sábado, 22 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 14





Pedro estuvo mucho tiempo trabajando y hablando por teléfono con un proveedor de Dallas. Después se frotó la nuca, se levantó de su sillón y se estiró.


Había intentado no pensar mucho en Paula durante el día, pero no lo había conseguido.


Después del beso que se habían dado en su coche esa misma mañana, había intentado relajarse, pero no había logrado que se le deshiciese el nudo que todavía tenía en el estómago.


Y a había tenido aquella sensación muchos años antes.


Se estaba enamorando de ella, de su sonrisa y de sus bromas.


Pedro, Hernan Chaves está otra vez aquí. Quiere verte —le dijo Tanja, su secretaria, desde la puerta del despacho.


Tanja era guapa, delgada y eficaz, y se había mudado a Royal cuando su marido, que era médico, había ido a trabajar al hospital de la ciudad. Tanja ya había trabajado para Pedro en Dallas y, a pesar de no necesitarla, este había decidido abrir una oficina en Roy al para no tener que despedirla.


Desde allí hacían todo el trabajo relacionado con la parte occidental de Texas, y así siempre tenía un lugar en el que trabajar cuando iba a ver a su madre.


—Por supuesto. Dile que me espere en la sala de conferencias y ofrécele algo de beber —le pidió a Tanja—. Iré en un minuto.


—Sí, señor —respondió esta—. Esta mañana le he mandado el presupuesto de las nuevas instalaciones a Brad Price.


—Gracias. También necesito que me organices una reunión con la junta del Club de Ganaderos. ¿Puedes llamar a la secretaria de Brad para ver cuándo les vendría bien?


—Por supuesto.


Pedro esperó a que Tanja se hubiese marchado para levantarse y pasear un poco por su despacho. ¿Por qué habría ido a verlo Hernan otra vez? Estaba haciendo todo lo posible por aclarar el tema de sus ofertas anteriores, pero no tenía ganas de hablar con el padre de Paula. Se estiró la corbata y se obligó a sonreír. Pasase lo que pasase entre Hernan y él, cenaría con Paula esa noche.


Ya no eran unos adolescentes y Hernan no podía controlarlos. Tal vez hubiese llegado el momento de decírselo, pero no era su estilo. No quería hablar a Hernan de su hija. No era asunto suyo.


Abrió la puerta de la sala de conferencias y entró en silencio. Hernan estaba hablando por teléfono, pero se incorporó al oír la puerta.


—Luego te llamo —dijo—. Hola, Pedro. Gracias por recibirme.


Él arqueó una ceja.


—Pensé que no tenía elección —comentó—, pero no tengo mucho tiempo para una reunión, Hernan.


—Lo siento, pero no podía esperar a verte otro día. He oído en el club que eres el favorito para hacer la reforma y quería asegurarme de que contarás con Chaves Construction para hacer el trabajo —le dijo, volviendo a sentarse y apoyando los pies encima de la mesa.


—Dado que eres miembro del club, estoy seguro de que la junta te escogerá para ello —le contestó Pedro.


—Bien. ¿Cuándo vas a presentar tu oferta?


—Ya se la he mandado a Brad para que le eche un vistazo. Hay muchas posibilidades y quería asegurarme de que no se me había pasado ningún detalle.


—Bien.


—Pero no has venido a esto —le dijo Pedro.


—He venido porque, bueno, te has convertido en uno de los mejores promotores inmobiliarios del estado y no quiero que lo que ocurrió en el pasado enturbie nuestras relaciones en el futuro.


—De acuerdo.


—Por eso quiero ayudarte con el club. Me equivoqué contigo, chico. ¿Qué te parece si trabajamos juntos?


Pedro sacudió la cabeza.


—No sé. Ahora estamos haciendo una investigación interna, para examinar tus ofertas anteriores, pero va a llevar tiempo.


—Bueno, mantenme informado —le pidió Hernan.


Pedro supo que no tenía elección. Hernan era capaz de pasarse por allí cada dos días hasta que le diese una respuesta. Era un hombre con un ego enorme. Había decidido que tenía que olvidarse de que lo había obligado a romper con Paula en el instituto y daba por hecho que iba a hacerlo.


—Lo haré. ¿Algo más? —le preguntó.


—Solo una cosa —contestó Hernan, levantándose y apoyando ambas manos en la mesa de conferencias—, pero no tiene nada que ver con los negocios.


—Dime.


Pedro había sabido desde el principio que Hernan le haría una advertencia acerca de su hija.


—He oído que Paula y tú habéis estado montando a caballo juntos esta mañana —le dijo este—. No quiero que juegues con ella. Una cosa es que juegues conmigo en temas relacionados con los negocios, pero Paula es una mujer y no merece que la traten mal. No te vengues de mí con ella.


Pedro se levantó también. Se sintió tentado a no contestar. A dejar que Hernan siguiese temiendo por su hija, pero no pudo hacerlo. No quería mentir ni a Paula ni a su padre acerca de sus motivos.


—No busco venganza. Paula es muy especial para mí y no voy a utilizarla, sugerir lo contrario es un insulto.


Hernan negó con la cabeza.


—No lo es. Ambos sabemos que te fastidió mucho tener que marcharte de Royal sin ella. Solo quiero asegurarme de que no has vuelto para vengarte.


—Si así fuese, querría vengarme de ti, no de Paula —le aseguró Pedro sin bajar la vista—. Ya no soy el pobre chico al que echaste de la ciudad, Hernan. Que no se te olvide. No intentes amenazarme.


El padre de Paula levantó ambas manos.


—No pretendía hacer algo así.


Pedro se dio cuenta por su mirada de que era sincero.


—No era nada personal —añadió—. Solo quiero lo mejor para ella.


Pedro lo entendió. No tenía hijos, pero sabía que, cuando los tuviese, probablemente haría lo mismo. En eso consistía ser padre.


—Lo comprendo. Yo también quiero lo mejor para ella. Y creo que se le ha olvidado dejarse llevar y disfrutar de la vida.


—Han sido unos años muy duros —admitió Hernan—. Y es una chica muy testaruda.


—No sé a quién se parecerá —dijo Pedro.


Eso hizo reír a Hernan.


—Es un misterio. Gracias por haberte reunido conmigo. Esperaré tus noticias.


Luego le dio la mano y salió por la puerta. Pedro se quedó mirándolo. Jamás habría pensado que tenía algo en común con Hernan Chaves.


Era gracioso, cómo la vida y la madurez hacían que un hombre viese las cosas de un modo distinto.


Hasta entonces, no se había dado cuenta de que lo que Hernan había hecho, lo había hecho por amor.


Volvió a su despacho y dejó de pensar en Hernan. Prefería pensar en Paula.


Aquella noche iba a ser una noche especial. La cena en el club había sido demasiado pública, y esa mañana, el paseo a caballo había sido demasiado. Bueno, que no habían podido estar todo lo cerca que a él le hubiese gustado, pero en su casa no tendrían que poner barreras entre ambos.


Se excitó solo de pensarlo. Aquello no tenía nada que ver con las ganas de venganza. Solo quería que Paula supiese que estaba interesado en ella, que lo único que lo motivaba era su bonita sonrisa y su cuerpo tan femenino.


Lo mismo que la primera vez. No obstante, en esa ocasión Pedro sabía que era su fuerza y su inteligencia lo que hacía que desease conocerla más.







NUEVO ROSTRO: CAPITULO 13





Paula siguió a Pedro por el camino de tierra, colina arriba, hasta llegar a una arboleda. Él llevaba una manta en una mano y una cesta de picnic en la otra. Le quitó la manta y la extendió en el suelo.


—Me gusta este sitio —comentó—. Me recuerda mucho al rancho de papá.


—Umm.


Paula se dio cuenta de que Pedro todavía no podía hablar. 


¿Qué habría hecho para hacerle pensar que tenía que demostrarle que era lo suficientemente bueno para ella?


Le dio miedo hablarle. No sabía qué pensar de sus comentarios. Y no quería decir nada inoportuno. Se sentía halagada, porque Pedro estaba intentando impresionarla, demostrarle que tenía tanto dinero como su familia.


Y lo comprendía. Ella también había hecho algo parecido. 


Había querido montar a caballo para demostrarse a sí misma que no estaba tan mal como había estado.


—¿Crees que alguna vez dejaremos de demostrar lo que valemos —le preguntó—. Yo discuto todos los días con mi padre porque me sigue tratando como si tuviese doce años. Sé que tuve un accidente muy grave, pero ya estoy recuperada. Va siendo hora de que me trate como a una adulta.


Pedro sacudió la cabeza.


—No sé. Siempre parece haber otra meta en el horizonte. Algo más que conseguir. Por lejos que llegue, no consigo llenar el vacío que tengo dentro.


Paula alargó la mano y tomó la suya. Lo había visto tan seguro de sí mismo, tan exitoso, que no había pensado que tendría las mismas preocupaciones que ella, pero le gustaba que tuviesen aquello en común.


—A mí me ocurre lo mismo. Al principio, era solo vivir, después, recuperarme, recuperar mi aspecto, ahora, la confianza en mí misma. ¿Cuándo va a ser suficiente?


—No lo sé —admitió Pedro.


Le hizo un gesto para que se sentase y dejó la cesta a su lado. Luego se sentó él y apoyó la espalda en un árbol, la ayudó para que se colocase entre sus piernas, apoyando la espalda en su pecho.


—He pensado en hacer construir la casa ahí.


—Entonces, ¿de verdad vas a comprar este terreno? —le preguntó Paula, girándose a mirarlo.


No quería acostumbrarse demasiado a él. Pedro no iba a quedarse en Royal aunque comprase aquellas tierras. Su vida siempre iba a estar en Dallas.


—Sí. También voy a hacer construir una casa pequeña allí, para mi madre — añadió, señalando hacia la izquierda—. Sé que le gusta tener independencia, pero también querrá tenerme cerca cuando venga.


A Paula le gustó que se preocupase tanto por su madre, que no fuese un hombre despegado. Era muy importante para ella.


—¿Por qué no compras una casa en Pine Valley? —le preguntó mientras abría la cesta y sacaba lo que había en su interior.


—Porque quiero construir la casa de mis sueños —respondió él, quitándole un termo de la mano y sirviendo café para los dos.


La comida de Maggie olía deliciosamente bien.


—¿Y cómo es la casa de tus sueños? —le preguntó ella.


—Tiene muchas cosas. Si quieres, puedo enseñarte los planos que he dibujado mientras cenamos esta noche.


Lo dijo en tono arrogante, pero Paula tuvo que reconocer que le apetecía cenar con él. Le gustaba aquel hombre al que estaba volviendo a conocer.


—¿Vamos a cenar juntos? —le preguntó.


—Eso espero, pero no en el club. Podríamos ir a algún lugar pequeño, donde no esté todo el mundo pendiente de nosotros.


Ella sonrió.


—Buena idea. Mi padre va a marcharse a Midland a jugar al póker. ¿Qué te parece si preparo yo la cena?


Pedro se cruzó de brazos.


—Me parece que es un poco como cuando éramos adolescentes y teníamos que escondernos.


—Lo sé, pero no es esa mi intención —le dijo Paula—. Mi casa todavía no está arreglada para que vayamos allí.


—¿Por qué no vamos de todos modos? —le sugirió él—. Podemos cenar y empezar a arreglarla.


A Paula le gustó la idea.


—Haré la mudanza el sábado que viene.


—¿Y has contratado a alguien para que te la limpie? —le preguntó—. ¿La has alquilado mientras vivías con tu padre?


—Me negué —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Al principio, porque no quería enfrentarme a la realidad de que no iba a poder volver a casa. Luego, porque no quería admitir que mi padre había tenido razón al decirme que iba a tardar un tiempo en recuperarme.


Pedro asintió.


—Me lo imagino. Eres muy testaruda.


Paula arqueó las cejas, aunque le gustaba que Pedro la conociese.


—Sí. Forma parte de mi encanto.


—¿Solo parte? —bromeó él.


A Paula le encantaba su sonrisa.


—Es lo mejor de él —admitió a regañadientes, sacando la comida.


Luego se pusieron a comer y hablaron de los libros que estaban leyendo y en cuánto les gustaban los libros electrónicos.


—Es mucho más cómodo. ¿Sabes que puedo leer un libro por donde lo he dejado directamente en mi teléfono móvil si quiero? La verdad es que el libro electrónico me salvó la vida en el hospital. Si me despertaba a las dos de la madrugada y necesitaba distraerme con algo, siempre podía descargarme un libro.


—¿Y te ocurría a menudo? —le preguntó Pedro mientras recogía los restos de la comida.


—Sí. Algunas de las operaciones fueron dolorosas. Y me di cuenta de lo mucho que me gustaban esos clásicos que la señorita Kieffer nos dijo que teníamos que leer.


—No puede ser. Si algunos eran muy buenos. No me puedo creer que no los leyeses entonces.


Paula se ruborizó.


—No. Tenía una amiga que los leía y me hacía un resumen del argumento.


Pedro sacudió la cabeza y Paula se sintió como si la hubiesen sorprendido haciendo algo malo. Por aquel entonces, había sido una princesa y todo el mundo había querido ayudarla, así que se había aprovechado de ello.


—¿Qué pasa? —añadió—. A todo el mundo no le gusta leer. Y yo estaba muy ocupada haciendo de animadora y buscando excusas para verte a escondidas.


—Y yo me alegro de que lo hicieras. Dime, ¿qué libro de entonces te ha gustado más?


—Orgullo y prejuicio, que me ha hecho descubrir toda la obra de Jane Austen. Hasta he visto todas las películas.


Él sacudió la cabeza.


—No está mal, aunque yo prefería Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo.


—Esos no los he intentado leer, pero ya imagino por qué te gustaron. ¿Has leído Orgullo y prejuicio?


—No, pero mi secretaria tiene la versión en la que salen zombis encima de su mesa —le contó Pedro.


—No es lo mismo, aunque yo también la he leído. Te lo voy a prestar.


—Si insistes, pero entonces tú tendrás que leerte El conde de Montecristo.


—Trato hecho. Intercambiaremos opiniones la semana que viene.


Paula leía con rapidez, dado que, durante mucho tiempo, lo único que había tenido que hacer había sido estar tumbada en la cama. Aunque tal vez en esos momentos no le diese tiempo a terminar un libro, dado que tenía que trabajar también.


—¿La semana que viene? No me va a dar tiempo —protestó Pedro—. Casi no tengo tiempo ni de ver un partido en la televisión, así que de leer un libro entero, mucho menos.


—Yo antes lo hacía, pero es cierto que ahora tampoco tengo tiempo. Bueno, ya me dirás cuándo lo has terminado.


Paula se dio cuenta de que se sentía normal. Montar a caballo formaba parte de su rutina y Pedro, lo quisiera admitir o no, también era parte de su nueva rutina. Era como un puente entre el pasado y el presente.


—Gracias por el desayuno —añadió—. Por favor, dáselas también a tu madre.


—Lo haré. Ah, sí vamos a cenar esta noche en tu casa, vas a tener que darme la dirección —comentó.


Ella asintió y se la dio. Luego volvieron a los establos a que recuperar su coche y se despidió de él a regañadientes. Pedro no intentó besarla y ella esperó que no hubiese decidido que solo quería que fuesen amigos. 


Porque ella quería mucho más, aunque no hubiese sido consciente hasta ese momento.









NUEVO ROSTRO: CAPITULO 12





Pedro no le gustaba pensar en lo que podía haber ocurrido. Se había marchado de Royal y se había olvidado de su pasado al hacerlo, pero si Paula hubiese fallecido tres años antes. No le gustaba la sensación que aquel pensamiento despertaba en él. Estaba acostumbrado a controlarlo todo y acababan de darle una prueba de que lo cierto era que no controlaba nada.


Pedro—lo llamó Paula.


Él hizo que el caballo fuese más lento y al verla acercarse deseó abrazarla otra vez.


Necesitaba aclararse las ideas y no quería hablar con ella en ese momento. Se sentía expuesto. Y la última vez que se había sentido así, había sido cuando su padre había muerto.


—¿Estás bien? —le preguntó ella.


Él negó con la cabeza.


—Odio pensar que podías haber muerto y no habría tenido la oportunidad de volverte a conocer.


Paula tragó saliva mientras su caballo se acercaba al de él.


Pedro la vio bajo el primer sol de la mañana y le pareció una mujer sana, era difícil creer que hubiese estado varios años luchando por volver a su estado normal.


—Yo también. Tengo la sensación de que tenemos temas por zanjar.


—Así es —admitió él, deseando volver a abrazarla, deseando protegerla y cuidarla—. Volvamos a los establos a devolver los caballos. ¿Te apetece desayunar conmigo?


—Después de que tu madre se haya molestado en preparar el desayuno, no lo puedo rechazar.


Dejaron los caballos y luego fueron al aparcamiento a por el coche.


—¿Te sigo? —le preguntó Paula.


—No, vamos los dos en el Porsche. Te llevaré a un bonito lugar que hay muy cerca de aquí.


—Pensé que tenías un Range Rover —comentó Paula.


—Me han traído este de Dallas. Me gusta la velocidad.


—A mí no.


—No te pasará nada —le aseguró Pedro—. ¿Confías en mí?


—Sí. Por supuesto. Está bien, iremos en tu coche. Aunque no puedo quedarme mucho rato. Tengo que ir al despacho.


—Como conoces al jefe, no creo que te despida por llegar un poco tarde — bromeó Pedro.


En esos momentos, para Paula el hombre más importante de su vida era su padre, y él quería ocupar ese lugar. Quería que dependiese de él para todo. Se maldijo, lo que quería era algo más que salir de vez en cuando con ella y ponerse al día. Quería que fuese suya.


Por eso había hecho que le llevasen el Porsche, porque quería que Paula lo viese al mismo nivel que a su padre, quería impresionarla.


—Tienes razón, pero no quiero aprovecharme… La verdad es que papá me da mucha flexibilidad en el trabajo porque todavía no estoy al cien por cien. Espera un momento. Sí que lo estoy. Se me olvida que ya ha pasado la última operación. ¿Sabes lo que eso significa? —le preguntó, sonriendo despacio.


—No, ¿el qué? —le preguntó Pedro.


—Que no tendré que volver al médico para que me diga cuáles son mis opciones. Es todo un alivio.


—Me alegro.


—Yo también. Creo que no lo había pensado hasta ahora.


Pedro se acercó más y la abrazó. La apretó con fuerza y dio gracias a Dios de que estuviese viva y recuperada. No había estado a su lado en los peores momentos, pero iba a hacer que aquella etapa de su vida fuese lo mejor posible.


Paula lo abrazó también con fuerza y él se aferró a ella como si su vida dependiese de ello. Intentó decirle con aquel abrazo todo lo que no sabía cómo decirle con palabras.


—Bueno, ¿dónde vamos a desayunar? —le preguntó por fin Paula.


Él la soltó a regañadientes para abrirle la puerta del coche. 


Se dio cuenta de que Paula cojeaba ligeramente al acercarse.


—¿Te duele la pierna? —le preguntó.


—Es un músculo que no tengo bien y, al montar a caballo, lo hago trabajar —le contestó ella—. ¿Adónde dices que vamos a desayunar?


—Es una sorpresa —respondió Pedro.


—¿En Royal? ¿De verdad piensas que es posible?


—No quiero decir que sea un sitio en el que no has estado nunca —le dijo él—. Solo que no sabes adónde vamos.


—De acuerdo.


Pedro cerró la puerta y le dio la vuelta al coche para sentarse detrás del volante.


Paula se había quitado el casco y lo tenía en el regazo. 


Sacudió la cabeza y se peinó un poco.


—¿Qué tal estoy? —le preguntó.


—Preciosa.


Luego arrancó y se alejaron de los establos.


—Vamos a un lugar que estoy pensando en comprar.


—¿De verdad? ¿Por qué?


—Porque mi madre necesita que venga algo más de dos veces al año. Los médicos me han sugerido que sus ataques pueden ser una manera de llamar mi atención.


—Lo siento. ¿Eres un mal hijo? —le preguntó Paula—. Solo os tenéis el uno al otro.


—Intento no ser un mal hijo —respondió él—, pero tengo mucho trabajo y, cuando no estoy de viaje, suelo tener muchas reuniones en Dallas. Aunque podría hacer gran parte del trabajo aquí si encuentro un motivo para quedarme.


—¿Y tu madre no te parece suficiente motivo? —le preguntó Paula, inclinando la cabeza de manera coqueta.


—Lo es para venir más a menudo, pero no para quedarme. Para quedarme de verdad, voy a necesitar algo más.


Volvería si empezaba a salir en serio con Paula. Quería verla más. Cada vez que la miraba, la deseaba tanto que no podía pensar en otra cosa.


—¿Como una mujer con la que pasar el tiempo? —le preguntó ella.


—Dependería de la mujer —respondió él, tomando una carretera polvorienta que salía de la autovía.


Luego detuvo el coche y se echó a reír.


—¿Qué es lo que te parece tan gracioso? —quiso saber Paula.


—Que quería impresionarte con mi coche, pero la verdad es que el Range Rover es mejor para estas carreteras.


—¿Por qué querías impresionarme? —inquirió ella—. No te estoy juzgando.


Él se encogió de hombros. Siempre había sido una persona muy competitiva, aunque solo hubiese estado compitiendo consigo mismo, habría intentado ganar. Y, por supuesto, quería que Paula solo viese cosas buenas cuando pensase en él.


—A veces, cuando estoy contigo, me siento como cuando estábamos en el instituto —admitió.


—¿Y cómo te sentías?


—Sentía que no tenía el dinero suficiente para ti, que no era lo suficientemente bueno. Y supongo que una parte de mí quiere que sepas que ahora sí que lo tengo.


Ella alargó la mano y la apoyó en su muslo.


Pedro, siempre fuiste lo suficientemente bueno para mí. Tal y como eras. No necesito coches de lujo ni enormes casas.


—¿Qué más da?


No podía pensar con la mano de Paula en su pierna. Se inclinó y la besó. La abrazó para acercarla más a él. Ella separó los labios y le apretó el muslo con fuerza.


Él se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta.


—¿Adónde vas? —le preguntó Paula.


—A respirar algo de aire fresco. Te metes en mi cabeza, Paula. Me haces desear cosas a las que nunca había dado importancia. Siempre he estado centrado en ganar dinero y en demostrar a los habitantes de Royal que no era solo el hijo de un trabajador de la petrolera.


—Ya lo has demostrado millones de veces —le dijo ella.


—Pero eso no significa nada y sigo sin sentir que soy lo suficientemente bueno para ti.


Salió del coche y cerró la puerta. Miró hacia el terreno que quería comprar. De niño, jamás había pensado en tener una casa en Royal y en esos momentos, gracias a Paula, estaba considerando hacerlo.