sábado, 26 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 14





Pedro se quedó de pie junto a ella en la puerta del apartamento, a pesar de que ya había metido la llave en la cerradura. Se moría de ganas de volver a besarla, en realidad quería empezar a besarla y no parar jamás.


Probablemente sería mejor no empezar, especialmente ahora que la veía tan vulnerable; estaba muy pálida y tenía los labios enrojecidos por el beso de antes. ¡Y qué beso! Eso había sido una especie de milagro, no un beso cualquiera.


-Necesito volver a verte. Mañana.


Ella parpadeó sorprendida y meneó la cabeza como si estuviera saliendo de un sueño.


-Abril y Marcos…


Aquellas dos palabras eran como un jarro de agua fría.


-Comamos juntos entonces. Porque los niños tendrán que ir al colegio, ¿no?


-Sí, están en la guardería hasta por la tarde, pero tengo que trabajar.


Sabía que estaba insistiendo demasiado para los dos, pero no podía controlarse. Ya se las arreglaría para solucionar el problema de su falsa identidad más tarde, después de haber vuelto a verla.


-Te llevaré la comida a la tienda.


-Pedro


-No digas nada. Solo comer juntos. Sin presiones -prometió sonriente.


-Creo que ya he oído eso en algún sitio.


-Y mira lo que he conseguido: una cena maravillosa con la mujer más bella de la ciudad.


Lo miró anonadada, como si nunca se le hubiera ocurrido pensar que era guapa. En ese momento más que nunca quiso llenar su vida de alegría.


-Está bien, pero solo comer.


Jamás pensó que algo así podría hacerlo sentir tan increíblemente dichoso.


-Genial.


-Entonces te veré mañana. Ahora necesito irme a dormir -dijo justo antes de abrir la puerta y desaparecer.


Pedro metió la llave en la puerta de su apartamento pero, cuando estaba a punto de abrir, se dio cuenta de que no era una buena idea que Paula lo oyera entrar en casa justo después que ella.


Había además otro problema añadido: el sueño. 


Estaba completamente convencido de que sería incapaz de pegar ojo en el estado en el que se encontraba y sabiendo que solo una pared separaba su cama de la de Paula. Llevaba demasiados días imaginándola y el beso no había hecho más que avivar su imaginación hasta límites insospechados.


No, estaba claro que dormir no figuraba en sus planes para las próximas horas, así que lo mejor era volver a la calle hasta que desapareciera de su cabeza la imagen de aquella deliciosa boca llena de deseo. Y eso podría llevar mucho tiempo.





UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 13





«Vamos, no es para tanto», intentó decirse Pedro a sí mismo al ver a Paula entrar en el restaurante. «De acuerdo, no habías contado con que se pusiera un vestido tan sexy, un vestido que se ceñiría exactamente en los lugares clave. Tampoco se te había ocurrido que, al soltarse el pelo, darían ganas de sumergir en él los dedos. Bueno, ahora hay que mantener la calma».


-Me alegro de que hayas venido -dijo por fin.


-Gracias -respondió ella mientras tomaba asiento.


Pedro apenas había tenido tiempo de volver a silla cuando ella se lanzó a un monólogo atropellado que, en su estado de nervios, era incapaz de seguir.


-… Pero quiero que sepas que, solo porque haya venido, no quiere decir que esto sea una cita en toda regla ni nada de eso. Quiero decir que hay otras muchas razones que han podido llevarme a bajar a cenar contigo. Puede que simplemente tuviera hambre o que necesite una noche sin los niños, o…


Pedro levantó las manos en un gesto de burlona rendición.


-Tranquila, tranquila. En ningún momento he dicho que esto fuera una cita, en realidad no me has dado tiempo para que dijera nada de nada -diciendo eso le tendió la mano como si quisiera empezar de nuevo. Después de unos segundos, Paula también extendió la suya, pero la retiró apenas se hubieron rozado.


Pedro optó por escenificar lo que había estado ensayando toda la tarde.


-Me llamo Pedro Miller. Tengo treinta años y soy soldador cuando consigo encontrar trabajo. Bueno, creo que ahora estamos en paz.


Paula respondió a aquella presentación con una sonrisa que lo dejó helado. Pedro tenía el pulso acelerado como un coche de carreras. No le habían sudado tanto las manos desde que era un adolescente e intentaba seducir a Brandi Johnson en el asiento trasero de su viejo Chevrolet.


¿Por qué se sentía así? No podía ser por las insignificantes mentiras que le había contado; después de todo, era un juego inocente con el que nadie iba a verse perjudicado. «Pero Paula no tiene ni idea de que está jugando, estúpido», le recriminó la voz de su conciencia.


-¿Quieres un poco de vino? -ofreció él en un intento por no escuchar los consejos que le venían de dentro.


-Claro, aunque solo un poco.


-Y cuéntame, Sherlock -dijo mientras le servía una copa de delicioso Chianti-. ¿Has vuelto a ver a tu misterioso vecino?


-Verlo no lo he visto, pero lo que sí he hecho ha sido oírlo, y mucho. Pero no quiero estropear la noche hablando de ese bicho raro.


«¿Bicho raro?» A lo mejor se estaba excediendo en su actuación.


-De acuerdo. Entonces cuéntame qué haces cuando no estás persiguiendo a tus hijos ni cuidando de la tienda. ¿Qué haces para divertirte?


-¿Divertirme? -repitió extrañada, como si le hubiera hablado en un idioma que no entendía-. Me imagino que coser.


-¿Coser?


-Sí, este vestido por ejemplo lo he hecho yo - dijo señalando el increíble atuendo.


-Es… está muy bien -consiguió decir él, consciente de que no sería una buena idea confesarle que lo que realmente le apetecía era arrancárselo con los dientes.


-Gracias. Estoy intentando montar mi propio negocio, pero no consigo ayuda de ningún banco y, por lo visto, no tengo ninguna abuela de la que recibir una cuantiosa herencia. Si consigues algún amable benefactor, no dudes en decírmelo.


Pedro tuvo que volver a limpiarse las manos. 


Sentía verdadero pánico, aunque sabía que no era justo por su parte reaccionar de aquella manera, pero era incapaz de controlarlo. No quería que Paula supiera nada de su dinero.


-Pues no, yo y toda la gente que conozco sobrevivimos gracias al sueldo mensual. Inténtalo con la lotería -añadió en un tono más distendido.


-Eso es como tirar el dinero por la ventana. Además, todo lo que gano va destinado a ahorrar para las vacaciones. He calculado que, si empiezo a ahorrar ya, podré llevar a Abril y a Marcos a Disneylandia antes de que sean demasiado mayores. Prefiero no pensar todavía en lo que me va a costar la universidad; espero que consigan unas cuantiosas becas, si no…


-¿Y su padre? ¿No estaría dispuesto a ayudarte un poco? -Pedro decidió interrumpirla antes de que tuviera un ataque de ansiedad o algo parecido.


-¿Aldo?


-¿Aldo? ¿Tu ex marido se llama Aldo? -sabía que existían muchos nombres como aquel, pero jamás habría imaginado a Paula con alguien llamado Aldo. Ella estaba a años luz de los vestidos conservadores y los collares de perlas que le venían a la cabeza al pensar en la esposa de un Aldo. Seguramente lo había pasado muy mal teniendo que comulgar con algo así, ella, con su pelo de gitana y su ropa exótica.


-Sí, así se llamaba -confirmó Paula frunciendo el ceño-. Y no, no estaría dispuesto a ayudarme.


Fin de la conversación. Estupendo. Pedro no quería saber nada más sobre su ex marido ni sobre su precaria situación económica; del mismo modo que no quería que ella supiera nada sobre su cuenta bancaria, aunque eso le hacía sentir como una verdadera rata.


-Lo siento, he sido un poco brusca.


¿Se estaba disculpando?


-Mira, no es asunto mío. Solo tenía curiosidad sobre…


-¿Su padre? -le preguntó con firmeza-. Pues zanjemos el tema cuanto antes. Aldo es abogado y mucho mayor que yo. Lo conocí porque vino a buscar posibles empleados a la Universidad de Michigan.


-¿Estudiaste en la Universidad de Michigan? -repitió sorprendido-. Es impresionante.


-Estudié allí, pero no acabé la carrera. Conocí a Aldo y empezamos una relación a distancia; solía venir desde Boston cada pocas semanas. La verdad es que los días que estábamos juntos era maravilloso -hizo una pausa para dar un trago de vino, como si fuera a obtener fuerzas de él-. No se me ocurrió preguntarle qué hacía los días que no nos veíamos. Tengo que admitir que tolero bastante mal a los mentirosos.


Pedro creyó que no era buena idea pedirle que definiera «bastante mal».


Paula se puso a jugar con los cubiertos.


-Digamos que Aldo no era demasiado fiel y la cosa no funcionó -concluyó sin levantar la vista del mantel.


Intentó imaginar a alguien lo bastante estúpido como para engañar a una mujer como Paula.


-Siento que tuvieras que pasar por todo eso -lo que no sentía lo más mínimo era que hubiera acabado viviendo en Royal Oaks.


Durante el resto de la velada, ambos estuvieron mucho más relajados y su «no cita» resultó muy divertida porque Paula era así: divertida, valiente e inteligente.


Todavía no era medianoche pero, tras el enésimo café después de la cena, Paula empezó a sentirse como Cenicienta. Tenía que irse a casa corriendo, quitarse el glamuroso vestido rojo y volver a su rutinaria vida…


Quería pasar más tiempo con su príncipe soldador y, como sabía muy bien que era difícil conseguir algo si no lo pedía, decidió dar un paso para lograr lo que deseaba.


-¿Te apetece dar un paseo? Con la buena noche que hace seguro que hay músicos tocando en la calle.


-Me encantaría -respondió con una sonrisa tan sexy, que a Paula se le ocurrieron dos o tres cosas que le apetecería hacer con él. Un par de cosas que hacía mucho tiempo que no hacía…


-Pues vámonos -dijo ella poniéndose en pie y esperando que con la luz de la calle no se notara mucho lo ruborizada que estaba.


Mientras paseaban por la calle central del barrio, Paula fingió que el corazón no había empezado a latirle a mil por hora al notar el contacto de la mano de él sujetando la suya con fuerza. Iban charlando sobre la gente que pasaba o las obras que había expuestas en las galerías de arte de la zona, cuando llegaron a una placita en la que un grupo estaba tocando jazz.


-Debes vivir por aquí -dedujo ella, encantada-. No mucha gente sabe donde encontrar a estos tipos.


-Sí, vivo en el barrio.


Le gustó la idea de tenerlo cerca.


-Yo también. Justo encima de la tienda de antigüedades.


-Qué cómodo -respondió él como ausente y después tiró de ella hacia donde estaban los músicos-. Baila conmigo.


-¿Aquí?


-Sí, aquí -contestó con firmeza mientras la rodeaba con sus brazos.


No le dio tiempo a preguntarse si realmente ella era el tipo de mujer capaz de ponerse a bailar en mitad de la calle, sin otras parejas con las que poder camuflar el nerviosismo. En realidad daba igual, porque aunque tenía la sensación de que no era ese tipo de mujer, sí sabía que quería serlo.


Era muy buen bailarín y resultaba de lo más natural moverse junto a él, al ritmo suave y lento de la música. Las canciones se fueron uniendo unas a otras y, cuando quisieron darse cuenta, estaban rodeados por otras parejas que habían seguido su ejemplo. Pero nada importaba, solo ellos dos.


Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que con aquella luz parecía más peligroso que nunca, y mucho, mucho más atractivo. Sus ojos le devolvieron la mirada con el mismo brillo. Paula creyó oírlo maldecir, pero enseguida lo olvidó porque se acercó a ella y sus bocas se juntaron.


Se quedó helada, sencillamente helada. Con los ojos abiertos de par en par y el corazón en vilo. 


¿Cuándo la había besado un hombre por última vez? Ni siquiera lo recordaba, como tampoco podía recordar qué era lo que se suponía que debía hacer. Sin embargo, a medida que los labios de Pedro se movían, fue como si los suyos despertaran de un largo sueño y reaccionaran de forma instintiva. Recordó ciertos movimientos y realizó otros que estaba segura de no haber hecho en su vida.


Tenía los ojos cerrados y eso hacía que lo sintiera todo con mayor intensidad, especialmente la mano que le acariciaba la espalda mientras ella se acercaba a él. Abrió más la boca y, con el primer roce de su lengua, Paula notó cómo le temblaban las rodillas, una excusa perfecta para agarrarse a él con más fuerza.


No podría haber calculado cuánto tiempo estuvieron allí, daba la sensación de que ninguno de los dos quería ser el primero en separarse del otro y acabar con aquella maravillosa locura.


Hubo tiempo suficiente para que se acabara la música y el resto de las parejas comenzara a aplaudir. Cuando por fin despegaron sus bocas y volvieron a la realidad, comprobaron que los aplausos eran para ellos.


Paula hundió el rostro en el pecho de Pedro, que no podía dejar de reír.


-Me siento como si acabara de despertar a la Bella Durmiente -le susurró al oído al tiempo que la apretaba fuertemente contra su cuerpo.


«Ese no es el cuento correcto. Yo me siento como Cenicienta y el reloj está a punto de dar las doce».


-Creo que es hora de que me vaya a casa -anunció con resignación-. Seguramente haya vuelto con los niños hace siglos -la molestaba tener que utilizar a los gemelos para esconder el torbellino de sensaciones que se había apoderado de ella. Pero sí que era cierto que tenía que irse a casa.


Malena tenía razón, aquel era un hombre hecho y derecho. Ahora tendría que idear un plan para mantener su corazón a salvo de él.





UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 12




Era uno de esos días maravillosos en los que varias cosas se unían para lograr la perfección: sol de verano tardío la terraza de un café Y una buena amiga. Allí, recostada en el respaldo de la silla, Paula se quedó unos segundos mirando a la gente que pasaba por la calle antes de contestar a la pregunta de Malena.


-Yo no he dicho que haya renunciado a poner mi propia tienda, es solo que parece que me va a resultar imposible hacerlo aquí, en Royal Oaks.
Llevo una semana haciendo llamadas y no he conseguido nada -le explicó con cierta frustración-. Admitámoslo, probablemente el local de Celina era el último sitio decente que quedaba en el barrio.


-¡Pero tiene que haber alguna manera de solucionarlo! Eres demasiado joven como para abandonar tus sueños.


Paula sintió una agradable sensación de calidez, y no era solo por el efecto del sol, era también gracias al apoyo incondicional de su amiga. 


Malena era una persona única a la que tenía la sensación de conocer de toda la vida cuando en realidad hacía solo once meses que eran amigas, desde que Paula había llegado a Detroit.


-No estoy abandonando mis sueños… únicamente están a la espera durante un tiempo. Seguramente este no sea el momento más adecuado. Anoche me llamó Celina y me preguntó si me importaba hacerme cargo de la tienda durante algunas semanas más. No podía decirle que no -dijo encogiéndose de hombros e intentando no dejar entrever la decepción que sentía-. Por el momento, con las antigüedades y los niños, tengo más que suficiente.


Malena apoyó los codos en la mesa y puso la sonrisa que se dibujaba en el rostro de todo el mundo, excepto de Paula, cuando les contaba alguna de las travesuras de los gemelos.


-¿En qué andan metidos esta vez?


-Solo te diré que Houdini y David Copperfield juntos no les llegan ni a la suela de los zapatos.


-¡No me digas que siguen desapareciendo!


-Esta semana solo cuatro veces. Pero sé que se quedan en algún rincón de la tienda, si no, no podrían volver tan rápido. Aunque… -se quedó con la palabra en la boca porque notó que alguien se acercaba a la mesa. Lo primero que vio fue la sonrisa de aprobación de Malena.


Entonces levantó la vista.


Y allí estaba en todo su esplendor el guapísimo desconocido. El corazón de Paula reaccionó de inmediato ante su presencia. Daba gusto mirarlo, solo el brillo amable de sus ojos evitaba que pareciera un tipo duro. En Paula se juntaron una mezcla de deseos libidinosos y nerviosismo por tenerlo tan cerca.


-Hola, súper detective -la saludó apoyándose en la barandilla que separaba la terraza del resto de la calle.


-Ho… hola -respondió ella tartamudeando muy a su pesar.


-¿Estás inmersa en alguna misión o simplemente estás disfrutando del día?


-En este momento no estoy de servicio -dijo continuando con la broma. Después le echó un vistazo a Malena, que la miraba con una sonrisa que parecía ocuparle toda la cara. Pensó que sería mejor avisarla con un ligero codazo de que iba a proceder a las formalidades-. Malena, este es…


Miró al guapísimo caballero. Sabía perfectamente cómo brillaban sus ojos cuando sonreía, y la estupenda visión que se obtenía observándolo cuando se alejaba caminando, pero no sabía cómo se llamaba. Esperó unos segundos de incómodo silencio a que él mismo dijera su nombre.


-Pedro… me llamo Pedro Miller -respondió por fin y pareció atragantarse con su propio nombre.


 «¿Quién era el que tartamudeaba ahora?»


-Pedro, esta es Malena McConnell.


-Hola, Malena, encantado de conocerte -le dijo sonriendo de nuevo-. Oye, a lo mejor tú podrías desvelarme un misterio.


-¿Cuál?


-El nombre de nuestra amiga. He sufrido una emboscada de sus hijos, la he pillado a ella fisgoneando, pero nunca me ha dicho cómo se llamaba.


-¡Pero, Paula! Se llama Paula Chaves, tiene veinticinco años, es soltera y le encantaría… -la presentación terminó abruptamente debido a la patada que le dio su amiga por debajo de la mesa.


-Ya es suficiente, Male.


-Solo intentaba ayudar.


-Entonces limítate al nombre -le ordenó más avergonzada que enfadada.


Malena sonrió con inocencia.


El guapísimo Pedro se quedó mirando a Paula unos segundos durante los cuales el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho.


-¿Te apetece cenar conmigo esta noche?


-No puedo… -las palabras salieron de su boca automáticamente.


-Yo cuido de los niños -la interrumpió Malena-. Así no tienes que preocuparte de buscar, y sobre todo de pagar, a una niñera.


Por un instante la sonrisa de Pedro se quedó helada, pero Paula no lo percibió ya que estaba demasiado ocupada en controlar el torbellino de sensaciones que le estaba provocando todo aquello. Decidió mirar hacia abajo para poder hacer lo que tenía que hacer de la manera menos dolorosa. Tenía que rechazar la invitación.


Había decidido alejarse de los hombres para recuperar su autoestima y dedicarse a los gemelos en cuerpo y alma; y todo ello tenía que hacerlo antes de conocer a alguien que realmente le interesara. El problema era que tenía la sensación de que Pedro pertenecía a esa categoría.


-La verdad es que en este momento no quiero salir con nadie -se las arregló para decir con la mayor seguridad posible.


-Entonces no lo consideres una cita oficial. Cenaremos en el restaurante italiano que está enfrente del local de tu vecino, ese por el que sientes tanta curiosidad; así podrás seguir espiando.


-De verdad, no puedo -esa vez ella misma se dio cuenta de lo poco sinceras que sonaban sus palabras.


-Sin presiones -contestó él con esa voz sexy y profunda con la que sería capaz de convencerla de que saliera desnuda a la calle cual Lady Godiva-. Mira, yo voy a estar allí a las siete en punto, en la mesa que hay junto a la ventana y, quién sabe, a lo mejor pasas por allí y te apetece comer algo. Espero que así sea - añadió muy serio antes de alejarse de ellas.


Por algún sorprendente motivo, Malena mantuvo la calma hasta que, unos segundos después, se acercó a la mesa un mozo de una floristería.


-¿Paula Chaves?


Cuando la mencionada asintió, él le entregó una cajita larga y estrecha.


-¡Vamos, ábrelo!


Paula intentó actuar con tranquilidad, aunque eso era precisamente algo que no sentía en absoluto. La delataron los dedos temblorosos al abrir la cajita.


Era una rosa, una esbelta rosa azul lavanda, su color preferido, que desprendía un aroma maravilloso. Aquello era increíble, pensó mientras un escalofrío le recorría la espalda.


Debajo de la rosa había una pequeña tarjeta que decía: «Sin presiones».


-Como no vayas a cenar con él, ¡iré yo! -amenazó Malena sin dejar de mirar la rosa.


-Vaya, Male. No creo que a Dani le hiciera mucha gracia.


-Entonces será mejor que vayas tú y más te vale ponerte guapísima. Si no lo haces, Paula Chaves, será un verdadero crimen -añadió levantando la voz.


-Habla más bajo, por favor.


-Lo único que quiero es que hagas algo. Te aviso de que estás en peligro de convertirte en una persona aburrida, muy aburrida.


Aquello hizo que Paula reaccionara por fin; Malena había descubierto su mayor miedo. A veces resultaba realmente difícil criar sola a dos niños y quizá eso había hecho que se volviera demasiado estricta y metódica. Pero…, ¿aburrida? ¡Ni hablar!


-¿Podrías venir por los niños a las cuatro? -le preguntó a su amiga, que recibió las instrucciones con una enorme satisfacción.


El aburrimiento iba a salir de su vida inmediatamente.


O a lo mejor no. Paula miró el reloj: las seis y cincuenta y cinco. Descorrió las cortinas lo justo para poder comprobar si él ya había llegado a La Bella Italia. Efectivamente, allí estaba, sentado en la mesa de la ventana, una mesa preparada para dos.


Volvió a cerrar las cortinas de golpe y deseó con todas sus fuerzas no haberse dejado convencer para meterse en aquella locura. Y allí estaba ella; pintada y con un vestido que hacía mucho por su figura pero muy poco por su comodidad. 


Volvió a mirar rápidamente hacia la ventana del restaurante. Estaba histérica por algo que ni siquiera era una verdadera cita.


Estaba demasiado aterrada para pensar en la posibilidad de disfrutar un poco, o quizá mucho.


No debería ser tan difícil, lo único que tenía que hacer era cruzar la calle, no era más que una inocente cena. No debería ser tan difícil abrir su vida a alguien más… confiar en alguien. Pero sí lo era, el cretino de Aldo se había encargado de que lo fuera.


El reloj dio las siete.


«Pedro… Aldo. Pedro… Aldo. Pedro… Aldo. Pedro… Aldo», parecían decir las manecillas al moverse. Paula se dio cuenta de que, con solo pronunciar el nombre de Pedro, su cuerpo se llenaba de una especie de cálida emoción que no había sentido jamás, era una especie de luz que la llenaba por dentro. 


Levantó la cabeza, agarró su bolso y salió del apartamento. Su alejamiento de los hombres acababa de ser oficialmente cancelado.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 11




Pedro se quedó de pie en mitad del sótano, que por cierto no era su lugar preferido. Prefería lugares donde hubiera más… aire, y un poco más de espacio para no tener la sensación de que las paredes se le venían encima. Respiró hondo y se repitió las consignas de siempre.


«Vamos, sé valiente. Compórtate como un hombre y toma el control de la situación».


Ya estaba mejor, bueno… más o menos. Logró prestar atención a lo que tenía alrededor, que no era más que un montón de cajas que todavía no había desembalado y otras cosas que había dejado olvidadas el anterior inquilino. Pero nada que le diera una pista del lugar del que podrían haber salido las ratas. Sabía que tenían que seguir allí porque no había otra salida aparte de las escaleras. Claro que, pensándolo bien, esa también era la única manera de entrar; la estrecha y oscura escalera que llevaba a su trastienda. Agitó la cabeza sin comprender. Dos enanos traviesos se le habían colado sin ni siquiera darse cuenta.


Tampoco los había oído el otro día cuando le habían untado de mermelada el pomo o cuando le habían llenado el buzón de serpientes de goma.


Era consciente de que, aunque no se hubieran dedicado a tenderle emboscadas como aquellas, tampoco habría sabido muy bien cómo relacionarse con ellos. Los niños nunca habían sido su debilidad. De hecho, sus interminables preguntas y el tono de su voz tenían el mismo efecto en él que oír cómo alguien arañaba una pizarra. El problema en definitiva era que no sabía qué hacer con los niños… bueno, en ese caso se los devolvería a su madre.


-Deberíais salir porque estáis atrapados -no obtuvo respuesta, ni siquiera notaba ese sexto sentido que solía avisarlo de que alguien lo estaba mirando.


Retiró algunas cajas con la esperanza de descubrirlos.


-Tenéis que estar ahí. Vamos, salid, no voy a haceros nada. Quiero decir que ni siquiera voy a regañaros.


Al dar un paso atrás, se tropezó y estuvo a punto de acabar en el suelo. Al menos eso le sirvió para convencerse de que allí no había nadie, ningún niño normal habría podido aguantar la risa al ver a un adulto hecho y derecho a punto de caerse de bruces. Pedro recabó la poca dignidad que le quedaba y se dispuso a salir de allí en busca de espacio y aire que respirar.


-Las voces debían de salir de otro sitio, eso es todo -se dijo en voz alta por si alguien lo estaba escuchando, y mantuvo en silencio lo que realmente pensaba: «estaban ahí, tío. De eso no hay ninguna duda».


Tarde o temprano volverían a colarse y entonces se verían obligados a darle una explicación convincente.