sábado, 25 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 14

 


Se sentía como si se estuviera ahogando. Quería creer a Facundo, pero Pedro Alfonso había resultado muy convincente, tanto que ella había accedido a participar en su charada para salvar el trabajo de Facundo.


–Entonces, ¿prefieres creerlo a él que a mí? ¿Es eso? ¿Sigues tan ciega por aquel beso del baile que ni siquiera quieres creer a tu propio hermano?


–Facundo, ese comentario está injustificado –replicó ella, pero no pudo evitar que la traición le sonrojara las mejillas.


Su hermano le había gastado bromas sin piedad sobre el beso del que había sido testigo en el baile, hasta que se había enterado exactamente de quién había sido el hombre que ella había besado. Pedro Alfonso era un hombre al que debía temerse. Nadie sabía cuál sería su recomendación para la ya extinta Industrias Worth y los rumores apuntaban a que el negocio se daría por concluido allí en Vista del Mar.


–No me lo puedo creer –dijo él, mirándola tan fijamente como si le hubieran salido dos cabezas–. Aunque me ha acusado de ser deshonesto, sigues estando loca por él, ¿verdad?


–Esto no tiene nada que ver conmigo –replicó ella tratando de volver al tema de conversación–, sino contigo. Te he hecho una pregunta muy sencilla, Facundo. ¿Lo hiciste tú?


–Ahora no importa lo que yo te diga –susurró él tristemente–. No me vas a creer, ¿verdad? Yo jamás seré lo suficientemente bueno, jamás podré demostrarte de nuevo que soy digno de confianza. No me esperes levantada. Voy a salir.


–Facundo, no te vayas, te lo ruego…


Sin embargo, la única respuesta de su hermano fue el portazo de la puerta principal a sus espaldas. Inmediatamente después, se escuchó el rugido de la motocicleta mientras se marchaba por la calle. Paula se llevó una temblorosa mano a los ojos y se secó las lágrimas que comenzaron a caerle por las mejillas.


Si Facundo era culpable de lo que Alfonso lo había acusado, ella haría todo lo que pudiera para proteger a su hermano, tal y como había hecho siempre. Pero si era inocente, ¿en qué diablos se había metido ella?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 13

 


Paula aún seguía temblando cuando llegó al lugar en el que estaba aparcado su vehículo. Metió la llave en la cerradura y le dio el acostumbrado meneo antes de abrirla. Entonces, se montó en el vehículo y colocó la llave en el contacto. Desde que le robaron el coche hacía un año, la llave no encajaba bien con la cerradura de la puerta y con el contacto. Había tenido suerte de que, cuando recuperaron el coche a pocos kilómetros de su casa, aún se podía conducir. Uno de los amigos de Jason, que era mecánico, le había hecho las reparaciones necesarias a bajo precio, aunque el coche no había sido el mismo desde entonces. Estaba segura de que algún día la dejaría tirada, pero esperaba que aún quedara mucho para eso.


Descansó la cabeza en el volante. El coche no era lo único que ya no era lo mismo. ¿Cómo podía mirar a Facundo sin preocuparse sobre si volvería a meterse en líos? A pesar de lo que hubiera ordenado Pedro Alfonso, le diría a Facundo la verdad de lo que habían acordado. Por supuesto, siempre que guardara silencio al respecto.


No estaba deseando ver cómo estaría su hermano cuando regresara a casa después de enfrentarse al comité disciplinario, pero sabía que no se alegraría de su «compromiso». Suspiró, se irguió, arrancó el coche y se dirigió a su casa. Podría encontrar allí algunas respuestas o al menos consuelo al estar rodeada de las cosas de sus padres.


La pena la atravesó con un agudo y profundo dolor. Habían pasado diez años del accidente que se había llevado a sus padres y aún le dolía tanto como cuando la policía se había presentado en su casa para darles la noticia. Se preguntó dónde estarían en aquellos momentos si sus padres no hubieran muerto aquel día.


Sacudió la cabeza. No había razón para vivir en el pasado. El presente era lo que importaba. Hacer que todos los días fueran importantes. Cumplir con las obligaciones que había adquirido cuando tomó la decisión de no ir a la universidad y centrarse en criar a Facundo sola. A los dieciocho años, y cuando él tenía catorce, había sido una decisión monumental, una decisión que había cuestionado cada vez que tenía un problema. Sin embargo, los Chaves jamás se habían echado atrás. Se apoyaban unos a otros en lo bueno y en lo malo. Costara lo que costara.


Cuando Facundo llegó a casa, una hora más tarde de lo habitual, Paula estaba de los nervios. El sonido de la llave en la cerradura y el portazo no auguraba que pudieran tener una discusión racional.


–¿Te encuentras bien? –le preguntó cuando él entró en la cocina, donde ella estaba calentando las albóndigas y la salsa boloñesa de la noche anterior.


–Es increíble –respondió él–. Se me ha acusado de robar, pero no lo suficiente como para que me vayan a echar. Estoy sometido a una especie de vigilancia por parte del gran hermano.


–Lo sé –dijo ella tratando de mantener la voz tranquila.


–¿Que lo sabes? ¿Y no se te ocurrió decirme nada? ¿Advertirme en modo alguno?


–No pude hacerlo. Me lo dijeron justo antes de que tú te reunieras con el comité disciplinario.


Alfonso se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo agitó delante de la cara de Paula.


–Me podrías haber enviado un mensaje.


–No tuve oportunidad. En serio. Tienes que creerme. Lo habría hecho si hubiera podido.


Facundo se sentó en uno de los taburetes de la cocina. El viejo asiento de madera crujió a modo de protesta cuando él se reclinó hacia atrás y se mesó el cabello con la mano. Los ojos de Pau se llenaron de lágrimas. En momentos como aquel, Facundo le recordaba a su padre cuando era más joven. Lleno de inteligencia, energía y pasión. Mal encauzados.


Se agachó a su lado.


–Dime, ¿qué te dijeron?


Facundo miró al techo y lanzó una maldición.


–Ya sabes lo que me dijeron. Me acusan de robar dinero, pero no tienen pruebas de que fuera yo. Cualquiera hubiera podido hacer que ese rastro fuera en la dirección de otra persona. Me han tendido una trampa. Yo no haría algo así.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago al escuchar la voz de su hermano. Ella lo creía.


–¿Lo hiciste, Facundo? ¿Lo hiciste tú?


Facundo se puso de pie de un salto.


–No me puedo creer que tú me hagas una pregunta así. Te prometí que me mantendría limpio después de la última vez y así ha sido.


–El señor Alfonso me mostró las pruebas, Facundo. Me dijo que todo te señalaba a ti.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 12

 

Pedro casi no podía contener la excitación que se le fue extendiendo por todo el cuerpo. Paula había accedido. Durante unos instantes había creído que ella iba a negarse, que dejaría abandonado a su hermano sin importarle las consecuencias. Debería haberse imaginado que no sería así. Según había averiguado en sus investigaciones, Paula Chaves era una mujer muy leal. Todo el mundo hablaba muy bien de ella. Por mucho que se había esforzado, no había podido desenterrar nada en contra de su escurridiza Dama Española, a excepción de lo que su hermano le había entregado en bandeja de plata.


Y por fin era suya. Completamente suya.


–Me alegra oírlo –dijo él con una sonrisa–. Ahora, creo que será mejor si te marchas a casa. Te daré instrucciones por la mañana.


–¿Instrucciones?


–En lo referente a tus nuevos deberes, por supuesto. No has sido antes asistente personal de nadie, por lo que no espero que te acoples inmediatamente a tu papel. Además, por supuesto, tendremos que hablar también de tus obligaciones añadidas.


Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Paula. ¿Repulsión? Pedro lo dudaba por el modo en el que ella había reaccionado durante el breve beso que de hacía unos minutos y por el fuego que se le había reflejado en los ojos cuando él le trazó el labio inferior con el dedo. Con una respuesta tan instintiva, tan sincera, sabía que las próximas semanas serían sin duda tan placenteras como había imaginado desde el momento en el que la vio.


Dio un paso hacia ella y trató de controlar la desilusión que sintió cuando vio que ella se apartaba. Sabía que ella se mostraría esquiva.


¿Qué mujer no lo sería dadas las circunstancias? Sin embargo, la tenía exactamente donde la necesitaba y ella no podía salir huyendo.


–No creo que necesite recordarte que este asunto es completamente confidencial. Por supuesto, habrá preguntas cuando se filtre nuestro compromiso, pero espero que podamos mantenerlas bajo control si nuestras versiones coinciden.


–Facundo y yo vivimos juntos. Al menos a él tengo que decírselo.


–Preferiría que no lo hicieras. Evidentemente, no puedo evitar que los dos habléis de las acusaciones que hay en contra de él, pero cuantas más personas sepan que nuestro compromiso es mentira, más probable será que termine descubriéndose.


–¿Acaso no lo comprendes? Facundo y yo vivimos juntos. No puedo ocultarle la verdad a él.


–Entonces, tendrás que convencerle de que haces esto por amor.


–Créeme si te digo que no tendrá ningún problema con eso. Sabe que lo quiero mucho.


–No. A él, no. A mí.


Paula soltó una carcajada que lo sorprendió. Por muy agradable que era el sonido, la razón distaba mucho de serlo. Pedro se puso a la defensiva.


–¿Tan difícil resulta creerlo? –le espetó él–. ¿No crees que podrás actuar con credibilidad?


–No, no. Me estás malinterpretando. No me conoces o si no jamás me habrías sugerido que podríamos fingir nuestro compromiso. Yo no salgo, no….


Ella dudó un instante.


–¿Decías que… ?


Paula levantó las manos y se señaló a sí misma.


–Bueno, mírame. Yo no soy la clase de mujer con la que tú saldrías en circunstancias normales, ¿verdad? No me muevo en tus círculos. Yo… yo soy yo –concluyó mientras se encogía dramáticamente de hombros.


–¿Quieres ver lo que veo yo cuando te miro, Paula?


Pedro mantuvo la voz muy baja.


–Veo a una mujer que esconde su verdadero yo al mundo entero. Alguien que tiene una profunda belleza interior que encaja perfectamente con la exterior. Alguien que sería capaz de sacrificar su felicidad por la de un ser querido. Veo a una mujer que no se da cuenta de hasta dónde llega su potencial. Y veo a una mujer a la que estoy deseando conocer íntimamente…


El rubor que cubrió la garganta y las mejillas de Paula resultaba tan intrigante como atractivo. ¿De verdad era tan inocente que se sonrojaba por aquella sugerencia? No habría pensando que aquel falso compromiso iba a ser puramente una apariencia, ¿verdad? Tenía que haber algún beneficio… para ambos.


–¿También me vas a obligar a acostarme contigo? –preguntó ella con la voz ligeramente temblorosa.


–No, no –respondió Pedro–. Te aseguro que no voy a obligarte a nada.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 8

 

Pedro respiró profundamente. Aquello tenía que salir bien, por lo que necesitaba elegir muy bien sus palabras.


–Tengo una proposición que podría proteger a tu hermano aquí y asegurarse que no se sepa nada de lo que ha estado haciendo y de evitar que todo quede permanentemente grabado en su expediente, lo que le beneficiaría en el caso de que quisiera marcharse a trabajar a otra empresa.


Pedro vio que los ojos de Paula se llenaban de esperanza y de repente sintió profundamente tener que manipularla así, un sentimiento que aplastó inmediatamente.


–¿De qué se trata? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Estamos dispuestos a lo que sea para proteger el puesto de Pedro aquí.


–No se trata de lo que los dos podáis hacer, aunque ciertamente él tendrá que trabajar más limpiamente a partir de ahora, sino más bien de lo que puedes hacer tú.


–¿Yo? No lo comprendo.


–Tu nombramiento como asistente personal mía tiene dos facetas. Por un lado, necesito a alguien con tus conocimientos y tu experiencia para que sea mi mano derecha mientras esté aquí. Por otro lado –añadió tras una pequeña pausa–, necesito que alguien, tú más concretamente, se haga pasar como mi prometida.


–¿Su qué? –exclamó ella. Se puso de pie inmediatamente con la sorpresa reflejada en sus expresivos rasgos.


–Ya me has oído.


–¿Su prometida? ¿Está loco? Eso es ridículo. Ni siquiera nos conocemos.


–Ah, bueno, yo diría que sí…


Pedro atravesó el despacho inmediatamente y se colocó delante de ella. El ligero perfume que ella llevaba, floral e inocente, completamente opuesto a la sensual criatura que él sabía que vivía bajo aquella mojigata apariencia, flotaba en el ambiente entre ellos. Pedro levantó la mano y trazó lentamente la atractiva línea del labio inferior.


–Deja que te lo recuerde…


No le dio más que un segundo para reaccionar. Recorrió la pequeña distancia que separaba sus labios de los de ella. En el instante en el que tocó su boca, supo que había estado en lo cierto a la hora de tomar aquel camino. Una poderosa excitación se adueñó de él cuando los labios de Paula se abrieron bajo la presión de los suyos. El sabor de la boca de Paula invadió sus sentidos y se adueñó de él. Tuvo que controlarse para no llevarle las manos al cabello y soltárselo de aquel horripilante recogido para poder recorrer su sedosa longitud con los dedos.


La razón salió victoriosa. Apartó los labios de los de ella con una fuerza que lo sorprendió incluso a él.


–¿Ves? Claro que nos conocemos y creo que podríamos resultar… bastante convincentes juntos.


Paula dio unos pasos atrás para alejarse de él. Temblaba de la cabeza a los pies. ¿Deseo? ¿Miedo? Tal vez una combinación de ambos.


–No. No lo haré. Está mal –afirmó ella sacudiendo la cabeza con vehemencia.


–En ese caso, no me dejas elección.


–¿Elección? ¿Para qué?


–Para asegurarme de que se recomiende que se presenten cargos formalmente contra tu hermano.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 7

 

Un hecho que Pedro conocía demasiado bien. Era exactamente lo que lo había colocado a él en aquella situación con Paula Chaves. En vez de tomarse su tiempo en perseguirla y cazarla para que las cosas llegaran a su conclusión natural, los deseos de su padre le estaban obligando a acelerar un poco las cosas. Si Pedro no mostraba inclinación alguna de sentar pronto la cabeza, su padre vendería la granja de ovejas que la familia tenía en Nueva Zelanda en vez de cedérsela a Pedro, tal y como se supone que debería haber hecho un año atrás, cuando Pedro cumplió los treinta años.


Cada uno de los Alfonso había recibido una importante cantidad de dinero al cumplir los treinta años, pero Pedro había dicho que, en vez de dinero, él prefería la granja. Su padre había estado de acuerdo, pero dicha concesión parecía verse acompañada de una serie de condiciones que Pedro no estaba dispuesto a asumir. Al menos, no de verdad.


No era que quisiera o necesitara la tierra. Dios sabía que tenía muy poco tiempo de viajar a su país natal, pero la granja era una parte vital de la familia y no podría soportar ver cómo se dividía en pequeñas parcelas o, peor aun, contemplar cómo caía en manos de una multinacional extranjera. Sólo pensar que su padre pudiera deshacerse tan fácilmente de algo que formaba una parte tan fundamental de sus vidas no le hacía ninguna gracia. El hecho de que Alberto Alfonso estuviera utilizando la granja como moneda de cambio demostraba lo decidido que estaba de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.


Además, por encima de todo lo demás, lo que le escocía era saber que su padre se sentía profundamente desilusionado con él. Eso y el hecho de que sus padres y sus hermanos no parecían comprender que, aunque el amor y el matrimonio eran fundamentales para ellos, no lo eran para él. Ni en aquellos momentos ni tal vez nunca.


–Tal vez la sangre sea más espesa que el agua, pero no voy a aceptar algo así. Facundo no puede estar detrás de este asunto. Además, él ocupa un puesto de muy poca responsabilidad en el departamento de Contabilidad y no tendría acceso suficiente para poder hacer algo así.


Pedro tenía que admirar la lealtad que demostraba para su hermano. Sus pesquisas lo habían llevado a averiguar que Facundo no tenía un pasado muy limpio desde su adolescencia. A pesar de que los registros habían sido sellados por los tribunales por la edad que tenía el muchacho en aquellos momentos, el dinero era una manera muy conveniente de conseguir la verdad. La mala costumbre que Facundo Chaves tenía de realizar pequeños robos en su adolescencia podría haberse hecho más ambiciosa a lo largo de los años hasta convertirse en algo más. Sin embargo, a pesar de todo, Paula seguía creyendo que él no tenía nada que ver. A Pedro no le gustaba hacer pedazos sus ilusiones, pero era la verdad, estaba allí, en aquel informe. Los números no mentían.


–Pero tú sí, ¿verdad?


–Para esta clase de cosas no y, aunque así fuera, yo jamás compartiría esa información con nadie. Ni siquiera con mi hermano.


Paula estaba tan indignada que Pedro sintió la tentación de decirle que la creía, pero cualquier paso atrás por su parte podría quitarle la fuerza que necesitaba en aquellos momentos.


–Me alegra mucho oír eso, pero eso no quita nada del hecho de que tu hermano está implicado sin duda alguna. Sin embargo, existe una posibilidad de evitar que se le acuse de esto.


–¿Una posibilidad? ¿Qué posibilidad?