viernes, 13 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 18





—Mamá, ¿cómo te sientes? —le preguntó Paula a Monica, quien estaba tratando de incorporarse—. Quieta, yo te ayudo.


—Estoy bien.


—Sí, claro —dijo Paula cerrando los ojos.


—No uses ese tono de voz tan altanero conmigo, jovencita —le soltó Monica con una sonrisa en los labios.


—Vale, mamá, —repuso Paula mientras le tocaba la frente y se cercioraba de que ya no tenía fiebre.


—Ves, ya te había dicho que estaba bien. La fiebre se ha ido.


—Supongo que habrá sido un virus —dijo Paula y sonrió aliviada.


—¿Dónde está Teo? —preguntó Monica mirando a su alrededor.


—Está con Tamy correteando por el rancho.


—Parece que el niño se ha adaptado a este lugar con mucha facilidad. Está como pez en el agua.


—No dejes que tu imaginación vuele en esa dirección —le advirtió Paula.


—No sé de qué me estás hablando.


—Maldita sea, claro que lo sabes.


—Vaya, Paula Bailey, no era propio de ti maldecir.


—No suelo hacerlo, salvo cuando la ocasión lo requiere.


—Bueno, ¿y qué hay de malo en que yo os quiera tener a Teo y a ti cerca? —preguntó Monica.


—Nada, mamá, nada. Pero entonces, ¿por qué no te lo piensas? ¿Por qué no te vienes a Houston?


—¿Y dejar a Pedro? —preguntó Monica con los ojos como platos.


—Sí, y dejar a Pedro —repitió Paula con seguridad.


—Porque... creo que no sabría qué hacer sin mí —afirmó sorprendida de que su hija le hiciera aquella propuesta.


—Estoy segura de que Eva y Ramon lo ayudarían —añadió Paula con desdén


—Vaya un tono de voz. ¿Qué te han hecho para que te pongas así?


—Mira, mamá, no sé cómo ha empezado esta conversación. Pero vamos a dejarlo aquí, ¿vale?


Paula temió haber herido los sentimientos de Monica, quien parecía haber sido pillada desprevenida, pero no había podido hacer otra cosa. Bastante estaba haciendo con sobrevivir a la vida cotidiana en el rancho. Sobre todo después de lo que había ocurrido el día anterior entre Pedro y ella.


Su corazón todavía estaba dolido por aquel beso. Y pensar que se había imaginado que Pedro no iba a volver a hacerle daño en la vida...


—No quería empezar ninguna discusión, Paula. Es sólo que desde que has llegado te noto distinta. Más bien, diría que te noto tensa.


—Madre...


—Sé que las cosas no funcionaron entre tú y Pedro, y me da muchísima rabia porque estaba segura de que estabais locos el uno por el otro —prosiguió Monica como si Paula no hubiera abierto la boca—. Quizás las cosas no salieron como a ti te hubiera gustado, te casaste y te divorciaste enseguida, pero no puedes culpar de eso a Pedro y a su familia. Esa actitud me sorprende porque sé que tú no tienes ni una pizca de malicia.


Paula no quería profundizar más en aquel terreno pantanoso, así que se forzó a sonreír.


—Sí que debes estar mejor, mamá. Creo que nunca te había escuchado soltar una parrafada tan larga.


—Si no hubieras crecido tanto, muchachita, te iba a poner sobre mis rodillas y te iba a dar un par de azotes.


Paula soltó una carcajada, pero esa vez de verdad, y le dio a su madre un beso en la mejilla.


—Te quiero, a pesar de que metas la nariz en mis asuntos.


—Mira, ya estás insultándome otra vez.


—Oh, mamá, estoy bien. Aunque te tengo que reconocer que volver aquí me ha puesto un poco nerviosa.


—Me encantaría saber por qué te pasa eso. Eres mi única hija, y a veces tengo la sensación de que no te conozco.


—Madre, ya basta.


—Por favor, hija, deja que me quite este peso de encima, ¿vale? —pidió Monica. Paula asintió—. Te casaste y te divorciaste, pero yo nunca llegué a conocer a tu marido.


—Eso es agua pasada.


—Quizás lo sea para ti, pero no para mí. Por el amor de Dios, estamos hablando del padre de Teo. Y yo ni siquiera lo conozco.


«Claro que lo conoces», pensó Paula y estuvo a punto de soltarlo. Pero controló sus ganas de gritar y tomó la mano de su madre mientras la miraba fijamente.


—Tú y Teo significáis para mí más que nada en el mundo. Sé que te he herido al no contarte todo lo que me ocurrió. Pero un día te prometo que lo haré. Lo que no puedo decirte es cuándo.


Los ojos de Monica se llenaron de lágrimas y apretó más fuerte las manos de Paula.


—Hasta que llegue ese día te prometo que voy a intentar mantener la boca cerrada y no pincharte.


—Pínchame. Es lo que hace tu nieto todo el rato.


—Hablando de mi nieto, tengo que decirte que lo has criado estupendamente.


—La crianza no ha hecho más que empezar.


—Bueno, pues hasta ahora, no lo has podido hacer mejor, mi niña.


—Gracias, mamá. Y ahora que mencionas al niño, creo que es momento de que salga a buscarlo. Aunque antes quiero hablarte de algo.


—Vale.


—Dime cómo podría preparar una barbacoa sin contar con la ayuda del anfitrión.


—Ni te molestes en preguntarlo porque él no tiene ni idea —dijo Monica entre risas.


—Ya lo sospechaba.


—Y tampoco tiene ninguna intención de aprender.


—Eso también lo sospechaba —dijo Paula.


Monica volvió a reírse.


—Si esta vieja espalda no me hubiera fallado, yo lo habría preparado todo en una abrir y cerrar de ojos.


—Lo siento, pero no te queda más remedio que trabajar conmigo.


—No te preocupes, vamos a formar un equipo estupendo. Va a ser un mitin, de ésos en los que la gente no para de hablar.


—El evento del mes, con el cotilleo que eso conlleva, ¿no? —preguntó Paula en un tono ácido.


—Eso es, cariño.


Paula se levantó de la cama y se inclinó para besar la frente de su madre.


—Vengo a verte en un rato.


—Mándame a Teo —le pidió Monica.


—Lo haré.


Teo y Tamy caminaban hacia la casa cuando Paula se asomó por la puerta. Teo echó a correr hacia su madre.


—Mamá, ¿podemos ir al granero?


—Oh, Teo —dijo Paula con exasperación.


—Me lo prometiste.


—No te lo prometí.


—He visto que Pedro iba hacia allí, pero Tamy no me ha dejado entrar.


—Tamy ha hecho lo correcto —contestó Paula. La joven sonrió y se puso aún más guapa—. Ya puedes marcharte, Tamy. Gracias y hasta mañana.


—De acuerdo, señora —dijo la chica y se volvió hacia Teo, quien estaba haciendo pucheros—. Hasta luego, amigo.


—Yo no soy tu amigo —respondió el niño.


—¡Teo! Sé educado —exclamó Paula.


—Lo siento —murmuró Teo.


Tamy sonrió de nuevo y se marchó.


Paula se volvió buscando a Teo y lo vio caminar directo hacia el granero. Se sintió furiosa. Desde que habían llegado al rancho el niño se había descontrolado.


—¡Teo! Párate ahí mismo —gritó.


El niño obedeció pero con reticencias. Tenía una mirada desafiante. Iban a tener que sentarse a hablar en serio. Paula no podía permitir que su hijo se volviera un rebelde.


—Mamá, ¿estás enfadada conmigo?


—Sí.


—Lo siento —dijo el niño.


—No me extraña —contestó ella cuando llegó a su lado.


Desde aquel lugar se veía la puerta del granero. ¿Estaría Pedro todavía allí?


—No quiero estar dentro de la casa —murmuró Teo.


Paula se tomó un minuto para pensar y para contenerse. No quería soltarle a su hijo lo primero que se le pasaba por la cabeza. Teo la agarró de la mano.


—Por favor, no me hagas ir dentro —le pidió el niño.


—Está bien, bribón, tú ganas. Vamos a ver qué está haciendo Pedro, quizás te deje acariciar a algún animal.


—¡Bien! Vamos, date prisa —contestó sin dejar de dar saltos de alegría.


—Tranquilo, no hay prisa.


Echaron a andar y Paula fue incapaz de seguir el paso de su hijo. Cuando quisieron llegar a la nave, estaba con la lengua fuera. Agarró con fuerza la mano del niño y se paró. Teo la miró con una interrogación dibujada en los ojos.


—No podemos entrar ahí como si nos hubieran invitado, porque no es el caso. No estaría bien —dijo Paula.


—A mí me invitaron ayer. ¿Te acuerdas, mamá? —insistió Teo.


—De acuerdo —Paula tomó aire y reunió el valor necesario—. Pedro, ¿estás ahí?


—Sí, pasad.


En cuanto lo vio, Paula se quedó inmóvil. Estaba tan atractivo apoyado sobre la horca y despeinado con algunas briznas de heno en el pelo. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no lanzarse a sus brazos.


Empezó a notar un sudor frío, mientras la mirada de Pedro la observaba de forma seductora.


—¡Vaya! —exclamó Teo mirando a su alrededor.


Paula hizo lo mismo.


—Es impresionante —se vio obligada a reconocer.


—¿Os gusta? —preguntó Pedro tras aclararse la voz.


—Increíble. ¿Qué pasó con la antigua nave? —preguntó Paula logrando controlar el deseo.


—Se quemó —respondió Pedro.


—¿Se quemó? —repitió Paula sorprendida.


—Completamente.


—Vaya —dijo el niño.


Paula apenas si escuchó el comentario de su hijo ya que su mente se llenó de recuerdos del viejo granero donde Pedro y ella habían hecho el amor por última vez. Por la cara que acababa de poner Pedro, Paula supo que estaba pensando en lo mismo.


En el día en que se había quedado embarazada.


Paula se sintió mareada y cerró los ojos. Cuando quiso volver a abrirlos, Teo y Pedro, ya habían comenzado el recorrido.


—¿Vienes con nosotros? —le preguntó el hombre.


—¿Adónde? —dijo Paula con voz temblorosa.


—Quería enseñarle a Teo algunos de mis mejores caballos.


—Vale —repuso ella.


Paula los siguió, pero su cabeza estaba en otra parte. Todos los caballos le parecían iguales, excepto por el color.


—Lo siento si te estamos aburriendo —le dijo Pedro.


—No estoy aburrida —contestó ella tras pegar un saltito al escuchar aquella voz grave.


—Quería asegurarme.


—Mamá, ¿no te lo estás pasando bien? —preguntó Teo mientras caminaban por una de las secciones de la nave. 


Era como si estuviera notando que algo ocurría entre los dos adultos.


—Me lo estoy pasando muy bien, cariño. Es sólo que ya es hora de que regresemos a la casa. Tengo que hacer la cena y es tu hora del baño.


—¿Está ya bien tu madre? —le preguntó Pedro a Paula.


—Sí, está bien. Creo que ha sido un virus y en menos de veinticuatro horas se le ha pasado.


—En cualquier caso, si necesita algo, dímelo —dijo Pedro seriamente—. Cualquier cosa.


—Gracias —dijo Paula pensando que al menos se preocupaba por su madre.


Pero tenía que tener cuidado con aquel tipo de pensamientos. Ya había sido rechazada por Pedro una vez, y no tenía intención de que volviera a repetirse.


—Oye, Teo, ahí no puedes subir —dijo Pedro en voz alta.


Paula se dio la vuelta y vio que el niño estaba en el primer escalón de la escalera que llevaba a la parte de arriba del granero, donde estaba el pajar.


—¡Teo! —exclamó. El niño se quedó paralizado—. No des ni un paso más. No se te ha perdido nada ahí arriba. Venga vámonos.


El niño se acercó a ella cabizbajo y Paula lo agarró de la mano. Cuando estaban ya casi en la puerta, Paula no pudo evitar volverse para mirar a Pedro, quien estaba de nuevo apoyado sobre la horca y la miraba como sólo él sabía hacerlo.


—Estoy a punto de preparar la cena. ¿Cenarás con nosotros? —le preguntó como si tal cosa.


—No —repuso Pedro si dejar de mirarla con cara de deseo.


Paula se excitó.


—Supongo que vas a volver a salir —le dijo Paula sin pensárselo dos veces. Se arrepintió instantáneamente de aquel tono fisgón y celoso que acababa de emplear.


Dios santo, ¿qué estaría pensando Pedro? Seguramente en que ella estaba interesada en sus idas y venidas, lo cual era la pura verdad.


—Pues sí —dijo él con una mirada ardiente.


—Vale —dijo ella antes de salir por la puerta. Se estuvo arrepintiendo todo el camino de vuelta a la casa.


—¡Ay, mamá! Me estás tirando del brazo —se quejó Trent.


—Calla y camina —le exigió mientras trataba de recuperar el aliento.





PLACER: CAPITULO 17





Pedro había hecho la ronda por los establos, después se había reunido con Art y en aquel momento se disponía a entrar en la nave nueva. A Pedro le había dado mucha rabia que el viejo granero se hubiera quemado, y no le había quedado más remedio que construir otro con los mejores y más novedosos materiales.


Era su orgullo. Le encantaba pasar tiempo allí y enseñárselo a la gente. Aquella enorme nave pintada de color rojo, se había convertido en el santuario de Pedro y allí acudía siempre que lo necesitaba. Como en aquel momento.


Sería el lugar perfecto para celebrar la barbacoa. Al pensar en ello se paró en seco y soltó una palabrota. Hasta el momento en el que Paula había asumido las tareas de la casa, a Pedro le había apetecido mucho celebrar allí el evento.


El hecho de que ella estuviera trabajando como criada le hervía la sangre. Paula debía de haber sido su esposa, no su ama de llaves. Al darse cuenta de que se estaba excitando comenzó a pasear de nuevo inquieto. Ascendió hacia el pajar. El corazón le latía a toda velocidad, a pesar de que estaba en una excelente forma física. 


Emocionalmente, sin embargo, estaba destrozado. Y todo gracias a Paula. Parecía seguir teniendo la capacidad de hacerlo enloquecer con mucha facilidad.


Pedro apretó los dientes, agarró la horca y se puso a mover unos montones de heno que no necesitaban ser removidos. 


Tenía que hacer algo con toda la energía contenida dentro de su cuerpo.


Había perdido la cabeza.


Ése era el problema. La había besado. Y no sólo la había besado. Había estado a punto de devorarla al sentir el contacto de aquellos pechos contra su torso. Había llevado las manos hasta sus caderas y la había apretado contra él para que sintiera la excitación que estaba experimentando. 


Lo cual le había puesto aún más difícil el deshacerse de aquel delicioso cuerpo.


Paula olía tan bien, besaba tan bien, era tan suave que Pedro había perdido la perspectiva. Lo único que había deseado su cuerpo había sido saciar su sed. Y no lo había conseguido.


Justo cuando había empezado a ser consciente de lo que estaba haciendo, Paula se había entregado a sus brazos y había respondido a aquel húmedo y salvaje beso. Incluso sus lenguas habían llegado a tocarse.


No obstante, al final había logrado cumplir con su deber y había puesto la distancia adecuada entre ellos. Pero para llevar a cabo aquel gesto, había necesitado reunir todas sus fuerzas.


Reflexionando sobre ello, Pedro no podía entender cómo había logrado frenarse. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaba de nuevo excitado. Cada vez que pensaba en ella o estaba cerca, Pedro tenía una erección. De alguna forma tenía que aprender a controlar su deseo.


Quizás lo que necesitara fuera a Olivia, quien cubría sus necesidades sexuales. Sin embargo el pensar en tocarla, después de haber acariciado a Paula, le resultaba repulsivo y no iba a hacerlo.


Cada vez se sentía más furioso y más frustrado. ¿Cómo se había atrevido Paula a regresar a su vida para atormentarlo y encima acompañada del hijo de otro hombre?


¿Cómo había podido él permitirlo?




PLACER: CAPITULO 16





En algún lugar lejano de su mente, Paula escuchó un gemido de Pedro. Después sintió cómo él la soltaba y adoptaba una distancia prudencial. Respiraba con dificultad y por la expresión de su rostro, se hubiera podido afirmar que estaba siendo torturado. La miró fijamente a los ojos.


Paula era incapaz de moverse. Casi no podía ni respirar. 


Estaba tan asombrada como él de lo que acababa de ocurrir.


A Paula le temblaba todo el cuerpo y aún notaba la reciente sensación de los labios de él posados en los suyos. Y lo que era peor, podía recrear su reacción cuando Pedro la había apretado contra su cuerpo. Paula había podido sentir la urgencia de su miembro erecto y, aunque fuera horrible, le había encantado y se había frotado contra él.


¿Qué demonios acababa de hacer? Aquello era imperdonable.


—He debido de perder la cabeza —murmuró él, como si le hubiese estado leyendo el pensamiento de Paula.


Aquellas palabras frías y duras fueron el último empujón para que Paula consiguiera recuperar la compostura. Lo miró amargamente.


—Desde luego —le soltó en un tono igual de duro.


—De acuerdo. Ha sido un error —repuso Pedro en un tono aún más gélido—. Pero aun así, no voy a pedir disculpas.


Paula soltó una carcajada llena de sarcasmo.


—¿Tú pedir disculpas? El gran Pedro Alfonso. Ese pensamiento no se me había pasado por la cabeza ni por un instante —comentó Paula tan cortante como un cuchillo.


—Maldita seas, Paula.


—No te atrevas a maldecirme ni a echarme la culpa. Tú eres quien... —Paula se calló al darse cuenta de que su voz se estaba rompiendo. Era el puro reflejo de lo que estaba ocurriendo en su interior. Estaba a punto de derrumbarse y no quería que él se diera cuenta.


Después de todo Pedro estaba jugando en su terreno, lo que le daba mucha ventaja.


—Te ha besado —dijo él finalizando la frase que había comenzado Paula.


—Eso es.


—Y no sé por qué lo he hecho.


—Espero que eso no sea una pregunta —dijo ella.


—Quizás sí.


—Pues estás perdiendo el tiempo.


—No lo creo —añadió Pedro y se calló. Se miraron fríamente—. Quizás tengas la respuesta ya que tú has respondido a mi beso.


—Es verdad —admitió Paula.


De repente se sintió acalorada y se ruborizó. Tenía razón. Lo había correspondido en aquel beso. De hecho había sido un beso demasiado corto para su gusto. Había sido como entrar en el jardín del Edén. Sin embargo no quería compartir sensaciones tan íntimas con él, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera ella había podido aún digerirlas.


Había tratado por todos los medios de no caer en aquella trampa y al final había fallado estrepitosamente en su intento. Acababa de saltar al vacío.


Pedro se mesó los cabellos y dio un paso atrás sin dejar de mirarla.


—Quizás no deberías quedarte aquí —dijo.


—¿Me estás echando? —preguntó Paula presa del pánico.


—No he dicho eso —respondió él suavemente.


—¿Qué has querido decir entonces?


—Maldita seas, Paula.


—Es la segunda vez que me maldices —advirtió Paula. Él parpadeó—. Respecto a lo de antes, es verdad que yo también te he besado y no me enorgullezco de ello. Pero dos no se besan si uno no quiere, Pedro. Así que será mejor que dejes de maldecirme y que te pongas un espejo delante.


Pedro palideció y se acercó a ella. Pero se apartó de inmediato ya que Teo acababa de entrar en la habitación.


—Mamá —dijo el niño, que obviamente tenía un gran sentido de la oportunidad.


—¿Qué quieres, cielo? —preguntó ella sacando fuerzas de flaqueza.


—La abuela te llama.


—Ahora mismo voy.


—Vale, voy a avisarla.


—No te preocupes, que ya voy contigo —dijo Paula.


—¿Puedo quedarme aquí con Pedro mientras estás con la abuela? —preguntó Teo.


—No, Teo, ya lo sabes —contestó en un tono inflexible.


Sintió la mirada de Pedro sobre ella.


—No pasa nada. No me importa si se queda conmigo —afirmó el hombre.


—A mí sí que me importa —declaró Paula.


—Mamá, por favor —suplicó Teo.


—He dicho que no.


El niño hizo un mohín, pero salió corriendo de la habitación.


El rostro de Pedro se había ensombrecido.


—Bueno, yo también me marcho —dijo secamente.


—No, por favor, espera —le pidió Paula.


Pedro se dio la vuelta. Tenía la mandíbula en tensión, lo que delataba que estaba molesto. Los dos tenían que superar aquel incidente y seguir adelante. Si no, Paula tendría que marcharse.


—Estoy esperando —dijo él cortante.


—Tenemos que hablar de los detalles de la barbacoa.


—¿Estás tomándome el pelo? —dijo Pedro mirándola de forma incrédula.


—No, no te estoy tomando el pelo.


—Mira, lo último que me importa ahora mismo son los detalles de la barbacoa —afirmó él—. Sobre todo después de lo que ha ocurrido.


—¿Sabes una cosa? A veces puedes ser un auténtico bastardo —le soltó Paula.


—Eso me han dicho.


—No voy a largarme de aquí —advirtió Paula.


Pedro le había pillado desprevenido y tardó en contestar.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Quiero decir que no me voy a marchar —respondió ella suavemente a pesar de que tenía la mirada fría como el hielo—. No nos vas a dar una patada a Teo y a mí.


—Parece que estuvieras hablando de un monstruo —dijo él frunciendo el ceño.


—De un monstruo no, creo que había dicho un bastardo.


Por la expresión del rostro de Pedro, parecía que le estaban dando ganas de estrangularla. Seguramente estuviera pensando que se había pasado de la raya. La verdad era que a Paula no le importaba en absoluto lo que él pensara. 


Pedro también se había comportado de forma repugnante
Paula estaba a punto de hacer otro comentario desagradable cuando fue interrumpida de nuevo por Teo.


—¡Mamá! La abuela te está llamando. Dice que tiene mucha fiebre.


—Vete a ver a tu madre, dime cómo va todo y si necesita algo —le dijo Pedro bruscamente.


—Venga, mamá.


—Ya voy, cielo.


—Llámame si me necesitas —insistió Pedro. Molly se sorprendió ante aquella preocupación, pero no dijo nada—. Hasta luego —murmuró Pedro al salir de la habitación.


Paula salió corriendo hacia la habitación de su madre. 


Monica se había puesto peor mientras ella estaba entretenida discutiendo con Pedro. A Paula le entraron ganas de gritarle a alguien, sin importarle quién fuera. Había sabido que regresar al rancho sería una prueba difícil. Pero no había imaginado la verdadera dificultad de la prueba hasta que había sentido la calidez de los labios de Pedro besando los suyos.


¿Qué había hecho?


—Mamá, ¿estás bien? —le preguntó nada más entrar en el cuarto, aunque al verla ya supo la respuesta. El rostro de su madre estaba muy colorado.


Sin decir nada más Paula entró en el baño y empapó una toalla en agua fría. Humedeció el rostro de su madre con ella y después la dobló y la puso sobre la frente.


Sobre la mesilla de noche había un bote de pastillas. Sacó dos y se las dio a su madre.


—Mamá, ¿te duele algo?


—No. Sólo me siento cansada —dijo Monica con un hilo de voz.


—Voy a llamar al doctor. Quizás tenga que venir a verte.


Cinco minutos después estaba al teléfono. El doctor Coleman le aseguró que iría a visitarla en caso de que hiciera falta. En su opinión, no debía de ser nada importante. Quizás Monica hubiera pillado un virus. Y estaría recuperada en las siguientes veinticuatro horas.


Paula había pensado lo mismo, aun así había preferido consultar al médico. Cuando terminó de hablar con él, a Monica ya le había empezado a bajar la fiebre y se había dormido. Aun así, Paula no quiso dejarla sola y se quedó allí con Teo en su regazo leyéndole cuentos.


Hasta que la fiebre no desapareció Paula no se apartó de la cama de su madre. Después, cuando Monica ya se mostró recuperada, Paula salió en busca de Pedro con Teo a su lado. Le gustara a Pedro o no, ella necesitaba la información necesaria para preparar la barbacoa. Necesitaba su colaboración tanto como la de Monica. Sólo les quedaba una semana y ella no era de las que esperaban al último momento para prepararlo todo.


Además, Paula quería hacerlo bien y ofrecer una buena impresión. Estaba convencida de que podía tener éxito.


—Mamá. Me gusta el señor Pedro —susurró Teo.


Paula sintió una fuerte opresión en el pecho porque sabía que ya no había vuelta atrás.