martes, 23 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 46

 


Pedro estaba en sus habitaciones, trabajando. Rosa le informó de este hecho en un tono de voz que sugería que él no querría que se le interrumpiera.


Sin darse tiempo para cambiar de opinión, Pau comenzó a subir las escaleras. Sentía un nudo en el estómago y las rodillas amenazaban con doblársele. Tenía la boca seca de aprensión.


Mientras avanzaba por el pasillo, una parte de ella quería darse la vuelta. Pero no lo hizo.


La puerta de las habitaciones de Pedro estaba entornada. Pau llamó suavemente y esperó. Un cobarde alivio se apoderó de ella cuando no se produjo una respuesta inmediata.


Dejó caer la mano. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó que la voz de Pedro resonaba desde dentro e invitaba a pasar con voz potente a quien hubiera llamado.


Pau puso la mano en el pomo. Se sentía algo mareada, como si hubiera bebido.


Al entrar en la sala, en lo primero en lo que se fijó fue que aquella estancia estaba decorada de un modo más moderno que el resto de la casa y estaba amueblada como un funcional despacho. Lo segundo fue que Pedro estaba de pie entre la puerta que había entre la sala en la que ella estaba y una ducha adyacente, con sólo una toalla rodeándole el cuerpo mojado. Él la miraba de un modo que dejaba muy claro que su presencia allí no era esperada ni deseada.


Incapaz de decir nada, sintiéndose indefensa de deseo y amor, al igual que plenamente consciente de que estaba en peligro de traicionar todo lo que él le había hecho sentir, Pau se obligó a apartar la mirada.


Comprendió que Pedro le había permitido que pasara porque había creído que era un miembro del servicio. Ciertamente no parecía contento de verla. Pau lo notaba por la sombría expresión de su rostro.


Con desesperación, vio que él estaba dándose la vuelta y que se disponía a marcharse.


–¡No! –protestó ella abalanzándose hacia delante y deteniéndose en seco al ver que él volvía a darse la vuelta tan rápidamente que sólo los separaba una corta distancia–. Quiero hablar contigo. Hay algo que quiero saber.


–¿Y es?


–¿Fuiste verdaderamente tú quien me impidió ponerme en contacto con mi padre?


El silencio que se produjo en la sala fue eléctrico. El aire prácticamente vibraba con la tensión de Pedro. Pau supo inmediatamente que aquel silencio significaba que la pregunta que le había hecho a Pedro lo había pillado completamente por sorpresa.


–¿Qué te hace preguntarme eso?


–Algo que se le ha escapado a tu madre, por accidente –dijo ella. Sabía que si quería saber la verdad tenía que ofrecerle su propia verdad primero–. Eso me hizo pensar que lo que siempre he dado por sentado podría no ser verdad.


–Cuando se tomó esa decisión, se hizo pensando en lo que más te interesaba.


Paula notó que estaba escogiendo muy cuidadosamente sus palabras. Demasiado cuidadosamente, lo que sugería que él estaba ocultando algo... o tal vez protegiendo a alguien.


–¿Quién tomó esa decisión? –preguntó ella–. Tengo derecho a saberlo, Pedro. Tengo derecho a saber quién tomó esa decisión y por qué. Si no me lo dices, volveré a hablar con tu madre y se lo preguntaré a ella una y otra vez hasta que me diga la verdad –le amenazó.


–No harás tal cosa.


–En ese caso, dime la verdad. ¿Fue tu abuela? ¿Mi padre? Tiene que ser uno de ellos. No había nadie más. La única otra persona implicada era mi madre...


Pau prácticamente había estado hablando sola, pero el repentino movimiento de la cabeza de Pedro, la breve tensión de su mandíbula cuando Pau mencionó a su madre lo delataron. Ese hecho hizo que ella se tensara y lo mirara con incredulidad.


–¿Mi madre? –susurró–. ¿Fue mi madre? Dime la verdad, Pedro. Quiero saber la verdad.


–Ella creía que estaba haciendo lo mejor para ti –respondió Pedro, evitando así la cuestión.


–¡Mi madre! Sin embargo, fuiste tú quien me devolvió la carta, tú... –murmuró. Se sentía atónita y desilusionada, tanto que no sabía si podía creer aquellas palabras–. No lo comprendo.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 45

 

NO podía seguir allí tumbada para siempre, presa de una pena tan intensa que ni siquiera las lágrimas podrían aliviar. Debía de haberse duchado y vestido después de que Pedro se hubiera marchado, pero no recordaba haberlo hecho. De lo único de lo que se acordaba era de las últimas palabras que Pedro le había dedicado, de su crueldad. Había estado loca por pensar que lo que había ocurrido entre ellos podía cambiar cualquier cosa. Él la odiaba.


Alguien estaba llamando a la puerta del dormitorio. Se tensó y luego se echó a temblar. ¿Habría regresado Pedro? ¿Quería seguir humillándola? El corazón se le encogió de dolor.


Volvieron a llamar a la puerta. Pau tendría que contestar. Se levantó y se dirigió hacia ella. Cuando la abrió y vio que se trataba de la duquesa, respiró de alivio.


–¿Puedo entrar? –le preguntó la duquesa–. Tengo algo que decirte, sobre lo que Pedro y tú dijisteis antes.


Paula se dio cuenta, demasiado tarde, de que cuando había estado discutiendo con Pedro, se había olvidado por completo de la presencia de la duquesa, que había estado allí como testigo silencioso de las acusaciones de ambos. Ella se había enfrentado con su hijo. Como no le quedaba más remedio, asintió y se hizo a un lado para que la duquesa pudiera pasar.


–Tenía que hablar contigo –dijo la duquesa mientras tomaba asiento en una de las butacas que había junto a la chimenea. Pau se sentó frente a ella–. A ninguna madre le gusta oír que se habla de su hijo en los términos en los que tú hablaste de Pedro antes. Sin embargo, es precisamente por el bien de Pedro por lo que quiero hablar contigo, Paula. Y también por tu propio bien. La amargura y el resentimiento son sentimientos muy destructivos. Corroen a una persona hasta que no queda nada más que destrucción. No me gustaría pensar que eso es lo que os ocurre a vosotros, en especial cuando esos sentimientos no son necesarios.


–Lo siento mucho si le hice a usted daño o la ofendí de algún modo. No era mi intención, pero el modo en el que Pedro se ha comportado, evitando que yo me pusiera en contacto con mi padre...


–Eso no es cierto. No fue Pedro. Al contrario. De hecho, le debes mucho a Pedro y gracias a él has tenido... ¡Oh!


La duquesa se colocó la mano sobre la boca y sacudió la cabeza.


–Sólo he subido para defender a Pedro, no para... Sin embargo, me he dejado llevar por mis sentimientos. Te ruego que te olvides de lo que he dicho.


¿Olvidar? ¿Cómo podía olvidar?


–¿Qué es lo que no es cierto? –preguntó Pau con urgencia–. ¿Qué es lo que le debo? Por favor, le ruego que me lo diga.


–No puedo decir más –respondió la duquesa, muy incómoda–. Ya he dicho demasiado.


–No puede decir algo así y no explicarlo –protestó Pau.


–Lo siento –se disculpó la duquesa–. No debería haber subido. Estoy furiosa conmigo misma. Lo siento, Pau. De verdad.


Con eso, la duquesa se levantó y se dirigió hacia la puerta. Allí, se detuvo para mirarla.


–Lo siento mucho, de verdad.


Paula miró la puerta cerrada después de que la duquesa se marchara. ¿Qué había querido decir? ¿Qué se había negado a contarle? Por supuesto, era normal que una madre defendiera a su hijo. Ella lo comprendía perfectamente, pero había habido mucho más que la protección de una madre en la voz de la duquesa. Había habido certeza. Conocimiento. Un conocimiento que ella no tenía. ¿De qué se trataba? ¿De algo que tenía que ver con el padre de Paula? ¿Algo relacionado con el hecho de que Pau no hubiera podido nunca ponerse en contacto con él? Era algo que tenía derecho a saber. Algo que sólo una persona podía decirle si tenía el valor suficiente para pedir una respuesta.


Pedro.


¿Tendría valor?


Seguramente no se trataría de nada importante. No habría ningún secreto que ella debiera saber, pero, ¿y si no era así? ¿Y si...? ¿De qué podría tratarse? Pedro le había dicho que él había interceptado la carta que ella le escribió a su padre y que no podía volver a escribirle. ¿Por qué?


Tenía que hablar con Pedro.





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 44

 


Comenzó a depositar suaves besos por la parte de atrás de la rodilla y luego por el interior del muslo mientras comenzaba a acariciarle su henchido sexo. El pulso latía allí con una gran intensidad, empujándola hasta el objetivo que tanto ansiaba su cuerpo. Las caricias de Pedro contra la íntima humedad de su sexo eran muy placenteras, pero la empujaban a desear más. Trató de detenerle la mano para demostrarle lo que de verdad quería, pero él se lo negó. Inclinó la cabeza y comenzó a acariciarla con la lengua. Pau se aferró a lo que le quedaba de razón hasta que ya no pudo más. Entonces, comenzó a gritarle que completara el placer que él le estaba dando.


–¡Ahora! ¡Ahora! –le suplicó a Pedro.


Había perdido por completo el control y se había visto atrapada por la vorágine del deseo que él había despertado en ella. Los sentidos de Pau, ya suficientemente excitados, absorbieron la realidad de su esencia de hombre cuando él se detuvo y se colocó encima de ella con una potente y firme erección.


Pau se echó a temblar por la agonía de placer que sintió al notarla contra la entrada de su propio cuerpo. Su sexo ardía de anhelo. Los músculos le temblaban de anticipación por el placer que él le prometía. El primer movimiento de Pedro, rápido y urgente, la hizo gritar presa de un paroxismo de increíble placer. Su cuerpo esperó en la cresta de ese placer a que él le diera más de lo que tanto ansiaba. Otro movimiento, más profundo, más duro. El cuerpo de Pau se tensó en torno al de él.


–Me deseas –dijo él.


–Sí. Sí. Te deseo. Pedro. Te necesito ahora mismo –susurró. Las cálidas y apasionadas palabras se le escaparon de los labios mientras se aferraba a él, abrazándolo, temblando de placer y anticipación.


–Dímelo otra vez –le pidió él mientras se hundía más profundamente dentro de ella–. Dime cuánto me deseas.


–Tanto... tanto... más de lo que puedo describir con palabras –le confesó Pau mientras depositaba besos frenéticos sobre el rostro de Pedro.


Él comenzó a moverse dentro de ella, satisfaciéndola por completo. Pau se aferró a él a medida que la tensión que había en su interior comenzó a crecer hasta que la poseyó por completo, hasta que fue dueño de su sangre y de su corazón, de todo su ser. Entonces, tras un segundo de espera, sintió una fuerte contracción de su cuerpo que la llevó a la más alta excitación posible. Su orgasmo se produjo al mismo tiempo que el de Pedro.


Perdido en las agradables sensaciones de tan maravillosa intimidad, Paula se sintió indefensa y muy vulnerable ante lo que estaba sintiendo. Se aferró a él, sabiendo ya con toda seguridad que no era sólo deseo lo que la poseía. Era amor. ¿Qué sentiría él hacia ella?


Notó el cálido aliento de Pedro contra el oído.


–¿Pedro? –susurró, con voz temblorosa.


El pecho de él se tensó. Oía la emoción en la voz de Paula. El modo en el que temblaba al decir su nombre había sido como una caricia física contra su piel. Ese sentimiento, sin embargo, provenía de la satisfacción de su deseo. Nada más.


Respiró lentamente. Entonces, le dijo secamente:

–Ya estamos iguales. Tú utilizaste mi deseo para demostrar que yo me había equivocado contigo. Ahora, yo he utilizado el tuyo para demostrar que tú me mentiste cuando me dijiste que no me deseabas.


Paula oyó la fría voz de Pedro. Aún estaba tumbada en la cama con él, después de haberlo amado tan íntima e intensamente, completamente incapaz de protegerse de la crueldad de las palabras que él acababa de pronunciar.