miércoles, 20 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 26





Cuando Paula despertó, no estaba muy segura de cuánto tiempo había pasado. Tenía la cabeza apoyada en el pecho de Pedro y podía verle la cara. Se preguntaba si él estaba dormido. Pero al sentir que le acariciaba los cabellos, supo que también estaba despierto. No se movió, porque no quería romper el hechizo. Entre los brazos de Pedro, se sentía apreciada, deseada y feliz. 


Cuando hicieron el amor, sintió una conexión completa con Pedro, cosa que nunca había sentido con Fernando Stark. Le quedaba la duda de si el encuentro había sido igual de satisfactorio para Pedro. Después de todo, él tenía mucha experiencia con las mujeres, mientras que ella solo había tenido otro amante. 


Fernando sabía que ella era virgen cuando la llevó a la cama, y por tanto no tenía grandes expectativas. Pero quizá debía haberle advertido a Pedro que no tenía mucha experiencia. Quizá él esperaba algo diferente, y se había decepcionado.


Levantó la cara y lo miró a los ojos para intentar comprender la expresión de su rostro.


Él sonrió, y al hacerlo se le formaron hoyuelos en las mejillas. Era muy atractivo, y aunque habían hecho el amor durante horas, ella lo deseaba todavía más.


—¿Qué pasa? —preguntó él.


—Hmm, nada —dijo ella.


—Sé que hay algo que te preocupa, cariño —contestó Pedro—. Vamos, cuéntamelo. ¿Te arrepientes de que hayamos hecho el amor?


—No… para nada —le dijo—. ¿Y tú?


Él se quedó sorprendido por la pregunta.


—Tampoco. ¿Por qué crees que podría estarlo?


—No arrepentido, pero… —respiró hondo y tiró de la sábana para cubrirse el pecho—. Es que tú tienes mucha experiencia… y yo no —admitió en un susurro—. No ha podido parecerte algo muy bueno.


Él se sentó en la cama.


—Paula, cariño, no seas tonta —al ver que ella no lo miraba, se agachó y tomó su rostro entre sus manos—. Hacer el amor contigo ha sido maravilloso. Eres muy sexy, muy guapa y perfecta en todos los aspectos —añadió, y la besó en la boca—. ¿Cómo has podido pensar eso? —frunció el ceño—. ¿Es que algún cretino, hace mucho tiempo, te hizo sentir de otra manera, Paula? —preguntó preocupado.


—Solo he tenido un amante antes de ti, Pedro. Cuando estaba en la universidad. El hombre que te mencioné la otra noche. Creo que aquella relación no alimentó mucho mi autoestima —admitió con un suspiro.


Él la miró y le acarició el cabello.


—Háblame de él. ¿Por qué no funcionó?


A Paula no le gustaba hablar de Fernando, y menos en esos momentos, cuando se sentía tan unida a Pedro. No estaba de humor para enfrentarse a los fantasmas de su triste pasado. 


Pero sabía que para Pedro era importante conocer su vida anterior, igual que ella deseaba saberlo todo acerca de él.


Le contó su historia con la mayor brevedad posible. Lo peor fue contarle la parte en la que Fernando regresó a Nueva York y Paula se enteró de que había tenido relaciones con, al menos, dos estudiantes más mientras estaba viéndose con ella.


Pedro se puso pálido y tenso.


—Qué canalla. Un hombre como ese debería estar demasiado avergonzado como para vivir. No se merece… —se calló, después abrazó a Paula y la besó—. Ojalá te hubiera conocido entonces. Al menos te tengo ahora… Me honra saber que después de todo este tiempo hayas elegido estar conmigo —confesó con ternura—. Eres una mujer muy especial, Paula. No te decepcionaré —le prometió.


Paula no fue capaz de responderle. Lo abrazó y lo atrajo hacia sí. Se besaron con ardor, y al sentir que Pedro estaba preparado para volver a poseerla, lo recibió encantada.


Sabía que Pedro nunca le haría daño a propósito, pero se preguntaba si no sería ella quien lo decepcionara en un futuro.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 25





Pedro se separó un poco y la miró de arriba abajo. Ella podía oír su respiración acelerada y al ver el brillo de sus ojos sintió que una llama se encendía en su interior.


—Cielos… eres increíble —susurró él, y la abrazó de nuevo.


Deslizó las manos hasta el trasero de Paula y la acercó más a él para sentir el calor de su cuerpo. Ella lo besó con una mezcla de deseo y desesperación, y le acarició la musculosa espalda y la cintura. Comenzó a desabrocharle la corbata y los botones de la camisa. Mientras se la quitaba, le besó el cuello y le acarició el pecho con los labios. Jugueteó con la lengua sobre sus pezones y disfrutó al oírlo gemir de placer.


—Paula… me estás volviendo loco —susurró Pedro.


Se separó de ella un instante y la miró fijamente. 


Después le tomó la mano y la llevó hasta la habitación.


Momentos más tarde, estaban abrazados y tumbados en la cama de Paula.


Pedro la besó de manera persuasiva y ella apretó su cuerpo contra el de él. Entrelazaron las piernas y se acariciaron a la vez. Pedro le besó el cuello, y fue bajando hasta que llegó a los senos, donde se detuvo para mordisquear sus pezones con delicadeza. Paula se quedó casi sin respiración y se agarró con fuerza a los hombros de Pedro, mientras olas de placer recorrían sus piernas.


—Cielos, eres preciosa —murmuró Pedro, y mientras la besaba en la boca, deslizó la mano bajo la ropa interior y se la quitó. Paula arqueó el cuerpo y gimió al sentir que él la exploraba con los dedos y encontraba el centro de deseo de toda mujer.


Sus bocas se encontraron de nuevo y juguetearon con pasión mientras Pedro le acariciaba el cuerpo. Paula notó la excitación de Pedro y le acarició por encima del pantalón.


Él retiró la cabeza para tomar aire y dijo:
—Te deseo tanto, Paula… si quieres que pare, tienes que decírmelo ahora.


Ella lo miró a los ojos.


—Quiero hacer el amor contigo, Pedro… nunca había deseado algo tanto —susurró. Él la besó mientras ella le desabrochaba los pantalones y se los bajaba. Después cubrió sus pechos con las manos y Paula, encantada por la sensación, deslizó la mano bajo la ropa interior de Pedro


Sintió el calor del deseo y comenzó a acariciarlo. Pedro la besó despacio y se separó de ella un instante para desnudarse del todo; después la abrazó otra vez.


Se tumbó sobre ella cubriéndole el cuerpo con el suyo. Levantó la cabeza y la miró a los ojos. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba el rostro de Pedro.


Él se colocó entre las piernas de Paula y con un movimiento suave, la poseyó.


Paula se estremeció de placer al sentir la unión de sus cuerpos. Hundió la cabeza en el hombro de Pedro y se agarró a sus musculosos brazos. 


Él respiró hondo y comenzó a moverse en su interior. Acompasaron el ritmo y se movieron a la vez. Pedro era un amante perfecto, la satisfacía plenamente, no como Fernando, su primer amante. 


Le rodeó la cintura con sus esbeltas piernas y cuando creía que ya no aguantaba más, Pedro la llevó aún más lejos, hasta un placer inimaginable.


A medida que los movimientos eran cada vez más rápidos e intensos, Paula sintió que se entregaba a Pedro en cuerpo y alma. Se percató de que sus esfuerzos por mantenerse alejada de él habían resultado inútiles. Él le había robado el corazón desde el primer momento en que se vieron. Pedro continuó acariciándola y moviéndose en su interior hasta que ella tensó el cuerpo y llegó al éxtasis. Lo agarró con fuerza y pronunció su nombre. Él no paró de moverse, hasta que momentos más tarde, arqueó el cuerpo y gritó el nombre de Paula. Se estremeció entre sus brazos y susurró su nombre una y otra vez. Paula sintió que su corazón se llenaba de felicidad.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 24





Entraron en la casa y Paula cerró la puerta. Dejó el bolso y las llaves sobre una mesita que había en el recibidor. Se desabrochó el abrigo pero no se lo quitó. Se volvió y miró a Pedro, que todavía estaba junto a la puerta.


—De acuerdo, dime lo que tengas que decirme, y márchate, por favor —le dijo cortante.


—Paula, por favor. Escúchame un segundo —todavía estaba cansado tras haber subido corriendo las escaleras—. Te he mentido. Lo que he dicho acerca de que quería que me acompañaras solo para alejar a otras mujeres… no era verdad. Para nada.


—¿Ah? ¿Y cómo sé que ahora no me estás mintiendo?


—Porque, en el fondo, sabes que no soy un mentiroso —dijo él, y se acercó a ella—. No te habría mentido. De no ser porque sé que tienes dudas respecto a continuar con nuestra relación, y que estás asustada por lo que sientes por mí.


Tenía toda la razón, y Paula tuvo que desviar la mirada para no enfrentarse a él.


—Pensé que lo mejor sería inventarme una excusa para que no te sintieras amenazada. Supongo que estaba desesperado. Me horrorizaba pensar que ibas a decirme que no querías verme más… ¿no es así?


Ella asintió y suspiró.


—Me has comprendido de maravilla —admitió ella.


Así que Pedro sentía algo por ella. ¿Era eso lo que le estaba diciendo? Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. Miró a Pedro y él la abrazó. Cuando la atrajo hacia sí, ella no se resistió. Lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza en su pecho.


—No podía soportar la idea de no volver a verte —susurró él—. Estoy loco por ti. Por favor, perdóname por haberte mentido. No quería herir tus sentimientos. Me crees, ¿verdad?


Sus palabras eran sinceras. Paula lo sabía. Y se sorprendió al ver que Pedro se preocupaba tanto por ella.


—Por supuesto que te creo —le dijo—. Yo también lo siento… por haber dudado de ti y… salir corriendo.


—Ya te lo dije una vez, Paula, no voy a permitir que te alejes de mí.


—Me lo has demostrado —comentó ella.


—Te lo demostraré una y otra vez, si fuera necesario.


¿Sería necesario? Paula intentó separarse de él pero no pudo. Le gustaba mucho estar abrazada a él. Demasiado como para soltarlo. Él inclinó la cabeza para besarla, y ella levantó la suya para que sus bocas se encontraran. Se sentía satisfecha, apreciada y deseada. Habían terminado los días en que pensaba alejarse de él. Estaba dispuesta a asumir que eso era imposible.


Pedro continuó besándola mientras le quitaba el abrigo y lo dejaba caer al suelo. Después, se separó un instante de ella para quitarse la chaqueta. Enseguida la abrazó de nuevo, y sus labios se encontraron con más pasión. Le acarició la espalda, la cintura, y las caderas. 


Paula sintió que le desabrochaba la cremallera del vestido y, de pronto, una brisa de aire frío en la espalda le cubrió el cuello y los hombros con cálidos besos y después le retiró el vestido y lo dejó caer al suelo, dejando al descubierto la ropa interior de encaje negro que llevaba.