lunes, 3 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 11

 


Pedro salió del ascensor y atravesó el pasillo que conducía al bar y al restaurante. Buscó con la mirada al hombre con el que había quedado para cenar, Javier Cortez, pero no lo vio. Parecía que había llegado antes que él, se dijo dirigiéndose al bar.


Cortez era primo de los Medina, una familia real cuyo reinado en un país europeo había acabado con un violento golpe de Estado. Los Medina y sus parientes se habían exiliado a Estados Unidos, y habían vivido en el anonimato hasta que un medio de comunicación había descubierto su identidad el año anterior.


Cortez había servido como jefe de seguridad de uno de los príncipes antes de que saltara la noticia, y ahora era el encargado de las medidas de seguridad de toda la familia. Para Pedro, que los Medina se convirtieran en sus clientes, sería todo un logro.


Se encaramó a uno de los taburetes de la barra del bar, y le pidió al camarero una botella de agua mineral con gas. No quería tomar alcohol esa noche.


Aviones Privados Alfonso era todavía una compañía relativamente pequeña, pero gracias a un contacto había conseguido aquella reunión con Cortez: la hermana de la esposa de su primo estaba casada con un tipo apellidado Landis, y uno de los hermanos de éste estaba casado con una hija ilegítima del defenestrado rey.


Una de esas cosas que le hacían pensar a uno que el mundo era un pañuelo. El caso era que gracias a aquello había conseguido esa reunión, y ahora todo dependía de él. Igual que le había dicho a Paula. ¿Paula? ¿Por qué había pensado en Paula en ese momento?


Sí, era una mujer atractiva, se había dado cuenta nada más subir al avión, y había logrado mantener esa atracción bajo control hasta que la había pillado mirándolo cuando estaba desvistiéndose. La ola de calor que lo había invadido no era precisamente lo que le convenía antes de una cena de negocios.


Pero necesitaba su ayuda, así que le costara lo que le costara tenía que conseguir luchar contra esa atracción. Sus hijos eran su prioridad número uno.


En ese momento se oyó el ascensor, y de él salió Cortez. La gente empezó a murmurar. Todavía no se había diluido la novedad de tener a miembros de la realeza europea allí. Cortez, de unos cuarenta años, avanzó con paso firme hacia él, que se había puesto de pie y le había hecho una señal para que lo viera.


–Siento llegar tarde, señor Alfonso –le dijo tendiéndole la mano cuando llegó junto a él.


Pedro se la estrechó.


–No se preocupe, sólo han sido unos minutos.


Volvió a tomar asiento y el Cortez se sentó junto a él y pidió un whisky.


–Le agradezco que se haya tomado la molestia de venir hasta aquí para reunirse conmigo –dijo mientras le servían–. A mi mujer le encanta este sitio.


–Lo comprendo, tiene mucha historia.


Y también es un buen sitio para llevar a cabo negociaciones, cerca de la isla privada de los Medina, a unos kilómetros de la costa de Florida.


A él, sin embargo, no lo habían invitado aún a aquel sanctasanctórum. Las medidas de seguridad eran muy estrictas. Nadie sabía la localización exacta, y pocos habían visto la fortaleza que había en la isla. Los Medina tenían un par de aviones privados, pero a medida que la familia crecía con matrimonios e hijos se iban quedado cortos para sus necesidades de transporte.


Cortez tomó un sorbo de su bebida y la depositó sobre el posavasos.


–Como mi mujer y yo estamos aún técnicamente de luna de miel le prometí que nos quedaríamos unos días más. Ya sabe, para que pueda ir de compras y disfrutar del sol de Florida y de la piscina antes de que regresemos a Boston.


–Ah, ya veo –murmuró Pedro, sin saber qué decir.


–Creo que ha venido usted con sus hijos y su niñera.


Pedro no le sorprendió que lo supiera. Sólo llevaban una hora en la ciudad, pero seguramente Cortez no acudía a ninguna cita sin tantear el terreno y tenerlo todo bajo control por motivos de seguridad.


–Sí, bueno, me gusta poder pasar con mis hijos todo el tiempo que puedo, y no quería dejarlos atrás, así que por eso los he traído junto a nuestra Mary Poppins particular.


Cortez se rió.


–Excelente. Sé que habíamos quedado para cenar y hablar de negocios, pero mi esposa se ha empeñado en que la lleve a un espectáculo, así que confío en que no le importe que lo pospongamos.


Justo lo que menos necesitaba, tener que prolongar su estancia allí. Y a saber si la cosa se alargaría aún más…


–Por supuesto, no hay problema.


Cortez apuró su copa, pagó las bebidas de ambos, y los dos se levantaron y se dirigieron al ascensor.


Cortez, que según parecía también se alojaba en el ático del hotel, pasó la tarjeta por la ranura del panel lector, y cuando las puertas se hubieron cerrado y empezaron a subir le dijo:

–A mi esposa y a mí nos gustaría desayunar con usted y con sus hijos mañana por la mañana. Y puede traer también a la niñera, por supuesto. ¿Le va bien sobre las nueve?


Lo que faltaba… Desayunar en un restaurante con un niño pequeño podía ser un infierno, conque con dos…


–Eh… sí, claro, a las nueve.


El ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron.


–Estupendo, pues allí nos veremos.


Salieron del ascensor, y Cortez tomó hacia la derecha mientras Pedro tomaba hacia la izquierda.


Cuando estaba acercándose a la puerta de la suite, a Pedro le pareció oír un chillido de uno de sus pequeños. ¿Se habría hecho daño? Preocupado, apretó el paso y se apresuró a abrir la puerta para encontrarse con Paula, que llevaba a un bebé en cada cadera, los dos recién bañados y mojados. Tenía las mejillas sonrosadas y le sonrió.


–No sabes lo que me ha costado atraparlos –dijo jadeante–; para estar empezando a andar son muy rápidos.


Pedro alcanzó una toalla del brazo del sofá y la abrió.


–Pásame a uno.


Paula le tendió a Baltazar, y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse mirándola embobado. Tenía la blusa empapada, y la tela se le pegaba al cuerpo, resaltando sus curvas. ¿Quién habría pensado que Mary Poppins podría ganar un concurso de camisetas mojadas?




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 10

 


En cuanto Pedro hubo tomado la camisa, Paula retrocedió.


–¿Hay alguna cosa que deba tener en cuenta antes de que llame para pedir la cena?


–Baltazar es alérgico a las fresas, pero a Olivia le encantan y si caen en sus manos siempre intenta compartirlas con él, así que ten cuidado con eso –respondió Pedro mientras se ponía la camisa.


Paula hizo un esfuerzo por apartar la vista de sus dedos mientras se abrochaba.


–Si hubiera una emergencia llámame a este número –Pedro tomó un bolígrafo y lo apuntó detrás de una de sus tarjetas–. Es mi móvil privado.


–De acuerdo.


Paula tomó la tarjeta y la encajó en una esquina del espejo del dormitorio.


Pedro se desabrochó el cinturón para meterse por dentro la camisa, y Paula no pudo evitar quedarse mirando, como hipnotizada, pero cuando se dio cuenta de que él la había pillado se dio media vuelta con las mejillas ardiendo. Mejor mirar por la ventana, pensó, aunque había estado en San Agustín al menos una docena de veces. A lo lejos se veía la Universidad Flagler, uno de los sitios donde había barajado estudiar. Pero sus padres le dijeron que no le pagarían la universidad si se iba de Charleston.


Los estudiantes de la universidad de Flagler, un conjunto de edificios del siglo XIX que tenían el aspecto de un castillo, debían sentirse como si estuvieran en Hogwarts. De hecho, toda la ciudad tenía un aire irreal… casi como aquel viaje.


Si Pedro no acababa de vestirse ya, pronto le entrarían ganas de tirarse de los pelos. Era demasiado tentador como para no girar la cabeza y echarle otra mirada con disimulo. No podía creerse que se estuviese excitando aun cuando no podía verlo.


–Ya puedes darte la vuelta –le dijo Pedro.


Paula se mordió el labio y se volvió. ¿Por qué tendría que ser tan endiabladamente guapo?


–Puedes irte tranquilo; he hecho de Niñera otras veces.


No muchas, pero sí había cuidado de los bebés de sus amigas en alguna ocasión pensando que algún día ella necesitaría que le devolvieran el favor. Sólo que ese día nunca había llegado.


–Los gemelos son diferentes –respondió él mientras volvía a meterse la corbata por la cabeza.


Si tan preocupado estaba, que cancelase su cena de negocios, habría querido espetarle Paula, pero no lo hizo. Estaba irritada, pero no por eso. Se sentía muy atraída por aquel hombre al que se suponía que quería cortejar para conseguir un contrato para su pequeña empresa y no para llevárselo a la cama.


Su mente se vio asaltada por recuerdos de sábanas revueltas y cuerpos sudorosos. Había tenido una vida sexual muy satisfactoria con su ex, y eso había hecho que creyera erróneamente que todo iba bien entre ellos.


Pedro –la facilidad con que su nombre abandonó sus labios la sorprendió–, los gemelos y yo nos las arreglaremos. Tomaremos puré de manzana, patatas fritas y nuggets de pollo, y luego nos empacharemos de dibujos animados en el canal de pago. Y tendré cuidado con que no caiga en manos de Olivia ningún objeto pequeño, y de que Baltazar no se suba a ningún sitio ni tome fresas. Anda, vete a tu cena; estaremos bien.


Pedro vaciló un instante antes de tomar su chaqueta.


–Si me necesitas no dudes en llamarme.


Su cuerpo desde luego que lo necesitaba. Pero no iba a dejarse dominar por sus hormonas; su cerebro llevaba el timón.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 9

 


Dos horas más tarde estaban instalándose en la lujosa suite que había reservado Pedro en el hotel Casa Mónica de San Agustín, en Florida, uno de los más antiguos de la histórica ciudad.


Tenía que llamar a Blanca. Estaba segura de que se las apañaría sin ella , pero quería hablar con ella de todos modos para darle la dirección del hotel.


La suite que Pedro había reservado tenía dos dormitorios conectados por una sala de estar. El baño, que era gigantesco, tenía una bañera circular que parecía estar llamándola cuando Paula posó sus ojos en ella. Le dolían los músculos de haber estado todo el día trabajando, y de haber acarreado con la butaca de uno de los bebés. Y de pronto, se encontró imaginándose en aquella bañera con un hombre… y no con cualquier hombre…


Regresó a su dormitorio, que tenía pesadas cortinas de brocado y muebles tapizados de terciopelo azul y las cunas de los dos bebés. Pedro se había quedado con el otro dormitorio, que era más pequeño.


Miró a los niños, que dormían.


–¡Cómo duermen tus hijos! Me están haciendo el trabajo muy fácil.


–Pamela, mi ex, no lleva un horario como Dios manda con ellos, y el primer día que los tengo conmigo siempre duermen mucho –respondió Pedro–, pero verás cuando se despierten con las baterías recargadas… Baltazar parece un angelito pero cuando menos te lo esperas va y te hace una trastada. Siempre anda subiéndose donde no debe. ¿Ves la cicatriz que tiene en la ceja izquierda? Tuvieron que darle puntos porque se hizo una brecha. En cuanto a Olivia… no pierdas de vista sus manos –le explicó dirigiéndose a su dormitorio–. Es muy aficionada a meterse cosas pequeñas en la nariz, en las orejas, en la boca…


El cariño que Pedro sentía por sus hijos se hizo aún más evidente mientras le detallaba de ese modo la personalidad de sus hijos. Parecía que los conocía bien. No era lo que habría esperado de un padre divorciado que sólo veía a sus hijos de cuando en cuando. Intrigada, lo siguió, pero se detuvo al llegar al umbral de la puerta abierta y ver que se había aflojado la corbata y que estaba desabrochándose la camisa. Paula dio un paso atrás.


–Em… ¿qué estás haciendo?


Pedro se sacó la corbata aún anudada por la cabeza y se sacó los faldones de la camisa del pantalón.


–Baltazar me dio con los zapatos antes cuando lo tomé en brazos –le explicó, mostrándole las manchas que había dejado en la camisa–. Tengo que cambiarme para la cena; no puedo presentarme así.


Ah, cierto. Casi se había olvidado. Pedro le había dicho que tenía una cena de negocios en el restaurante del hotel y que pidiera al servicio de habitaciones la cena de los niños y la suya. También le había dicho que volvería en dos o tres horas. Tal vez podría hacer unas llamadas mientras le daba un baño a los niños, pensó Paula. Hablaría con su madre y vería si tenía algún mensaje en el buzón de voz.


–Claro, no puedes permitirte ir a esa cena tan importante con una camisa sucia.


–¿Podrías sacarme una camisa limpia de la maleta?


–Eh… claro –balbució ella, dándose la vuelta antes de que siguiera desvistiéndose.


Fue donde estaba la maleta, y al abrirla… oh, Dios, fue como si la ropa que había dentro desprendiera olor a él. El aroma le resultaba embriagador.


Buscó una camisa blanca entre la ropa y se sorprendió de ver que también había otras bastante coloridas. Parecía que el serio empresario tenía un lado salvaje. Un cosquilleo le recorrió la piel y cerró azorada la maleta.


Con la camisa en la mano se volvió hacia Pedro, que sólo llevaba los pantalones y una camiseta interior de manga corta. Sus anchos hombros estiraban la tela casi al límite. Paula trató de ignorar la ola de calor que la invadió y, tendiéndosela, le preguntó:

–¿Te sirve ésta?


–Estupendo, gracias.


Los nudillos de Pedro rozaron los de ella cuando tomó la camisa, y Paula volvió a sentir que un cosquilleo le subía por el brazo hasta el pecho. Había algo tan íntimo en aquella escena… Estaba en un dormitorio con un hombre guapísimo, ayudándolo a vestirse, y en la sala de estar dormían dos preciosos bebés. Era demasiado hermoso, demasiado similar a lo que una vez había soñado con tener con su ex.