martes, 13 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO FINAL



–Paula.


Llevaba dos semanas sin Pedro y, al parecer, estaba empezando a tener alucinaciones. Había soñado tantas veces con su voz que ya la oía incluso despierta.


Apoyó la cabeza contra la puerta del taller, con la mano inmóvil en la llave que había metido en la cerradura.


La caricia en el cuello le resultó familiar. Se giró y lo vio allí, bajo la lluvia, con la camisa abierta, sin corbata.


Estaba hecho un desastre, más delgado y con ojeras, pero Paula nunca había visto algo tan bello ni tan doloroso en toda su vida.


–¿Qué haces aquí? –susurró–. Me dijiste que no volvería a verte.


Pedro bajó la vista, como si no pudiese mirarla a los ojos.


–Si no quieres verme, me marcharé.


Por supuesto que quería verlo y estar con él. Y deseaba abrazarlo y besarlo, pero no podía hacerlo. No hasta que no supiese qué hacía allí.


–No he podido evitarlo –le dijo él con voz ronca–. No duermo por las noches. Me duele el cuerpo por el día, tampoco puedo comer. Te… necesito en mi vida y no me he dado cuenta hasta que no te he echado de ella.


Luego le tomó la mano y acarició la cicatriz que tenía en el dorso con el pulgar.


–Tenías razón, Paula. Tenía miedo. Tengo miedo. Tanto, que he destruido lo que teníamos juntos. He sido un imbécil.


Seguía lloviendo, pero a él parecía no importarle. A Paula tampoco le importaba. Nada la apartaría de Pedro, ni en ese momento ni nunca.


–Una vez me dijiste que era perfecto –continuó este–. Que mi cuerpo era perfecto y, al mismo tiempo, te veías a ti dañada cuando para mí eras la mujer más completa que había conocido.


Ella se mordió el labio y negó con la cabeza.


–Ahí te equivocas. Estaba rota, asustada. Por eso me di cuenta de que tú tenías miedo, porque yo había vivido con él durante mucho tiempo, pero tú me ayudaste a superarlo, me despertaste.


Pedro la besó y ella notó cómo se hinchaba su corazón. No había ido a verla por motivos de trabajo.


Había ido por ella. Le devolvió el beso apasionadamente.


–Me has cambiado –le dijo él cuando se separaron.


Trazó con el dedo las marcas de su cuello sin dejar de mirarla a los ojos.


–Tenía miedo de decepcionarte, de no poder ofrecerte nada –añadió.


–Me lo has dado todo –susurró ella–. Tal vez no lo veas, Pedro, pero es la verdad. Estaba encerrada en mí misma, mi cuerpo era mi prisión. Y tú me has liberado. Cuando te miro, veo el mundo.


–No soy perfecto, pero te quiero y haré todo lo que esté en mi mano para ser el hombre que te mereces.


–Pensé que no creías en el amor –le dijo Paula sonriendo.


Él apoyó la frente en la suya y sonrió también.


–Era mucho más fácil no creer, pero te quiero, Paula Chaves. Siento algo que no había sentido nunca antes.


Las lágrimas empezaron a correr por el rostro de Paula, mezclándose con la lluvia, pero no le importó. No se molestó en limpiárselas.


–Yo también te quiero. Te quiero tal y como eres.


Pedro se le aceleró el corazón, que, por primera vez en dos semanas, ya no le dolía.


–Necesitaba cambiar, Paula. Y tú me has cambiado. Yo también me estaba escondiendo, pero tú has hecho que me muestre tal y como soy y te prometo que no volveré a esconderme de ti. Tendrás todo mi amor, mi cuerpo, mi corazón, para siempre.


–¿Y eso cómo lo sabes? –le preguntó ella con lágrimas en los ojos.


–Porque no he estado peor en mi vida que estos días sin ti.


–Yo también, y espero que no vuelvas a hacernos pasar por algo así.


–No lo haré.


Pedro se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña caja forrada de terciopelo. Le había comprado un anillo porque había sabido que, si quería que volviese con él, tenía que dejar a un lado su orgullo y arrodillarse delante de ella, para intentar convencerla de que le diese otra oportunidad. Para intentar convencerla de que estuviese con él para siempre.


–¿Quieres casarte conmigo? 


Paula se arrodilló también y lo miró a los ojos.


–Sí.


Pedro abrió la caja y se alegró al ver la expresión del rostro de Paula.


–Es rosa –dijo, sacando el anillo de platino con un diamante rosa.


–Eres tú –le contestó él, poniéndoselo en el dedo.


–Es verdad, me conoces tan bien.


–Y tú a mí y, aun así, parece que me quieres.


Paula se inclinó hacia él y tomó su rostro con ambas manos.


–Te quiero porque te conozco.


Pedro la besó. Jamás se cansaría de sus labios.


Jamás se saciaría de ella. Le metió las manos debajo de la camisa y tocó su piel.


–Eres perfecta, Paula Chaves. En todos los aspectos.




ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 32




Pedro miró por la ventana de su ático, observó las vistas que normalmente ignoraba.


Si cerraba los ojos, veía a Paula, con las luces de la ciudad detrás de ella. Las siluetas de su cuerpo eran mucho más atractivas que la arquitectura.


Dejó el vaso de whisky con fuerza. Al marcharse Marie, se había emborrachado y había llamado a la última mujer con la que había salido antes que ella, a la que había utilizado para olvidar.


Al pensar en hacer lo mismo en esa ocasión se le encogió el estómago y sintió casi náuseas. No quería olvidarse de Paula ni quería tocar a otra mujer.


La noche anterior se había dado cuenta de que tenía sentimientos por ella y le había dado miedo que le rompiese el corazón.


Aunque ese miedo no era comparable con el miedo a que Paula se diese cuenta algún día de que se merecía a alguien mejor a su lado. Al miedo a ver en sus ojos la desilusión y el dolor que había visto en los de su hermano el día que se había enterado de que lo había traicionado.


Le daba miedo ver cómo se apagaba el fuego de los ojos de Paula. Ver cómo el amor se transformaba en odio.


Era a eso a lo que no se podía enfrentar.


Pero Paula hacía que desease intentar ser mejor de lo que era, aunque no supiese si sería suficiente para ella.


Se puso en pie y apoyó la palma de la mano en el cristal frío. Tendría que ser suficiente, porque no podía vivir sin ella.




ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 31




Paula estaba como en una nube. Había conseguido éxito profesional y había pasado toda la noche haciendo el amor con Pedro.


El hombre al que amaba.


Sonrió mientras sujetaba con alfileres las mangas de la chaqueta en la que estaba trabajando.


Oyó que se abría la puerta de su taller y se giró.


Era Pedro, que estaba serio, tenso.


–Deberías cerrar con llave –le dijo.


–Lo siento –dijo ella, con el estómago encogido, consciente de que algo iba mal.


–Tenemos que hablar. Quiero terminar con nuestra asociación empresarial.


–Pero… si casi tengo los contratos. Estoy a punto de conseguirlo… 


–Te regalo el importe del crédito, y el importe de la inversión.


Paula sacudió la cabeza.


–No… no lo entiendo. ¿Es porque tenemos una relación? No puedo aceptar tu dinero.


–Nuestra relación también se va a terminar.


–¿Por qué? 


–Te diré por qué. Porque pensé que la terminarías tú cuando te conté lo de Marie y, como no lo hiciste, lo hago yo por ti.


–¿Por qué haces esto, Pedro? –inquirió ella enfadada–. ¿Porque no has conseguido apartarme de ti contándome que eras una mala persona? ¿Por eso lo haces ahora directamente? ¿Porque contabas con deshacerte de mí y no has podido? Contabas con tu reputación para alejarme de ti.


–Mi reputación alejaría a cualquier persona sensata.


–Lo mismo que la actitud que estás teniendo ahora – le dijo ella.


Paula sabía que Pedro estaba intentando protegerse.


Porque la noche anterior habían forjado un vínculo tan profundo e intenso, que casi le daba miedo hasta a ella.


–Te quiero –le dijo.


¿Por qué mantenerlo en secreto, si era la verdad? 


–Calla.


–No. No quiero.


–Es solo sexo. Eras virgen la primera vez que hicimos el amor y estás confundiendo deseo con amor.


–Eres tú el que está confundido, el que tiene miedo. Es mucho más fácil aferrarse al pasado que arriesgarse a equivocarse.


Pedro apretó la mandíbula.


–¿Vas a culparte toda la vida por haber cometido un error? –le preguntó ella.


–Aquel error me enseñó cómo era en realidad.
Pensaba que era un gran hombre, lo tenía todo. 
Una familia con la que estaba creando un nuevo vínculo, un buen trabajo, poder, dinero y honor. 
Pero fui débil cuando más importaba.


–¿Es eso lo que te incomoda tanto, Pedro Alfonso? ¿Saber que eres un hombre y no un dios? ¿Que eres humano, como el resto? Pues yo me alegro. Porque necesitaba un hombre que me enseñase lo que me estaba perdiendo. Un hombre que me hiciese sentir bella. No necesitaba un hombre perfecto, sino a alguien que pudiese entenderme –le dijo, apoyando la mano en su pecho–. Y tú lo hiciste. Estuviste ahí. Me hiciste ver todas las cosas que me merecía. He tenido miedo durante once años, pero ya no lo tengo. Y es gracias a ti.


–Te equivocas, Paula. Crees que, si sigues buscando en mi interior, encontrarás algo más, pero solo hay lo que ves. Nada más.


–Te equivocas. Hay mucho más en ti, Pedro Alfonso.


–Y tú crees que estás viviendo un cuento de hadas, Paula Chaves –replicó él–. No hay ningún motivo para que vuelvas a verme.


Y, dicho aquello, se dio la vuelta y salió de la habitación dando un portazo.


Con los ojos llenos de lágrimas, Paula se aferró a la mesa con fuerza.


Pedro se había marchado llevándose su corazón para siempre.





ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 30




HOLA –dijo Paula, entrando en el despacho de Pedro, cuyas vistas eran tan espectaculares como las de su ático.


–¿Tienes noticias? –le preguntó él, casi sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.


–Voy a salir en un importante programa de moda la semana que viene –le contó ella–. ¿Lo has conseguido tú? 


–No, Paula. Ni eso, ni lo de Statham’s tampoco.


La idea de haberlo conseguido sola hizo que se sintiese satisfecha, porque algún día tendría que arreglárselas sin él, tanto profesional como personalmente.


No quería hacerlo, pero lo haría.


–Solo quería que lo supieras –le dijo ella.


Y quería abrazarlo. Y besarlo. Y decirle que lo amaba.


–Estoy orgulloso de ti.


A Paula casi le estalló el corazón al oír aquello. 


Era la primera vez que se lo decían, y no podía significar más, proviniendo de él.


–Gracias. Será mejor que vaya a hacer unas llamadas.


Pedro se levantó de su sillón y fue hacia ella, a poner las manos en su cintura. Inclinó la cabeza y la besó en los labios.


–Hasta esta noche.


–Hasta luego.


Paula sabía que iba a ser un suicidio emocional, pero estaba dispuesta a arriesgarse.


Había cosas por las que merecía la pena arriesgarse.


Y entre ellas estaba Pedro.


La semana siguiente pasó sin que Paula se diese cuenta. Trabajando de día y pasando las noches con Pedro, con el que la pasión crecía momento a momento.


Y sus sentimientos por él eran cada vez más fuertes.


Estaba feliz. Ya no llevaba el maquillaje a modo de máscara ni la ropa como una armadura. Era Paula. Y era feliz así.


La voz de su cabeza era la de Pedro, que le decía que era bella, que tenía talento. Ya no la asaltaban las dudas. No vivía en una tragedia ocurrida once años antes.


Su aparición en televisión fue un éxito y acababa de salir del plató cuando se encontró con Sarah Chadwick, jefa de compras de Statham’s, que le confirmó que quería distribuir su marca en los grandes almacenes.


La primera persona con la que quiso compartir la noticia era Pedro. Él la había ayudado a llegar hasta allí, gracias a su ayuda, había sido posible.


Y era la persona más importante de su vida.


Se giró y lo vio, apartado del resto de la gente.


Vestido con un traje que ella había diseñado, con una rosa en la mano. La multitud se desdibujó y solo lo vio a él, junto al lago de Malawi, con la rosa. La noche que había recorrido con ella sus cicatrices.


Se acercó a su lado con el corazón acelerado.


–Me alegro de verte.


–Bien hecho –le dijo él, dándole la rosa.


–Y tengo el contrato con Statham’s. Acabo de hablar con la jefa de ventas.


Pedro asintió.


–Sabía que lo conseguirías. ¿Nos vamos? 


–Claro.


Paula estaba deseando celebrar su éxito con el hombre al que amaba.


–Es precioso, Pedro.


Este la observó al entrar en su habitación, donde había colocado velas por todas partes, salvo en la cama.


–Gracias. Es muy especial. Esta noche ha sido especial –añadió.


Pedro estaba de acuerdo. Estaba a punto de estallar de deseo por ella. Quería hacerla feliz. 


Quería hacer que se sintiese todo lo especial que era.


–Ven aquí.


–No, ven tú aquí, señor Alfonso –le replicó Paula con los ojos brillantes.


Y él lo hizo, porque no podía negarse.


Solo podía pensar en ella, en hacerla suya. Su Paula.


Pero fue ella la que empezó a acariciarlo, con las manos, los labios, la lengua. Y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse.


Le encantó verla así. Salvaje. Abandonada. 


Segura de sí misma. Capaz de permitir que 
viese su cuerpo sin avergonzarse de él.


–Quiero que seas mío, Pedro. Todo mío –le dijo, poniéndole un preservativo en la mano.


Él se lo colocó con manos temblorosas y la penetró.


Su mente estaba en blanco. El deseo lo nublaba todo.


Paula se arqueó contra él y sus pezones duros le rozaron el pecho. Lo agarró por el trasero con fuerza y susurró su nombre mientras sus músculos internos lo apretaban con fuerza.


Él gimió y se dejó llevar por el orgasmo, temblando.


Después, se tumbó de lado sin separarse de Paula, satisfecho como nunca antes y, al mismo tiempo, con más hambre de ella. Siempre tendría más hambre de ella.


Estaba perdiendo el control, notaba cómo se le escapaba de las manos, cómo se venían abajo los muros que había levantado en su interior, permitiéndole sentir. Respiró hondo y su olor lo llenó. Se le encogió el corazón.


Aquello era inaceptable. No podía permitirlo.