sábado, 2 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 11





—Paula, hay un listado para ti en mi despacho, pero eso puede esperar hasta el lunes. Lo que sí necesito es que firmes las cartas que hay en mi escritorio antes de irte, ¿de acuerdo?


—Gracias, Eileen. ¿Te vas ya? —Paula no apartó la mirada de la pantalla del ordenador.


Los números que tenía ante sí amenazaban con ponerse a bailar si no se concentraba. Aquella mañana del día después de Acción de Gracias había llegado al despacho a las cinco y media y no había salido desde entonces.


—Son más de las seis.


—¡Dios santo! Lo siento. ¡Deberías haberme dicho algo! —Paula apartó la mirada del ordenador y frunció el ceño al mirar a Eileen.


—No hay problema, Paula —Eileen Harrap había trabajado para el padre de Paula durante más de treinta años, y a veces se comportaba más como una tía amorosa que como la secretaria personal de Paula—. Nos vemos el lunes.


—Que pases un buen fin de semana.


—Lo mismo digo.


Eileen cerró la puerta y Paula volvió a mirar la pantalla. No lograba centrar la vista en la hoja de cálculo. La pierna herida todavía le molestaba a veces, incluso tras seis meses de intensa terapia física. Había extraños destellos de luz tras sus ojos. Se los cubrió con las palmas a la espera de que su visión se aclarara. Segundos después la puerta volvió a abrirse. Paula apartó las manos de su rostro, se irguió y trató de adoptar una postura resuelta.


Solo era Eileen, pero su rostro era todo un estudio de emociones mezcladas; disculpa, desaprobación, comprensión...


—No habrás olvidado que cenas con tu padre esta noche, ¿no?


—Claro que no.


—Te espera a las siete.


—Exacto.


—Y la radio dice que va a haber mucho tráfico.


—Lo llamaré desde el coche si veo que voy a llegar tarde.


Daba la impresión de que Eileen habría querido decir más cosas, y hubo una época, más o menos seis meses antes, en que lo habría hecho. Sin embargo, aunque Paula sabía que la ansiedad que Eileen sentía por ella era mucho más profunda que antes, la mujer no dijo nada más.


Muchas cosas habían cambiado en la vida de Paula durante aquellos seis meses. Estaba embarazada de más de siete meses y el bebé se había convertido en un nuevo ser humano muy real. Ya no había un anillo de compromiso en su dedo, ni un anillo de casada. No tardó mucho en comprender tras el accidente que lo que le había dicho Alfie era la verdad.


Todavía estaba en la cama del hospital cuando le dijo a Benjamin que su boda quedaba cancelada. Él no se lo tomó bien. Paula aún se conmocionada al recordar las insinuaciones e insultos con que reaccionó. Nunca había conocido aquella faceta de Benjamin. Pero aquel día le había parecido especialmente preocupado y tenso, y pronto averiguó por qué.


Solo unas semanas después, Benjamin dejó el país tras el dramático colapso de su incipiente compañía en Internet. Prefirió trasladarse a Suiza a disfrutar de un lujoso exilio a devolver los millones de dólares que debía a los accionistas.


Paula no lo había visto desde junio y aún no sabía hasta qué punto pensaba comprometerse en su papel de padre.


También por aquella época había empezado a recibir cartas amenazadoras. La redacción no era muy específica, pero el significado parecía bastante claro para ella, y la policía estaba de acuerdo. Las cartas eran de algún accionista estafado por Benjamin que pretendía resarcirse.


También es tu responsabilidad. Debes haber estado metida en ello, decía la primera.


Paga lo que se debe. Puedes permitírtelo, decía la segunda.


Paga voluntariamente antes de que tengas que hacerlo a la fuerza, rezaba la tercera.


Entonces fue cuando su padre empezó a hablar de contratar protección extra para ella y de revisar el sistema de seguridad de las oficinas y de su casa.


Paula estaba de acuerdo en que era una idea razonable, pero no le apetecía demasiado. 


Estaba cansada a causa del embarazo, y en aquellos momentos necesitaba más intimidad en su vida, no menos. La idea de tener un consultor de seguridad merodeando por su casa y haciendo preguntas no la atraía en lo más mínimo.


Aún tenía mucho que pensar antes de que llegara el bebé. Si no se hubiera visto atrapada bajo los escombros de aquel edificio seis meses atrás, se habría casado con Benjamin. Saber aquello la asustaba. Había estado a punto de cometer el mayor error de su vida, y no quería que volviera a pasar.


Si al menos supiera cómo hacerlo...


Suspiró, cerró el programa, apagó el ordenador y tomó su bolso. Se puso a pensar en lo que iba a llevar a la casa de campo de su padre y se preguntó si iba a aceptar su inevitable invitación para pasar el fin de semana.


Comprendía la ansiedad de su padre, pero sabía que esta aumentaría si llegara a saber que a su hija le preocupaba más el recuerdo de Alfie que su propia seguridad. La noche del derrumbamiento aún seguía muy viva en su mente, y tenía la sensación de que algo había quedado inconcluso en su vida.


No podía olvidar lo que le había hecho sentir Alfie, ni el sonido de su voz. No podía olvidar las cosas que le había dicho, ni la precisión con que había sabido diseccionar su situación. También recordaba lo que había dicho sobre su esposa.


Pero lo que más le costaba olvidar era cómo se habían besado. Como si besarse hubiera sido su único lenguaje. Como si el contacto de sus labios hubiera sido la causa de que sus corazones siguieran latiendo.


Habían estado enterrados juntos durante seis horas hacía seis meses, y desde entonces no había vuelto a verlo. Envió una carta a la obra dos semanas después del colapso sin demasiadas esperanzas de que le llegara, pues iba dirigida simplemente a Alfie. Dentro había dos escuetas frases.


No tengo remordimientos. Ponte en contacto conmigo, por favor.


Quería contarle lo de Benjamin, darle las gracias, preguntarle por qué había estado tan seguro. Necesitaba dejar zanjado aquel asunto en su mente.


Sin embargo, si había recibido la carta, Alfie no había contestado.


Ella llegó a contratar a un investigador privado para localizarlo, pero canceló el contrato antes de que empezara con sus investigaciones, aunque no fue aquella la impresión que dio a los pocos amigos a los que se lo había contado.


Estos pensaban que el detective no había logrado localizar a Alfie, y aquello había puesto freno a cualquier pregunta incómoda.


Pero podía cambiar de opinión. Podía descolgar el teléfono para llamar a Gaston Gregg, de Investigaciones Gregg, y decirle que quería contratarlo de nuevo.


Sin embargo, aún no lo había hecho, y sabía que no lo haría. Había decidido respetar los deseos de Alfie y permanecer al margen de su vida. Si había tenido tanta razón respecto a lo de Benjamin, tal vez también la tuviera respecto a aquello. Pero estaba pensando en él mucho más de lo que le habría gustado.



Estaba a punto de salir del despacho cuando tuvo la sensación de que faltaba algo, pero su escritorio estaba despejado y su calendario vacío para el resto del día.


«Contrólate», se dijo mientras se encaminaba hacia el ascensor, «o tendrás a papá ofreciéndote pastillas para el dolor de cabeza y botellas de agua caliente cada cinco minutos».


SU HÉROE. CAPÍTULO 10





No volvió a abrir los ojos hasta que se encontró en una camilla, camino de la ambulancia. ¿Qué hora sería? Tenía la sensación de que era al menos media noche, aunque no se habría sorprendido si le hubieran dicho que eran solo las nueve o las diez. Pensó en preguntar a alguien, pero el esfuerzo de abrir la boca le pareció demasiado costoso.


Los focos aún seguían encendidos e iluminaban lo que parecía un edificio en ruinas tras un bombardeo. Por la actividad que había, aún debía quedar alguien bajo los escombros.


Paula quiso preguntar a los enfermeros al respecto, pero algo había sucedido con su voz. 


Abrió la boca y ningún sonido surgió de ella. La camilla se deslizó en el interior de la ambulancia y quedó encajada en su sitio.


—Aquí hace calor y enseguida vamos a ponernos en marcha, Paula —dijo uno de los enfermeros—. Ahora descanse, ¿de acuerdo?


—Mmm...


El enfermero empezó a cerrar la puerta desde fuera y, justo antes de que bloqueara la visión de Paula, esta vio a Alfie.


Aquel hombre cubierto de polvo, grande, de pie junto a un coche azul, con la puerta abierta y las llaves en la mano, como si hubiera olvidado lo que iba a hacer, tenía que ser Alfie. « ¿Por qué no has venido en la ambulancia? Es por mí, ¿verdad? Estás haciendo todo lo posible por distanciarte de mí».


Paula no dijo aquello en alto, aunque Pedro no habría podido oírla desde donde estaba. A pesar de todo, en el preciso instante en que ella se hacía aquella silenciosa pregunta, él volvió su mirada hacia la ambulancia. La puerta se cerró en aquel instante y Paula se quedó con la imagen mental de su rostro.


Pelo oscuro lleno de polvo de ladrillo. Ojos oscuros. La boca que la había besado era firme y definida. Su nariz parecía haber recibido algunos golpes durante su época de colegio y aún parecía capaz de soportar algunos más.


Reconocería aquel rostro cuando volviera a verlo, pensó. Lo reconocería de inmediato en cuanto lo localizara.



SU HÉROE. CAPÍTULO 9




Empezaron a sentir las vibraciones de una máquina pesada mientras apartaba los ladrillos que se hallaban sobre ellos. Unos quince minutos después se oyó el ruido de las plataformas al ser retiradas y Paula cerró los ojos con fuerza ante la repentina invasión de luz.


De rodillas para abajo, su cuerpo aún estaba atrapado bajo el último tablón de madera astillada. A su alrededor oyó las voces de los miembros de la cuadrilla de rescate y de los enfermeros.


—Vamos a sacarte a ti primero, Alfie.


—Vamos a cortar el tablón, Paula. ¿Puedes moverte?


—No mucho.


Alfie trató de salir de la cavidad por su cuenta, pero tenía los miembros totalmente rígidos y necesitó ayuda. A continuación hubo más preguntas.


—¿Tienes sensación de mareo?


—¿Puedes beber esto?


Un momento después, Alfie estaba tambaleándose sobre sus pies, que era la única parte de su cuerpo que podía ver Paula. En cuanto dejó de estar en contacto con él volvió a ponerse a temblar.


Trató de decir su nombre, de darle las gracias, de decirle que no se fuera, pero las palabras se negaron a salir de su garganta. Trató de mover las piernas pero estuvo a punto de desmayarse de dolor.


—Vamos a necesitar más herramientas —dijo alguien.


Alguien más había dejado caer una manta sobre ella y había colocado un cojín bajo su cabeza. 


Un estetoscopio osciló ante su borrosa visión y Paula aferró de inmediato la mano que buscaba el disco plateado del extremo.


—Mi bebe —dijo, angustiada—. Estoy embarazada. ¡No dejen que le pase nada a mi bebe, por favor!


Sus palabras desataron una nueva serie de preguntas por parte del enfermero. Paula las contestó lo mejor que pudo y luego oyó otras voces por encima de ella.


—Hay una ambulancia para ti, Alfie.


—No estoy herido. Quiero ir a casa a ver a mis hijos.


—Antes tenemos que comprobar cómo estás.


—Examinadme aquí mismo. Luego me voy a casa. Mamá estará histérica. No sabía que hoy venía a la obra. No se habrá...


—Va a necesitar anestesia local en la pierna y... —la nueva voz cubrió la de Alfie y Paula no pudo oír el final de ninguna de las dos frases. Un momento después oyó de nuevo y con más claridad la segunda voz—. Voy a ponerle una inyección, ¿de acuerdo?


—De acuerdo —contestó—. ¿Dónde?


—En la pierna. También voy a ponerle un goteo en la mano.


—Adelante.


—¿Está vacunada del tétanos?


—Tuve que ponerme la vacuna hace dos años.


—La tensión y el pulso están bien, pero hay que empezar con antibióticos y también le vamos a suministrar un sedante, porque puede que aún tenga que pasar un rato aquí si no logramos sacar esa pierna.


—Hagan lo que tengan que hacer.


Lo hicieron. Y no fue agradable.


«Voy a desmayarme», pensó Paula cuando vio cómo sacaban el trozo de madera de su pierna.


Cerró los ojos. Se sentía adormecida y como ajena a lo que sucedía. El sedante debía haberle hecho efecto, y lo agradeció. La anestesia local no había adormecido por completo el dolor.




SU HÉROE. CAPÍTULO 8





Y él le devolvió el beso. No pudo evitarlo. Estaba tan cerca... Sus pechos eran como dos pequeños y cálidos animales acurrucados contra el suyo. Deseaba acariciarlos, comprobar si eran tan firmes como imaginaba.


Pero tendría que conformarse con su boca, cálida y sensual...


Unos segundos después oyó un pequeño suspiro y sintió que Paula apartaba sus labios.


—Tú ya sabes quién soy —dijo ella—. Ese es el verdadero problema, ¿verdad? Debería haberlo supuesto, ya que estabas visitando la obra. No estaba pensando con claridad. ¿Por qué no me lo has dicho?


—¿Por qué has vuelto a besarme?


—Contesta antes a mi pregunta.


Pedro dudó.


—Te estaba protegiendo. 


¿Era aquello lo más importante? ¿O era la culpabilidad lo más importante?


Su culpabilidad.


—Me estabas protegiendo —repitió Paula —¿Así como así?


—Me estaba protegiendo a mí mismo —admitió Pedro.


—Porque te sientes culpable por no haber lamentado lo suficiente la muerte de tu mujer.


—Sí. ¿No te sentirías tú culpable?


—No sé. Nunca me he visto en esa situación.


—Te aseguro que sí.


Pedro sentía una urgencia terrible por contarle más, por soltarlo todo como si no fuera a tener otra oportunidad en su vida. Pero se negó a ceder a la tentación y cerró la boca con firmeza.


¿Por qué había sentido aquella necesidad de confiarse a una extraña? No había hablado de aquello ni con su madre, ni con su hermana mayor, ni con su mejor amigo. Su madre aún caminaba de puntillas a su alrededor, como si su corazón hubiera quedado enterrado en la misma tumba que Barby. Nunca había admitido ante su madre que se había casado con Barby por una mera cuestión de honor, y nunca lo haría. Era un código de creencias que había heredado de su padre. El verdadero heroísmo residía en hacer lo correcto y en no divulgarlo después.


Pero había algo más. Pedro no quería admitir ante su madre el error que había cometido al complicarse en una relación con su secretaria.


Él supo desde el principio que Barby se sentía atraída por él. Desde que tenía quince años sabía que el sexo opuesto se sentía atraído por él, y nunca le habían gustado las risitas de las amigas de su hermana cada vez que lo veían. 


Desde entonces no había sido capaz de tratar con mujeres que se mostraran descaradamente interesadas en él. Su actitud lo echaba para atrás. Y como Barby podría haber escrito un tratado sobre aquella clase de comportamiento, él la había ignorado.


Hasta que murió su padre.


Entonces sí supo lo que era sufrir.


Y Barby reaccionó de un modo tan considerado, tan amable y cariñoso... Dejó de flirtear y de planear tácticas para poder quedarse a solas con él cuando todo el mundo se había ido. En lugar de ello volcó todas sus energías en anticipar sus necesidades y deseos.


En una fiesta de la empresa bebió un poco más de lo debido y Pedro tuvo que llevarla a casa y meterla en la cama. ¡Cómo lamentaba lo que sucedió a continuación! Al cabo de un mes resultó que había habido un «error» y Barby estaba embarazada. Para entonces Pedro ya pensaba que la palabra «error» podía aplicarse a toda su relación.


Culpa más que pesar. Debería haber seguido sus instintos iníciales respecto a Barby Gordon. 


No debería haberse acostado con ella. No debería haber permitido que la muerte de su padre enturbiara su juicio...


—De manera que me has mentido —dijo Paula finalmente.


—No.


—¿No?


—No te he mentido. Simplemente no te he dicho que sabía quién eras.


—Ni tu nombre.


—Ni mi nombre —asintió Pedro —. ¿Por qué has vuelto a besarme?


—Porque no siento ningún remordimiento y quería demostrarlo.


Pedro suspiró. Quería decirle que todo le parecería distinto a la luz del día. «Te casarás con Benjamin y serás infeliz desde el primer día. Te enfrentarás a un caro divorcio y me odiarás porque habré escuchado la verdad de tus labios cuando ni siquiera tú misma estabas preparada para escucharla».


—¿Cómo te llamas? —repitió Paula suavemente.


—Alfie —contestó él —. Lo siento, pero sigo llamándome Alfie. Haz lo que quieras, pero nunca podrás decir que no he hecho lo posible por facilitarnos las cosas.


Las maquinas se detuvieron y Paula creyó percibir algo de luz por encima de ellos. La voz de Brian llegó una vez más a través del conducto.


—Siento el ruido, amigos. Casi os hemos alcanzado. ¿Seguís bien?


—Estamos bien —contestó Alfie.


—¿Paula?


—Sí, estoy bien.





SU HÉROE. CAPÍTULO 7





Una vez más, tuvieron la sensación de pasar horas de aquel modo. Película favorita. Estación favorita. Momento favorito en el deporte. A veces estaban de acuerdo y a veces no, pero lo que importaba era compartir y la comunicación. 


Hablar de cosas que existían a la luz del día les permitía creer que el mundo seguía allí fuera. 


Ambos necesitaban creerlo.


Oyeron más máquinas, más gritos apagados, luego silencio. Después, tras largo rato, una débil luz llegó hasta ellos, como si hubieran descubierto uno de los extremos de la cavidad en que se encontraban. Alfie volvió a gritar y alguien lo oyó en aquella ocasión.


—¡Estamos aquí! ¡Vamos a por vosotros, amigo!


—Somos dos —respondió Alfie—. Paula tiene una pierna herida.


Les hicieron varias preguntas y los tranquilizaron. Debían haber asignado a alguien para mantenerles la moral alta, porque siempre era la misma voz, que pertenecía a un hombre llamado Brian. Pedro contestó «Alfie» cuando este le preguntó cómo se llamaba. Describió su posición y lo que suponía que los había salvado: el puente que se había formado sobre la cavidad gracias a las plataformas del andamio.


—No tardaremos mucho —prometió Brian—. Mientras esperáis vamos a mandaros aire caliente, ¿de acuerdo?


—Cuidado con la plataforma que hay sobre nuestras piernas —advirtió Brian—. Creo que está inclinada. No os llevéis nuestras piernas junto con ellas.


Sospechaba que Paula tenía clavada en la pierna una astilla de la madera de la plataforma, pero no quiso expresarlo tan gráficamente para no asustarla. Su necesidad de protegerla se estaba volviendo cada vez más acuciante. 


Protegerla del temor, el dolor y la tragedia, y no solo por esa noche...


«No necesito esto, y ella no me necesita a mí».


—Vamos a volver a poner en marcha las máquinas —advirtió Brian—. No voy a poder oíros. Pararemos cada pocos minutos para comprobar cómo estáis.


—De acuerdo —gritó Pedro. Las maquinas se pusieron en funcionamiento y, por encima del ruido, con urgencia, como si no fuera a tener otra oportunidad, dijo a Paula:
—No te cases con Benjamin. Si sientes que no está bien que lo hagas, cancela la boda. No ayudarás al bebé de ese modo. Da lo mismo que ya esté todo organizado.


No supo por qué había sentido la necesidad de hablar. Aquello no era asunto suyo y no quería verse implicado. Había sido arrogante y presuntuoso por su parte pensar que conocía el corazón de Paula hasta aquel punto. ¿Qué más le daba a él que estuviera dispuesta a llevar una triste vida? Era su elección. Nada de lo cual explicó su enfática repetición.


—Debes anularla. No te cases con él.


Paula no respondió al principio, y él notó su tensión.


—No puedes decirme algo así —dijo, finalmente.


—¿Porqué no?


—No es justo.


—¿Después de todo lo que me has contado sobre ti y sobre tu prometido esta noche?


—No es justo —repitió Paula, y su voz se quebró ligeramente —. No quiero oírlo. No ahora, con el bebé. Tengo que... quiero casarme con él. Todo está organizado.


—De acuerdo... de acuerdo.


Paula había empezado a temblar de nuevo. 


Instintivamente, Pedro empezó a besarla en la frente y en el pelo, pero ella echó la cabeza atrás.


—Dime quién eres, por favor.


—No. No, Paula.


—Puedo averiguarlo —era una amenaza que contenía una extraña mezcla de confianza y vulnerabilidad.


Por supuesto que podía averiguarlo, pensó Pedro. Con facilidad, ya que él tenía un contrato con la empresa de su padre. Probablemente reconocería su nombre en cuanto lo oyera.


—¿Lo harías? —preguntó—. Si supieras que no quiero volver a verte, ¿por qué ibas a hacerlo?


—Lo haría porque no voy a permitir que tomes mis decisiones emocionales por mí, Alfie. Soy yo la que va a decidir si se arrepiente o no de lo que te he dicho.


—Y quieres decidir por el camino más duro, ¿no? —Pedro fue tan brutal como pudo. Por ella, por Barby, por sus hijos, que no necesitaban que la gente supiera que nunca había amado de verdad a su madre, por sí mismo—. Mirándome a la cara y esperando a ver si te sientes como si te hubiera abofeteado, ¿no?


—¿Crees que soy una cobarde, o algo parecido? —preguntó Paula, molesta.


—¿Una cobarde?—Pedro rio —¿Después de esta noche?


—En ese caso, deja de tratar de protegerme de algo de lo que no necesito ser protegida, ¡y dime cómo te llamas!


—No.


Paula permaneció unos momentos en silencio.


—Esto no es solo sobre mí, ¿verdad, Alfie? Debería haberme dado cuenta. Antes has mencionado algo...


—Tengo otros motivos —admitió Pedro, reacio.


—De acuerdo... —dijo Paula lentamente —. De acuerdo.


Lo siguiente que supo Pedro fue que lo estaba besando con sus dulces labios.