viernes, 27 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 12

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Carolina llegó a su casa después de dejar a su amiga y dar algunas vueltas por la ciudad. Se le había hecho de noche sin siquiera notarlo. Sacó las llaves de su cartera y estaba a punto de abrir la cerradura cuando notó que un taxi se estacionaba en la casa de sus vecinos, entonces vio a Mauricio bajando de aquel carro y caminar tambaleándose hasta su portal.


—Oye, chico fiestero —lo saludó Carolina alzando la voz—. Estuvo buena la noche, ¿no?


Carolina recordó las hazañas contadas por su amiga sobre su vecino. Ahora que sabía la identidad del follador aventurero del bar su corazón dolía un poco, pero ella nunca admitiría eso en voz alta.


—No tanto como quisiera —logró responder él mientras peleaba con sus llaves—. Maldición, ahora no encuentro la llave correcta.


—¿Pedro no está en casa? —se preocupó al verlo en ese estado. No era un secreto que su vecino estaba entregado a la fiesta y a los placeres mundanos, pero eso no anulaba su inquietud al respecto.


—Me volvió a abandonar el muy cabrón —respondió Mauricio sonriendo.


Carolina frunció el ceño sin entender la broma y caminó hasta su vecino para ayudarlo. Cuando llegó hasta él tendió su mano al frente.


—A ver, dame eso —le dijo.


Mauricio se recostó de la pared y le tendió las llaves. 


Recorrió el cuerpo de Carolina con la mirada, sintiendo su cuerpo calentarse inmediatamente. Llevaba un vestido ligero de color crema que contorneaba perfectamente sus suaves curvas y unos tacones que desafiaban las leyes de la física.


Sin detenerse a pensar demasiado, Mauricio se abalanzó sobre ella apoderándose de sus labios.


Carolina dudó por un momento antes de ceder a la exigencia de ese beso y él gruñó cuando la sintió responderle con igual pasión, excitándose de una forma que no había experimentado antes.


—Me haces perder la cabeza —murmuró contra sus labios.


Carolina se separó un poco para recuperar el aliento mientras una sonrisa bobalicona se iba formando en su rostro.


—Deja de lloriquear, yo la veo en el mismo sitio de siempre—se burló. Pensando en lo irreal del momento, y en que quizás nunca se repetiría, Carolina se abalanzó con pasión sobre sus labios.


Ambos forcejearon con la puerta hasta que lograron abrirla, y sin dejar de besarse fueron tropezando en su camino por el salón. Mauricio giró con ella hasta que su espalda pegó contra una pared, alzó una de sus piernas hasta llevarla a la altura de sus caderas y se envolvió con ella; luego hizo lo mismo con la otra. Carolina clavó sus uñas en los hombros de Mauricio mientras luchaba por afianzar su peso entre él y la pared en la que se apoyaba.


Él deslizó su boca a través del cuello de Carolina mientras sus manos volaban a la cremallera de su vestido, bajándola para hacerlo caer hasta su cintura. Mauricio dejó caer su boca en el pecho femenino, apoderándose de un pezón; retorciéndolo y mordisqueándolo hasta endurecerlo. Luego hizo lo mismo con el otro antes de levantar el vestido por sus brazos y tirarlo al suelo. Volviendo con los labios a su pecho, él apretó sus caderas contra las de ella, pegando su miembro contra su intimidad.


Carolina soltó un gemido desesperado, sosteniéndose de su hombro con su mano libre mientras que con la otra se abría paso entre los pliegues del pantalón de Mauricio hasta llegar a su pene, para recorrerlo con caricias decadentes.


—Te deseo —confesó, totalmente drogada por la excitación.


Ni en sus sueños más locos imaginó posible vivir algo así con Mauricio; eran amigos, confidentes… y aunque ella lo había querido en secreto, hace mucho que aceptó que no pasarían de lo platónico.


Mauricio, por su parte, creyó estar soñando y decidió vivir su sueño con intensidad. Ella había sido lo único que lo había mantenido a flote después del fracaso con Layla. Su amistad fue su pilar por mucho tiempo, hasta que se dio cuenta que estaba enamorado de su amiga. Pero era un movimiento estúpido mostrarle su corazón, y eso lo entendía incluso estando borracho.


—¿Dónde me deseas?—respondió dejando a un lado sus sentimientos y concentrándose en darle placer.


Carolina tomó la mano de Mauricio con una de las suyas para presionarla entre sus piernas. Al sentir su toque, ella se arqueó mordiendo su labio inferior, y se golpeó la cabeza contra la pared. Él soltó un gemido ronco mientras la agarraba con firmeza por los glúteos y la levantaba como si fuese una pluma, haciendo que sus piernas quedaran sobre sus hombros. Mauricio le dio un suave mordisco en su sexo, por encima de la tela de sus bragas, retirándoselas a un lado con los dientes y colando su lengua bajo ellas. Carolina gritó excitada y Mauricio se puso más duro apenas sintió su sabor.


Empezó a jugar con su clítoris, arrebatándole un alarido de placer, para luego penetrarla con su lengua mientras frotaba su nariz en su punto de mayor placer. Carolina estaba totalmente enloquecida por el asalto de Mauricio. Luchaba por sostenerse de las paredes mientras apoyaba los pies en la espalda masculina, tratando de empujar su pelvis hacia la boca de Mauricio, tratando de conseguir más mientras se contorsionaba de placer.


Ella sintió como él, en el calor del momento, terminaba por arrancar la tela de sus bragas para no tener obstáculos. 


Mauricio enterró sus dedos en su piel aumentando la velocidad de sus envestidas, lamiendo, atormentando y penetrando con su lengua al ritmo de los gemidos de Carolina. Él podía sentir su miembro agitarse bajo la tela de sus pantalones por la mezcla de su sabor y el sonido de su placer.


Un grito llenó la habitación mientras Carolina se rendía al orgasmo más arrollador que había experimentado jamás. 


Mauricio no dejó de lamer cada rincón de su intimidad, adueñándose de su esencia, pasando su lengua entre los pliegues de su sexo hasta dejarla completamente limpia. 


Solo entonces la bajó de sus hombros agarrándola por la cintura y pegándola a su cuerpo mientras temblaba con la necesidad acuciante de poseerla.


Él enterró el rostro en su cuello, mordisqueándolo, pegando sus caderas de tal manera que su miembro se agitó contra su vientre. Sus cuerpos se acoplaron como si hubiesen sido moldeados para encajar. Mauricio enterró sus manos en el cabello de Carolina y gimió cuando sus caderas empezaron a mecerse acompasadas.


La fricción de su carne sensible contra la rústica tela de los vaqueros hizo enloquecer a Carolina, que llevó sus manos hacia el sur del cuerpo de Mauricio, contorneando cada
ondulación de sus abdominales hacia su entrepierna, donde se abrió paso a través de la cinturilla del pantalón para capturar su miembro.


Él gruñó desde la garganta al sentir la suavidad de su mano sobre su pene y echó su cabeza hacia atrás, totalmente fuera de sí. Mauricio puso su mano sobre la de ella, apretándosela con fuerza, instándola a seguir con sus movimientos; soltándola después para aferrarla por las caderas para pegarla a él, moviendo su pelvis contra la mano de Carolina.


Ella luchó por liberar su miembro hasta que lo consiguió.


Cuando sintió su carne rígida alzarse contra la entrada de su sexo, Carolina gimió en éxtasis.


—Dime que tienes un condón, por favor—suplicó con la voz rota por el deseo.


—En mi billetera —gruñó Mauricio.


Carolina rápidamente se dejó caer sobre sus rodillas y empezó a rebuscar en los bolsillos del pantalón para alcanzar la billetera de Mauricio, y así conseguir el preservativo. 


Cuando lo encontró alzó la mirada hacia él, y arqueó una ceja cuando evaluó su virilidad. Sin perder el tiempo, Carolina desgarró el empaque con los dientes y sacó el condón; pero en lugar de entregárselo, decidió ponérselo ella misma. Con su boca.


Con una sonrisa diabólica en el rostro, Carolina le dio una mirada apreciativa al miembro de Mauricio. Es tan grande, pensó relamiéndose los labios antes de introducírselo en la boca.


Él dejó un gemido gutural cuando sintió la lengua de Carolina contorneando la extensión de su pene. Tiró de ella para hacer que se pusiera de pie, envolvió nuevamente sus piernas alrededor de sus caderas y usó una de sus manos para dirigirse a su interior.


Carolina mordió su labio inferior mientras sentía entrar cada centímetro. Sus gemidos fueron en aumento mientras llenaba su sexo, luego él se retiró un poco para volver a penetrarla. Se sentía tan bien tenerlo llenándola de esa manera que Carolina suspiró. Empezaron con un ritmo lento que se fue volviendo más duro y desesperado. Los golpes de sus caderas al chocar hacían eco en la sala. Mauricio estaba al borde del orgasmo, y no estaba seguro de poder durar mucho más, cuando sintió los músculos de Carolina contraerse alrededor de su pene cuando ella se corrió. Se sentía como una mano cerrándose contra su miembro, ordeñándolo. Él se rindió a lo inevitable y se unió a ella en el clímax.


Se quedaron allí unidos por unos minutos mientras sus respiraciones se estabilizaban. Él dejó su frente descansar contra la de ella, y en ese momento de intimidad hizo algo que jamás imaginó que se atrevería a hacer. Algo que se había prometido NO hacer.


—Te amo —confesó en un suspiro.


Dijo las dos palabras que lo cambiaban todo.


Carolina, sorprendida por lo que Mauricio acababa de decir, alzó su mirada para enfrentarlo. Quiso engañarse a sí misma diciéndose que había escuchado mal, pero nunca había visto tanta honestidad y pasión en esos pozos azules… y eso la asustó.


Desear a su amigo era una cosa… tener sexo con su vecino… eran cosas que ella creía poder manejar. Por años lo había amado en silencio, y un poco de sexo no debía poner las cosas raras entre ellos ¿cierto? Pero ¿hablar de amor? Eso era totalmente otro asunto.


Ella lo conocía bien para saber que enrollarse en una relación con Mauricio no le dejaría nada bueno. Carolina no deseaba terminar llorando por los rincones cuando él rompiera su corazón, porque si algo era seguro es que él la destrozaría.


—Yo… —balbuceó ella cerrando los ojos con fuerza, tratando de centrarse en lo que debía hacer—. Tengo que irme, Mauricio.


Mauricio trató de decir algo para detenerla cuando ella se inclinó para recoger su vestido y se lo ponía de cualquier manera, pero las palabras morían antes de salir por su boca.


Él siempre era el que las echaba de su cama, y allí estaba la única mujer por la que cambiaría… caminando fuera de su vista. Nada impidió que Carolina saliera prácticamente corriendo de la casa mientras él se quedaba desnudo y desorientado en medio de la sala.



*****


El timbre de la casa sonó mientras Paula revisaba la última página que había escrito. Imaginó que se trataba de Carolina insistiendo para que la acompañara a su casa, así que caminó hacia la puerta sin cambiar lo que llevaba puesto y abrió.


Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró a Sergio parado frente a ella. El brazo extendido para sostenerse de la pared a un lado de la puerta y la mirada fija en el piso.


—Creí haber dejado claro que no quería volver a verte —se quejó Paula mientras cruzaba los brazos a la altura del pecho.


Sergio se tambaleó hacia adelante y levantó su rostro. Tenía varios golpes y magulladuras, su nariz estaba sangrando y apenas podía mantenerse en pie.


—Mierda, ¿qué te pasó? —le preguntó, pero Sergio solo balbuceaba incoherencias.


Al parecer había bebido, porque su ropa apestaba a licor barato. Cuando él trató de dar un paso al frente casi se desplomó, por lo que Paula se precipitó a sostenerlo. Sergio aprovechó la ocasión para apresarla contra la pared y besarla, y eso la tomó por sorpresa. Paula había dado por sentado que su exnovio estaba herido y desvalido, pero todo parecía una treta para darle lástima. Ella trató de liberarse, pero su peso le impedía moverse. Él colocó su rodilla entre las piernas de Paula para separarlas y encajó sus caderas contra las suyas. Era una posición muy íntima, y muy incómoda tratándose de Sergio; y así los encontró Pedro cuando llegó a casa de Paula.


El doctor no tenía idea de lo que hacía allí. Siguiendo un impulso tonto había tomado un taxi hasta la casa de Paula


Había hecho todo un plan para justificar su presencia allí, pero todo se fue al traste cuando la vio magreándose con su novio en el portal. Se aclaró la garganta ruidosamente para hacerles saber que no estaban solos, ganándose una mirada disgustada de Sergio y un jadeo sorprendido de Paula.


Los ojos de Pedro cayeron sobre la escasa ropa de la escritora, bajo la que se adivinaba no llevaba ropa interior.


Tragando grueso se obligó a apartar la mirada.


—Lo siento —dijo Pedro—. Fue un error venir aquí, solo quería asegurarme de que estuvieses bien.


—Lo está, imbécil —respondió Sergio.


—Cállate idiota —se quejó Paula encarando a su exnovio—. Y lárgate de una jodida vez… ya te lo dije, no quiero verte de nuevo.


Él la sujetó con fuerza de las caderas y la atrajo hacia su cuerpo.


—Pero no era lo que decías hace un momento, cariño —respondió Sergio—. ¿O es que acaso no quieres que tu amiguito sepa que también sales conmigo? —él volvió su mirada hacia Pedro—. Lo que sea que tengan, acabará pronto amigo. No eres más que una aventura, igual que los otros. Ella siempre volverá conmigo —escupió antes de soltar a Paula y alejarse con las manos en los bolsillos frontales de los vaqueros.


—Yo… —Paula trató de explicar que Sergio solo había dicho mentiras, pero Pedro levantó su mano y ella se detuvo.


—No hace falta que digas nada —se encogió de hombros—. Apenas nos conocemos. Realmente no es mi problema lo que sea que esté pasando entre ustedes. Yo… —dudó—.
Yo cometí un error al venir aquí. Que pases buenas noches, Paula.


Pedro se dio la vuelta y se alejó en la misma dirección que Sergio. La brisa fresca de la noche estremeció a la escritora, que se abrazó a sí misma para entrar en calor mientras trataba de entender lo que había sucedido.


Sergio había vuelto a joder su vida al decir todas esas mentiras a Pedro. Ya le parecía a ella bastante increíble que él la buscara después de haberse avergonzado en el bar, ¿pero el discurso de Sergio sobre sus muchas aventuras? 


Eso difícilmente lo pasaría por alto.


—Maldito Carter —chilló Paula antes de volver a entrar en su casa y romper a llorar frustrada por lo ridícula que se había vuelto su vida—. ¡Ojalá que no vuelvas a tener una erección en toda tu vida, bastardo!




INEVITABLE: CAPITULO 11




Carolina y Paula iban tomaron un almuerzo tardío en un bistró cercano al centro comercial. Un par de copas de vino y una charla con su amiga hicieron que se sintiera relajada, por lo que, cuando Caro insistió para que se quedara en su casa la ignoró por completo.


—Debo arreglar algunas cosas —se disculpó la escritora—. Lo dejaré todo resuelto para cambiarme a tu casa mañana —dijo, aunque después de conocer la identidad de los vecinos de su amiga no estaba muy segura al respecto.


—Está bien —aceptó Carolina—. Descansa… nos veremos mañana.


—Hasta mañana, terremoto —se despidió Paula sonriendo—. Y gracias por el día de hoy.


—Ya sabes, yo siempre estoy para sonsacarte —asintió su amiga y luego se acercó para darle un beso de despedida—. Ahora ve, toma un baño relajante y disfruta el resto de la noche.


Paula terminó de despedirse y entró a su casa. Caminó directo a su habitación para dejar su cartera y la bolsa donde llevaba su conjunto nuevo de lencería. Sacó de su armario una caja con velas aromáticas y una bata de seda que no usaba desde hace mucho tiempo; entró al baño, dejó las velas sobre el mostrador y puso a llenar la tina.


Mientras el agua llegaba a su nivel, la escritora fue a su cocina para recuperar una botella de vodka y algunos ingredientes para prepararse un trago. Necesitaba liberar la tensión acumulada, así que iba a echar mano de todos los recursos a su alcance.


El encuentro con su ex la había hecho explotar de rabia, pero se sentía liberada de ese peso. Ella estaba convencida de que Sergio Carter ya no significaba nada para ella, sin embargo algo faltaba en su vida porque seguía sin una pizca de inspiración para escribir.


Además estaban esos extraños sueños eróticos que había estado teniendo. Primero reconoció a su actor favorito en ellos. Tom Hardy siempre la ayudaba cuando las cosas se ponían difíciles con Sergio, pero ¿quién era el extraño que estaba invadiendo la privacidad de su mente?


Preparó la coctelera y la llevó, junto con un vaso de cristal, hasta su habitación. Entró al baño para terminar de prepararlo todo, encendió las velas y aplicó algunos aceites esenciales. Cuando todo estuvo listo se quitó la ropa que llevaba y la dejó en la cesta de cosas por lavar, entonces se sirvió la primera copa antes de sumergirse en el agua.


Paula perdió la cuenta rápidamente de los tragos que llevaba o del tiempo que había estado en el agua. Se miró las manos notando que sus dedos estaban arrugados como pasas y sonrió. Salió de la bañera y se secó con una toalla antes de envolver su cuerpo desnudo en la bata de seda que había encontrado antes; tomó los últimos restos de su trago y se tambaleó hasta la cocina, donde esperaba encontrar algo más para seguir su fiesta personal.


Cuando atravesaba el salón reparó en su computadora. Era la misma que había usado para sus anteriores novelas, sin embargo se veía diferente…


Paula se sentó en su silla, recostó su cabeza en el respaldo y suspiró. En un impulso encendió aquel cacharro y esperó que cargara el sistema operativo. Sus dedos volaron sobre
el ratón y luego se vio haciendo click sobre el ícono del procesador de texto.


Las escenas de sus sueños recientes volvían a su mente, ¿por qué no escribirlas?


Animada por el alcohol, Paula empezó a revivir sus fantasías y a teclear como si su vida dependiera de ello.


Ella arregló la pequeña sorpresa para su amante. Nunca había sido del tipo romántico, pero le hacía mucha ilusión pasar un rato diferente junto a él. Se puso un conjunto sexy de lencería que tenía sin estrenar, colocó velas aromáticas por toda la habitación y dejó sonar algo de música para completar el ambiente. El sonido de las llaves, luego de la puerta abriendo y cerrando, le avisó de su presencia. Paula sonrió y se sentó de forma sensual en la cama para esperarlo.


—Hola, cariño —le saludó—. ¿Te gusta?


—Me gusta—asintió él mientras se quitaba la chaqueta. 


Todos sus músculos se podían apreciar a través de la ropa, pero Paula deseaba ver más. Sentirlo. Ella mordió su labio inferior y él sonrió con picardía, como si adivinara sus pensamientos.


El hombre caminó decididamente hasta estar a un par de pasos de Paula. Ella se levantó, le tendió la mano y tiró de él hacia la cama, pero se mantuve de pie. A la expectativa. Ella recorrió su torso con los dedos, soltando los botones de la camisa; luego ascendió hacia sus hombros, desde donde fue empujando la camisa hasta hacerla caer. Paula deslizó sus manos tras la nuca de su amante, enterrándolas en su cabello, atrayéndolo hacia ella para besarlo.


—Adoro cuando tomas lo que necesitas —le dijo él.


Con movimientos suaves pero seguros, Paula dirigió sus manos hacia los pantalones de su amante, deteniéndose en la cremallera. Empezó a bajarla lentamente, para luego bajar la prenda junto a su ropa interior.


El hombre tragó grueso al contemplarla de rodillas frente a él. Ella le dirigió una sonrisa maliciosa antes de tomar su miembro entre las manos y llevarlo a su boca. Paula jadea excitada cuando la erecta longitud de su amante toca el fondo de su garganta. Él muerde su labio inferior para ahogar un gemido y siente que sus piernas flaquean, por lo que lleva sus manos a la cabeza de Paula para buscar algo de apoyo y dirigir sus movimientos.


—Oh sí, nena —jadeó él totalmente enloquecido—. Estoy muy cerca.


Ella sonríe y alza su mirada hasta cruzarla con la de él. Se pierden en ese momento en que ella lo succiona con fuerza mientras lleva una de sus manos hasta su entrada y empieza a masajear su clítoris, necesitando desesperadamente unirse una liberación. La habitación se llena con sus jadeos y gemidos, que cada vez son más crudos y desesperados. El hombre cierra sus ojos con fuerza y su cuerpo empieza a temblar mientras lucha contra el orgasmo, pero Paula no tiene piedad y empieza a chuparlo con más fuerza, rastrillando su piel sensible con los dientes. Entonces él se corre con un rugido. Ella no deja de chupar entretanto, orgullosa de su hazaña… pero él ya tiene en mente una forma de desquitarse.







INEVITABLE: CAPITULO 10




—¿Se puede saber dónde rayos estás? —resopló Carolina a través de la línea telefónica—. Se supone que ibas por una bebida, no a desaparecer de la faz de la tierra.


—Estoy en el baño —respondió Paula, tratando de ocultar la agitación en su voz.


—¿Te sientes bien? —se preocupó su amiga—. Has estado desaparecida por más de media hora, si estabas mal debiste decirme. Pensé que ya habías dejado la resaca atrás. Perdón por insistir.


—No es eso —aclaró la escritora—. En un minuto estoy contigo.


Paula salió del cubículo donde se había ocultado, se paró frente al espejo y resopló.


—Menuda cobarde estás hecha, Chaves —le dijo a su reflejo en el espejo. Abrió el grifo de agua, se apoyó contra el lavamanos y se salpicó un poco el rostro para refrescarse.


 Volvió a mirar su rostro humedecido en el espejo, como si la imagen fuese a cambiar por arte de magia; negando con la cabeza abrió su cartera, que estaba a un lado, para sacar toallitas de papel y se secar su rostro.


Paula se enderezó, retocó su maquillaje y se ajustó la ropa, tomó una respiración profunda y salió del baño para buscar a Carolina. Caminó en círculos por los alrededores del último lugar donde estuvieron juntas, pero sin resultado; sacó su celular de la cartera y marcó su número. Después de un par de repiques su amiga atendió.


—¿Dónde estás? —preguntó sin dar tiempo a Carolina para decir nada.


—Estaba aburrida y entré a otra tienda —respondió ella—. Estoy en Luxury, la tienda de lencería de la que siempre te hablo y a la que nunca me acompañas.


—Estoy allí en un minuto.


—Te espero.


Al terminar la llamada empezó a buscar la tienda. No tardó en localizarla, y al entrar encontró a su amiga revisando tangas de seda, ligueros de encaje, medias de red… cosas que ella misma compraría si tuviera a quién lucirlas.


—No necesitas tener novio para llevar una de estas —se burló su amiga mientras hacía girar una minúscula tanga negra con transparencias.


—Empiezo a tener miedo de ti —se carcajeó Paula—. Siempre pareces leer mi mente.


—Es mi trabajo como mejor amiga—respondió Carolina encogiéndose de hombros—. Ahora escoge algo sexy y hazme sentir orgullosa.


Paula no se sentía con ganas de llevarle la contraria a su amiga, así que empezó a mirar las prendas; mientras revisaba cada uno de los sensuales diseños, el contraste de texturas hizo que su mente volara por unos minutos de regreso al sueño que había tenido más temprano.


Ella se derrumbó contra su pecho tras el orgasmo. El hombre deslizó su mano a través de la espalda de Paula, sobre la tela de su negligé, que estaba humedecida con el sudor. Con movimientos calculados la hizo descender hasta sostenerse con sus propios pies, arrastrando las manos por sus costados mientras levantaba la fina prenda que cubría
su cuerpo y dejándola solamente con la tanga blanca de seda, que se transparentaba por la humedad.


—Despierta, Paula —se burló su amiga haciendo que se sobresaltara, repentinamente consciente de lugar en el que estaba—. Siento interrumpir tu momento con eso —señaló el conjunto que sostenía en las manos—. Pero muero de hambre.


La escritora se mordió el labio inferior y asintió en acuerdo; ahora que lo pensaba, ella tampoco había comido nada. 


Cuando fue a devolver la prenda a su lugar, Carolina la detuvo.


—¿Estás loca? Estabas fantaseando allí quien sabe con qué… —dijo con tono divertido—. Vas a llevarte esto a casa, yo te lo regalo.


Caminaron hacia la caja para pagar sus compras y entre las amigas se formó un extraño silencio. Paula sentía que iba a explotar si no hablaba con alguien, así que soltó lo primero que pasó por su mente.


—Sergio me besó.


Carolina se giró hacia ella con los ojos como platos, incapaz de decir una palabra.


—Estaba ahí cuando fui por mi bebida —mientras lo contaba, Paula tampoco lo podía creer.


—¿Te está siguiendo? —logró decir su amiga.


—Lo dudo —dijo más para sí misma. Su ex novio no era de los que se esforzaba para obtener las cosas, sino de los que esperaba sentado que todo le cayera del cielo.


—Solo por las dudas, te quedarás en mi casa hoy ¿vale? —sugirió Carolina mientras le tendía su tarjeta de crédito a la chica de la caja—. Iremos a tu casa y recogeremos todo lo que necesitemos hasta el día del viaje, luego iremos a mi casa.


—Estás exagerando, Caro —replicó Paula mientras tomaba las bolsas con sus compras y su amiga recuperaba su tarjeta.


—No creo en la casualidad, Pau —insistió su amiga—. Y esta ciudad no es tan pequeña. Tienes que estar de acuerdo conmigo en que eso no fue casual.


—Es una locura…


—¿Te abordó sin más, y te besó?—quiso saber Carolina.


—Tropecé con él, y discutimos… —explicó Paula—. Entonces me besó.


Carolina hizo un sonido de desaprobación mientras la miraba y hacía una mueca con la boca.


—Y le di una bofetada —agregó la escritora.
Su amiga sonrió ampliamente.


—¡Esa es mi chica! —exclamó—. Y como se atreva a pasarse de listo, le pateamos el trasero.


Ambas chicas salieron de la tienda riendo de la anécdota para buscar un lugar donde tomar su almuerzo.



*****


Pedro estacionó su auto en el camino de la entrada a su casa, desactivó el seguro automático de las puertas y reposó su frente sobre el volante. Mauricio se giró en su dirección con una sonrisa divertida. Era muy raro que el señor “calma y cordura” estuviese de mal humor por algo que no fuera él, así que pensó estaría bien investigar qué le sucedía.


—Suéltalo —dijo Mauricio—. Has tenido esa cara de bulldog desde que nos encontramos en el centro comercial, y estoy bastante seguro de que no hice nada para cabrearte… esta vez.


—No pasa nada —suspiró Pedro incorporándose en el asiento y haciendo amago de salir del vehículo, pero su hermano lo detuvo e insistió.


—Te conozco, doc —le dijo—. Esa cara no es de “no pasa nada”.


—Está bien —admitió el doctor—. Recuerdas que esta mañana te hablé de una chica que conocí y que luego vi en el bar…


—La chica que te gusta —dijo Mauricio, pero no era una pregunta.


—Sí, bueno… no, no lo sé —respondió Pedro.


—¿Te gusta o no te gusta?


—Ese no es el asunto, Mauricio —dijo su hermano—. Ni siquiera tengo una oportunidad allí. Tiene novio. Los vi en el centro comercial cuando fui por ti.


—¡Mierda! —exclamó Mauricio—. Eso es muy jodido hermanito.


—Lo es —aceptó Pedro.


—Eso merece el tratamiento Alfonso, así que vamos por una botella de Jack Daniels… no queremos que pienses que todas las veces que te atrevas a hacer un movimiento con una chica va a resultar así de mal.


—Habló la voz de la experiencia —se burló él.


—Hermano —dijo Mauricio con voz solemne—. En esta área, yo soy el especialista. Créeme.


—Ahora todo tiene sentido… por eso no dejas de intentar —Pedro trató de sofocar la risa.


—Eso es correcto.


—¿Alguna vez te tomarás algo en serio? —quiso saber Pedro.


—La única persona que me ha interesado después de Layla solo me ve como un amigo… me conoce tan bien que jamás me tomará en serio ¿me ves deprimido por eso? —preguntó—. No, no me ves de ese modo.


—¿Puedo saber de quién se trata?


—No.


—Friendzone ¿eh?


—El alcalde de la Friendzone —Mauricio se encogió de hombros—. Y es un maldito lugar para estar… nunca camines en esa dirección. Toma el consejo de alguien que ha estado ahí.


Ambos hermanos compartieron una carcajada y bajaron del vehículo. Mauricio iba a ayudar a su hermano de la única manera que sabía. Emborrachándolo.


Entraron a la casa y dejaron las bolsas de cualquier manera sobre el sofá. Pedro fue a la cocina para tomar un vaso con agua, mientras que su hermano caminó hacia el teléfono para pedir un taxi.


Cuando el doctor escuchó a su hermano solicitando un servicio frunció el ceño.


—¿Qué te traes?


Mauricio cubrió el teléfono con la mano y se volvió hacia Pedro.


—Te dije que visitaríamos a mi amigo Jack Daniels, ¿no? —preguntó—. Lo decía en serio, y no tengo ninguna botella aquí. No manejaremos borrachos, así que estoy llamando un taxi.


—¿Realmente quieres emborracharte hoy?


—Claro —se encogió de hombros—. Tendré todo el día de mañana para recuperarme de la resaca, estaré como nuevo pasado mañana cuando tomemos nuestro vuelo.


—Estás loco —se rio Pedro.


—Y tú necesitas un poco de esa locura… deja de actuar como un abuelo y hazme caso.