domingo, 7 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 23

 


Violeta intenso.


Así era como tenía Paula los ojos cuando estaba excitada. Un color tan poco habitual que, de no haberla conocido, habría pensado que eran lentillas.


Paula era verdaderamente única. Y, al parecer, le excitaba verlo desnudo.


Acababan de entrar en la habitación cuando le desabrochó el cinturón y el botón del pantalón, pero Pedro tenía la intención de tomarse su tiempo.


Tiró la caja de preservativos encima de la cama que, por sorprendente que pudiese parecer, estaba deshecha, y la agarró de las muñecas, llevándoselas a la espalda. Luego la besó, le mordisqueó la oreja, el hombro, parecía gustarle que utilizase los dientes.


Quería probar todo su cuerpo, pero cada cosa a su tiempo. Dado que hacía mucho tiempo que ninguno tenía relaciones, quería que aquello durase.


Paula intentó zafarse y lo miró a los ojos con deseo.


–Quiero tocarte.


–Lo harás.


Pedro llevó la boca a sus pechos y ella arqueó la espalda y gimió. Con la mano que tenía libre, le bajó el tirante del sujetador y dejó al descubierto su pezón rosado y erguido. Lo lamió con la lengua y ella dio un grito ahogado, se lo metió en la boca y la hizo gritar.


Tenía los pechos firmes y suaves. Perfectos. Todo en ella lo era.


Se sentó en el borde de la cama para tener la cabeza al nivel de sus pechos e hizo que Paula se colocase entre sus piernas. Le soltó las muñecas para desabrocharle el sujetador y quitárselo y luego volvió a acercarla para jugar con el otro pecho. Ella gimió de placer y enterró los dedos en su pelo.


Él fue bajando por su cuerpo a besos hasta llegar a la cinturilla de los vaqueros. La vio ponerse todavía más nerviosa mientras se los desabrochaba y descubría que llevaba también las braguitas de encaje negro. Le gustaba la lencería sexy. El color le daba igual: negro, rojo, morado, pero sentía debilidad por el encaje.


Le bajó los vaqueros y ella se los terminó de quitar a patadas. Luego, la miró. Su piel parecía de delicada porcelana y tenía las curvas perfectas para una mujer de su tamaño.


Pasó los dedos por el encaje de las braguitas y observó su reacción. La vio cerrar los ojos y notó cómo le clavaba las uñas en los hombros. Cada vez respiraba con mayor rapidez y tenía la piel del pecho sonrojada. No le hacía falta mucho para excitarse, pero a él, tampoco. Estaba deseando terminar con cinco meses de celibato.


Metió la mano por debajo de las braguitas y no le sorprendió ver que Paula estaba húmeda, preparada. La acarició e hizo que se estremeciese.


–Si sigues haciendo eso, no podré aguantar –le advirtió ella.


–¿Y no se trata de eso?


–Todavía no estoy preparada.


Pedro introdujo un dedo en su sexo y ella se estremeció de nuevo.


–Pues tu cuerpo opina lo contrario.


–Mi cuerpo está preparado, pero yo, no. Quiero tenerte dentro. Me gusta más así.


Él no pudo llevarle la contraria porque opinaba lo mismo.


Sacó la mano y ella se arrodilló entre sus piernas para desabrocharle los vaqueros y tirar de ellos, llevándose también los calzoncillos y dejando su erección al descubierto.


–Vaya –comentó, acariciándosela.


–¿Demasiado grande?


–Espero que no –respondió, metiéndosela en la boca.


Pedro tuvo que apartarla para no perder el control.


–Yo tampoco estoy preparado.


Paula sonrió y fue a por la bolsa en la que estaban los preservativos. Abrió una caja y rasgó uno de los envoltorios con los dientes.


–Deja que haga yo los honores –le pidió él, porque necesitaba un minuto para recuperar el control–. ¿Por qué no te tumbas?


Paula se tumbó y Pedro fue a su lado en cuanto se hubo puesto el preservativo. Por sexys que fuesen, había llegado el momento de deshacerse de las braguitas. Se las bajó y, aunque tenía ganas de separarle los muslos y probarla, se tumbó a su lado. Ella lo abrazó por el cuello y le dio un beso lento, profundo, que volvió a llevarlo al límite.


–Vas a tener que bajar el ritmo, cielo –le dijo Pedro.


–No puedo –contestó Paula–. Te deseo.


Y para demostrárselo, le agarró por el trasero y se frotó contra él.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 22

 


Al aparcar delante de su edificio se acordó de que su coche seguía en el trabajo, pero ya irían a por él después. O al día siguiente.


–Deberías meter el coche en el aparcamiento que hay detrás del edificio –le dijo a Pedro–. Está prohibido aparcar en la calle de 2 a 6 de la madrugada.


Él comprendió lo que quería decir eso y sonrió, dirigiéndose a la parte de atrás.


Paula se metió la bolsa del supermercado en el bolso y salieron. Pedro la agarró de la mano para llegar hasta la puerta. Estaba tan excitada que el corazón se le iba a salir del pecho.


¿Le haría el amor lentamente, con dulzura, o de manera salvaje? Ambas posibilidades la excitaban.


Abrió la puerta y entraron. Cerró la puerta y echó el cerrojo, tan nerviosa que le temblaban las manos.


Se preguntó si debía ofrecerle una copa o si debía ir directa al grano, pero nada más girarse hacia él, Pedro la agarró por la cintura y la besó apasionadamente.


–No sé dónde has aprendido a besar así –le dijo cuando la dejó respirar–, pero lo haces muy bien.


–Aprendí con Marcia Hudson, en octavo.


–Pues recuérdame que le envíe una nota de agradecimiento.


Él sonrió y la besó en el cuello, haciendo que se estremeciese.


–Aparte de besarte, ¿hay algo más que te guste hacer con tus amigos? –bromeó, apartándole la camisa para mordisquearle el hombro.


–Muchas cosas –respondió ella, quitándole la camisa–, pero solo las hago con los amigos especiales.


Él le quitó la camisa también y gimió de deseo al ver el sujetador de encaje negro que llevaba puesto. Al parecer, no le importaba que tuviese los pechos algo pequeños.


Tomó ambos con sus fuertes manos y le acarició los pezones con el dedo pulgar. La sensación, a pesar de llevar el sujetador, fue increíble.


–¿Y yo soy uno de esos amigos especiales?


–¿Por qué no vamos a mi habitación y te lo demuestro?




APARIENCIAS: CAPÍTULO 21

 


Se tumbó en la manta, llevándoselo con ella. Solo quería besarlo y besarlo, hasta que le doliesen los labios. Quería acariciarle todo el cuerpo, pero cuando lo intentó, él le sujetó las manos y se las puso en su pecho.


Sin palabras, le estaba diciendo que aquello no iba a ir más lejos. Al menos, allí. Y eso estaba bien, porque Paula no se acordaba de la última vez que había estado con un hombre y, sin esa presión, podía disfrutar más de los besos.


No supo cuánto tiempo habían estado allí tumbados, besándose, pero de repente oyó que alguien se aclaraba la garganta y se dio cuenta de que habían dejado de estar solos.


Levantaron la vista y vieron a un guardia del parque a unos metros de ellos, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.


–No sé si no han visto los carteles, pero no pueden estar aquí –les dijo en tono molesto.


–Lo siento –le respondió Pedro–. Ya nos marchamos.


El guarda asintió y volvió al jeep, que Paula ni siquiera había oído llegar.


–Así que no te habían pillado nunca –dijo entre dientes mientras se levantaban.


Pedro se encogió de hombros.


–Siempre hay una primera vez.


Paula no se sintió culpable por haber incumplido las normas, como habría hecho en cualquier otra ocasión. Todo lo contrario, le pareció… divertido.


Pedro recogió la manta, la dobló y la metió debajo de su asiento antes de ayudarla a subir a la camioneta. Paula se sintió decepcionada al ver que, antes de sentarse delante del volante, volvía a ponerse la camisa.


Se subió a la camioneta, arrancó el motor y volvió a tomar el camino por el que habían llegado, pasando al lado del jeep del guarda que, al parecer, estaba esperando a que se marchasen.


Fueron en silencio varios minutos hasta que, ya en la carretera, Pedro le preguntó con una sonrisa:

–¿Besas así a todos tus amigos?


–¿Y si te dijese que sí?


–Entonces, creo que me va a gustar ser tu amigo.


A ella también.


–Creo que lo de quitarme la camisa ha funcionado –añadió.


–¿Qué quieres decir?


–Que necesitabas un empujoncito para echar a rodar.


–¿Me estás diciendo que me has traído aquí para seducirme?


Él se limitó a sonreír.


Paula no supo si darle las gracias o un golpe en la cabeza.


–Supongo que lo de ser amigos no era del todo realista –comentó.


–Es difícil luchar contra la naturaleza.


Era cierto.


–Eso no significa que quiera una relación seria. Pienso que deberíamos tener algo informal.


–Me parece bien –admitió Pedro.


Paula se sintió aliviada, aunque era normal que a Pedro le pareciese bien. ¿Qué hombre en su sano juicio habría rechazado una relación sin ataduras?


–¿Adónde vamos? –le preguntó él, mirándola con deseo.


–Podríamos volver a mi casa.


–¿Estás segura?


Nunca había estado tan segura ni había deseado tanto algo en la vida. Si Pedro hacía el amor la mitad de bien de lo que besaba, podían pasarlo muy bien.


–Por supuesto.


–Siempre y cuando seas consciente de que vamos a terminar en la cama.


–Esa era mi esperanza.


–Entonces, vamos a tu casa.


Paula no pudo evitar darse cuenta de que Pedro pisaba el acelerador, tal vez tuviese miedo de que cambiase de opinión, pero eso no iba a ocurrir. Según iban pasando los segundos, más ganas tenía de acostarse con él. Ya estaban en su calle cuando Pedro detuvo la camioneta en el aparcamiento del supermercado en vez de ir directo a su casa, que estaba a treinta segundos de allí.


–Tengo dos preservativos en la cartera, pero me temo que no van a ser suficientes –comentó–. Ahora vuelvo.


Pedro entró y salió de la tienda en treinta segundos. Subió a la camioneta y le dio la bolsa con la compra. Paula no pudo evitar mirar dentro, había una caja de treinta y seis preservativos, tamaño extra grande.


«Dios mío», pensó.