lo sé. Así que cuéntame. ¿Cuántos hermanos tienes tú? ¿Dónde vives? ¿Cuándo te puedo volver a ver?


—Espera, vas demasiado aprisa —le dijo ella tratando de recomponerse.


No quería mentirle a ese hombre. Pero tampoco quería que supiera quien era ella. Le gustaba escucharlo, era casi como si estuviera compartiendo sus sueños… como si estuvieran al mismo nivel. ¿Se sentiría él libre de seguir compartiéndolos si supiera quien era ella?


—Soy… hija única


—Ya veo. Eso explica ese aspecto.


—¿Cuál?


—El de que puedes tener todo lo que quieras, que eres una niña mimada.


—No soy una niña mimada y no siempre tengo todo lo que quiero.


No había tenido a Gaston, ¿verdad? No importaba que él no la hubiera querido a ella, sino a su dinero. Miró fijamente a Pedro. Ese hombre no sabía nada de su dinero. Le gustaba ella.


Pedro se estaba riendo.


—De acuerdo, no me muerdas. Ya veo que tienes el carácter que se supone que tienen los pelirrojos y retiro lo dicho. No eres una niña mimada. Trabajas duro en… ¿qué es lo que haces?


—Yo… trabajo de oficina, sobre todo. Para el dueño de la casa.


Aquello era cierto. A menudo ayudaba a su padre en sus negocios.


—Ah, una secretaria. Debería haberlo sabido —dijo él tomándola la muy cuidada mano—. Unas manos demasiado bonitas y delicadas como para trabajar fregando. ¿Y dónde vives?


—Donde me viste —respondió ella absorta por la forma en que sus callosos dedos le acariciaban la mano haciéndola sentir… Lo que hacía mucho tiempo que no sentía.


—¿Una secretaria interna?


—Algo así.


—No sé si eso me gusta. Eres demasiado bonita como para andar cerca de un viejo verde.


—No está. Casi siempre está fuera. Viaja mucho.


—Muy bien. ¿Y tus padres? ¿Viven en Wilmington?


—Mi madre está muerta y mi padre… Bueno, tuvimos un pequeño desacuerdo. Siempre está fuera. Trabaja fuera de la ciudad.


Pedro se pudo dar cuenta de que a ella no le gustaba nada su interrogatorio, así que lo dejó. Ya habría tiempo para más.


—Será mejor que te lleve a casa, aunque me fastidie —dijo—. Mañana tengo que empezar a trabajar muy pronto.