martes, 21 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 63

 

Permanecieron abrazados unos segundos en paz, relajados, hasta que la tensión volvió a acumularse. Él la tomó de la mano y dijo:

–Vamos en mi coche. Es mucho más seguro.


Paula, a su lado, se sentía como una niña a punto de dar saltos, pero se esforzó por parecer mínimamente madura.


Cuando llegaron al coche, vio sus botas en el asiento de acompañante, entró y las puso en el suelo.


–Espero que te las pongas para mí más tarde –dijo él, insinuante.


Paula decidió no pensar en ello porque les quedaba al menos una hora y media para estar juntos en la cama.


Pero en lugar de tomar el camino de vuelta directamente, eligió una carretera secundaria y se desvió hacia una bodega.


–¿Quieres comprar provisiones? –preguntó Paula.


–Vamos a pasar aquí la noche.


–¿Has hecho una reserva?


–Hace media hora, cuando he visto a dónde venías.


Pedro paró el coche delante del edificio principal, entró y volvió a salir a los pocos minutos. Por su mirada encendida y su aspecto, más desaliñado que de costumbre, Paula intuyó que no tardarían ni cinco minutos en estar en la cama.


Pedro entró en el coche y la gravilla crujió bajo las ruedas a medida que se aproximaban a un pequeño y discreto hotel que había en la propiedad. Aparcó, y Paula y él fueron corriendo de la mano. Aunque el edificio parecía casi en ruinas por fuera, las cuidadas flores del exterior daban la idea de que el interior ocultaba un secreto, y así era. Una elegante restauración había creado un ambiente sofisticado y cálido a un tiempo, una única habitación con una cama gigante.


–Hay una bañera en el exterior. Oculta por el seto. Luego podemos probarla –dijo Pedro, caminando hacia ella con mirada ardiente–. Llevo días sin dormir.


–Igual que yo.


–¿Quieres que nos pongamos al día?


–Estupendo.


Mientras se besaban y empezaban a desnudarse, Paula no pudo resistirse a tomarle el pelo.


–¿Cacahuetes o almendras?


–Almendras.


–¿Mayonesa o vinagreta?


–Mayonesa.


–¿Tapón de corcho o de rosca?


–Corcho


–¿Lo ves, somos incompatibles?


Completamente.


–¿Deprisa o despacio? –Paula se adelantó a contestar ella misma–. Yo quiero deprisa.


–Yo despacio.


–Podemos empezar despacio y acabar deprisa.


–Muy bien –dijo él, sonriendo al sentir las manos de Paula recorrerle el torso–. ¿Ves como estamos de acuerdo en las cosas importantes? Tú haces que me tome el trabajo con calma, yo te acelero.


Para entonces ya estaban desnudos y Paula lo empujó contra la cama y cayó sobre él, que estalló en una carcajada y la hizo girar sobre la espalda para quedar encima. Desde ese momento se dedicó a ella en cuerpo y alma, acariciando cada milímetro de su piel, besándola con apasionada lentitud, mordisqueándole los senos… Hasta que Paula gimió y jadeó bajo sus manos.


Pedro alzó la cabeza unos milímetros para decirle:

–Promete que te encargarás del bar.


–Sí –dijo ella.


Él la acarició en su lugar más sensible.


–Promete que te casarás conmigo.


–Lo prometo –dijo ella, electrizada.


Él profundizó la caricia.


–Di que me amas.


–¿Vas a interrogarme cada vez que hagamos el amor? –preguntó Paula, entrecortadamente.


–Así que admites que estamos haciendo el amor.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 62

 

Te cuesta hablar de tus sentimientos


Pedro se quedó paralizado.


–Te necesito –dijo, finalmente.


–Vamos, Pedro, aparte del sexo no tenemos nada en común.


–Ninguno de los dos puede dormir sin el otro.


–Me refiero a las cosas que importan de verdad –Paula se separó de él–. Tú vales mucho más que yo, eres ambicioso y necesitas tener a tu lado a alguien que esté a tu nivel, como Sara, que es guapa e inteligente.


–Me alegro de que me tengas en tan alta estima, Paula, pero no soy más que un abogado.


–No es verdad y lo sabes. ¡Puedes ser socio del bufete, profesor o juez!


–¿Y?


–Que no puedes quedarte con alguien como yo. ¡Un juez no puede tener como novia una camarera!


–¿Por qué no? Además, yo te quiero como esposa, no como novia.


Pedro… –Paula no sabía cómo suplicarle que dejara de ofrecerla la luna cuando ella no podía aceptarla.


–Paula, tú también tienes mucho talento. Nadie sabría llevar el bar como tú, ni organizaría al personal con tanta disciplina y simpatía. De hecho, desde que te has ido, el público ha bajado. Porque sabes crear un ambiente en el que la gente se relaja.


Percibió el escepticismo con el que Paula recibía el comentario, así que continuó:

–Es verdad, Paula. ¿Qué sería de la vida sin pequeños placeres? Sabes que adoro mi trabajo, pero incluso yo necesito relajarme. Lo he aprendido gracias a ti y te necesito para llevarlo a cabo.


–Te refieres al sexo, y eso perderá su interés. Pronto te aburrirás de mí.


–No. Además, no me refiero sólo al sexo. Somos mucho más que eso. Tú me retas continuamente, me haces reír, me haces ver el lado divertido de las cosas cuando me las estoy tomando demasiado en serio. Paula, consigues que mi vida sea real.


Paula tembló con más violencia. Pedro se había puesto la toga de abogado para acabar con su resistencia.


Pedro… 


Escucha, primero dices que tengo cabeza y luego decides qué es lo mejor para mí. Yo lo sé –Pedro palideció–: eres tú. Y no puedo soportar una semana más sin ti. Además, no pienso ser juez, nunca me ha interesado serlo.


–¿Y qué vas a hacer?


Pedro volvió a rodear a Paula por la cintura y le acarició la espalda para calmarla.


–Me han ofrecido una plaza en la universidad y me he dado cuenta de que lo que quiero es dedicarme a estudiar. De hecho, vas a estar contenta: voy a enseñar Pruebas y Ética.


Paula se relajó en sus brazos.


–Me dan pena tus alumnas de primer año.


–¿Por qué?


–Porque se van a enamorar todas de ti.


–No todo el mundo me ve con tan buenos ojos como tú –dijo Paula mientras seguía tranquilizándola con sus delicadas caricias–. Mi despacho siempre estará abierto. Voy a ser el profesor más deseado de la facultad, con una esposa dueña del bar más de moda de la ciudad.


Paula finalmente suspiró y le rodeó la cintura con los brazos. La habilidad de encontrar la respuesta adecuada en todas las circunstancias iba a acabar por volverla loca. Pero eso contribuía aún más a que lo amara.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 61

 


La mente de Paula se aceleró. Pedro había comprado el bar y quería que ella fuera la encargada. Debía alegrarse y aceptar la oferta, pero la invadía una profunda tristeza y sintió que se le humedecían los ojos. Era evidente que Pedro seguía queriéndola en su cama, pero para ella eso ya no era suficiente. No podía arriesgarse a que la dejara cuando se aburriera de ella, o a que la compartiera con otras amantes. Así que, aunque estuviera ofreciéndole el trabajo ideal, no podía aceptarlo. El precio a pagar era demasiado elevado.


-Gracias, Pedro, pero no puede ser.


–¿Por qué no? ¿Conseguiría convencerte si te dijera que lo he comprado para ti? ¿Que sólo tú puedes dirigirlo?


Desafortunadamente, ni siquiera eso era bastante si su corazón no estaba incluido en el trato.


–Lo siento, Pedro, pero no es suficiente –Paula lo miró fijamente, queriendo ser lo más honesta posible sin decir demasiado. Lo que vio en sus ojos no fue desilusión, sino una expresión de triunfo.


Se puso en pie pero no fue capaz de salir corriendo, tal y como habría querido, porque era incapaz de dejar basura sin recoger. Él la imitó y le rodeó los hombros con el brazo, creando una prisión de la que ni quería ni sabía escapar.


–Dime que no quieres quedarte –susurró él.


Paula no sabía mentir.


–Dime que no me deseas –la presionó.


Pedro sabía perfectamente que era suya y que no podía vivir con él si lo tenía plenamente para ella.


Él la estrechó contra sí y la obligó a mirarlo. En un tono aún más dulce, insistió:


–Dime que no me amas.


Paula abrió los ojos, a los que asomaban las lágrimas, desmesuradamente. Un sollozo ascendió por su garganta.


–¿Por qué me haces esto, Paula? –le susurró él al oído. Besó las lágrimas que rodaron por su mejilla–. No voy a consentirlo. No puedo permitir que te vayas.


Paula no podía concebir tanta crueldad, la idea de vivir en una permanente tortura.


–Por favor, Pedro, déjame ir.


Él le tomó el rostro entre las manos.


–No –dijo, besándola de nuevo. Y entre beso y beso, fue diciendo–: Porque te deseo, porque adoro abrazarte, porque te quiero a mi lado en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para siempre.


Paula lo miró perpleja.


–¡Qué! Pedro, tú no crees en las relaciones estables, y mucho menos en el matrimonio.


–Como el Derecho, lo considero una institución imperfecta, que puedo mejorar desde dentro.


Paula empezó a temblar de pies a cabeza, negándose a creer la implicación de lo que oía. Pedro volvió a hablar:

–Aunque no lo digas, sé que me amas.


Paula lo miró en silencio. La emoción le atenazaba la garganta. Pedro desplegó una sonrisa radiante.


–Claro que me amas. Y yo no puedo vivir sin tu amor –dijo con una mirada cálida y luminosa.


Paula se sintió invadida por una mezcla de miedo, duda y desesperación. Aun creyéndolo, no podía olvidar que no era la mujer adecuada para él. Y lo amaba demasiado como para destrozar su carrera.


–La respuesta sigue siendo «no» –tomó aire–. Tanto al bar como a ti.