jueves, 18 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 29

 


ALGUIEN estaba llamando a la puerta de su dormitorio. Rápidamente, Pau sacó el sombrero de la bolsa de viaje y agarró su bolso antes de dirigirse a abrir la puerta. De algún modo, consiguió librarse de los pensamientos que tanto la turbaban y pudo dedicarle una sonrisa a la doncella que la estaba esperando.


La doncella la acompañó a un comedor en que se había servido un bufé en una elegante mesa auxiliar. Había tres servicios colocados sobre la impecable mesa de caoba. La razón se hizo aparente cuando Pedro entró en el comedor acompañado de un hombre más joven, de cabello oscuro y muy guapo. Él le dedicó a Pau una cálida sonrisa de apreciación en cuanto la vio.


Pedro los presentó.


–Paula, Ramón Carrera. Ramón es el capataz de la finca –dijo. La cálida sonrisa de Ramón se desvaneció un poco al escuchar las siguientes palabras de Pedro–. Paula es la hija de Felipe. Vamos a comer –añadió, mientras se dirigía a la mesa del bufé.


Mientras tomaba un plato para servirse, Pau reflexionó por la inesperada presentación de Pedro, en la que había dicho abiertamente que ella era la hija de su tío adoptivo y reconociéndola así por tanto como un miembro de la familia. Escuchándolo, cualquiera hubiera pensado que no había habido secreto alguno sobre ella o problema para reconocerla como tal. ¿Por qué lo había hecho? Seguramente para que nadie se pensara que tenía una relación con ella. Por supuesto, siendo el hombre que era, no quería que nadie pensara algo semejante. Después de todo, había dejado bien claro la antipatía que sentía hacia ella.


Después de comer, mientras los dos hombres hablaban sobre asuntos relacionados con la finca siguió pensando en el porqué el hecho de que él la hubiera presentado como la hija de Felipe para que nadie pensara que tenía una relación con ella le molestaba tanto.


–Aún no ha probado nuestro vino –oyó que decía Ramón–. Es un nuevo Merlot que acabamos de empezar a producir aquí.


Como se esperaba que hiciera, Pau se llevó la copa a los labios y, tras aspirar el intenso aroma, tomó un sorbo.


–Es excelente –le dijo sinceramente a Ramón.


–Es Pedro quien se merece sus elogios y no yo –replicó Ramón con una sonrisa–. Fue idea suya importar algunas viñas nuevas de unos terrenos en Chile sobre los que está interesado para ver si podíamos conseguir el excelente vino que producen allí.


–El que hemos producido aquí es único en esta zona –comentó Pedro participando en la conversación–. Algunos de los aromas de nuestra tierra se han visto incorporados al vino.


Pedro dijo que quería producir un Merlot que le recordara a un paseo a caballo entre los campos de la finca en una cálida mañana de primavera –explicó Ramón muy entusiasmado–. El resultado ha sido muy bien recibido. Creo, Pedroque deberíamos haberle puesto el nombre de la hermosa hija del señor Felipe –añadió, tras dedicarle a Pau una mirada de admiración.


Pedro se sintió como si alguien le apuñalara en el vientre al ver cómo Pau sonreía afectuosamente a Ramón. No había mencionado que hubiera ningún hombre en su vida, pero, aunque lo hubiera, dado que sabía la clase de mujer que era, seguramente no creería necesario conformarse con uno, en especial cuando estaba a tantos kilómetros de distancia de él.


Se puso en pie repentinamente y anunció con brusquedad:

–Creo que deberíamos marcharnos. Ya me informarás sobre ese problema del sistema de irrigación esta noche, Ramón. Si hay que llamar a un ingeniero para que lo repare, preferiría que fuera mañana, mientras yo aún estoy aquí.


–Iré a ver qué está ocurriendo –dijo Ramón poniéndose de pie.Inmediatamente, se acercó a Pau y la ayudó a levantarse con un gesto muy cortés.


Entonces, se excusó y se marchó, dejando a Pedro y a Paula a solas. Los dos salieron del castillo bajo el cálido sol de media tarde. Pau se sorprendió al ver que Pedro le agarraba el brazo para conducirla hasta el coche, dado que había pensado que la casa de su padre estaría a una corta distancia del castillo.




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 28

 


Al llegar a la puerta principal del castillo, Pedro detuvo el coche. Un empleado de cierta edad los estaba esperando para darles la bienvenida al amplio vestíbulo de mármol. El ama de llaves, que sonreía mucho más afectuosamente que Rosa, la acompañó a su dormitorio después de que Pedro anunciara que su invitada podría querer refrescarse un poco mientras él hablaba con el encargado.


–Dado que es casi la hora de comer, sugiero que retrasemos nuestra visita a la casa de Felipe hasta después de almorzar.


La palabra «sugerir» en el vocabulario de Pedro significaba realmente una orden. Pau se vio obligada a asentir con la cabeza y aceptar su dictado a pesar de que se moría de ganas por ver la casa de su padre.


Un par de minutos más tarde, siguió al ama de llaves a lo largo de un amplio pasillo, cuyo techo estaba decorado con elaborados diseños de escayola y cuyas paredes vestidas de papel rojo exhibían retratos de familia.


Casi habían llegado al final del pasillo cuando el ama de llaves se detuvo y abrió una puerta doble que quedaba frente a ella. Entonces, le indicó a Pau que entrara.


Si el dormitorio de la casa de Granada le había parecido enorme y elegante, no sabía cómo podría describir aquél. Dejó su bolso de viaje en el suelo y se quedó sin palabras al contemplar el que seguramente era el dormitorio más opulento que había visto en toda su vida.


Festones de querubines adornaban el lujoso dosel de la cama mientras que en el techo las ninfas y los pastores se enfrentaban en una deliciosa pastoral retratada en tonos pastel. Una elaborada escayola dorada adornaba las paredes.


Todos los muebles eran de color crema. Sobre la cama, había una colcha dorada de la misma tela de las cortinas. Entre dos enormes puertas de cristal que daban a estrechos balcones, había un escritorio con su butaca. En un rincón, había una mesa baja sobre la que se apreciaba una selección de revistas. A pesar de que no entendía mucho de decoración, Paula sospechaba que la alfombra era probablemente una pieza de valor incalculable que se había tejido especialmente para aquel dormitorio.


–Su baño y su vestidor están por aquí –le dijo el ama de llaves, indicando unas puertas a ambos lados de la cama–. Le enviaré una doncella para que la acompañe al comedor dentro de diez minutos.


Tras darle las gracias, Pau esperó hasta que la puerta se hubo cerrado antes de ir a investigar el cuarto de baño y el vestidor.


El baño era muy tradicional, con suelos y paredes de mármol y una enorme bañera además de una ducha del más moderno estilo. Había todos los productos imaginables a disposición de quien se alojara allí, además de esponjosas toallas y de un igualmente suave albornoz.


El vestidor estaba alineado de espejos que ocultaban armarios empotrados lo suficientemente grandes para albergar los guardarropas enteros de varias familias e incluso contaba con una chaise longue. ¿Sería para que el compañero de la dama que durmiera en aquel dormitorio pudiera sentarse allí y ver cómo ella desfilaba delante de él con carísimas ropas de diseño? Sin poder evitarlo, se imaginó a Pedro reclinado contra la tapicería dorada, extendiendo la mano para tocarle un hombro desnudo, mirándole la boca mientras ella...


No. No debía tener tales pensamientos.


Regresó rápidamente al dormitorio y se asomó al balcón con la intención de tomar un poco de aire fresco. Se detuvo en seco al ver que el balcón daba a una piscina lo suficientemente grande como para pertenecer a un hotel de cinco estrellas. El intenso azul del cielo se reflejaba en el agua. Más allá de los muros del jardín, se veían los campos y los huertos, que se extendían hasta las colinas.


Aquel valle era un pequeño paraíso en la tierra, un paraíso lleno de peligros. En lo que a ella se refería, Pedro era Lucifer y se sentía tan tentada por él como Eva por la serpiente. Corría el riesgo de perder todo lo que le importaba por conseguir una caricia del hombre que representaba todo lo que ella más despreciaba




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 27

 


Había ido hasta allí para buscar a su padre, no para que Pedro la aceptara o cambiara la opinión que tenía sobre ella. Había recorrido un largo camino desde la muchacha idealista que había mirado a Pedro y había perdido por completo el corazón. Sabía que él no era la figura heroica que ella había creado en el interior de su cabeza por la adoración que sentía hacia él. Pedro se lo había demostrado al hacerle ver lo equivocada que era la opinión que tenía sobre ella. No había razón alguna para que sus sentidos estuvieran tan pendientes de él, igual que había ocurrido en la adolescencia, pero eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.


Por mucho que intentara no hacerlo, no podía resistirse a volver la cabeza para mirarlo. El cuello de su camisa estaba abierto y dejaba al descubierto la dorada esbeltez de la garganta. Si pudiera mirarlo bien, vería sin duda dónde empezaba el vello que cubría su torso.


«Basta ya», se dijo. La ansiedad que sus pensamientos le estaban causando le provocaban pequeñas gotas de sudor en la frente mientras que el pulso y los latidos del corazón habían comenzado a acelerársele. Tenía miedo de su propia imaginación y del poder de la sensualidad que había dentro de ella. Parecía surgir de ninguna parte.


Tal vez el hecho de estar allí, en el país de su padre, desatara aspectos de su personalidad que desconocía, como la pasión. Resultaba mucho más fácil aferrarse a ese pensamiento que pensar que era Pedro el responsable de aquel florecimiento de aquel lado tan sensual de su naturaleza. Igual que le había pasado cuando tenía dieciséis años.


Pedro miró por el retrovisor para no tener que mirar a Paula y apretó el pie sobre el acelerador. Ya habían salido de Granada y el poderoso coche devoraba los kilómetros. Paula admiraba el paisaje que se divisaba a su alrededor, sobre el que tanto había leído en libros, dado que temía preguntar a su madre. Sabía lo doloroso que le resultaba hablar sobre la tierra del amor de su vida.


–Todo esto debe de ser muy hermoso en primavera, cuando los árboles están en flor –dijo, admirando los naranjos y limoneros que estaban cargados de fragantes frutos.


–La primavera es la estación favorita de mi madre. Siempre la pasa en la finca. La flor del almendro es su favorita –respondió con voz seca, lo que demostraba que no quería hablar con ella.


Este hecho le dolió profundamente. Decidió que no debía pensar en Pedro, sino en sus padres, en el amor que los dos habían compartido. Ella había sido el fruto de ese amor y, según su madre, eso la convertía en una persona muy especial. Una hija del amor. Sabiendo eso, ¿acaso era de extrañar que ella se hubiera sentido tan horrorizada por el comportamiento de Ramiro, que no hubiera podido negar las mentiras que él había dicho sobre ella? A los dieciséis años, había sido lo suficientemente ingenua como para creer que la intimidad sexual debería ser un hermoso acto de amor mutuo. Ella no había tenido deseo alguno de experimentar con el sexo, algo a lo que le habían predispuesto la actitud vulgar y desagradable de los chicos de su edad. En vez de eso, había soñado con un amante tierno y apasionado, que la adorara por completo y con el que ella pudiera compartir todos los misterios y las delicias de su intimidad sexual.


Entonces, Pedro había ido a ver a su madre. El niño del que tanto había oído hablar se había transformado en un dios que encajaba perfectamente con la imagen que ella tenía de lo que un hombre debería ser. En consecuencia, le había robado por completo el corazón sin que ella se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pedro tan guapo, tan masculino, tan sensual... Y, además, conocía a su padre. ¿Era de extrañar que hubiera podido derribar tan fácilmente todas sus defensas emocionales?


Sorprendida de su propia vulnerabilidad, trató de centrarse de nuevo en el paisaje. Se había apartado de la carretera principal y avanzaban por una algo más estrecha que escalaba una montaña. Cuando llegaron a la cima, pudo ver que, al otro lado, había un fértil valle lleno de huertos.


–Los linderos de la finca comienzan aquí –dijo él mientras comenzaban a descender hacia el valle. El tono seguía siendo formal, como si quisiera transmitirle lo poco que quería su compañía y lo mucho que hubiera preferido que ella no estuviera a su lado.


A Pau no le importó. Después de todo, no estaba allí por él, sino por su padre. Sin embargo, por mucho que tratara de reconfortarse con aquel pensamiento, su dolido corazón se negaba a sentirse aliviado.


–Aún no se puede ver el castillo, pero está al otro lado del valle, construido en un lugar estratégico.


Pau primero vio un río que serpenteaba entre las suaves praderas del valle. Aquel lugar era un paraíso. De repente, sintió envidia ante el privilegio de haber podido crecer allí, rodeado de tanta belleza natural. En la distancia, se veían los altos picos de la sierra.


Por fin pudo ver el castillo. No se había imaginado que fuera tan grande, tan imponente. Su arquitectura era una mezcla del estilo árabe con el renacentista. La luz del sol relucía sobre las estrechas ventanas de sus torres.


Con cierta aprensión, pensó que aquello no era un hogar, sino una fortaleza diseñada para transmitir el poder de quien habitaba allí y advertir a los demás que no osaran desafiarlo.