miércoles, 21 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 26

 


Paula sintió un escalofrío de aprensión.


–¿Por qué tengo la sensación de que no me va a gustar lo que vas a decirme?


–Mi padre me dijo que quizá tuviera que quedarse allí tres o cuatro semanas. No quería que lo supieras porque le daba miedo que te marcharas. Por eso me pidió que te entretuviera.


Se le cayó el alma a los pies.


–Pero yo solo voy a estar aquí seis semanas, lo que quiere decir que nos quedarán dos o tres para estar juntos y conocernos mejor.


Pedro se encogió de hombros.


–Entonces quédate más tiempo.


Se sentía traicionada y, mientras tomaba otro sorbo, no podía dejar de preguntarse en qué más le habría mentido Gabriel.


–No puedo quedarme más. En el trabajo solo me han dado seis semanas de permiso y si no vuelvo, me despedirán. Hasta que no sepa con seguridad si voy a quedarme aquí, necesito ese empleo. Si no, me quedaría sin nada. Tengo muy pocos ahorros, así que Mia y yo estaríamos prácticamente en la calle.


–Mi padre es una persona muy noble –aseguró Pedro–. Jamás permitiría que ocurriera algo así, incluso aunque decidieras no casarte con él.


–Si es tan noble, ¿por qué me ha mentido?


–Solo lo ha hecho porque le importas.


En cualquier caso, ella jamás aceptaría su caridad y no había ninguna certeza de que Gabriel fuera tan generoso.


Pedro debió de leerle la mente porque añadió:

–Si él no se encargara de que no te faltara de nada, lo haría yo.


Aquellas palabras la dejaron asombrada.


–¿Por qué? Hasta esta tarde aún creías que estaba utilizándolo.


–Supongo que podría decirse que he cambiado de opinión.


–Pero, ¿por qué?


Pedro soltó una carcajada que parecía salirle de lo más hondo, un sonido cálido y muy agradable.


–Me desconciertas, Paula. Primero quieres que te dé una oportunidad y, cuando lo hago, cuestionas mis motivos.


–Tienes razón. Lo que ocurre es que ahora mismo estoy un poco confusa –le puso la mano en el brazo y sintió su piel cálida y firme–. Lo siento.


Pedro miró su mano, aún en el brazo, y luego volvió a levantar la mirada hasta sus ojos.


–Disculpas aceptadas.


Había algo en la oscura profundidad de sus ojos, una emoción que hizo que el corazón le diera un vuelco y de pronto la invadió una cálida sensación.


«Es el vodka», se dijo al tiempo que apartaba la mano.


–¿Quieres otra copa? –le preguntó Pedro.


Paula bajó al mirada y se dio cuenta de que tenía el vaso vacío, mientras que el de él aún tenía más de la mitad.


–No debería –dijo, con los músculos ya relajados por el efecto del alcohol. Hacía semanas que no estaba tan tranquila. ¿Sería tan grave tomarse otra copa? Sabiendo que la niñera estaba pendiente de Mia, ¿qué motivo tenía para no tomársela?–. Qué demonios, ¿por qué no? Al fin y al cabo, no tengo que conducir para volver a casa, ¿verdad?


Pedro hizo un gesto y Jorge debía de estar mirando porque apareció poco después con otra copa. O esa segunda bebida no estaba tan fuerte, o la primera la había anestesiado. De un modo u otro, se la bebió alegremente.


–¿Sería mucho entrometerme si te preguntara por qué has tirado el teléfono a la piscina? –le preguntó entonces.


–Por culpa de una examante muy insistente.


–Deduzco que fuiste tú el que la dejó.


–Sí, pero después de sorprenderla en el asiento trasero de la limusina con mi mejor amigo.


–Vaya. ¿Estaban… ya sabes…?


–Sí. Con verdadero entusiasmo.


Hizo una mueca de dolor. Eso quería decir que había perdido a su madre, a su novia y a su mejor amigo en muy poco tiempo.


–Lo siento.


Pedro movió lentamente los pies dentro del agua, el izquierdo rozó el de ella, que tuvo que hacer un esfuerzo para no dar un respingo.


–Los dos intentaron echarle la culpa al otro.


–¿Y tú a quién crees?


–A ninguno de los dos. En los treinta segundos que estuve allí de pie, atónito, en ningún momento la oí decir que no, ni hacer el menor intento para apartarlo. Creo que los gemidos de placer que soltaban los dos eran prueba más que suficiente.


Volvió a rozarle el pie y ella sintió un escalofrío que la recorrió desde el pie, pasando por la pierna hasta lugares completamente inapropiados teniendo en cuenta la relación que los unía.


–¿Estabas enamorado de ella? –le preguntó entonces.


–Eso pensaba, pero ahora sé que solo era sexo.


–A veces es difícil distinguir lo uno de lo otro.


–¿Es así entre mi padre y tú?


Lo que sentía por Gabriel no tenía nada que ver con el sexo, de eso no tenía la menor duda.


–No. Gabriel es un buen amigo y lo quiero y lo respeto por ello. Es lo del sexo lo que aún tenemos que trabajarnos.


Su franqueza volvió a sorprenderlo.


–¿Sabe él que piensas eso?


–He sido completamente sincera con él, pero está convencido de que lo que siento por él irá tomando fuerza y yo espero que tenga razón.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 25

 


–Estaba despistada –le explicó–. Tu padre me ha dicho antes que tu tía está respondiendo al tratamiento.


Pedro asintió, después tomó un trago de la copa y la dejó en el suelo.


–He hablado con él esta tarde. Me ha dicho que son bastante optimistas.


–Sé que es un poco desconsiderado por mi parte, pero estaba pensando que ojalá eso signifique que va a volver pronto –ella también tomó el primer trago y sintió cómo le quemaba la garganta al pasar–. ¡Vaya! Esto está muy fuerte.


–No eres desconsiderada, yo más bien diría que estás teniendo mucha paciencia, dadas las circunstancias. Yo en tu lugar, después de la frialdad con la que te recibí, seguramente me habría dado la vuelta y me habría marchado a casa.


–Es posible que lo hubiera hecho si no llega a ser por Mia; no podía someterla a otro vuelo de trece horas.


Pedro se quedó callado un momento mientras miraba las ondas que se formaban en el agua con el movimiento de sus pies. Después farfulló algo y a Paula le pareció que estaba maldiciendo.


–¿Pasa algo? –le preguntó.


–Debe de estar pegándoseme esa tendencia tuya a la honestidad brutal.


–¿Qué quieres decir?


–Probablemente no debería decírtelo y al hacerlo voy a traicionar la confianza de mi padre, pero creo que mereces saber la verdad.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 24

 


En su ausencia, Paula se quitó las sandalias y se sentó al borde de la piscina para meter los pies en el agua. Mientras desaparecían los últimos rastros de luz en el horizonte, ya con las luces del jardín y de la piscina encendidas, Paula miró el teléfono de Pedro, sumergido en el fondo del agua, y se preguntó qué o quién lo habría impulsado a tirarlo de ese modo.


Suspiró y pensó en qué estaría haciendo Gabriel en esos momentos. Probablemente estaría en el hospital. Catalina seguía muy grave, pero parecía estar respondiendo bien al tratamiento y los médicos habían empezado a mostrar algo de optimismo respecto a la posible recuperación. Se sentía un poco egoísta de pensarlo, pero lo cierto era que esperaba que eso significase que Gabriel volviera pronto. Quería estar con él y empezar a pensar en el futuro porque en ese momento se sentía inquieta y confusa. Tampoco era justo para Mia vivir en ese estado de transición, aunque, sinceramente, a ella no parecía importarle en absoluto.


–Tu bebida –dijo Pedro y el sonido de su voz la hizo sobresaltarse.


Se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta.


–Perdona, no pretendía asustarte –le dio uno de los vasos y se sentó a su lado, también metió los pies en el agua.


Estaba tan cerca que podía sentir el olor a cloro en su piel y con mover la pierna solo unos centímetros a la izquierda, le rozaría el muslo. Por algún motivo, la simple idea de hacerlo, le aceleró el corazón. Pero eso no quería decir que fuera a hacerlo.