sábado, 11 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 34





Pedro vio cómo Paula iba y venía por sus habitaciones, preparándose para la cena. Dany estaba durmiendo en el salón, en una cuna que él había mandado instalar.


Pero era la presencia de su exesposa la que hacía que tuviese el estómago encogido. Le gustaba volver a tenerla allí.


No estaba seguro de que se tratase de tenerla allí, en la casa de su familia, sino de tenerla con él, en su dormitorio, estuviese donde estuviese esa habitación.


La había echado de menos. Había echado de menos ver sus cosas encima de la mesa y en el cuarto de baño, su ropa en el armario, el olor de su perfume en las sábanas.


Había echado de menos verla, así, yendo de un lado a otro, peinándose, maquillándose o escogiendo qué joyas ponerse.


Era evidente que no tenía tantas joyas como cuando había estado casada con él, pero sus movimientos eran los mismos. Incluso llevaba su perfume favorito, probablemente porque había dejado un frasco en el tocador al marcharse, y Pedro no había podido deshacerse de él.



En esos momentos, se alegraba mucho. Se lo había regalado a Paula por su cumpleaños. Hacía mucho tiempo. Pero el hecho de que hubiese vuelto a utilizarlo, de que estuviese allí con él, y de que, al parecer, confiase en él… le hizo preguntarse si podrían solventar sus diferencias y darse otra oportunidad.


–¿Qué tal estoy? –le preguntó ella de repente, interrumpiendo sus pensamientos.


–Preciosa –respondió Pedro sin pararse a pensarlo, sin tan siquiera tener que mirarla. 


Aunque lo hizo. Mirarla siempre era un placer.


Llevaba un sencillo vestido de tirantes amarillo y sandalias, y se había recogido el pelo detrás de las orejas. Pedro se excitó al verla, se humedeció los labios con la lengua y deseó poder lamerla como si se tratase de un dulce polo de limón.


La mirada de Paula se tornó misteriosa y sonrió de manera sensual antes de frotarse las manos en la falda.


¿Estás seguro? Ya sabes cómo es tu madre y no he traído nada más elegante. Tenía que haberme acordado de que aquí hay que arreglarse para cenar.


Tomó aire, lo soltó y volvió a pasarse las manos por la falda con un gesto nervioso.


–Aunque, de todos modos, ya no tengo vestidos elegantes, así que no habría podido traérmelos ni aunque hubiese querido. Pensé que tal vez
todavía estaría aquí la ropa que dejé, pero…


Dejó de hablar y apartó la mirada de la de PedroPedro se sintió culpable.


–Lo siento. Mi madre hizo que se la llevasen toda cuando te marchaste. Yo tampoco esperaba que fueses a volver, así que no guardé nada.


Lo cierto era que guardar cosas de Paula le habría resultado demasiado doloroso. De hecho, había firmado los papeles del divorcio más bien movido por la ira que por el deseo de ser libre otra vez.


No tenía que haber permitido que su madre se deshiciese de las cosas de Paula, se dio cuenta en ese momento. Tenía que haber sido él quien tomase la decisión, tenía que haber buscado a su exesposa para ver si quería conservar algo, pero por aquel entonces solo había querido deshacerse de todo y se había sentido casi aliviado cuando su madre le había dicho que se ocuparía ella.


Lo único que había quedado había sido el frasco de perfume.


–Estás preciosa –repitió, avanzando para acercarse a ella y agarrarla de los hombros–. Y no hemos venido a impresionar a nadie. Ni siquiera a mi madre –añadió sonriendo.


Paula esbozó una sonrisa y Pedro se inclinó para darle un suave beso.


Solo tocó sus labios, en vez de devorárselos, que era lo que deseaba. Solo le rozó la piel de los hombros, en vez de meter las manos por debajo del vestido.


El beso duró un par de segundos y luego Pedro se apartó antes de que su deseo se hiciese demasiado obvio.


–Tal vez debiésemos saltarnos la cena y pasar directamente al postre – comentó en voz baja.


–No creo que a tu madre le gustase la idea.


Pedro le gustó oír que a Paula también se le había puesto la voz ronca.


Eso significaba que no era el único en sentir deseo.


–No me importa lo más mínimo –murmuró.


–Ojalá pudiésemos hacerlo, aunque creo que es una mala idea. Cualquier cosa sería mejor que tener que enfrentarme a tu madre otra vez.


Pedro frunció el ceño. ¿Estaba sugiriendo Paula que hacer el amor con él sería solo menos malo que cenar con su familia?


Antes de que le diese tiempo a responder llamaron a la puerta.


–Debe de ser la niñera –dijo, intentando ocultar su decepción.


–¿Has contratado a una niñera? –preguntó Paula en tono de sorpresa y desaprobación.


–No, es una de las sirvientas de mi madre, que va a quedarse con Dany un par de horas. Es una buena idea, ¿no?


Paula frunció el ceño.


–No lo sé. ¿Se le dan bien los niños?


–No lo sé –admitió él, repitiendo su frase–. Vamos a abrirle la puerta y le haremos un tercer grado.


Agarró a Paula por el codo y fueron juntos hacia la puerta.


–No quiero interrogarla –murmuró Paula antes de abrir–. Solo quiero saber si está cualificada para cuidar de mi hijo.


–Vamos a estar en el piso de abajo, así que podrás subir a ver cómo está el niño cuando te apetezca –le aseguró Pedro, también en voz baja–. Esta noche será su noche de prueba, si te gusta, podrá quedarse con Dany cuando la necesitas. Si no te gusta, podremos contratar a una niñera de verdad. Una en la que confíes al cien por cien.


–Solo estás intentando tranquilizarme, ¿verdad? –le preguntó ella, un tanto molesta.


Pedro, que ya tenía la mano en el pomo de la puerta, se giró a mirarla y sonrió.


–Por supuesto. Mientras estés aquí quiero que tengas todo lo que necesites, o todo lo que tú quieras.


Ella abrió mucho los ojos y Pedro supo que iba a protestar, así que se inclinó y le dio un beso.


Cuando se apartó de ella todo su cuerpo ardía de deseo.


–Indúltame –le dijo, metiéndole un rizo color cobrizo detrás de la oreja y deseando besarla otra vez–. Por favor.





HEREDERO OCULTO: CAPITULO 33





El viaje a Pittsburgh fue mucho más rápido de lo que a Paula le habría gustado. Antes de que se diese cuenta, estaban recorriendo el largo camino que llevaba a la mansión de los Alfonso.


El corazón se le aceleró y notó que se le revolvía el estómago, y le dio miedo ponerse a vomitar.


«No vomites, no vomites, no vomites», se repitió a sí misma, respirando hondo y rezando por que le funcionase el mantra.


Pedro detuvo el coche delante de la enorme puerta de la cochera y, unos segundos después, apareció un joven que abrió la puerta del copiloto y le tendió una mano a Paulaa para ayudarla a salir. Luego abrió la puerta trasera para que esta pudiese ver a Dany. Era evidente que Pedro había llamado para avisar a su familia de su llegada.


Pedro fue a la parte trasera del coche y abrió el maletero, luego le dio las llaves al chico.


–Traemos muchas cosas –le dijo, sonriendo de medio lado–. Súbelo todo a mis habitaciones.


Paula abrió la boca para corregirlo. Pedro solo había llevado una bolsa de viaje y el resto de cosas que había en el coche eran de Dany y de ella. Y no tenían nada que hacer en las habitaciones de Pedro.


Pero este debió de verla venir, porque le puso el dedo índice en los labios para que no hablase.


–A mis habitaciones –repitió en voz baja, para que solo ella pudiese oírlo–. Dany y tú os alojaréis conmigo mientras estemos aquí. Y no rechistes.


Ella volvió a abrir la boca para hacer precisamente eso, rechistar, pero él se lo impidió con un rápido beso.


–No rechistes –repitió con firmeza–. Será mejor para todos. Confía en mí, ¿de acuerdo?


Pero, desde su divorcio, Paula no quería confiar en él ni escucharlo ni tampoco creer lo que le decía.


Pero lo cierto era que confiaba en él. Estaría incómoda compartiendo habitaciones con él, pero teniendo en cuenta dónde estaban dichas habitaciones, en la temida mansión de los Alfonso, tal vez fuese más seguro que estar sola
en otra habitación. Además, como durante su matrimonio habían vivido en las mismas habitaciones, al menos el lugar le resultaría familiar.


–De acuerdo –murmuró.


–Bien –respondió él contento antes de sacar a Dany de la sillita y apretarlo contra su pecho–. Ahora vamos a presentarle a nuestro hijo al resto de su familia.


Paula volvió a sentir náuseas al oír aquello, pero Pedro le tomó la mano y el calor de sus dedos la tranquilizó. O casi. Todavía estaba muy nerviosa cuando entraron en la casa.


El suelo de la entrada principal brillaba como el del vestíbulo de un gran hotel. La lámpara de araña estaba encendida y, en el centro, encima de una mesa de mármol, había un enorme arreglo floral. Detrás estaba la escalera que llevaba al segundo piso.


Todo estaba igual que cuando Paula se había marchado. Incluso las flores eran las mismas. Eran otras, por supuesto, porque Eleanora las hacía cambiar todos los días, pero se trataba del mismo tipo de flores, de los mismos colores, del mismo arreglo.


Había estado fuera de allí un año. Un año en el que toda su vida había cambiado, pero si en aquella casa no habían cambiado ni las flores, no cabía la esperanzada de que nada, ni nadie, lo hubiese hecho en aquella mansión.


No llevaban abrigos, así que el mayordomo que les había abierto la puerta fue hacia un lado de la escalera, a avisar a la señora de su llegada. Unos segundos después, el hombre volvió para ayudar al joven que estaba subiendo el equipaje a las habitaciones de Pedro.


En cuanto hubieron desaparecido ambos en el piso de abajo, Eleanora salió de su salón favorito.


Pedro, querido –saludó a Pedro, solo a Pedro.


A Paula se le aceleró el corazón al oír la voz de su exsuegra y rezó en silencio para tener fuerza y paciencia para soportar aquella agonizante visita.


Su exsuegra iba vestida con una falda y una chaqueta color beis y una camisa blanca, conjunto que debía de costar más de lo que ella ganaba en La Cabaña de Azúcar en todo un mes. Tenía el pelo castaño y un perfecto corte bob, e iba a adornada con pendientes, collar, broche y anillo de diamantes, todos a juego. Eleanora Alfonso jamás se pondría una circonita ni nada parecido.


–Madre –respondió Pedro, inclinándose para darle un beso en la mejilla–. Quiero que conozcas a tu nieto, Daniel Pedro.


Eleanora hizo una mueca que Paula sospechó que quería que fuese una sonrisa.


–Encantador –comentó, sin molestarse siquiera en tocar al niño. Se limitó a mirarlo de los pies a la cabeza.


Paula se puso tensa, ofendida en nombre de su hijo, aunque pronto la miraría a ella y podría ofenderse por sí misma.


–No sé en qué estabas pensando –espetó Eleanora–, ocultando a mi hijo la existencia de este niño durante tanto tiempo. Deberías habérselo dicho en cuanto te enteraste de que estabas embarazada. No tenías ningún derecho a quedarte con un heredero de la familia Alfonso. «Ya ha empezado», pensó Paula, nada sorprendida. Tampoco se sentía ofendida, aunque sabía que en cierto modo tenía motivos. Probablemente porque la reacción de Eleanora a su reaparición era la esperada.


–Madre –replicó él en un tono en el que Vanessa jamás lo había oído hablar.


Paula se giró a mirarlo y le sorprendió verlo tan enfadado.


–Ya hablamos de esto cuando te llamé –continuó él–. Las circunstancias del nacimiento de Dany son solo asunto de Paula y mío. No permitiré que la insultes mientras esté aquí. ¿Entendido?


Paula vio sorprendida cómo Eleanora apretaba los labios.


–Entendido –respondió–. La cena se servirá a las seis en punto. Os dejaré que os instaléis. Y por favor, recordad que en esta casa nos arreglamos para cenar.


Miró a Paula con desprecio y se dio la media vuelta para marcharse.


Paula dejó escapar un suspiro y murmuró:
–Ha ido bien.


Pretendía decirlo en tono sarcástico, pero Pedro solo sonrió.


–Te lo dije –comentó, levantando a Dany un poco más–. Vamos a deshacer las maletas. Creo que a Dany le vendría bien una siesta.


Ella alargó la mano para acaricia la cabeza de su hijo.


–No debería estar muy cansado, ha dormido en el coche.


Pedro sonrió.


–No me había dado cuenta.


Ella rio, no pudo evitarlo. Aquel era el Pedro que había conocido cuando habían empezado a salir: divertido, amable, considerado… y tan guapo que le cortaba la respiración.


Sintió calor cuando le dio la mano y echó a andar escaleras arriba.


¿Cómo podía sentirse tan bien estando tan cerca de Pedro al mismo tiempo que se sentía tan mal estando en aquella casa?




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 32




Lo último que quería Paula era marcharse de Summerville y dejar la tranquila vida que se había construido para volver a la guarida del león. Tal vez fuese solo temporal, pero, fuesen a estar en Pittsburgh cinco días o solo uno, cada minuto le iba a parecer una eternidad.


Por eso no se apresuró a hacer las maletas. Se tomó su tiempo en hablar de su ausencia con tía Helena y en buscar a un par de empleados que la cubriesen, para que La Cabaña de Azúcar siguiese funcionado en su ausencia.


Luego pidió ayuda a Pedro para recoger todas las cosas que necesitarían para Dany, aunque fuese para un viaje corto. Estaba segura de que Pedro no tenía ni idea de lo que significaba viajar con un bebé.


Mientras decidía qué ropa llevarse, le encargó recoger la ropa y los juguetes de Dany, que se asegurase de que tenían suficientes pañales y
toallitas, biberones y leche. Mantas, patucos, sombreros, crema solar y más cosas.


Paula fue añadiendo cada vez más cosas a la lista y ocultó su diversión al ver que Pedro empezaba a protestar y le recordó que ir a Pittsburgh había sido idea suya, y que podían evitarse todo el lío si Dany y ella se quedaban en Summerville.


Cada vez que mencionaba la posibilidad de cancelar el viaje, Pedro apretaba la mandíbula y seguía recogiendo cosas de Dany en silencio.


A la una del día siguiente, ya que Paula no había conseguido posponer el viaje más, estaban preparados para salir. Dany estaba en su sillita, dando patadas y mordiendo sus llaves de plástico mientras Pedro esperaba al lado de
la puerta del copiloto. Unos pasos más allá, en la acera, estaban Paula y tía Helena, agarradas de las manos.


–¿Estás segura de que quieres hacerlo? –le preguntó su tía en voz baja.


Estaba segura de que no quería hacerlo, pero no podía decirlo, en parte porque había accedido a acompañar a Pedro y, en parte, porque no quería que su tía se preocupase.


–Estoy segura –mintió–. Estaré bien. Pedro solo quiere presentarle a Dany a su familia y ocuparse de unos negocios familiares. Volveremos al final de la semana.


Tía Helena arqueó una ceja.


–Eso espero. No dejes que se te lleven otra vez, cariño –añadió–. Ya sabes lo que ocurrió la última vez. No permitas que suceda de nuevo.


A Paula se le hizo un nudo en el estómago, tan grande que casi no podía tragar. Abrazó a su tía con fuerza y esperó a poder hablar.


–No lo haré –le prometió, conteniendo las lágrimas.


Cuando por fin se sintió con fuerzas de soltar a su tía, se giró hacia donde estaba Pedro. Aunque sabía que estaba deseando emprender el viaje, su expresión no revelaba qué pensaba o sentía en esos momentos.


–¿Lista? –le preguntó con naturalidad.


Ella solo pudo asentir antes de subirse al coche. 


Cerró la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad mientras él daba la vuelta al vehículo.


Paula bajó la visera que tenía delante y utilizó el espejo para comprobar que Dany estaba bien e intentó ignorar la arrolladora presencia de Pedro detrás del volante.


¿Cómo se le podía haber olvidado lo pequeños que eran los coches?


Incluso aquel Mercedes espacioso le resultaba tan pequeño que casi no podía ni respirar.


Pedro se abrochó el cinturón, metió la llave en el contacto y el motor cobró vida. En vez de poner el coche en movimiento inmediatamente, se quedó allí sentado un momento. Paula se giró a mirarlo.


–¿Ocurre algo? –le preguntó.


Tal vez se le hubiese olvidado algo, aunque eso era difícil, dado que solo les había faltado meter en la maleta el fregadero de la cocina. Ya no cabía nada más en el maletero ni en el asiento trasero.


–Sé que no quieres hacer esto –le dijo él, mirándola a los ojos–, pero todo va a ir bien.


Ella le mantuvo la mirada unos segundos y notó que se le volvía a hacer el nudo en la garganta. Luego asintió antes de volver a mirar hacia delante.


Estaba completamente segura que aquella visita a la familia de Pedro solo podía terminar en desastre.