domingo, 29 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 58

 


El resto de la casa fue como un espejismo para Pau. No le extrañó que hubiera querido que se quedara con él esa noche, y en ese instante lamentó no haber llevado una bolsa. Casi no podía soportar la idea de dejarlo.


El recorrido terminó con el dormitorio principal. Impresionada con el tamaño y la decadencia del cuarto de baño contiguo, esperaba que la retuviera allí, pero la llevó de vuelta abajo sin soltarle la mano.


—¿Te apetece otra copa de vino o una taza de café? —le preguntó—. Había pensado que podía poner algo de música en el equipo de audio y disfrutar del fuego durante un rato.


Podría haberle sugerido que lavaran sus calcetines en la bañera de hidromasaje y habría aceptado. Al verlo encender el fuego, tuvo que poner freno a sus pensamientos, recordándose que los sentimientos eran demasiado nuevos como para que se precipitaran en algo. Saber que la amaba era suficiente, de hecho, más que suficiente, en ese momento.


—Me apetecería un poco más de vino —musitó, acariciándole el pecho. Le encantaba la idea de tener derecho a tocarlo, a besarlo. Y el brillo en sus ojos le reveló que lo afectaba de igual manera que él a ella.


Pedro se llevó una mano de Pau a los labios.


—Me has hecho tan feliz —comentó—. Siéntate, que enseguida vuelvo.


—Oh, necesito mostrarte la lista de empleados para la foto de mañana —casi lo había olvidado—. Traeré mi bolso. Está en el comedor.


—Creo que esta noche tenemos cosas más importantes de las que hablar que del trabajo —con una sonrisa, Pedro desapareció.


Pau sacó la lista del bolso. No quería darle demasiada importancia y estropear la velada, pero el jefe del almacén le había pedido que hablara con Pedro acerca de uno de los operarios que quería usar como modelo.


La desplegó y se sentó en el sofá mientras él le rellenaba la copa.


—No tardaremos mucho —le prometió.


Pedro depositó las copas en la mesita de centro.


—Estás decidida a hablar de negocios, ¿verdad? —indicó, ligeramente irritado—. Cuando te contraté, no tenía ni idea de lo adicta al trabajo que te volverías.


—No digas que no te lo advertí —bromeó ella—. Te dije que quería centrarme en una carrera.


Pedro se sentó a su lado.


—Y yo he quedado agradablemente sorprendido por cómo has llevado el trabajo.


—¿Sorprendido? —repitió ella, dejando de sonreír—. ¿A qué te refieres? ¿A que no pensaste que podría desempeñarlo? —estudió su cara—. ¿Por qué me ofreciste el puesto en primer lugar?


—Me avergüenza admitirlo, pero supongo que lo mejor será despejar la atmósfera —se encogió de hombros—. Quería llegar a conocerte mejor, pero cada vez que intentaba hablar contigo en el bar, o estabas ocupada o yo, mmm, olvidaba lo que quería decirte.


Pau se sintió complacida de que él se hubiera sentido atraído por ella. Siempre había parecido tan silencioso, reservado.


—La primera vez que me fijé en ti salías con Mauricio —agregó él—. Cuando me enteré de que estaba con Mia, me alegré por ellos, pero también por mí, porque significaba que ya no salía contigo.


Pau recordó que había pensado que Pedro era agradable e incluso más atractivo que su hermano, pero que sólo parecía importarle el trabajo.


—Pero eso fue antes de Damian —reflexionó ella en voz alta.


Pedro pareció incómodo.


—Exacto.


Ella movió la cabeza. Quiso liberar las manos y taparse los oídos, pero él debió de pensar que seguía sin entenderlo.


—Tenía que hacer algo drástico para sacarte del Lounge antes de que tu separación de Traub te impulsara a caer en brazos de otro hombre —explicó—. La mejor manera para mí de llegar a conocerte mejor, y rápidamente, era contratarte.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 57

 

Al aparcar, Pedro salió por las puertas dobles de la entrada vestido con unos vaqueros y una camisa a cuadros. Su sonrisa de bienvenida la llenó de calor a pesar del frío aire. Bajó del jeep y él le dio un beso rápido.


—¿Has tenido algún problema? —le preguntó.


—Ninguno —Pau le entregó la ensaladera antes de recoger el bolso y el aliño.


—¿Y el resto? —preguntó él después de que Pau cerrara el vehículo—. ¿No has traído una bolsa?


No había esperado que se lo planteara en la entrada.


—Mi casa no está lejos —repuso, aunque los dos sabían que eso no era precisamente cierto—. Tengo muchas ganas de ver tu casa —añadió entusiasmada—. ¿La mandaste construir para ti?


Para su alivio, él aceptó la insinuación y la condujo escalones arriba.


—Se la compré a alguien a quien trasladaron al este justo después de que la terminaran —explicó, manteniendo abierta una de las puertas de madera tallada—. Mi padre trabaja en la construcción, de modo que él la inspeccionó.


Se detuvieron en la entrada de dos niveles, donde él dejó la ensaladera en una mesa lateral mientras la ayudaba a quitarse el abrigo y lo colgaba.


—Es preciosa —exclamó, girando en un círculo lento.


Las paredes y el techo abovedado se hallaban cubiertos de madera que relucía suavemente a la luz del candelabro. Éste, compuesto de formas de cristal irregulares, colgaba de una pesada cadena. Una escalera con una barandilla tallada ascendía por una pared lateral hasta un rellano abierto en la primera planta.


Más allá de la entrada se encontraba el salón, donde dos sofás de piel de un rojo oscuro estaban frente a frente delante de una chimenea de piedra. Unas alfombras de tonalidades brillantes adornaban diversos puntos del suelo de parqué barnizado.


—Posterguemos el recorrido hasta después de la cena —dijo Pedro.


La condujo al comedor, donde dos manteles individuales adornaban un extremo de la larga mesa. Dejó la ensaladera y Pau depósito el aliño al lado.


—Ven —instó él—. Te mostraré la cocina.


Al entrar en la lujosa habitación, el olor a lasaña ayudó a que se le hiciera la boca agua.


—Tu madre debe de ser una cocinera magnífica —comentó, respirando hondo.


—Para ella es una obra de amor —repuso mientras se ponía un guante de cocina y abría el horno—. Le haré llegar tu comentario.


Extrajo la fuente y una barra de pan envuelta en papel de plata. Mientras los llevaba a la mesa, Pau llevó un cuenco con cuscurros de pan y otro con queso parmesano rallado.


—Creo que ya estamos listos —comentó él después de regresar de la cocina con una botella de vino.


Después de apartarle la silla, la imitó y se sentó. Durante la cena, Pau pudo relajarse y hacer a un lado sus reservas. Al terminar, recogerlo todo en esa cocina moderna sólo requirió unos minutos.


—Ahora comprendo por qué consideraste que a mi cabaña le faltaban algunas comodidades —bromeó mientras pasaba las yemas de los dedos por el granito pulido de la encimera—. Esta cocina es un sueño.


—Me hace feliz que te guste —cerró la puerta del lavavajillas y apretó unas teclas del panel de control.


Pau ladeó la cabeza.


—¿Está funcionando? —preguntó—. No oigo nada.


—Es muy silencioso —explicó, pasándole el brazo por el hombro—. Y ahora, ¿prefieres quedarte aquí hablando de electrodomésticos o quieres ver el resto de la casa?


Ella le pasó el brazo por la cintura y le sonrió.


—¿Tú qué crees?


Se inclinó y le plantó un breve beso en los labios.


—Lo que creo es que para mí es muy importante que te guste esta casa.


La implicación de esas palabras, junto con el calor de la expresión que mostraba, hizo que el espíritu de Pau surcara los cielos.


Cuando volvió a besarla, fue a su encuentro. La pegó a él, dejando que probara el vino de sus labios. Y cuando la soltó, apenas pudo recobrar el aliento.


—Sé que no llevamos mucho tiempo —dijo él con las manos en sus hombros—, pero no puedo evitarlo —apoyó la frente en la suya—. Te amo, Pau —susurró—. Lo único que quiero es hacerte feliz.


—Oh, Pedro —murmuró, pegando la mejilla contra su camisa—. Yo también te amo.


Durante unos instantes, se abrazaron con fuerza sin decir una palabra. Comprendía que ese hombre era todo lo que alguna vez había querido. Él había mirado más allá de la superficie y visto lo que nadie había logrado ver. Y la amaba, la amaba de verdad.


—Soy la mujer más afortunada del mundo —exclamó cuando al final se separaron un poco para sonreírse.


—No —corrigió él con firmeza—. Yo soy el afortunado. Vamos —dijo—. Ahora es aún más importante que te muestre la casa.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 56

 


Al día siguiente en el trabajo, Pau almorzaba en su escritorio cuando Pedro escoltó hasta la salida a un representante de ventas de la compañía de teléfonos con el que llevaba hablando media mañana. Antes le había comentado que quizá ya había llegado el momento de actualizar todos los aparatos y quería saber qué ofrecían.


Cuando regresó, ella le sonrió.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él ceñudo—. ¿No vas a comer conmigo?


El comentario la sorprendió. Aunque por lo general lo hacían, ella no había querido dar por hecho que comerían todos los días juntos.


—Puedo hacerlo —cerró la tapa de la tartera con ensalada—. No sabía cuánto iba a durar tu reunión y empezaba a tener hambre.


—Vamos —instó Pedro dirigiendo una mirada al reloj—. He de estar de vuelta a la una.


Ella contuvo la réplica, diciéndose que tendrían que aprender las costumbres del otro, excusándolo porque debía tener muchas cosas en la cabeza. Durante la comida en un local de comida rápida, le describió las diversas ideas que se le habían ocurrido para la sesión de fotos.


—¿Qué te parece? —le preguntó, ansiosa de recibir su opinión.


—Me suena bien —respondió.


Tragándose su decepción, Pau asintió.


—De acuerdo —probablemente era mejor que no intentara dirigir cada uno de sus pasos, que tuviera confianza en que haría un buen trabajo.


Antes de darse cuenta, fue hora de regresar a la oficina. Ninguno habló durante el breve trayecto de vuelta.


—¿Te apetece venir a cenar esta noche? —preguntó él de sopetón antes de bajar de la camioneta—. No cocino mucho, pero tengo una lasaña de mi madre en el congelador —le apretó levemente la mano—. Además, aún no has visto mi casa y tengo ganas de mostrártela.


Pau se sintió embargada por un sentimiento de expectación.


—A mí también me gustaría —tuvo ganas de inclinarse y darle un beso, pero sabía que alguien podía aparecer por la esquina del edificio en cualquier momento, de modo que se conformó con devolverle el apretón de mano antes de soltársela—. ¿Puedo llevar algo? ¿Una ensalada o vino? —inquirió.


—Vino tengo, pero una ensalada sería estupendo si no representa muchas molestias —esperó que fuera por delante de él a la oficina—. ¿A las siete?


—Allí estaré —quizá esa noche volvieran a hacer el amor, se dijo Pau. La perspectiva hizo que se sintiera levemente mareada.


Justo antes de que abriera la puerta y bajara, él dijo:

—Y no olvides llevar ropa para mañana. Seguro que no querrás ponerte lo mismo dos veces seguidas.


A pesar de su propia sensación de expectación, que diera por hecho como algo normal que pasaría la noche con él la dejó aturdida. Tragó saliva y logró asentir sin mirarlo.


—Gracias por la comida —murmuró—. He de hacer unas llamadas.


Sin decir otra palabra, él se fue a su despacho mientras ella se dejaba caer en el sillón y guardaba el bolso en el cajón de la mesa. Marcó la extensión de Nina para comunicarle a la mujer mayor que ya había vuelto, luego se volvió hacia el ordenador y contempló la pantalla sin ver nada.


La normalidad e indiferencia con que había dejado entrever que eran pareja la había entusiasmado al principio, pero a nadie le gustaba que dieran las cosas por sentadas.


Con sentimientos encontrados, esperó que la tarde pasara con inusual lentitud. Decidida a mantener una mente abierta, se marchó a las cinco y pasó por una tienda para comprar lechuga y pepinos.


Momentos más tarde, entraba en la cabaña. Después de haberse dado una ducha, haberse puesto loción corporal y haberse secado el pelo, se puso unos vaqueros y un jersey de cuello vuelto. Esperaba que a Pedro le gustara el azul oscuro, porque su escueto sujetador y sus braguitas eran de la misma tonalidad que el jersey.


Sintiéndose atractiva y deseable, se dejó el cabello suelto, añadiendo unos pendientes de plata y maquillaje a su rostro. Entrando en la diminuta cocina, lavó los tomates, bajó una ensaladera grande de madera del anaquel superior y se puso a trabajar en la ensalada.


Unos minutos antes de las siete, fue hacia la casa de Pedro siguiendo las directrices que él le había proporcionado anteriormente. Mientras conducía por el camino oscuro, las nubes que habían llenado el cielo durante casi todo el día, finalmente cumplieron con su amenaza.


Se negó a dejar que la lluvia que chorreaba por el parabrisas de su coche le estropeara el estado de ánimo. A los pocos minutos vio el letrero de la calle donde se suponía que debía realizar su primer giro. La condujo a una parte de Thunder Canyon que no había explorado con anterioridad.


No la sorprendió que Pedro viviera en una urbanización lujosa en las colinas. Las casas allí estaban más separadas entre sí, distanciadas del camino principal por columnas, puertas de hierro forjado u otras entradas elaboradas.


Justo cuando paraba la lluvia, vio la pieza de granito que Pedro le había descrito con su dirección cincelada en la fachada. Iluminada por un pequeño foco, marcaba la entrada a su propiedad.


Apretó el volante y respiró hondo. No podía ver mucho del terreno en la oscuridad, pero su primer vistazo de la casa le encantó. Con el tejado en pendiente y los ventanales altos y luminosos, le recordó un poco a un alojamiento para esquiadores.