miércoles, 19 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 3




Paula no podía dejar de mirarse en el espejo a pesar de saber que no debía hacerlo, así que se obligó a volver al ordenador. Tenía mucho trabajo por hacer antes de ir a cenar con Pedro.


Pedro Alfonso. Jamás había pensado que volvería a verlo. 


Ojalá pudiese decir que el paso de los años no le había sentado bien, pero no era así. Si le hubiese salido barriga cervecera y se hubiese quedado calvo, tal vez en esos momentos no estuviese tan nerviosa, deseando que llegasen las seis y media.


Llamaron al timbre y Paula se puso recta y salió del despacho que tenía en casa de su padre. Oyó a Juana, el ama de llaves de este, hablando con alguien. En el pasillo, sonrió al ver a Abigail Langley.


Abby y Paula habían ido juntas al instituto aunque, en realidad, solo se habían hecho amigas de verdad después de su accidente. Después, el año siguiente, Abby había perdido a su marido a causa de un aneurisma y Paula había tenido la oportunidad de devolverle el apoyo.


Abby tenía una larga melena pelirroja y los ojos azules. Era guapa, alta, y andaba como si estuviese en su casa. Paula envidiaba aquella seguridad. Había pensado que, al recuperar su rostro y volver a caminar gracias a las operaciones, iba a ser suficiente, pero esa tarde se había dado cuenta de que no era así.


—Hola, Abby.


—¡Hola, preciosa! Estás increíble. No hace falta que te pregunte qué tal en el médico.


Paula se ruborizó.


—Pues yo sigo sin gustarme.


Abby le puso un brazo alrededor de los hombros.


—Claro que sí. Eres una persona nueva.


—Supongo que tienes razón. ¿A qué no adivinas con quién me he encontrado en el hospital? —le preguntó Paula a su amiga de camino al salón.


En la pared había un retrato de ella con dieciocho años y Paula se sentó dándole deliberadamente la espalda. Odiaba ver fotografías de antes del accidente. No le gustaba que le recordasen cómo había sido entonces.


Pedro Alfonso —dijo Abby, guiñando un ojo.


—¿Cómo lo sabes?


—Tengo mis fuentes. ¿Qué te ha contado?


—No mucho. Vamos a cenar juntos esta noche. Quiere que le cuente cotilleos acerca del club. Ha vuelto para encargarse de la reforma.


—No lo sabía. Creo que voy a tener que hablar con el señor Bradford Price.


—No estaba segura de si estabas al corriente o no —confesó Paula.


La tragedia las había unido a ambas. Después del accidente, mientras Paula luchaba por recuperarse, Abby había estado a su lado en todo momento, cosa que jamás olvidaría.


Abby no dijo nada más y a Paula le preocupó su amiga. 


Sospechaba que Abby quería convertirse en la siguiente presidenta del club para distraerse y no pensar en que Richard ya no estaba allí.


—¿A qué casa va a ser la próxima a la que llevemos los flamencos?


—A la de la señora Doubletree, pero antes tenemos que ir al club.


—Estupendo. ¿A qué hora y cuándo?


—Esta noche, pero si no puedes venir porque tienes la cena, lo comprenderé. De hecho, creo que vamos a hacerlo mientras tú cenas. Ya nos ayudarás la próxima vez.


Paula odiaba no poder ayudar a Abby en esa ocasión. Como había pasado tres años cubierta de vendas, solo había podido colaborar con ella desplazando los flamencos de plástico de jardín en jardín de las familias más pudientes de la comunidad.


Los dejaban en un jardín y su dueño pagaba al menos diez dólares por ave para que se los llevasen de allí y los dejasen en otra propiedad. El dinero recaudado era para una casa de acogida que dirigía Summer Franklin en un pueblo cercano, Somerset.


Paula siempre había colaborado en obras benéficas y había estado en la junta de la Fundación Chaves desde que había cumplido los veintiún años, pero normalmente solo se dedicaba a firmar cheques y a organizar galas. Así que salir a la calle a hacer cosas era nuevo para ella.


—Intentaré llegar. En realidad, es en lo único en lo que he podido ayudaros — dijo.


—Has hecho mucho más que eso —la contradijo Paula—. Me has ayudado muchísimo con mi campaña.


—Porque pienso que ya va siendo hora de que por fin haya mujeres en el club.


—Por supuesto. Y cuando me convierta en presidenta, voy a realizar muchos cambios.


—Me alegra oírlo —admitió Paula


Luego estuvieron charlando unos minutos después y Abby se marchó.


Paula subió al piso de arriba y se dio un baño. No quería ponerse nerviosa pensando en la cena, pero era la primera vez que salía con alguien después de que su prometido la hubiese dejado. Y eso hacía que fuese una ocasión importante.


Pensó en su cuerpo lleno de marcas y en cómo se había sentido después de la primera operación. No se quería mirar al espejo, pero su psiquiatra insistía en que tenía que aceptarse si quería dejar aquello atrás y continuar con su vida.


Dejó caer la toalla y se puso delante del espejo, recorriendo su cuerpo desnudo con la vista. Vio la cicatriz del costado derecho, se fijó en que había perdido músculo en la parte interna de los muslos.


Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y se mordió el labio inferior. Su cuerpo no iba a cambiar a mejor. Se iba a quedar así. Volvió a mirarse el rostro y, por un momento, casi le dolió que este estuviese «normal» y el resto no. Ni siquiera por dentro era la misma.


Prefirió no darle demasiadas vueltas al hecho de ir a salir con Pedro Alfonso. Este había sido su primer amor y no estaba segura de haber llegado a olvidarlo. Por aquel entonces había sido joven e impetuosa y, al conocerlo, le había parecido que Pedro era como una fruta prohibida. Lo había deseado porque su padre no había querido que saliese con él. Era consciente de que lo había utilizado, e iba a tener que disculparse. La chica que había sido antes del accidente habría podido hacerlo con su habitual estilo, pero ella ya no era aquella chica y, de repente, tenía miedo.


NUEVO ROSTRO: CAPITULO 2




Pedro vio alejarse a Paula. El balanceo de sus caderas y sus increíbles piernas le recordaron por qué se había marchado de Royal al terminar el instituto. Al padre de Paula le había dado igual cómo jugase al fútbol por entonces, porque no procedía de la familia adecuada.


Pero en esos momentos estaba allí para ver a su madre y para trabajar en la reforma del Club de Ganaderos de Texas. Uno de los clubes más lujosos y exclusivos del estado, al que solo podían acceder las familias con el pedigrí y la cantidad de dinero adecuados. Su padre no había tenido ninguna de esas dos cosas, aunque, en esos momentos, él tuviese más dinero del que hacía falta para comprar el club.


Tomó el ascensor hasta el sexto piso y preguntó por la habitación de su madre en el control de enfermería. Atravesó el pasillo, abrió la puerta y la encontró sentada, viendo la televisión.


—Hola, mamá.


—¡Pedro! Pensé que no ibas a llegar nunca.


Su madre buscó el mando a distancia, pero Pedro estaba a su lado antes de que lo encontrase. Le dio un fuerte abrazo y un beso. Y el mando. Ella quitó el sonido, que estaba muy alto, ya que no oía tan bien como antes.


—Es una exageración, mamá, hasta viniendo de ti. Mira que caerte para que venga a verte. Sabías que iba a venir de todos modos el fin de semana por lo del Club de Ganaderos de Texas.


Ella sacudió la cabeza y sonrió.


—Supongo que Dios ha decidido que te necesitaba antes del fin de semana. ¿Cómo has tardado tanto tiempo en llegar?


—Me he encontrado con Paula Chaves.


Su madre se puso más recta. Nunca le había gustado que Paula lo dejase.


—¿Y qué le has dicho? —quiso saber Maggie.


—Nada, solo hemos estado charlando un poco. Voy a cenar con ella esta noche —le contó Pedro, intentando no darle importancia.


Pero aquella era su madre y lo conocía mejor que nadie en el mundo.


—¿Te parece sensato?


Él se encogió de hombros.


—No tengo ni idea, pero seguro que es divertido. Ha cambiado.


—Ya me enteré de lo del accidente —comentó Maggie.


—¿Qué ocurrió? —le preguntó Pedro mientras tomaba una silla y se sentaba cerca de la cama de su madre.


Ambos tenían el mismo pelo rubio y grueso, aunque Maggie lo llevaba liso, con un corte moderno. También se parecían en los ojos, azules, pero ella tenía la nariz pequeña y unos labios generosos.


—Salió en las noticias. Iba en su BMW descapotable cuando le dieron un golpe por detrás y su coche se quedó empotrado contra un enorme camión. El coche ardió en llamas, así que tuvo suerte de salir viva, aunque, según he oído contar en la cafetería, quedó llena de horribles cicatrices.


—No todos los cotilleos que circulan por ahí tienen que ser ciertos —le dijo Pedro.


En el Royal Dinner servían la mejor comida grasienta de toda la zona, pero también era un hervidero de historias que no siempre eran verdad.


—Pues este sí. Paula tuvo que volver con Hernan y ha pasado por muchas operaciones en los últimos años. Era desolador, Pedro, verla cubierta de vendas. Y estuvo al menos los primeros seis meses sin poder andar.


A él se le encogió el estómago al pensar en lo mucho que Paula debía de haber sufrido. Sacudió la cabeza.


—Pues ahora parece que está mucho mejor.


—Eso dicen. ¿Y tú? ¿Cómo va el tema de club?


—Por ahora no puedo contarte mucho, mamá. Voy a reunirme con Brad Price y después empezaré a trabajar en mi proyecto. Por ahora solo tengo una ligera idea de qué es lo que quieren.


—¿Vas a ir al club hoy? —le preguntó Maggie.


—Sí. Voy a tener acceso libre al club mientras esté trabajando en el proyecto.


—¿Y dónde te vas a quedar?


—Contigo. Te vendrá bien estar acompañada cuando te den el alta. Además, los médicos todavía no saben qué te pasa exactamente.


—Bueno, no hace falta que te quedes conmigo, pero me alegro de que quieras hacerlo. Te echo de menos, Pedro.


Él se levantó y sonrió a su madre. Le dio un beso en la frente y luego la tapó mejor.


—Yo también te he echado de menos, mamá, mucho.


Charlaron unos minutos más, pero después tuvo que marcharse. Había quedado con Brad, que estaba decidido a convertirse en el siguiente presidente del club y, dado que era hijo de una de las familias más adineradas de Royal, casi todo el mundo pensaba que tenía muchas posibilidades de ganar. Pedro quería echar un vistazo a las instalaciones del club para saber exactamente con qué estaba trabajando.


—Volveré a verte luego, antes de ir a cenar —le dijo a su madre.


—Perfecto. Buena suerte con la reunión —le respondió Maggie.


Pedro se marchó con la impresión de que su madre no tenía ni idea del éxito que tenía en su vida profesional, pero no le importaba. En realidad, a los únicos que quería dejárselo claro antes de volver a Dallas era a Paula y a Hernan.


Nada más salir del hospital se acordó de lo calurosos que eran los veranos en Texas. Se aflojó la corbata, sacó unas gafas de sol y abrió su Range Rover HSE con el mando a distancia. No tardaría en llegarle el Porsche, que había pedido que le llevasen desde Dallas.


Quería que todos los vecinos de Royal se diesen cuenta de que Pedro Alfonso había vuelto, y con mucho dinero. Tal vez no fuese miembro del Club de Ganaderos de Texas, pero se sentía orgulloso al saber que tenía el suficiente dinero para poder llegar a serlo si quería.


Se preguntó qué coche conduciría Paula. Tenía que haberse informado más acerca de su accidente. No se imaginaba a la niña que siempre había vivido en un cuento de hadas tener que pasar por algo así, pero la vida no siempre era como uno esperaba. Esa noche, él cenaría en el Club de Ganaderos de Texas con Paula. Qué vida tan dulce







NUEVO ROSTRO: CAPITULO 1





—Mírate, Paula, estás todavía más guapa que antes —le aseguró el doctor Justin Webb.


Paula Chaves sujetó el espejo sin fuerza con la mano izquierda y se lo acercó para poder verse la cara, pero cerró los ojos un segundo antes de hacerlo. Tres años antes había sido una mujer muy guapa. Con dieciocho años había llegado a ser coronada reina de Royal, Texas, pero todo había cambiado en un terrible accidente de tráfico. Había perdido su belleza, a su hombre y la seguridad que tenía en sí misma.


Se suponía que aquella iba a ser la última operación, pero su físico, que en el pasado había dado por descontado, se había convertido en esos momentos en la pesadilla de su existencia. Nunca iba a volver a ser guapa.


El doctor Webb le apoyó una mano en el hombro.


—Confía en mí, Paula.


Ella no estaba segura de poder confiar en ningún hombre que no fuese su padre, que siempre había estado a su lado.


Paula y Hernan solo se tenían el uno al otro, pero ella sabía que no podía pasarse el resto de la vida sentada en el despacho del doctor Webb con los ojos cerrados.


Pensó en los niños tan valientes que había conocido en la unidad de quemados del hospital, adonde acudía como voluntaria. A ellos no les daba miedo mirarse al espejo, así que ella tenía que hacerlo también.


Abrió un ojo y, sorprendida por su reflejo, abrió el otro. Tenía la piel clara y sin defectos, como antes. No había cicatrices en ella. Su nariz respingona volvía a ser la de antes. Levantó la mano y se la tocó. Sus ojos no se habían visto dañados en el accidente y su mirada verde era la misma de siempre.


Sus labios eran lo único que había cambiado. Un trozo de cristal le había sesgado el labio superior, dejándole una pequeña hendidura.


—Gracias, doctor Webb —le dijo.


Seguía sin estar perfecta, pero al menos no tendría que volver a operarse.


—Lo ves, estás incluso más guapa que antes —le respondió él.


Paula sonrió y asintió. Dejó el espejo en la cama, a su lado.


—No se lo tome a mal, doctor, pero espero no volver a verlo nunca.


El doctor Webb se echó a reír.


—Lo mismo digo, Paula. La enfermera te traerá el alta dentro de un rato y podrás marcharte.


El médico estaba ya casi en la puerta cuando Paula le dijo de nuevo:
—Gracias. Su duro trabajo supone una gran diferencia en mi vida.


—De nada —le respondió él antes de marcharse.


El teléfono móvil de Paula vibró al recibir un mensaje de texto. Era de su padre: «¿Qué tal ha ido todo?».


Ella pensó en su imagen, aunque sabía que en esos momentos era mucho más que una cara bonita. A pesar del milagro que había realizado el doctor Webb con su rostro, jamás sería la misma.


«Todo bien, papá», respondió.


«Seguro que estás mejor que bien. Nos vemos esta noche en casa».


«Hasta luego».


«Te quiero, mi niña».


«Te quiero, papá».


Su padre y ella estaban más unidos que nunca. Después de que su prometido, Benjamin, la hubiese dejado mientras todavía estaba en el hospital, solo había podido apoyarse en su padre. El accidente de tráfico le había quitado todo lo que tenía.


Pero volvía a ser la de antes. O eso esperaba. Estaba preparada para volver a volar sola y sabía que tenía que abandonar el nido paterno.


La enfermera le llevó el alta y salió de la consulta. Y, por primera vez en mucho tiempo, no se puso inmediatamente las gafas de sol para ocultarse el rostro.


Abrió la puerta del vestíbulo y chocó contra un hombre. Este la agarró de los hombros para que no se cayese.


—Gracias —le dijo, mirando a los ojos más azules que había visto en toda su vida.


Era Pedro Alfonso… con el que había salido en el instituto y con el que había roto porque su padre le había pedido que lo hiciera.


Hacía casi catorce años que no se veían y Paula se sintió… como si no hubiese pasado el tiempo. Pedro estaba igual de guapo que en el instituto.


—Paula. Algunas cosas no cambian nunca y tú estás cada vez más guapa — comentó él con cierta ironía.


Ella se ruborizó al pensar en cómo lo había dejado tirado.


—Si no me has visto desde el instituto.


—Es verdad. Cuando una mujer me da boleto, intentó no mirar atrás —le dijo él—. ¿Qué haces aquí?


Paula se preguntó si debía disculparse por lo ocurrido catorce años antes. Sabía que se lo debía.


—Yo… tuve un accidente hace un par de años —le respondió.


Luego se maldijo, podía haberle dicho que iba como voluntaria a la unidad de quemados.


—Sí, algo he oído. ¿Y ya estás bien?


Ella asintió.


—Cada día mejor. ¿Y tú, por qué has dejado la gran ciudad para venir a Royal?


—Mi madre está hospitalizada, pero voy a volver a Royal a reformar el Club de Ganaderos de Texas.


—Vaya —dijo Paula. No se le ocurrió otra cosa. Tal vez Pedro pensase que todavía medía a la gente por el volumen de su cuenta bancaria.


Decidió cambiar de tema.


—Espero que tu madre esté bien.


Recordaba a Margarita Alfonso como una mujer muy amable y que adoraba a su hijo.


—Va a ponerse bien. Tiene un problema cardiaco, pero los médicos la están cuidando —respondió Pedro.


Entonces se hizo un incómodo silencio entre ambos. Pedro estaba muy sexy mientras que ella se sentía magullada, estropeada.


—¿Dónde vives ahora? —le preguntó Pedro por fin.


—Con mi padre, en el rancho.


Después del accidente, no había tenido otra opción.


—Me sorprende, pero supongo que tiene sentido —dijo él.


—Volví a la ciudad hace poco —le contó ella.


Sabía que no tenía que justificarse ante nadie, pero con Pedro sintió la imperiosa necesidad de hacerlo.


—Qué raro. Supongo que siempre pensé que encontrarías a un chico rico y te casarías con él —comentó Pedro, pasándose una mano por el pelo rubio.


—Me dejó cuando se dio cuenta de que no era la belleza texana con la que había soñado —respondió Paula con naturalidad.


—Qué perdedor —dijo Pedro.


Ella se echó a reír.


—Era un hombre muy respetable, de una buena familia.


—Si no fue capaz de hacerte feliz, es un perdedor. Yo siempre te quise como persona.


—Vaya, gracias, Pedro. Eres justo lo que me ha recetado el médico.


—La verdad es que, ahora que estoy aquí, me vendría bien la opinión de alguien que vive en Royal para saber qué está pasando en el club. ¿Cenarías conmigo esta noche?


Ella se lo pensó un minuto, a pesar de saber que sí que quería cenar con él.


—Por supuesto. Y, con un poco de suerte, te presentaré a la que será la próxima presidenta del club, Abigail Langley.


—He oído que todas las viudas e hijas de miembros del club están haciendo campaña en su favor. Esa es precisamente la información que necesito antes de ponerme manos a la obra.


—Es verdad. Ya va siendo hora de que las mujeres y los hombres sean iguales en el Club de Ganaderos de Texas. Mi padre y sus amigos todavía no saben lo que van a hacer. Tex Langley fundó el club hace cien años y, desde entonces, siempre habían tenido a uno de sus herederos como miembro. Cuando el marido de Abby falleció, decidieron hacerla a ella miembro honorario.


—Yo no me voy a meter en eso. Solo soy el promotor inmobiliario. ¿Qué te parece si quedamos a las seis y media? Si vas a estar en casa de tu padre, ya sé la dirección.


—Me parece perfecto. Hasta luego.


Paula se alejó consciente de que Pedro la estaba observando. Por fin empezó a notar que recuperaba la confianza que había perdido después de que Benjamin la
dejase. Quería fingir que era porque no tendría que volver a operarse, pero en el fondo sabía que era gracias a Pedro.


Pedro Alfonso había jugado en el equipo de fútbol del instituto, lo que, en Royal, Texas, convertía a cualquier chico en algo parecido a un dios. Por aquel entonces, ella había estado acostumbrada a conseguir todo lo que se proponía, así que Pedro había sido suyo al final del penúltimo año de instituto. Habían salido juntos en verano y al volver a clase, pero después su padre la había obligado a terminar con la relación.


Hernan Chaves no había querido que su hija saliese con un chico cuyo padre trabajaba en la petrolera, quería que saliese con el hijo del dueño de la petrolera. No quería que saliese con un chico cuyo padre no era miembro del Club de Ganaderos, lo que significaba que él tampoco lo sería nunca.


Echando la vista atrás, Paula deseó haber sido diferente y haber luchado por Pedro, pero no lo había hecho y, en ocasiones, se preguntaba si le habría hecho falta el accidente para cambiar.


De lo que sí estaba segura era de que nunca se había olvidado completamente de Pedro y de que se alegraba de que hubiese vuelto a Royal