jueves, 23 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 17





Paula se detuvo al entrar en el estudio. Era la última en llegar, pero no podía demorar más lo inevitable. Pedro se acabaría marchando, independientemente de lo que dijera el testamento. Su irresistible atractivo casi la había hecho olvidarse de eso. Lástima que su actitud no bastara para enfriarle la libido.


Pedro se acercó como si quisiera hablar con ella, pero Paula lo ignoró. No era el mejor momento para enfrentarse a él. Se dirigió hacia el sofá y tomó asiento junto a Luciano, quien le sonrió. Que Pedro pensara lo que quisiera.


Canton sacó los documentos de su maletín y a Paula se le encogió el pecho. Además de los nietos de Renato estaban Nolen y Maria. ¿Había sido el propósito de Renato controlarlos a todos? Nunca había confiado en él, ni vivo ni muerto. Pero con el bienestar de Lily en juego no podía dar la espalda a lo que estuviera escrito en aquellos papeles. Lily era lo único que le importaba. Ni su corazón roto ni el maldito orgullo de Pedro. Solo Lily, la mujer que lo había sacrificado todo por sus seres queridos.


–Como os podréis imaginar –comenzó Canton–, Renato dejó instrucciones muy detalladas sobre cómo debían continuar las cosas después de su muerte.


Todos se removieron en sus asientos. Canton sabía lo que se avecinaba. Lo decía el brillo de sus pequeños ojos tras las gafas.


–¿Queréis que os lea el testamento íntegro o preferís un resumen? –les dio a elegir.


–Dinos tan solo cómo podemos deshacer el enredo que montó Renato… Mi madre, la fábrica y este matrimonio –exigió Pedro. Paula fingió que no le dolía que la clasificaran como parte de un enredo. Entendía cómo debía de sentirse Pedro, y además, a ella siempre la habían visto como un estorbo.


–Los trámites de divorcio son sencillos y pueden iniciarse enseguida –dijo Julian.


–Sí, pero un divorcio dejaría a Paula en una posición desfavorable.


Paula respiró hondo. Era inevitable tener aquella discusión, por muy dolorosa que fuera.


–¿Y la nulidad matrimonial? –sugirió Luciano.


–Eso sería aún más sencillo –confirmó Julian.


–Sí –dijo Canton–. Una anulación sería un proceso muy sencillo –miró a Paula y arqueó una ceja–. Pero un requisito indispensable es que el matrimonio no haya sido consumado, y no creo que ese sea el caso…


Paula bajó la mirada y se encogió de vergüenza. Que se hablara de su sexualidad en una habitación llena de testosterona era lo último que quería.


–¿Y si declaramos que hubo coacción? –preguntó Pedro.


Paula levantó la cabeza. ¿Estaba Pedro sugiriendo que…?


–Renato me coaccionó para que hiciera esto –continuó él–. 
Paula se ofreció voluntaria, pero solo intentaba ayudarnos a mí y a Lily. Tenemos que enfocarlo desde esa perspectiva.


–No importa –respondió Canton–. Renato quería que todo siguiera igual. Si me dejáis continuar…


–Adelante –exigió Pedro. Julian y Luciano asintieron, y Paula permaneció en silencio. No quería nada de aquel testamento. Nada, salvo que le dejaran cuidar de su amiga
en paz.


–Renato cambió su testamento después del regreso de Pedro y el posterior matrimonio.


Paula oyó maldecir a Pedro y suspirar a Luciano.


–Su deseo era que el matrimonio durase todo el año, y estaba convencido de que intentarías romper el trato si él moría.


A Paula se le revolvió el estómago. Renato conocía demasiado bien a su nieto.


–¿Y con qué va a amenazarme ahora? –preguntó Pedro con irritación–. Ya no puede usar a mi madre para chantajearme.


La sonrisa de Canton le recordó a Paula al hombre al que había temido y despreciado mientras estaba vivo.


–¿Quién ha dicho que Lily ya no cuente?


Paula dio un grito ahogado.


–¿Qué estás diciendo?


–Digo que te quedarás aquí y cuidarás de Lily y que Pedro se quedará para ocuparse de la fábrica, tal y como quería Renato.


–¿Por qué?


–Porque la custodia de Lily depende ahora de mí, como también el control de las finanzas de la familia.


Los hombres que la rodeaban se pusieron en pie y empezaron a maldecir, pero Paula permaneció inmóvil en el sofá. El miedo por su futuro y por el de Lily le impedía respirar, pero una parte de ella, una pequeña parte que se negaba a aceptar, se alegraba de que Pedro no pudiera marcharse.


–Todo seguirá como hasta ahora. A final de año se repartirá la herencia y la custodia de Lily recaerá en Julian.


Pedro se adelantó, echándole una mirada asesina a Canton.


–¿Por qué quieres controlar a una mujer que no puede defenderse, apartándola de su familia y amenazando su salud? ¿Serías capaz de dejar sin trabajo a todo un pueblo?


–No puedes hacerlo –añadió Julian–. Se trata de nuestra madre. Podemos impedirlo.


–Según este testamento sí puedo hacerlo –arguyó Canton, agitando los papeles–. Podéis recurrir, pero el proceso llevaría más tiempo del que Pedro y Paula tienen que respetar para cumplir las condiciones. Si se ciñen a las instrucciones de Renato, vuestra madre estará perfectamente.


–Espera –dijo Paula, levantándose–. ¿Has dicho que se repartirá la herencia?


–Sí.


–Puesto que están presentes, supongo que Maria y Nolen también recibirán algo, ¿no? ¿Van a tener que esperar a que cumplamos los requisitos antes de recibir su parte?


–No lo he decidido yo, querida. Está en el testamento. Si no se cumple la última voluntad de Renato, se procederá a la liquidación de los bienes y al traslado de Lily, y nadie recibirá nada. Julian tendrá la custodia de Lily, pero la herencia irá a la universidad y la fábrica se cerrará.


–La jubilación de Nolen y Maria depende de esa herencia –le recordó Paula. Después de todo lo que habían sufrido con Renato merecían pasar el resto de sus vidas con una pensión decente–. De modo que si no acatamos los deseos de Renato será peor para todos… ¿Vas a cumplir sus instrucciones al pie de la letra?


–Sí.


–¿Pero por qué? –preguntó, horrorizada.


–Por dinero –espetó Pedro con asco–. ¿Por qué si no? ¿Fue generoso contigo, Canton?


La rata volvió a asentir.


–Mucho. Pero Renato Alfonso era mi cliente y estoy obligado a cumplir su voluntad. Os aconsejo que os atengáis al testamento y no emprendáis acciones legales.








CHANTAJE: CAPITULO 16





Pedro entró en el estudio con el corazón acelerado y vio al hombre junto a la ventana. Se había quedado sorprendido cuando Nolen le comunicó quién lo estaba esperando. Leo Balcher había sido una obsesión desde la visita a la fábrica, y que se presentara de improviso en Alfonso Manor era un golpe de suerte. Quedaba por ver si buena o mala.


Observó a su rival unos instantes. Balcher apoyaba sus rollizas manos en los estantes a cada lado de la ventana y contemplaba las tierras como si ya le pertenecieran.


Se dio la vuelta cuando Pedro cerró la puerta y le dedicó una sonrisa excesivamente jovial. Por desgracia para él, Pedro nunca se había tragado la hipocresía sureña y no iba a empezar a hacerlo con Balcher. Pedro se había abierto camino por sí mismo en un mundo difícil, y juzgaba a los demás por el mismo criterio de esfuerzo y sacrificio.


Y también a las mujeres. Alguien como Paula estaba muy por encima de muchos de los miembros de la alta sociedad que había conocido en Nueva York. Y desde luego valía mucho más que aquel hombre.


Balcher cruzó la habitación con la mano extendida. Su traje azul marino y excesivamente ceñido a su oronda figura contrastaba con el polo y los pantalones caquis de Pedro, quien no pudo evitar una sonrisa al notar cómo Balcher se fijaba en su atuendo. En circunstancias normales Pedro jamás acudiría a una reunión de negocios vestido así, pero seguía siendo más elegante que la panda de gallitos perfumados a los que encontró en la entrada del juzgado.


–Señor Alfonso. Es un placer conocerlo.


–Por favor, llámeme Pedro –dijo él, resistiendo el fuerte apretón de manos.


–Este lugar es muy bonito,Pedro  –comentó Balcher, en esa ocasión observando posesivamente el estudio, oscuro y agobiante con su macizo escritorio de caoba, sus pesadas cortinas y su espejo ornamentado–. Espero que la familia se encuentre bien, dadas las circunstancias.


Pedro se sentó en el sillón de cuero.


–Gracias –respondió en el tono más cordial que pudo–. Hacemos lo que podemos. ¿Qué puedo hacer por usted esta mañana?


–Creía que Renato le habría hablado de mí y de mi interés por Alfonso Mills.


–Me sorprende que haya venido a hablar de negocios apenas ha muerto mi abuelo.


Balcher ocupó otro sillón y se ajustó el nudo de la corbata.


–No hay por qué ser tan brusco… Simplemente me gustaría poner el asunto en marcha antes de que intervengan otras partes interesadas.


Pedro se inclinó hacia delante y apoyó los brazos en la mesa.


–Esta es mi forma de hacer negocios… Lo toma o lo deja.


Aunque quería marcharse de allí cuanto antes, jamás le vendería la fábrica a aquel hombre. La falsa amabilidad de Balcher no ocultaba su insaciable avaricia y falta de escrúpulos. Y bajo ningún concepto dejaría Pedro las vidas y el modo de sustento de todos los que dependían de él en manos de alguien que no le gustaba a primera vista.


–En ese caso, imagino que su abuelo le habrá informado de nuestras conversaciones sobre la compra de la fábrica y de todo lo relacionado…


–Maria me ha dicho que teníamos visita y he pensado en traer un refrigerio –dijo Paula, entrando en el estudio con una bandeja con té y pasteles. Pedro se alegró mucho de verla, a su pesar.


Podría pasarse mirándola todo el día, pero apenas la había visto desde el funeral. Salía de una habitación cuando él entraba y comía en el dormitorio de Lily mientras que él lo hacía con sus hermanos. Si seguía igual cuando Julian y Luciano se marcharan acabaría comiendo solo.


¿Y de quién sería la culpa?


–No será necesario,Paula. El señor Balcher no se quedará mucho tiempo.


–Oh… –los miró con unos ojos oscuros tan inocentes que Pedro supo que estaba tramando algo–. ¿Seguro que no le apetece probar uno de los deliciosos pasteles de Maria? Se deshacen en la boca.


La expresión de Balcher le hizo preguntarse a Pedro qué quería probar realmente, si los pasteles o a Paula. Un furioso arrebato se apoderó de él, pero lo sofocó a tiempo. No quería verla allí. Era una distracción para su propósito personal y profesional. ¿Sería capaz de decirle que se fuera?


–Creo que no nos han presentado –dijo Balcher, despejando la mesa para que Paula pudiera dejar la bandeja–. Soy Leo Balcher, el dueño de Crystal Cotton.


Paula le tendió la mano con una elegancia exquisita.


–Hola, yo soy Paula. La mujer de Pedro.


Balcher los miró a uno y a otro con ojos muy abiertos.


–Creía que todos los chicos Alfonso eran solteros. ¿De dónde ha salido una preciosidad como usted?


La irritación de Pedro crecía por momentos, sin saber a quién dirigirla realmente. ¿Qué demonios se proponía Paula?


–Paula es del pueblo –dijo, mirándola fijamente.


Balcher debió de verla entonces como una posible aliada.


–Ah, bien. Estábamos hablando de la compra de la fábrica.


Ella miró fugazmente a Pedro, quien finalmente lo comprendió. Paula había dedicado su vida a cuidar de Lily y estaba dispuesta a cargarse el peso de todo el pueblo sobre los hombros. Pedro le había dicho que trabajarían juntos, y en vez de avisarla había ido él solo al encuentro de Balcher, dejándola a ella fuera…


–Balcher. Mi abuelo acaba de ser enterrado y viene usted a hablar de negocios en pleno luto. ¿No le parece que eso es ser un poco brusco? –preguntó en tono sarcástico.


El hombre se recostó en el sillón, haciéndolo crujir bajo su peso.


–Bueno, no parece que usted haya frecuentado mucho esta casa en los últimos años –desvió la mirada ante la intensidad que despedían los ojos de Pedro–. He oído que no se tenían mucho afecto, por lo que no veo motivo por el que deba asumir una carga tan grande. Al fin y al cabo, dudo que después de vivir en Nueva York quiera instalarse en este pueblecito perdido del sur.


–Tiene razón. No había ningún sentimiento de lealtad hacía mi abuelo. Francamente, siempre me pareció un tirano.


El rostro de Balcher se endureció, y Pedro confió en que se estuviera haciendo una idea del hombre con el que trataba. No un viejo decrépito al final de su vida, sino un joven ambicioso y decidido.


–¿Y para qué quiere usted otra fábrica? –preguntó Paula, fingiendo asombro–. ¿No tiene ya bastantes?


¡La pequeña arpía intentaba sonsacarle información por ella misma! Pedro era perfectamente capaz de rechazar la oferta de Balcher y de acompañarlo a la puerta cuando fuera el momento.


Pero ella no confiaba en que lo hiciera…


Era lógico. Paula se jugaba mucho en aquel asunto. El pueblo era su hogar y sus habitantes le eran muy importantes. Su interés estaba sobradamente justificado. 


Ojalá no desviara la conversación del punto al que quería llegar Pedro.


–Así son los negocios, querida –repuso Balcher, imitando su tono. Pedro tenía la sensación de estar asistiendo a una obra de teatro–. El mercado es muy competitivo y hay que tomar decisiones difíciles. Es imposible que todas las fábricas puedan seguir operativas.


Paula se retiró al fondo y la libido de Pedro se desató al ver las emociones reflejadas en su rostro. Demostraba una pasión formidable cuando defendía a alguien o cuando se enfadaba y olvidaba ser una dama.


Por suerte, la mesa ocultaba su excitación a ojos de Balcher.


–Pero entiendo que Alfonso Mills es especial –continuó Balcher con una pequeña sonrisa–. Y esta casa sería perfecta para mí. Después de todo lo que he oído sobre Pedro pensaba que podríamos llegar a un acuerdo.


–Entiendo –dijo Pedro–. ¿Y en qué clase de acuerdo ha pensado? Creo que Bateman, el director, alberga algunas sospechas.


–¿Sospechas? ¿De qué? Son negocios, nada más.


Pedro vio que Paula, situada detrás de Balcher, abría la boca para protestar. Sabía lo que estaba pensando. No solo eran negocios; se trataba de las casas y los trabajos de muchas personas. Pero Pedro necesitaba obtener más información.


–Eso lo sabemos usted y yo, pero los otros no lo ven así. No puedo impedir que Bateman acuda a las autoridades.


Balcher volvió a moverse en el sillón.


–¿A las autoridades?


–Bueno, usted no es precisamente famoso por jugar limpio, pero un fallo en las máquinas podría causar un accidente. Imagínese si la noticia llegara a la prensa…


A Balcher casi se le salieron los ojos de las órbitas, pero no tardó en recuperar la compostura.


–No sé de qué está hablando, pero si este pequeño problema es demasiado para usted, estaré encantado de quitárselo de encima, junto a todos los beneficios que supondría.


–Es una lástima, porque pensando en lo mejor para la fábrica y para Black Hills no puedo vendérsela a un hombre como usted –sonrió–. Lamento haberle hecho perder el tiempo –un guiño a la hipocresía sureña.


Estaba acompañando a Balcher a la puerta cuando esta se abrió y apareció Nolen. ¿Estaba todo el mundo escuchando la conversación?


–Solo le estoy pidiendo que considere la oferta… –insistió Balcher.


–Sé muy bien lo que quiere y la respuesta es no. No vamos a vender. Y ahora, márchese de mi casa.


Pedro no se le pasó por alto la expresión satisfecha de Paula. Por desgracia él ya no podría volver a provocársela en la intimidad.


Balcher no se dio por vencido y le ofreció su tarjeta a Pedro.


–Si cambia de opinión cuando las cosas se pongan más difíciles… y más caras, aquí tiene mi número.


Pedro no dudó un segundo y rompió la tarjeta en dos.


–Ya veo –dijo Balcher, entornando la mirada y frunciendo el ceño. Se giró lentamente hacia Paula y volvió a mirar a Pedro con una sonrisa–. Creía que la familia era lo más importante para usted en estos momentos, y no los negocios.


Pedro se puso en guardia. ¿Lo estaba amenazando? Miró a Nolen, quien también miraba a Balcher con desconfianza.


–¿Qué significa eso? –exigió saber Paula, perdiendo sus buenos modales.


–Nada, señora –respondió Balcher–. Sé que su flamante marido hará lo que sea por protegerla, pero pensaba que querría hacer lo mejor para todos ustedes y para el pueblo.


–Y así es –declaró Pedro, decidiendo que ya estaba bien de formalidades–. Pero puedo proteger a mi familia sin olvidarme de toda la gente que trabaja en la fábrica, en vez de vendérsela a alguien que solo quiere cerrarla.


–Igual que hizo con Athens Mill el año pasado, ¿no? –añadió Paula.


Balcher no lo negó, aunque pareció sorprendido. Se dirigió en silencio hacia la puerta abierta, ignorando a Nolen. Tal vez estaba cansado de toparse con un muro, o tal vez había decidido retirarse y preparar su próxima jugada contra unos rivales que eran más duros de lo que parecían. Antes de marcharse, sin embargo, se volvió una vez más hacia Pedro.


–Puede que no estuviera muy unido a su abuelo, pero hay mucho del viejo en usted.


La puerta se cerró tras él, y Pedro se vio invadido por la furia y el rechazo. Tuvo que esperar unos segundos para despejarse, antes de volverse hacia Paula.


–¿A qué demonios ha venido eso de entrar en el estudio con té y pasteles?


Paula volvió a adoptar una expresión inocente, pero esa vez parecía más nerviosa.


–No sé a qué te refieres. Solo estaba siendo educada.


–Me estabas espiando.


–No digas tonterías.


Pedro la arrinconó contra las estanterías. El olor a flores lo invadió, pero no permitió que lo distrajera de su enojo.


–Vamos a dejar clara una cosa –le dijo en el mismo tono que había empleado con ella de niño–. A mí no se me espía, a mí no se me manipula y conmigo no se juega. Ya tuve bastante de eso con mi abuelo y no voy a tolerarlo en una esposa.


Por un instante le pareció detectar la misma expresión dolida que había visto años antes, pero fue rápidamente reemplazada por algo mucho más fuerte. Paula se apartó y lo miró con la cabeza erguida.


–Pues no hagas que tenga que espiarte. Sé abierto y honesto como fuiste en la fábrica. Colabora conmigo como dijiste.


Las pupilas dilatadas de Paula, el pulso en el cuello, la punta de la lengua humedeciendo los labios. Una emoción primitiva empezó a apoderarse de Pedro. Si no se controlaba acabaría estrechándola en sus brazos y…


Respiró profundamente y cambió de tema.


–Supongo que hacemos un buen equipo como poli bueno, poli malo.


Ella arqueó una ceja con arrogancia, dándole a entender que aún no confiaba en él.


–Podrías haber vendido la fábrica.


–¿A ese tipo sin escrúpulos? Ni hablar –Pedro sabía que debería apartarse, pero no podía moverse.


Ella examinó su rostro buscando alguna confirmación. Pero tendría que aprender a confiar en él por sus actos. Aunque si la lectura del testamento se desarrollaba según sus expectativas, a Paula no le quedaría mucho tiempo para aprender. La perspectiva de una separación inminente obligó a Pedro a girarse y dirigirse a la puerta.


–Los empleados no son los únicos en enterarse de lo que está pasando.


–¿No confías en mí?


–¿Debería? –preguntó ella en voz baja. Aquella única palabra hizo que Pedro recordase todo lo que debería olvidar. Piel ardiente. Cuerpos palpitantes. Manos ansiosas.


Paula echó un vistazo a su reloj.


–Tengo que ir a ver a Lily.


Algo en el interior de Pedro se rebeló. Aquella podría ser su última ocasión para estar con ella.


–¿Y tú? ¿Estás bien?


Ella giró lentamente la cabeza hacia él.


–¿Estás preocupado por mí? ¿O temes que te dificulte más las cosas?


–Estos últimos días han sido una locura, y van a ser aún más frenéticos.


–¿Por qué?


–Ahora que Renato está muerto, podemos dejar atrás esta situación.


El rostro de Paula se tornó inexpresivo.


–Estarás contento de volver a Nueva York.


–Mi lugar está allí.


Ella lo miró fijamente.


–¿Estás seguro de ello?





CHANTAJE: CAPITULO 15





Paula se aferró a la barandilla para mantener el equilibrio y bajó la escalera con la cabeza bien alta. No se refugiaría en la habitación de Lily como una cobarde. Se enfrentaría a Pedro como la mujer fuerte y decidida que quería ser, no la ratita asustada que siempre había sido.


Por desgracia, los recuerdos de la noche anterior no se lo ponían fácil. Desde el momento en que su boca y la de Pedro entraron en contacto se vio arrastrada por la pasión que había anhelado toda su vida. Las sensaciones la desbordaron y fue incapaz de pensar.


Pero lo que realmente le llegó al alma fue la mirada de Pedro mientras se hundía en ella. En sus ojos vio al hombre que se ocultaba tras su imponente fachada, el mismo anhelo que ella por recibir amor y aceptación. La necesidad por demostrarse algo a sí mismo . Y mientras ella se esforzaba por mantener los ojos abiertos sintió que sus almas se fundían.


Respiró profundamente y entró en la cocina con serenidad. Pedro ya estaba sentado a la mesa, bebiendo café y leyendo el periódico. Nolen estaba junto a la puerta y la miró mientras le servía el café. Paula se puso colorada y se juró que nunca más volvería a tener sexo en aquella casa.


–¿Le apetecen unos gofres, señorita Paula? –le ofreció Nolen.


Paula no tenía apetito, pero cualquier cosa sería mejor que estar sentada en silencio.


–Sí, por favor. Y dale las gracias a Maria de mi parte.


Nolen asintió y se marchó, y Paula se echó abundante crema y azúcar en la taza.


–Paula, sobre lo de anoche… –empezó Pedro.


–No te preocupes. Fue una equivocación. No pasa nada.


–Pues claro que pasa algo. Siento haber…


Paula no supo si fue su mirada fulminante o el regreso de Nolen lo que hizo callar a Pedro, pero al menos no tuvo que oír más sobre el tema por el momento. Nolen se entretuvo más de la cuenta, antes de retirarse de mala gana.


–Estaré cerca por si me necesita –dijo en un tono más fuerte del necesario.


Su protector. Paula nunca había tenido uno, pero era una agradable novedad.


Pedro la observó mientras ella untaba los gofres calientes de mantequilla y mermelada de fresa. El olor debería hacerle la boca agua, pero le costó un gran esfuerzo llevarse un trozo a la boca.


–Tienes razón –dijo él–. Anoche dije muchas cosas que no debía decir. Supongo que estaba asustado…


–¿Supones?


–Pero quiero hacer esto bien. Durante los próximos meses tendremos que vernos mucho… y no quiero que se cree una situación incómoda entre nosotros. Por ello te propongo que…


–¡Nieto indigno y desagradecido! –la interrupción procedente del pasillo desconcertó a Paula. Al principio tuvo la horrible sospecha de que Renato había descubierto su aventura con Pedro, pero luego entendió lo que había dicho y se le formó un nudo en el estómago. Las peleas siempre habían sido frecuentes en aquella casa, y nunca terminaban bien.


Renato entró en la cocina, apoyándose pesadamente en un bastón.


–¿Me ves ya en la tumba, muchacho?


–Aún no –respondió Pedro con ironía. Se volvió hacia Renato y adoptó una postura relajada en la silla.


–Pero piensas que puedes ignorarme como si ya estuviera muerto y hacer lo que quieras con mis negocios, ¿no? –Renato estaba más exaltado que nunca y tenía espasmos en el brazo izquierdo–. ¿Creías que no iba a enterarme de tu visita a la fábrica? ¿No se te ocurrió pedirme permiso a mí, que todavía soy el dueño? ¿O es que intentas congraciarte con el director aprovechando que estoy demasiado enfermo para impedírtelo?


–¿Por qué ibas a querer impedírmelo? Me dijiste que debía hacerme cargo de la fábrica y eso es lo que estoy haciendo.


Renato le agarró por el brazo.


–Renato… –lo llamó Paula.


–¿Cómo, dejándome fuera? –Renato se balanceó y agarró con fuerza el bastón–. ¿Celebrando reuniones a mis espaldas? La fábrica sigue siendo mía.


Paula asumió su papel profesional como enfermera y se levantó. Ya no era la niña asustada que presenciaba las discusiones entre los miembros de la familia.


–Renato… –el anciano estaba pálido, pero las mejillas le ardían y se balanceaba peligrosamente.


Pedro también se levantó.


–No lo seguirá siendo por mucho tiempo, ¿recuerdas?


Renato se llevó una mano al pecho y Paula se acercó rápidamente.


–Por favor, Renato. El médico dijo que no debías alterarte. Vamos a tranquilizarnos y…


–¡Tú! –la furiosa mirada de Renato se posó finalmente en ella–. ¡Tú le estás ayudando a arrebatármelo todo! Deberías estar agradecida por todo lo que he hecho por ti, y sin embargo te dedicas a conspirar contra mí.


Paula no sabía el origen de aquella paranoia, pero tampoco importaba. En esos momentos Renato necesitaba calmarse y tomar su medicación.


–Debería haber sabido que no servías para este trabajo –espetó él–. ¡Llevas los genes de tu madre en la sangre!


Paula se quedó helada.


–Ya basta –la voz de Pedro resonó en la cocina–. Bateman quería vernos en la fábrica y por eso fuimos. Si quieres un informe lo tendrás esta tarde.


Renato farfulló algo incomprensible y el rostro se le desencajó en una mueca de dolor. Paula dejó a un lado todas las emociones y se lanzó.


–Renato. Vamos a avisar al médico para que te vea enseguida. ¡Nolen!


Renato emitió un jadeo ahogado. El pánico se le reflejaba en los ojos.


–Todo saldrá bien –lo tranquilizó ella–. Nolen, llévalo al estudio y llama a una ambulancia.


–No –rechazó Renato–. Llévame a mi habitación y que venga el doctor Markham.


–Pero, Renato…


–He dicho que no. Nada de hospitales. Si voy a morir, que sea en Alfonso Manor.


Dos horas después su deseo se hizo realidad.


Pedro miró con desagrado el monstruoso monumento que Renato Alfonso había hecho levantar, y se dio la vuelta para alejarse de la cripta y del féretro de bronce. Paula se quedó para saludar a los que aún estaban en el cementerio. Todo el pueblo había acudido al funeral, como era de esperar. Los Alfonso eran muy conocidos y Renato habría esperado que todo el mundo le rindiera homenaje.


Su muerte y sus últimas palabras habían dejado a Pedro con un sentimiento de culpa del que no podía librarse. Justo lo que su abuelo habría querido. Las emociones de Pedro no tenían sentido, pero su abuelo le había dejado más de un legado indeseado.


Mientras subía la colina del cementerio la tensión que había soportado desde que entró en Alfonso Manor empezó a disiparse. Cuando llegó junto a sus hermanos, al pie de la sepultura, se sentía un poco mejor.


Renato Alfonso estaba muerto. Esa vez de verdad.


No era cuestión de celebrar su muerte, pero sin Renato era libre de hacer lo que quisiera. La custodia de Lily pasaría a él o a uno de sus hermanos, podría brindarle a su madre los cuidados necesarios y dejar la fábrica en buenas manos. 


Nada ni nadie quedaría desatendido, y él podría regresar libremente a Nueva York.


Una parte de él se rebelaba contra la idea de no volver a acostarse con Paula, pero la ignoró. A largo plazo sería lo mejor para ambos.


Se acercó a sus hermanos y abrazó a Julian, el gemelo de Luciano. Había acudido en cuanto Pedro le comunicó la muerte de Renato. Siendo director ejecutivo de una importante empresa de Filadelfia, serio y meticuloso, era todo lo opuesto a Luciano. Los dos hombres eran idénticos, con sus trajes y pelo rubio, pero las semejanzas eran solo físicas. Cada uno tenía sus talentos y debilidades.


Hacía mucho que Alfonso Manor no era su casa, pero su hogar estaba allí donde estuvieran sus hermanos. A pesar de vivir en ciudades distintas, se reunían tres o cuatro veces al año para pasar varios días juntos. Pedro y Julian se veían con más frecuencia, ya que solo los separaban dos horas en coche.


Miró la tumba de su padre por encima del hombro de su hermano. Cuánto le gustaría hablar con él una vez más y recibir consejo… El instinto lo acuciaba a huir, pero cada vez rechazaba más la idea. Y eso le asustaba. Su madre no hubiera querido que dejara en la estacada a los habitantes de Black Hills, pero temía que no fuera aquella la única razón.


–Luciano me ha puesto al corriente de todo –dijo Julian–. Así que eres un hombre casado, ¿eh?


–No por mucho tiempo, espero.


–¿El trato no era por un año? Además, Paula es una mujer muy hermosa.


–Y que lo digas –corroboró Luciano.


–El trato era por un año mientras Renato estuviera vivo –no quería pensar en Paula. Sus hermanos no tenían por qué saber hasta dónde había llegado con su mujer–. Ahora que se ha ido espero que haya algún modo de solucionarlo todo. Mañana nos reuniremos con Canton para la lectura del testamento, y luego pondré a mi abogado a trabajar en ello.


Julian asintió lentamente, pensativo. Siempre había sido el que encontraba soluciones a todo. De niño era el más astuto cuando se trataba de transgredir las reglas de Renato, y como adulto se enfrentaba a operaciones multimillonarias como si fueran un simple acertijo. Pedro había estado a punto de llamarlo muchas veces en el último mes para preguntarle cómo salir de aquel atolladero


–¿Y cuál es el plan? –preguntó Julian.


–La custodia de mamá debería pasar a uno de nosotros. He pensado que cuando llegue el momento podríamos hablar con Paula sobre sus cuidados –y rezar por que ella no le escupiera en la cara cuando él se marchara. Estaba decidido a seguir adelante con su plan. Su lugar no estaba allí. Y empezaba a darse cuenta de que Paula merecía algo mucho mejor que aquel matrimonio forzado–. Sin Renato aquí podré visitar a mamá a menudo, igual que hacéis vosotros.


Se giró para observar a los últimos asistentes al funeral abandonando el cementerio, se quedaron Paula, Nolen y el encargado de la funeraria. Una ligera brisa le agitaba el vestido negro a Paula, ciñéndolo a sus muslos y caderas.


–Necesitaré ayuda para encontrar a alguien que se ocupe de la fábrica. Hace falta una persona con dotes de mando que pueda resolver los problemas y lo bastante duro para enfrentarse a Balcher. Alguien que se entienda bien con Bateman. La prioridad es encontrar a esa persona antes de que se produzca un accidente en la fábrica.


–Creo que yo podría ser esa persona –dijo Julian.


Pedro lo miró con asombro, igual que Luciano.


–¿Por qué?


–He estado pensando en volver aquí.


–¿Y dejar una próspera carrera que te hace ganar millones de dólares? Te lo vuelvo a preguntar: ¿por qué?


Julian se encogió de hombros.


–Es algo personal, ¿de acuerdo? Solo quiero que lo hablemos y veamos si es una opción.


–Claro, pero quiero que estés muy seguro –Pedro se cruzó de brazos protegiéndose el pecho, donde la esperanza empezaba a brotar. Si Julian se instalaba en Alfonso Manor, él podría volver a Nueva York sin problemas. Todo estaría resuelto.


¿Pero y Paula?


–No quiero que nadie se vea atrapado donde no quiere estar.


–¿Como tú? –intervino Luciano, mirándolo de un modo que lo hizo sentirse incómodo.


Sofocó rápidamente la sensación. Desde el primer día le había dejado muy claras sus intenciones a Paula.


–Sí, como yo.