sábado, 7 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 14




Llegó a la puerta de su casa. Su vecino, Owen, bajaba por las escaleras desde la tercera planta vestido para correr.


–Has vuelto de tu viaje –Owen sonrió y se puso a trotar en el sitio, como si quisiera recordarle que estaba en excelente forma. Lástima que su perfecto cuerpo no despertara nada en ella. Lo que necesitaba era un compañero.


Paula se las arregló para sonreír.


Owen era inofensivo.


–Sí, ahora mismo.


–Me alegro. Este edificio está demasiado tranquilo sin ti. Tal vez podríamos ir al cine este fin de semana.


–Eh… ya veremos –contestó ella abriendo la puerta–. Tengo mucho trabajo –se despidió de Owen agitando la mano y cerró. Agotada, se apoyó contra la puerta. El apartamento no le parecía aquel día su hogar. Solo le parecía vacío.


Cada vez que Paula abría las puertas de Relaciones Públicas Chaves, los recuerdos la golpeaban en la cara. El tiempo había calmado el dolor, pero seguía allí. La traición del hombre al que una vez amó, el hombre que la había dejado atrapada con aquel crédito infernal.


Paula no quería volver a pasarlo tan mal nunca más. Era agotador.


Se acercó al mostrador de recepción.


Hacía meses que no podía tener contratado a nadie. Por el momento era mejor seguir ampliando la lista de clientes. 


Aquella era la razón por la que había aceptado el trabajo de Pedro Alfonso.


Paula se sentó en el mostrador y recordó que no había hecho café. Se levantó. Cuando lo hizo y tuvo una taza humeante en la mano, se armó de valor para llamar a Roberto, el padre de Pedro.


–Señorita Chaves –dijo la voz de Roberto al otro lado de la línea–. Sinceramente, cuando la contraté estaba seguro de que esta sería la llamada de teléfono en la que tendría que despedirla.


Paula tragó saliva.


–¿Señor?


–Ya sabe, el primer informe que me diera tras empezar a trabajar con Pedro.


–El fin de semana ha ido muy bien señor Alfonso, se lo aseguro.


–Espero que sea completamente sincera conmigo, señorita Chaves.
Quiero mucho a mi hijo y es la persona en la que más confío para los negocios, pero no tiene mucha cabeza para las mujeres. Confío en que se ciña a nuestro acuerdo.


¿Cómo iba a responder a aquello? No tenía opción. 


Necesitaba aquel trabajo y se podía decir que solo había cometido un error, besar a Pedro en el sofá y perder el sentido del tiempo y del espacio.


–Me mantuve alejada del dormitorio de Pedro, si eso es lo que quiere saber – era la verdad, pero se sintió culpable. Si los labios de Pedro se hubieran movido algo más deprisa, si ella hubiera tenido la oportunidad de acariciarle el pecho, no habría habido vuelta atrás.


–Perdóneme por preguntarlo. Es importante para mí que las cosas estén claras –Roberto se aclaró la garganta–. No la entretengo más, señorita Chaves. He hablado con Pedro. Está muy impresionado con su trabajo, y eso es algo que no esperaba oír. Se resistió mucho a que contratara una relaciones públicas, aunque se suavizó un poco cuando apareció su nombre. Cuando investigó sus antecedentes dijo que sí. Supongo que su reputación la precede.


A Paula le funcionaba la mente a toda prisa. Sabía que Pedro se había resistido a la campaña de relaciones
públicas, él mismo lo había mencionado. Lo que no mencionó era que había cambiado de opinión al saber que la habían contratado a ella.


Investigar sus antecedentes… su foto estaba en el centro de la página web.


Pedro me ha contado lo de tu plan con Julia –continuó Roberto–. Es una auténtica genialidad. La señora Alfonso y yo la adoramos desde que la conocimos. Su romance fue muy corto, pero tal vez ahora que van a pasar tiempo juntos se den cuenta de su error. No hay nada como la cercanía para reavivar la llama del amor.


¿Reavivar la llama del amor? A Paula se le puso el estómago del revés. ¿Cómo iba a sobrevivir a las siguientes semanas?


–La prensa se lo tragará, señor.


–Absolutamente excelente, señorita Chaves. He visto la agenda de entrevistas de Pedro y me gustaría que me avisara de cuándo va a hacer su aparición en Midnight Hour. Estoy deseando que llegue el día.


Paula se dijo que debía volver a llamar al productor de Midnight Hour, consciente de que la respuesta sería algo así como «ya veremos». Tenían la programación cerrada con varios meses de antelación.


–Sí, señor, estoy en ello.


–Bien, siga trabajando así. He hablado con mi asistente. Su próximo cheque va de camino.


Paula suspiró. Dinero. Aquella era la razón por la que estaba haciendo todo.


–Gracias, señor, le mantendré informado.


Eran poco más de las nueve y media cuando se despidió, pero Paula sentía que llevaba días en la oficina. Café.
Más café.


La próxima hora la pasó poniéndose al día con otros clientes. Tras terminarse la segunda taza de café, revisó el correo: facturas del alquiler, de los muebles, de Internet, de los viajes. Todo sumaba. ¿Cuándo dejaría de sentir que daba un paso adelante y dos para atrás?


Era una luchadora y no se rendiría, pero no tenía gracia estar sola ante todo.


Sonó el teléfono de la oficina.


Paula odiaba que eso sucediera porque significaba que tenía que fingir ser la recepcionista. Había acostumbrado a la gente a llamarle al móvil y la mayoría de los clientes prefería comunicarse por correo electrónico, pero sus hermanas seguían llamándola a la oficina cuando necesitaban que Paula lidiara con su complicado padre.


–Relaciones Públicas Chaves– contestó–. ¿Con quién desea hablar?


–Paula, ¿eres tú?


La cálida y familiar voz de Pedro le produjo un efecto extraño, una mezcla de emoción y nerviosismo.


–Espero que tu recepcionista haya salido a tomar un café. La jefa no debería contestar nunca el teléfono.


–No me importa hacerlo de vez en cuando –cómo odiaba maquillar sus respuestas–. ¿Has perdido el número de mi móvil?


–Supongo que marqué el número de la oficina sin pensar. ¿Prefieres que te llame al móvil?


–Quiero asegurarme de estar siempre localizable.


–¿Has hablado con mi padre?


–Sí. Hace aproximadamente una hora –Paula se preguntó si debía contarle que su padre le había preguntado específicamente si se habían acostado juntos. Pero seguramente Pedro no se sentiría muy bien al comprobar la poca confianza que tenía su padre en él en
aquel campo.


–Le conté lo de Julia.


–Sí, eso me dijo. Está muy emocionado.


–Ya, lo siento. Supongo que tendría que haberte avisado. Está encantado con la idea de que pase tiempo con Julia.
Pero no te preocupes, le he dado el crédito a quien se lo merece. Todo ha sido idea tuya.


–Gracias, te lo agradezco.


–Quería decirte que ya he hablado de todo con Julia. Hemos tomado un café esta mañana.


–¿En lugar de cenar esta noche? –al parecer no podía esperar para empezar a pasar tiempo con ella.


–No. Vamos a cenar esta noche también. Por eso te llamo. Quería decirte adónde vamos a ir y a qué hora.


–Ah, entiendo –Paula recuperó la compostura. Aquella iba a ser su realidad durante las próximas semanas, tanto si le gustaba como si no.


–Así es como funciona esto, ¿verdad?


Paula sacudió la cabeza para librarse de aquellos pensamientos poco halagüeños.


–Sí, así es –agarró un bolígrafo–. Adelante, te escucho.


–Vamos a estar en Milano. La reserva es a las ocho.


Nada menos que el restaurante más romántico de la ciudad.


–¿Y el agente de Julia está de acuerdo con esto?


–Sí. Julia no tiene la próxima película hasta dentro de un año. Hará cualquier cosa con tal de salir en la prensa para que los productores y los directores no se olviden de ella. Pronto cumplirá treinta años. Eso es mucho para una actriz.


Y sin embargo seguía siendo impresionantemente bella.


–De acuerdo entonces. Se lo filtraré a algunos fotógrafos.


–¡Estupendo! Gracias, Paula.


–Y Pedro, por favor, no te enfrentes a ningún fotógrafo –se le quebró un poco la voz.


–¿No confías en que haga lo correcto?


Llegados a aquel punto, la única persona en la que no confiaba era en ella misma. Impresionar a Roberto Alfonso y tratar al mismo tiempo de evitar que Pedro fuera una tentación le estaba provocando un agujero en el estómago.


Cada vez que pensaba en ello se sentía incómoda. Pero tenía que centrarse en el trabajo.


–Solo es un recordatorio.


Paula colgó el teléfono y se reclinó en la silla secándose la frente. Si era tan brillante, ¿por qué se sentía la mayor
tonta del planeta?


CENICIENTA: CAPITULO 13





Le miró mientras avanzaban con la limusina de regreso a la ciudad. No pudo evitar pensar en cómo sería aquel momento si Pedro y ella fueran pareja.


Si pasaran un imposible fin de semana romántico en la finca de la montaña.


Seguro que pasarían muchas horas haciendo el amor, sin salir de la cama, excepto tal vez para bajar a comer algo de puntillas. Se acurrucarían frente a la chimenea y se dormirían abrazados.


Sería perfecto.


Pedro estaba hablando con su padre por teléfono de AlTel desde que habían aterrizado. Ella también había quedado para hablar con Roberto Alfonso al día siguiente por la mañana.


¿Le preguntaría si había pasado algo entre Pedro y ella? Y en ese caso, ¿qué contestaría ella? Había cruzado la línea.


La vergüenza de la escena del sofá el sábado por la noche todavía la reconcomía. ¿Cómo podía un hombre tener tanta influencia sobre ella, su mente y su cuerpo? Ni siquiera su ex había sido capaz de hacerle perder el pudor de aquel modo.


Pedro se despidió de su padre y empezó a pasar los contactos de su móvil.


–Estaba pensando en que debería lanzar la bola de la nueva novia. Ahora es un momento tan bueno como cualquiera.


–Novia falsa.


–Ya te dije que no se me da bien ser falso. Tengo que creérmelo un poco o no funcionará.


Paula contuvo un suspiro de frustración.


–Lo que tengas que hacer.


–Pero recuerda –Pedro alzó una ceja–. Si me enamoro será culpa tuya.


Paula sintió deseos de darle una bofetada. Ahora era culpable de perder la moralidad y dejar a Pedro con un bulto en los pantalones.


–Lo único que me importa es que sigas mis directrices.


–Aquí está –Pedro dio un toque rotundo en el móvil–. La adorable Julia.


A Paula se le puso el estómago del revés. ¿Julia? ¿Julia Keys? ¿De verdad iba Pedro a escoger a una exnovia y una de las mujeres más bella de la historia de la humanidad para que fuera su falsa novia?


–Julia, soy Pedro. ¿Qué tal estás, guapa?


Paula suspiró. Seguramente se merecía el castigo de escuchar aquella conversación. Desesperada por encontrar una distracción, sacó una revista de la bolsa y empezó a pasar las páginas.


–He oído que has vuelto a Nueva York, y pensé que podríamos vernos. Tengo algo que proponerte –Pedro se inclinó hacia atrás y acarició el asiento de cuero negro con la mano–. Esperaba poder decírtelo en persona. Digamos que tengo un nuevo papel para ti, y que implicará que pasemos mucho tiempo juntos.


Paula apretó los labios y se recordó que Pedro estaba haciendo exactamente lo que ella le había pedido.


Entonces, ¿por qué estaba tan enfadada?


Ah, sí. Porque confiaba en que Pedro escogiera a alguien adecuado y poco más. No contaba con que eligiera a una mujer que personificaba el ideal de belleza femenina, alguien de quien podría enamorarse.


–¿Te vendría bien cenar el martes por la noche? Le pediré a mi cocinera que prepare algo en mi casa para que podamos hablar en privado. Si estás de acuerdo con mi plan podemos salir a cenar otro día de la semana si tu agenda lo permite.


Pedro se rio ante algo que Julia dijo.


Estupendo. Así que era guapa, inteligente, soltera y al parecer graciosa.


Paula miró por la ventanilla. Solo estaban a una manzana del apartamento de Melanie en Gramercy, gracias a Dios.


El final estaba a la vista. No podía soportar un minuto más de la llamada telefónica de Pedro. Guardó la revista en la bolsa y se inclinó hacia delante para hablar con el conductor.


–Es aquí mismo, a la izquierda.


–Sí, señora –el conductor se detuvo a la entrada de su edificio.


Paula se giró hacia Pedro cuando el conductor abrió la puerta.


Pedro asentía y sonreía como un idiota. Le puso la mano al móvil para tapar el altavoz.


–¿Algo más?


Paula trató de recordar que aquel era al auténtico Pedro Alfonso, el playboy en el coche caro haciendo lo que le venía en gana. No estaba hecho para ser novio de nadie. Era su cliente, punto final.


–Eso es todo. Hablaremos mañana – Paula salió del coche antes de decir alguna tontería.


Buscó las llaves del portal. ¿Por qué seguía allí el coche? 


Sentía los ojos de Pedro clavados en la espalda.


Finalmente giró la llave en la cerradura, cruzó la puerta y la limusina se marchó.


Esperaba sentirse aliviada, pero solo se sintió confusa y decepcionada.