martes, 14 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 40

 

Sabes controlar tus deseos y evitar las tentaciones


Al día siguiente se marcharía. Incluso el albergue era mejor que permanecer allí mientras Pedro estaba con otras mujeres. De hecho, iba recoger sus cosas en ese mismo instante.


Se giró hacia la puerta y dio un grito al ver a Pedro.


–¿Estás bien? –preguntó él.


¿Cómo iba a estar bien si lo tenía delante, en calzoncillos? ¿Por qué no usaba pijama?


–¿Qué haces aquí?


–Es mi casa. Intentaba dormir, pero es imposible con el ruido que haces –dijo un paso hacia ella–. ¿Por qué le has dicho a Sara que vivimos juntos?


Paula disimuló su incomodad sacando un vaso de un armario.


–Porque es verdad –dijo, llenándolo de agua.


–Para que lo sepas, Sara nunca me ha interesado.


Paula se volvió. Pedro se había acercado un poco más.


–¿No es tu tipo? –preguntó, fingiendo indiferencia. Bebió un trago–. Debe ser muy difícil satisfacerte.


–No lo sé. Tú lo conseguiste la otra noche.


A Paula se le deslizó el vaso de la mano al suelo. Con el corazón acelerado, se agachó al instante a recoger los fragmentos y se cortó.


–Déjalo –dijo Pedro.


Fue a por el recogedor y retiró los cristales. Luego se volvió a Paula, que en silencio admiraba los músculos de su espalda y sus brazos, y tomándole la mano dijo:

–Déjame ver –una fina línea de sangre le cruzaba la palma–. Voy a por una tirita.


Cuando volvió, Paula no se había movido.


–Soy una estúpida –se excusó–. No consigo dormir y cada día estoy más torpe.


–Yo tampoco duermo apenas –dijo él, colocándole la tirita. Luego la miró fijamente y preguntó–: ¿Crees que podemos ayudarnos mutuamente?


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 39

 

Pedro estaba verdaderamente irritado. Paula llevaba demasiados días trabajando demasiadas horas y parecía exhausta. Y él no podía dejar de pensar en ella en lugar de concentrarse en el complejo caso en el que debía sumergirse al día siguiente.


Era tozuda, completamente distinta a él y beligerante. También era preciosa.


No podía apartar la mirada de ella, lo perturbaba. Aquella tarde había tenido que marcharse de casa. Por la mañana, le había resultado tan difícil concentrarse sabiendo que dormía en el cuarto de al lado, que acabó decidiéndose a despertarla. Había ansiado pasar tiempo con ella, conocerla mejor, saber si quería algo más de él.


Hasta entonces, él había actuado con frialdad, pero no creía poder seguir manteniendo esa fachada cuando lo consumía el deseo. Había trabajado con el equipo en el despacho para evitar estar cerca de ella, y si había acudido después al bar era porque, aun sin saber por qué, se sentía extrañamente como en casa. Pero no había querido coincidir con ella.


Sara apareció y le dio un whisky.


–Eres muy misterioso –dijo con una mirada escrutadora que lo puso en guardia.


–¿Por qué dices eso?


–No sabía que vivieras con alguien.


Pedro siguió la dirección de su mirada hacia Paula y estuvo a punto de atragantarse.


–¿Te lo ha dicho ella?


En ese momento, Paula, que servía una cerveza, los miró. A Pedro le gustó que se sobresaltara y desviara la mirada al instante. Siguió observándola por el rabillo del ojo y sonrió al percibir que le lanzaba constantes miradas, como si no pudiera evitarlo, como le sucedía a él con ella.


–Así es –dijo, sonriendo de oreja a oreja–. ¿No te parece fantástica?


–Bueno… no es lo que esperaba.


–Ya –Pedro sonrió de nuevo.


–¿Lo vuestro es serio?


Pedro miró el contenido del vaso y farfulló una respuesta ambigua. Claro que no lo era, pero casi blandió un puño triunfal en el aire. Su esquiva encargada estaba celosa, y sólo se experimentaban celos si la otra persona significaba algo. Por fin tenía una prueba que le permitía vaticinar que conseguiría vencer su resistencia. Además, tenía que agradecerle que le quitara a Sara de encima.


Sintiéndose más feliz que en mucho tiempo, mantuvo un gesto adusto cada vez que Pauls lo miró, pero no dejó de pensar en el placer que le iba a proporcionar volver a sacar de ella la criatura apasionada que llevaba en su interior. Hasta entonces le haría sufrir un poco. Pidió a Sara y los demás que esperaran fuera y fue a despedirse de Paula.


–Sigue trabajando tan bien como hasta ahora –dijo en un tono paternalista que recibió la mirada de odio que esperaba–. Voy a llevar a Sara a casa –le guiñó un ojo–. No me esperes despierta.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 38

 

En ese momento Pedro la miró, y Paula vio que se enfadaba. ¿Sería la morena la razón de que le hubiera dicho que no fuera a trabajar aquella noche? ¿Acaso no quería que su novia y su amante de una noche coincidieran?


Paula se cuadró de hombros y, escondiendo su rabia, atendió a un cliente. En cuestión de segundos, Pedro estaba en el extremo de la barra, solo.


–Paula, ¿qué estás haciendo aquí?


Paula sintió un escalofrío ante el tono amenazador de Pedro.


–¿Tú qué crees?


–Te he dicho que no vinieras.


–Soy una mujer libre.


–Te he dicho que te despediría –Pedro miró hacia la barra, en la que se agolpaban los clientes, y dijo–: Hoy es tu última noche.


–Como quieras –dijo ella alejándose de él, furiosa porque la hubiera mentido, y aún más consigo misma por seguir deseándolo, por sentir el impulso de echarlo sobre la mesa de billar y demostrarle quién mandaba.


Pedro permaneció durante unos minutos donde estaba, lanzándola miradas asesinas. Al volverse hacia un lado para atender a otro cliente, Paula descubrió que se trataba de la morena, que la miraba con cara de pocos amigos.


–¿Conoces a Pedro? –preguntó a bocajarro.


–Sí –dijo Paula, sonriendo con fingida dulzura.


–Yo soy Sara y trabajo con él. ¿Tú eres…?


–Paula.


Así que, aunque por su actitud claramente preferiría y quizá llegaría ser otra cosa, sólo era una compañera de trabajo.


–¿Sois amigos?


Por cómo preguntaba era definitivamente abogada. Paula se hartó y decidió provocarla.


–Vivimos juntos –dijo, y tuvo que reprimir una carcajada al ver su cara de sorpresa.


–No sabía que Pedro mantuviera una relación seria. Se rumorea que no sale con la misma mujer más que un par de veces.


Paula preparó unas copas intentando disimular que le temblaban las manos.


–Le gusta ser discreto con su vida privada –al ver que iba a pagar, alzó una mano–. Invita la casa.


Se sentía culpable de interferir en la vida de Pedro, pero por otro lado, si aquella mujer le interesaba, no debía haberse acostado con ella y mucho menos haber tenido el sexo más espectacular concebible, aunque siempre cabía la posibilidad de que para él hubiera sido normal.


Paula se dijo que debía dejar de pensar en ello y pensó por un momento en marcharse, pero luego miró hacia la pista de baile y vio la animación que había en el local y decidió quedarse.