domingo, 13 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 46





Paula y Margo desayunaron juntas. Acaban de pagar cuando Hernan entró en el restaurante y se acercó a su mesa.


—Buenos días, señoritas, parece que vamos a pasar otro día de diversión y sol en el hotel Ocean Breeze. El Gaby ha sufrido otro problema.


—¿Qué tipo de problema?


—Alguien ha hecho algunos destrozos con ayuda de una palanca de hierro.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula con el corazón en un puño.


—Parece que entraron algunos ladrones en busca de algo que vender después.


Desde que llegaran a esa isla, Paula apenas había pensado en el dinero que tenía escondido en su habitación del hotel. Se sentía fatal. Temía que ese incidente tuviera algo que ver con el del otro día.


—¿Dónde está Pedro? —le preguntó a Hernan.


—Está hablando con gente para que reparen el motor y otras cosas.


—¿Hay algo que podamos hacer para ayudar?


—No, creo que lo tiene todo controlado. ¿Os apetece ir a la playa?


Miró a Margo. Estaba esforzándose en fingir desinterés. A ella no le apetecía ir a ningún sitio, sólo quería estar sola y liberar la tensión que se había acumulado en su interior.


—Id vosotros, yo tengo que volver a mi habitación. Os veo dentro de un rato —les dijo.


—¿Estás segura? —le preguntó Margo.


—Sí.


—Muy bien, te reservamos una tumbona —le dijo Hernan.


Salieron del restaurante. En ese instante llegaban las hermanas Granger y Hernan les contó lo que había pasado. Decidió salir por la parte de atrás para no tener que detenerse a hablar con la gente. Llegó a su habitación, cerró la puerta y se sentó en el suelo con la cabeza entre las manos.


No podía creerlo, pero tampoco podía evitar pensar en que quizá los dos intentos de robo tuvieran algo que ver con su ex marido. No sabía si sus sospechas serían reales, pero se estaba dando cuenta de que esos tipos cada vez eran menos sutiles y habían llegado tan lejos como para romper el motor del barco.


Pensó que quizá había llegado el momento de volver a casa.


Si todo aquello estaba ocurriendo por culpa de ella, no podía arriesgarse a que alguien resultara herido. Se ponía enferma sólo de pensar en esa posibilidad.


Sobre todo después de lo que había pasado la noche anterior con Pedro.


Recordó cómo habían estado sentados en la playa. Uno al lado del otro. Apenas podía pensar en otra cosa.


Por si tenía alguna duda, lo que había pasado entre los dos la empujó a tomar la decisión de marcharse. Tenía que solucionar su vida cuanto antes. No podía quedarse allí y dejar que pasara algo que complicara aún más el momento de la despedida.


Se levantó y fue hasta el armario. Sacó su maleta y empezó a meter dentro toda la ropa. 


Acababa de guardar su bolsa de aseo cuando alguien llamó a la puerta.


—Un momento —dijo mientras iba hacia la puerta.


Era Pedro.


—Hola.


—Hola —repuso ella con un hilo de voz.


—¿Te has enterado de lo del barco?


—Sí. Lo siento.


—Bueno, tiene arreglo y no creo que tarde mucho.


—¿Sabes algo más de lo que pasó?


—Me comentaron en el puerto que ha habido varios robos recientemente. Creen que son ladrones buscando cosas que vender después en el mercado negro.


—Ya… —repuso ella bajando la mirada hacia sus manos.


Aliviada, se dio cuenta de que esa vez él no sospechaba que ella tuviera algo que ver con el intento de robo.


—¿Qué es eso? —le preguntó al ver la maleta sobre la cama.


No le contestó de inmediato. No sabía qué decirle.


—Me voy de vuelta a Miami, Pedro.


—¿Por qué? —preguntó él con gran sorpresa.


—No sé —repuso ella encogiéndose de hombros—. La última vez que pasó algo parecido, tú estabas convencido de que yo tenía algo que ver con el intento de robo. Pensabas que estaba ocultando algo…


—¿Puedo pasar? —le preguntó Pedro.


—Bueno, tengo que terminar de hacer la maleta y hacer algunas llamadas…


—Paula, por favor —la interrumpió él.


—Muy bien —repuso ella echándose a un lado para que entrara en la habitación.


Pedro entró y fue directamente hasta la ventana. 


Se quedó ensimismado mirando la piscina.


—Lo siento —le dijo—. Siento haberte acusado la otra vez. Estaba completamente equivocado.


Lo último que deseaba era que se disculpara con ella, porque él había estado en lo cierto.


—No te disculpes, no hay necesidad.


—Sí, tengo que hacerlo.


—Pero Pedro


—Déjame terminar —le pidió él—. Verás… Me cuesta confiar en la gente. Mi mujer… Nuestro divorcio fue muy complicado, había muchos problemas entre nosotros —añadió deteniéndose antes de hablar de nuevo—. Tengo una hija. Se llama Gaby. Tenía seis años la última vez que la vi. De eso hace ya dos años.


Paula se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración. No podía creer lo que le estaba contando. El nombre de su barco era también el nombre de su hija.


—Pero ¿por qué?


—Mi ex mujer, Pamela, se la llevó un día y desapareció. Me dejó una nota en la que me decía que debería haberme dado cuenta de lo que tenía antes de dejar que desaparecieran de mi lado.


Pedro… —murmuró sin saber muy bien que decirle—. Lo siento muchísimo…


—Voy a encontrarla —le dijo con decisión—. No pararé hasta que dé con ella.


Ella asintió, por fin podía comprender muchas de sus actitudes.


—Te digo esto porque mi situación me ha llevado a mantener un muro a mi alrededor. No es una excusa para explicar que desconfiara de ti, pero…


—No, no te disculpes, por favor.


—Sí, tengo que hacerlo. Y anoche…


No terminó la frase. Pero ella sabía lo que iba a decirle. Pedro pensaba que desde la noche anterior la conocía de verdad, pero no era así. 


Ella iba a traerle problemas.


Los intentos de robo, tuvieran algo que ver con ella o no, le habían recordado que ella no era como él pensaba.


—Siento mucho lo de anoche —le dijo—. No quería agobiarte con mi vida.


—No lo hiciste. Y deja que termine de hablar, ¿vale?


Paula apretó los labios y esperó.


—Hacía mucho que no dejaba que nadie se acercara tanto a mí. Creo que ver el dolor en la vida de otra persona me recordó que no soy el único con problemas. Me hice muchas ideas equivocadas sobre ti antes de conocerte, Paula. Y por eso te debo una disculpa. Lo siento.


Quería escapar de allí y que la tierra se la tragara.


—No me debes nada —le dijo con el peso de la culpabilidad aferrando su garganta.


—Está claro que no eres como pensaba.


La miraba igual que la noche anterior, pero su admiración le estaba recordando más que nunca que no había sido sincera con él. Se puso en pie y comenzó a doblar la ropa que aún estaba sobre la cama y a meterla en la maleta.


—Quédate, Paula.


Paula no lo miró. No podía.


—Tengo que irme. De verdad.


Él se acercó a ella y tomó uno de sus brazos. 


Algo se deshizo en su interior y se dio cuenta de que había estado engañándose a sí misma. Lo de la noche anterior había significado más de lo que quería admitir. Sentía que podía olvidarse de todos sus problemas y fingir que sólo estaban ellos dos en el mundo.


Lo miró, sabía que todo lo que estaba sintiendo estaba presente en sus ojos, pero no podía evitarlo.


Él recorrió con un dedo su mandíbula y llegó a sus labios. Le parecía increíble que hubiera vivido tantos años y que no se hubiera sentido nunca como se sentía con Pedro.


—Paula… —murmuró él mientras inclinaba la cabeza para besarla.


De repente desaparecieron las horas que habían pasado desde su primer y único beso, ya no se acordaba de las razones que había usado para convencerse de que aquello no estaba bien.


Rodeó el cuello de Pedro con los brazos. 


Encajaban a la perfección. Se besaron durante mucho tiempo, como dos adolescentes que acababan de descubrir el placer de los besos y que no estaban dispuestos a que aquel momento terminara.


La ventana estaba entreabierta y podía oír risas de niños y conversaciones lejanas. Sabía que el mundo seguía moviéndose fuera de esa habitación, pero allí dentro sólo estaban ellos dos, nada más existía.


Se dio cuenta de que nunca se había sentido así con Agustin. Era muy triste. Tanto como ver que, a sus treinta y tantos, no había tenido amor en su vida y sólo arrastraba por el mundo una maleta llena de remordimientos.


Se separó de él y fue hasta la ventana.


—Paula —le dijo él con tono agónico—. No puedes irte ahora.


Quería preguntarle qué era lo que sus palabras querían decir. Si no podía irse después de que los dos descubrieran el dolor que había en sus vidas o después de ver que había una nueva conexión entre los dos.


—Me alegra haber venido, pero esto… Los dos sabemos que es un error.


—¿Tú crees?


—Sí, es un error.


—Puedo imaginarme tus razones. Pero ¿por qué no me lo dices tú?


—Bueno… Por un lado, los dos tenemos asuntos pendientes y no necesitamos añadir más problemas a los anteriores.


Él cruzó la habitación y se detuvo justo detrás de ella. Podía oler su colonia. Cerró los ojos para impedir que le afectara tanto. Pero entonces sintió su aliento en la nuca y sus labios en el cuello.


Pedro


—De acuerdo —repuso separándose.


Él le levantó la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos.


—Deja que te haga una oferta. Quiero llevarte a un sitio. Pasaremos allí el día. Si aún quieres irte cuando volvamos, no trataré de convencerte para que no lo hagas. Lo prometo.


—¿Adónde quieres ir? —preguntó con curiosidad.


—Eso es una sorpresa, pero te aseguro que no te arrepentirás.


Miró su maleta abierta sobre la cama y después a Pedro. La respuesta estaba muy clara.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 45




Paula se despertó temprano, antes incluso de que amaneciera. La verdad era que ni siquiera estaba segura de haber dormido. Se quedó tumbada en la cama con los ojos cerrados. 


Estaba en el limbo, a medio camino entre la inconsciencia y los recuerdos de lo que había pasado.


Había besado a Pedro Alfonso.


No había previsto que sucediera algo así y no sabía que hacer al respecto.


Salió de la habitación en busca de una buena taza de café. Pidió una en la cafetería del hotel y la sacó a la piscina. Se sentó en una de las tumbonas y revivió en su mente, una vez más, la escena de la noche anterior, hasta el momento en que Pedro la había acompañado a la puerta de su habitación.


Había un momento que recordaba con especial intensidad. Los dos estaban frente a la puerta y la luz iluminaba la cara de ese hombre. Vio algo en sus ojos que no había visto hasta entonces. 


Parecía haber cambiado la opinión que tenía de ella, era como si la viera con otros ojos.


Y lo cierto era que la noche anterior se había abierto a él como no lo había hecho con ninguna otra persona. Se había mostrado tal y como era, con toda la vulnerabilidad que eso implicaba. 


Incluso en ese instante, recordándolo, tenía la misma sensación de inseguridad. Era como si se hubiera paseado por el centro de Nueva York completamente desnuda. Delante de todo el mundo.


Se sentía avergonzada. Lo que más le apetecía era quedarse allí sentada todo el día y no tener que enfrentarse a nadie. Pero, por otro lado, una parte de su ser parecía sentirse aliviada y liberada.


Pensó en la relación que había tenido con su padre. Siempre intentaba no pensar en ello porque le hacía demasiado daño, pero eso no solucionaba nada.


Se arrepentía de las decisiones que había tomado en su vida y de que él hubiera muerto sin que arreglaran la situación entre ellos. Era algo que nunca podría cambiar.


Le había contado a Pedro alguna de esas cosas. Había abierto la puerta de su alma y el había podido ver cómo era por dentro. Lo que más le sorprendía era que no hubiera salido despavorido.


Abrió los ojos y miró el cielo. Azul y brillante. 


Nada que ver con cómo se sentía ese día.



****

Pedro y Hernan se acercaron al puerto a las siete para ver si todo estaba bien en el barco. Pedro conducía un todoterreno que habían alquilado.


Miró a Hernan. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo y llevaba gafas de sol.


—Estás muy callado esta mañana —le dijo.


—Estoy pensando.


—¿En qué?


—¿Tú que crees?


—En las mujeres.


—Sí, en las mujeres —confesó Hernan.


—¿En alguna en particular?


—Puede…


—¿En Margo?


—Soy un auténtico canalla.


—Si lo dices por la relación que tienes con las mujeres, no esperes que te contradiga. Sí, eres un auténtico canalla, pero te gusta serlo. ¿No es eso lo que te divierte?


—Bueno, siempre me había parecido una buena estrategia…


—¿Y has cambiado de opinión?


—No lo sé.


Pedro suspiró y sacudió la cabeza.


—Nunca pensé que viviría lo suficiente como para ver esto. ¡Hernan Smith se ha convertido!


—Yo no iría tan lejos —repuso Hernan mirándolo por encima de las gafas de sol.


—Pero parece que esta vez has caído en las redes de una mujer.


—Yo podría decirte lo mismo, Pedro.


—Podrías decírmelo, pero eso no implica que tengas razón.


—¿No? ¿Cómo explicas entonces que te viera besando a Paula en la playa?


—No voy a preguntarte cómo conseguiste verlo —repuso Pedro sin dejar de mirar a la carretera.


—Se me ocurrió dar un paseo después de cenar. Y parece que no fui el único con la misma idea.


—Sólo fue un beso —se defendió el capitán.


—Sólo uno, pero muy largo.


—¿Qué pasa? ¿Lo cronometraste?


Hernan se rió con ganas.


—Estuve a punto de quedarme para aplaudirte… ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos años?


—La verdad es que no he estado contando los días.


—De eso me encargo yo. Sí, han pasado dos años.


—Gracias por recordármelo.


—¿Mereció la pena esperar tanto?


—Hernan… —le dijo él a modo de advertencia.


—Sólo es una pregunta.


Miró por la ventana hacia el mar, no quería que Hernan pudiera interpretar la expresión de su rostro.


—Sí —le dijo con sinceridad—. Mereció la pena.


—¡Ya era hora!


Pedro intentó no sonreír al ver el entusiasmo de su amigo.


—Ya puedes dar por concluida tu campaña para salvar mi vida y dedicarte a perseguir a algún otro incauto.


—No, no he terminado contigo. Todavía pueden pasar muchas más cosas…


—No creo que las cosas vayan más allá de lo de anoche.


—Entiendo, un beso y tienes suficiente.


—No es lo que piensas, Hernan.


—¿Qué es, entonces?


—Ella no es como piensas —le dijo mientras recordaba la cara de Paula en la playa y todo lo que le había confesado.


—Lo que quieres decir es que no es el tipo de mujer con el que se puede tener sólo una aventura.


—No —repuso él—. Y, por si no lo habías notado, Margo tampoco lo es.


—Ya me había dado cuenta.


—Entonces, ¿me vas a contar ahora por que estás tan apagado esta mañana?


—Margo me dijo anoche que ella no me persigue.


Pedro no pudo contenerse y estalló en carcajadas.


—Eso, eso. Ríete a mi costa. Muchas gracias.


—¿No es eso lo que querías? ¿Que no fuera detrás de ti?


—Sí. Claro, eso es.


—¿Entonces?


—Bueno, no me gusta que la gente piense que soy un canalla.


—Ya… No te importa comportarte como tal, pero no quieres que la gente lo piense, ¿verdad?


—Algo así…


—Venga, Hernan. ¿Dónde está tu sentido del humor? ¿No es este el tipo de vida que querías?


—Supongo —repuso con poco ánimo.


—Pero ahora te has parado a pensar y crees que te gustaría cambiar de estrategia, ¿no?


—No, no es eso.


—De acuerdo. No quieres cambiar, pero tampoco quieres que te vean como a un canalla.


—Eso es.


—Y tus motivos no son nada egoístas, ¿verdad? —le preguntó con ironía.


—Vaya, parece que esta mañana te has levantado con la suficiente confianza como para opinar sobre todo. Es increíble lo que un beso puede conseguir después de tanto tiempo.


Pedro sacudió la cabeza y los dos siguieron en silencio hasta el puerto. Aparcó y caminaron hasta donde el Gaby estaba atracado. Dos hombres con camisetas y bermudas de colores estaban de pie al lado del barco.


—¿Es este su barco? —le preguntó el más alto.


—Sí —repuso él—. ¿Pasa algo?


—Nuestro vigilante nocturno oyó un ruido y encontró a un par de hombres a bordo sobre las tres de la mañana. Nos dijo que parecía que estaban buscando algo, pero salieron corriendo en cuanto él les dio el alto.


Miró a Hernan con preocupación.


—¿Otra vez? —preguntó Hernan completamente estupefacto.


—Gracias, chicos —les dijo Pedro a los dos hombres—. Vamos a echar un vistazo ahora.


Hernan comenzó por la proa y él por la popa del barco. Un par de puertas tenían agujeros en ellas, como si hubieran intentado abrirlas con una palanca. Hernan le dijo que había encontrado el mismo problema en algunas cerraduras.


—Parece demasiada casualidad para que los dos incidentes no estén relacionados —le dijo—. ¿Echas algo en falta, Pedro?


—No, nada mío.


No entendía lo que estaba pasando. El hombre que les había hablado en el muelle subió a bordo.


—Siento mucho los daños, es bastante común que haya robos en los barcos, por eso tenemos un vigilante por las noches. Pero supongo que no llegó a tiempo.


—¿Roban mucho?


—Sí, por desgracia, así es.


—Bueno, vamos a seguir mirando —le dijo Pedro al hombre.


—Es una pena que no avisen de los robos antes de que decidas dejar aquí tu barco una noche, ¿verdad? —le dijo Hernan al oído.


—Sí…


Fueron hasta el motor y vieron que había sido dañado también con una palanca.


—Mira esto, Hernan. Parece que vamos a tener que pasar otra noche más aquí.


—Eso parece…