jueves, 19 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 24

 

Adivinaba cuando un hombre quería besarla y Pedro mostraba todos los síntomas mientras el silencio giraba en torno a ellos. Los ojos, clavados en los suyos, se habían oscurecido y tenía los pómulos un poco encendidos. La expectación la dejaba sin aliento.


Sonó un portazo y él se irguió de golpe, haciendo que ella se preguntara si hubiera seguido adelante o habría resistido la tentación. Mientras les llegaban voces del pasillo, él se metió las manos en los pantalones.


—¿Volvemos dentro? —preguntó él.


Asintiendo, lo siguió de regreso al ruido y a la multitud. Con la vista clavada en sus anchos hombros, habría dado mucho por saber qué pensaba.


—¿Te apetece otra copa? —preguntó, indicando el bar con un gesto de la cabeza—. La cola se ha hecho más corta.


—Lo que me gustaría es que nos marcháramos, si no te importa —respondió.


Lo había acompañado, pero no le apetecía alternar socialmente. Lo único que lamentaba era no tener la oportunidad de volver a bailar lento con él, aunque probablemente no sería una buena idea. No mientras su proximidad le provocara un cosquilleo en la piel.


—Claro, no hay problema —Pedro apoyó la mano fugazmente en su espalda—. Primero despidámonos de Darío y Ailín.


A pesar de su resolución, se sintió un poco triste cuando él no trató de disuadirla de marcharse.


Pedro estaba decepcionado. Había pensado en sacarla a bailar otra vez, pero ella lo había acompañado como un favor, de modo que no podía insistir en que se quedaran.


—Discúlpame un minuto —le dijo ella después de despedirse de la feliz pareja—. ¿Quedamos en la puerta?


—Iré a buscar los abrigos —la observó moverse entre la multitud con una mezcla de orgullo e irritación cuando las cabezas masculinas giraron para seguirla con la vista.


No sólo era hermosa, sino una buena compañía. Hacía tiempo que no se sentía tan relajado con una mujer. En el pasillo, había sentido la tentación de robarle un beso, pero no había querido precipitar las cosas.


—¿Has conseguido tu cita de rebote? —preguntó Mauricio detrás de Pedro mientras éste recogía los abrigos—. Te has dado cuenta de que a Damián no se lo ve por ninguna parte, ¿verdad?


—Me ha dicho que es algo que ya ha superado —Pedro observó a la gente que los rodeaba—. ¿Dónde está tu acompañante?


—Debes referirte a mi novia, Mia —lo corrigió Mauricio con expresión satisfecha.


Pedro extendió la mano.


—Felicidades hermano. No puedo creer que al fin vayas a sentar la cabeza.


—Yo tampoco —Mauricio meneó la cabeza—. Nuestros padres van a llevarse una sorpresa. Creo que esperaban que llegaras antes al altar, siento tú el serio y todo eso.


Pedro vio a Paula junto a la puerta.


—No me descartes todavía —dijo, medio para sí mismo—. Esa es mi intención.


También Mauricio se volvió.


—O sea, que he tenido razón en todo momento… bebes los vientos por ella —palmeó a Pedro en la espalda—. ¡Bien hecho! Sólo asegúrate de que tu cerebro mantiene el ritmo de tu…


—No es eso —lo interrumpió Pedro, mientras agitaba la mano para llamar su atención—. Se merece mucho más de lo que alguien como Damián podría darle jamás.


Pau le devolvió el gesto mientras lo esperaba.


—¿Y crees que eres tú quien se lo va a dar? —preguntó Mauricio—. Perdona lo que he dicho. Pero no te precipites en nada, ¿de acuerdo?


—¿De modo que está bien para ti pero no para mí? —le preguntó Pedro, irritado por la actitud de Mauricio—. Y yo que iba a preguntarte qué te parecería una boda doble.


Por una vez, Mauricio no tuvo una réplica ingeniosa mientras Pedro se marchaba con una sonrisa. Había hecho ese último comentario para irritar a su sabelotodo hermano. Pero al llegar junto a ella y ayudarla a ponerse el abrigo blanco, supo exactamente lo que quería.


Simplemente, a Paula.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 23

 


—¿Conoces a todos los asistentes? —preguntó cuando Pedro se sentó a su lado.


Él se encogió de hombros.


—Supongo. Probablemente fui a la escuela con la mayoría. Es gracioso —añadió—, pero la gente se absorbe tanto con su propia vida, que puedes vivir en la misma ciudad y no verlos jamás, salvo en ocasiones como ésta.


—Darío y Ailín parecen tan felices —murmuró Pau, encogiéndose por dentro al darse cuenta de lo nostálgica que había sonado. Si no andaba con cuidado, Pedro pensaría que su principal intención era conquistar al jefe.


—Necesitaron tiempo para aclarar las cosas —indicó él entre bocados—. Tanto Darío como Damián estaban locos por ella —de inmediato lamentó haberlo dicho—. Claro que eso fue hace mucho tiempo —añadió, mirándola de reojo.


—No hieres mis sentimientos —insistió Paula, con la esperanza de no parecer a la defensiva—. Creo que sabía que no iba realmente en serio conmigo —Pau bebió un poco de vino—. No le guardo ningún rencor.


—Damián no es un mal chico —Pedro se acercó—. Lo que pasa es que aún no está preparado para asentarse —pinchó una gamba con el tenedor—. Yo envidio a Darío.


—¿Por qué?


Él movió la cabeza.


—Supongo que asistir a una boda hace que empieces a pensar en sentar la cabeza.


Pau pudo imaginarlo en una casa grande, con hijos y un perro. Lo que no podía imaginar, o no quería hacerlo, era a la mujer que tendría al lado.


—¿Qué me dices de ti? —preguntó él—. ¿Quieres una familia?


—Claro, algún día —repuso ella de forma evasiva—. No pienso casarme en mucho tiempo. Primero quiero establecer una carrera sólida.


Un gesto inescrutable pasó por la cara de él antes de llevarse la gamba a la boca. Pau se preguntó si habría sido muy directa. Quizá había esperado oír que nada se antepondría jamás al trabajo.


—¿Has terminado? —preguntó él.


Cuando bajó la vista, la sorprendió ver que había dejado limpio el plato sin siquiera notarlo.


—Sí —repuso, preguntándose si debería explayarse en lo que acababa de decir. Antes de poder decidirlo, él se puso de pie y alargó la mano.


—¿Bailas? —invitó.


La orquesta tocaba otra canción animada y la pista estaba llena de parejas que daban vueltas. En realidad, no podía imaginar a Pedro tan desinhibido, pero sintió curiosidad, de modo que aceptó. Quizá lograra que se relajara un poco.


Para su sorpresa, formaban una buena pareja de baile, pero antes de que pudieran animarse, la canción terminó. Cuando las primeras notas de una balada conocida sonaron por la sala, Pedro alargó los brazos.


Una súbita sensación de expectación hizo que Paula titubeara. No podía negarse y dejarlo allí plantado, de modo que tragó saliva y entró en el círculo de sus brazos. Él la acercó, dejando las manos unidas entre ambos.


Seguirlo no requirió esfuerzo, como si ya hubieran bailado mil veces juntos. La mejilla de él se posó levemente sobre su cabello. Paula dejó que sus ojos se cerraran. El aliento cálido de Pedro le hizo cosquillas en la piel mientras flotaba en la música y la calidez.


Alguien tropezó con ella y la hizo trastabillar contra Mitch. Pedro los ojos al tiempo que los brazos de él se cerraban más en torno a ella en un gesto protector.


Giró la cabeza y miró directamente a Rodrigo Chilton, quien bailaba con la abuela de alguien. Sin molestarse en disculparse, se alejó con su pareja de baile de ellos.


—¿Estás bien? —murmuró Pedro.


Ella asintió.


—Esto empieza a llenarse demasiado.


—Tomémonos un descanso —murmuró.


Sin soltarle la mano, la condujo fuera de la pista y entre la gente.


—No le hagas caso a Rodrigo —dijo después de que hubieran cruzado una puerta que daba a un pasillo vacío—. Lleva crispado desde que se produjo el primer cambio en la zona —rodearon una esquina y Pedro se detuvo—. Si fuera por él, Thunder Canyon seguiría siendo una diminuta comunidad ranchera y las mujeres estarían en casa cuidando bebés.


—¿Y lavando los calcetines de sus hombres? —bromeó ella—. ¿Tú qué piensas al respecto?


Pedro apoyó la mano en la pared junto a la cabeza de Pau.


—No me parece el momento ni el lugar para una discusión filosófica.


Estaba tan cerca que ella podría haberlo besado. Si no fuera su jefe… se habría sentido muy tentada. Desde luego, si él la besara, no protestaría. Incluso podría ser una buena idea quitarse eso de encima, para que pudieran trabajar juntos sin que ella se preguntara…



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 22

 


Mientras Paula se servía una ensalada de gambas y pasta, aún podía sentir la marca cálida de las manos de Pedro sobre sus hombros. Aunque sabía que él no había pretendido que leyera nada especial en el gesto, hacía que se sintiera especial.


Mientras esperaba que la hilera de gente avanzara, lo miró y sonrió. Se preguntó por qué no le había prestado atención todas las veces que había ido al bar mientras ella trabajaba allí. ¿Había sido demasiado adicta a los chicos malos como para notar su presencia?


—Gracias por invitarme —le dijo en aquel momento.


Con los platos llenos, ella buscó un lugar donde sentarse.


Probablemente Pedro querría unirse a uno de los grupos de personas que ya conocía, pero el hecho de haber salido con unos pocos de los hombres o haberles servido en el Gallatin Room, no hacía que sintiera que sería bien recibida.


—Ahí hay una mesa vacía —señaló Pedro—. Ocupémosla antes de que nos la quiten.


Después de retirarle la silla para que se sentara y de preguntarle qué le apetecía beber, fue al bar. Mientras lo esperaba, Paula echó un vistazo a los atuendos que lucían las mujeres. Algunos de los vestidos mostraban más piel que el suyo y más de un escote debería haber quedado asegurado con cinta aislante. Un par de las faldas eran lo bastante cortas como para permitir que se patinara cómodamente con ellas.


Tenía que contarle todos los detalles a Karen. Su amiga no había ocultado la envidia que le causaba que asistiera.


Vio a Pedro avanzar hacia ella con una copa en cada mano. Varias personas lo saludaron, pero no se detuvo a charlar.


En un punto, una rubia despampanante con un bronceado falso lo agarró del brazo. Pau la reconoció como clienta habitual del Lounge a la que le gustaba beber… y que a menudo olvidaba dejar propina. Cuando él indicó la mesa en que ella lo esperaba, la otra mujer la miró con desdén, pero Pedro logró zafarse sin derramar una sola gota de las copas.


Habló brevemente con Gastón Clifton, cuyo brazo se hallaba alrededor de una mujer que Pau conocía de los establos. Stephanie daba clases de equitación, pero esa noche había cambiado la ropa de montar por un vestido verde que resaltaba las mechas doradas de su bonito cabello rubio.


Con ellos se encontraba Ramiro Douglas, el jefe de Gastón en el complejo hotelero, y su esposa Lisa. La pareja era dueña de una mina en la localidad bautizada con el nombre de La Reina de Corazones. Todo el mundo había creído que estaba agotada hasta que un par de años atrás se había descubierto una nueva veta de oro en una sucesión peculiar de acontecimientos.