sábado, 21 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 5




Cuando el timbre sonó, corrí al panel del intercomunicador para saludar a Martina e Ivan. Abrí la puerta de mi apartamento y encontré a Martina subiendo por las escaleras, una bolsa de papel marrón llena con botellas de licor en una mano y un recipiente plástico en la otra. Ivan cargaba un ramo de rosas. Ivan era como un hermano para mí, pero no estaba segura de que siempre estuviéramos en la misma página.


Le hice prometer a Martina no organizar nada grande, solo saldríamos a disfrutar de unos cocteles, y hasta ahora parecía que había mantenido su parte del trato.


—¡Nuestra bebé está creciendo, Ivan! —chilló Martina y me tiró en un abrazo. Le palmeé la espalda y la alejé por algo de espacio personal. No era la más grande abrazadora en el mundo. Ivan se rió y pasó alrededor de nosotras, entrando a mi apartamento. Sabía que era mejor no tratar de abrazarme, después que me quedé completamente rígida en sus brazos la única y primera vez que él lo intentó—. Gracias por las rosas —le dije a su espalda mientras hacía su camino a mi cocina por un vaso. Había pasado suficiente tiempo en mi departamento como para saber dónde estaba todo. Demonios, creo que él conocía mi apartamento mejor que yo. Una vez lo llamé para preguntarle cómo limpiar mi cabello del desagüe obstruido de la ducha y me informó que tenía una botella de limpiador de cañerías debajo del fregadero de la cocina. Él era bueno para mí, así como lo era Martina. Ella a menudo me obligaban a salir de mi caparazón, lo que, sin embargo era a veces doloroso, era bueno para mí también.


Martina se hizo cargo de la isla de la cocina, extrayendo varias botellas de alcohol y mezcladores de su bolso. Ivan consiguió los vasos y los llenó con hielo, mientras yo estaba de pie y los observaba.


—¿Qué hay aquí? —Levanté la tapa de la bandeja de plástico, esperando que contuviera un pastel.


—Tragos de gelatina —respondió Martina, sonriendo—. Prueba uno.


Quité la tapa y la dejé a un lado. La bandeja estaba llena de pequeños vasitos de plástico que contenían un arcoíris de brebajes de gelatina. Desde luego, parecían invitarme. 


Escogí uno verde y lo incliné en mi boca, pero la masa gelatinosa se mantuvo firmemente plantada en el interior del vaso.


Martina se echó a reír y miró a Ivan. —Enséñale cómo, Ivan. Olvidé que teníamos una virgen de tragos de gelatina en nuestras manos. —Midió dos tragos de licor claro y los arrojó en un vaso lleno de hielo, mezclando la bebida como si fuera su segunda naturaleza.


Ivan sonrió y rodeó la isla para estar de pie junto a mí. —Saca la lengua.


Entrecerré mis ojos a él.


Se rió entre dientes. —Sólo hazlo.


Obedecí y él llevó la copa a mi boca, mostrándome cómo arremolinar mi lengua alrededor del borde de este para aflojar la gelatina hasta que se deslizara del vaso a mi boca.


—Mmm. ¿Manzana verde? —pregunté.


Ivan limpió una mancha de gelatina de mi labio inferior y lo lamió de su dedo.


Martina asintió. —Sip. Y aquí está tu trago de cumpleaños.


Era rosa y burbujeante. Tomé un sorbo y lo encontré sorpresivamente refrescante. Difícilmente podías saborear el vodka que la había visto verter dentro. Era suave y delicioso. —Gracias.


Una vez que todos tuvimos bebidas, cortesía de Martina, Ivan agarró la bandeja de tragos de gelatina e hicimos nuestro camino hacia la sala para sentarnos en el centro de mi peluda alfombra color crema. —Necesitamos música. —Martina abrió mi portátil y mi corazón casi se detiene. Salté de mi asiento en un esfuerzo por detenerla de ver lo que estaba a punto de ver, pero fue demasiado tarde—. ¡Santa mierda!


Mis mejillas ardían al recordar para lo que había usado el computador la última vez, había escrito en la dirección, la página web porno de la tarjeta de presentación cuando llegué a casa y busqué hasta que encontré fotografías de Pedro.


—¿Qué es? —preguntó Ivan, mirando alrededor de Martina. Su cara se arrugó de asco—. ¡Puaj! —Saltó hacia atrás del ordenador, como si lo hubiera picado.


—¿Miras porno, Paula! —La sorpresa en la voz de Martina era inconfundible—. No te estoy juzgando, en absoluto, es más como… sólo estoy sorprendida. Siempre has parecido de la especie de inocente.


Tragué saliva y agarré el portátil de su regazo, tirándolo hacia el mío. — No es lo que piensas. —Abrí mi biblioteca de música e inicié la lista de reproducción de indie-rock, entonces puse el computador a un lado.


Martina se rió, echando la cabeza hacia atrás. —Lo siento, cariño, pero eso va a requerir una explicación. Quiero decir, nunca has tomado un trago de gelatina, te criaste con los Chaves, tu maldito cajón de ropa interior está organizado por color y día de la semana. Escúpelo, nena.


Ivan levantó la vista de su bebida. —¿Tienes ropa interior por días de la semana? Oh, tengo que ver esto. —Se puso de pie y caminó por el pasillo hasta mi habitación, Martina y yo saltamos a nuestros pies para seguirlo.


—¡Ivan! —llamé—. ¡Sal de ahí!


Él se echó a reír y abrió el cajón superior de mi cómoda tallada a mano de color rosa pálido. —Santa mierda, no estabas bromeando, Marti. —Levantó un par de bragas de algodón blanco de la parte superior de la pila y los sostuvo
para inspeccionar—. Domingo —leyó en la parte de atrás, riéndose entre dientes.


Los arrebaté de sus manos, arrojándolos de vuelta en el cajón y lo cerré de golpe con mi cadera. —Suficiente. Fuera. —Los ahuyenté de mi dormitorio.


Sí, compré el paquete de ropa interior de algodón. Eran cómodos. No era tan malo. Martina se mantuvo firme, bloqueando la puerta de mi habitación.


—Sólo si nos cuentas la historia de ti mirando porno. Apuesto a que ni siquiera tienes un juguete sexual, ¿verdad?


—Te lo diré. —La rodeé para caminar por el pasillo. Pero no iba a responder la pregunta sobre juguetes sexuales. Incluso si Ivan era como un hermano para nosotras, aún era un hombre, y no iba a admitir que tenía un vibrador escondido en la parte de atrás del cajón de mi ropa interior. Dios, me hubiera muerto de vergüenza si hubieran encontrado eso. 


Una vez que estuvimos sentados en la alfombra de la sala otra vez, me tomé unos pocos tragos más de gelatina para aliviar mis nervios y tiré de una almohada sobre mi regazo. Martina se sentó enfrente de mí, pareciendo satisfecha, y recostándose contra el sofá. —Está bien. Pasó algo anoche en la sala de emergencias… —Agarré otro trago y sorbí el bocado gelatinoso, necesitando fortalecerme a mí misma ante el recuerdo de la erección de Pedro.


—¿Cómo de grande dirías que era? —preguntó Martina una vez que conté de mi historia, inclinándose hacia adelante con ansiosa curiosidad.


—Ah, infierno, voy a por otra bebida —anunció Ivan, dirigiéndose a la cocina.


Después de considerar —y rechazar— un cercano candelabro, y sin encontrar nada más adecuado en mi sala de estar para exhibir toda la longitud de la hombría de Pedro, Marti y yo hicimos nuestro camino hasta la cocina, sonriendo ante mi idea de coger un pepino del refrigerador.


Metí la mano en el cajón de las verduras y sostuve la larga verdura frente a mi entrepierna. —Esto se ve bastante bien.


Martina me tomó de los hombros, girándome de un lado a otro, así podía mostrar varios ángulos. —Maldita sea. A ese chico le cuelga.


Ivan se retiró al cuarto de baño mientras Martina y yo regresábamos a la sala de estar. Ella alzó el pepino con orgullo sobre su cabeza, agitándolo al ritmo de la música y encabezando el camino de vuelta hasta mi ordenador.


Martina se sentó en el sofá con el portátil en equilibrio sobre sus rodillas y yo me deslicé a su lado para… supervisar.


—Haz clic aquí —le dije, señalando a las fichas con etiquetas de los modelos. El título me había parecido un poco extraño, pero supuse que sonaba con más clase que decir estrellas del porno. La mayoría de las imágenes eran de chicas en topless posando seductoramente. Martina se desplazó más allá de las fotos de las chicas. Anoche había inspeccionado a fondo cada imagen, preguntándome si Pedro habría dormido con ellas, y a cuál preferiría más.


Todas esas chicas eran delgadas y bronceadas, con grandes pechos falsos.


Yo no quería, pero mi mente inevitablemente hizo comparaciones con mi propio cuerpo.


Yo era de estatura media, de peso medio. Mis pechos eran decididamente reales, caían varios centímetros cuando me quitaba el sujetador, y tenía demasiadas pecas para ser considerada sexy. Bonita tal vez, pero definitivamente no a la altura del tipo de mujeres con las que él dormía normalmente. Sin embargo, todos los pensamientos de inseguridades se desvanecieron cuando encontré la foto de Pedro.


—Ese es él. —Señalé la foto.


Decía que su nombre era Sebastian, pero era definitivamente Pedro.


Estaba de pie cerca de un banco de pesas, pantalones cortos sueltos sobre sus estrechas caderas para mostrar sus marcados abdominales y estaba sonriendo como si supiera un secreto que el resto desconocíamos.


—Maldita sea. Es jodidamente caliente.


Me reí. —Lo sé.


Martina hizo clic sobre su foto. A pesar de que me pasé la última noche estudiando detenidamente cada una, no pude evitar inclinarme hacia adelante para unirme en su inspección. Tenía una página completa de fotos. En muchas vestía solo un par de calzoncillos negros, y otras pocas en las que los bóxer habían sido eliminados y todo él estaba orgulloso en la pantalla. El tatuaje sobre el que yo me había preguntado era un diseño tribal que cubría su hombro
izquierdo y se arrastraba hasta su pecho, terminando en su cuello.


Me sonrojé ante la vista de su polla bien erecta y el calor se arrastró hasta mi pecho, hasta que estuve rosada y tensa. 


No podía dejar de recordar la sensación de estar cerca de Pedro en la semi-privada habitación del hospital, donde había estado lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su piel y oler el aroma almizclado de su excitación.


Martina se desplazó hasta la biografía que había debajo de las fotos.


La había leído anoche, pero no podía resistirme a leerla otra vez por encima de su hombro. Decía que era el más nuevo modelo, y que trabajaba en exclusiva para su página web. La biografía afirmaba que era extremadamente profesional para trabajar y que siempre se centraba en asegurarse de que las chicas se sintieran cómodas. Fuera del trabajo, disfrutaba entrenando y escuchando música rock. Sonaba como un cliché de mierda, pero eso no me impidió aferrarme a cada pizca de información que pudiera conseguir.


Ivan apareció desde la cocina, esta vez con una botella de cerveza, y se hundió en una silla al otro lado de la habitación.


—Ivan, ¿quieres ver el aspecto que tiene un verdadero hombre? —bromeó Martina.


Le di un codazo en el costado. Ivan era solo unos centímetros más alto que yo y tenía una constitución delgada, pero era lindo y no me gustaba que ella le menosprecie. Especialmente porque regularmente recibía críticas por ser uno de los pocos estudiantes masculinos de enfermería.


—Tengo que verlo cada día, nena. Estoy bien. —Se terminó el resto de la cerveza.


Martina cerró el portátil. —Vamos a salir. Si miro algo más de eso, me lanzaré sobre el primer chico que vea en el club.


En el momento en el que llegamos, los tragos de me habían hecho efecto.


Ivan pasó el brazo alrededor de mi cintura y me ayudó a entrar. Una vez que estuvimos estacionados en el bar, me depositó de forma segura en un taburete, rechazó el pedido de Martina para más tragos y me pidió una cerveza y agua. Con nuestras bebidas en la mano, encontramos una cabina en la esquina y nos sentamos.


Me dejé caer en el asiento, apoyando la cabeza en el hombro de Ivan. — ¿Qué había en esas cositas de gelatina? Me siento rara.


Martina se rió. —Vodka. Pensé que sabías que los tragos de gelatina llevaban alcohol.


Ivan tomó mi barbilla, girando mi rostro hacia el suyo. —¿Cuántos de esos te has tomado,Pau?


Intenté contarlos y perdí la pista. —Umm, ¿diez? ¿Doce?


—Mierda —dijo y quitó la botella de cerveza de mi mano, remplazándola por el agua.


—Maldita sea, Martina. Dijiste que le echarías un ojo esta noche.


Martina agitó una mano hacia él. —Está borracha, no muerta, Ivan. Cálmate. Es su vigésimo primer cumpleaños, y por Dios, no eres su padre. — Tomó de nuevo un buen trago de su propia bebida.


—No discutan, chicos. Estoy bien. —Extendí la mano hacia ellos tranquilizadoramente, pero la dejé caer—. ¿Ven?


Ambos se rieron de mi falta de coordinación.


—A veces olvido lo protegida que estás, Paula. Juro que actúas como si hubieras sido criada por los Cleavers, con tus bragas de algodón de los-días-dela- semana y todo. —Se echó a reír.


Me senté más erguida en mi asiento. —Solo porque soy virgen para los tragos de gelatina no significa nada. Demonios, soy virgen en cada sentido…


Me tapé la boca con una mano. ¡Ups!


No había querido decir eso en voz alta.


Martina agarró mis hombros. —¿Hablas en serio?


Asentí de mala gana. Las caras de Marti e Ivan estaban llenas de sorpresa ante mi revelación. —¿Qué? No es como si estuviera orgullosa de ello.


No quiero ser así más.


Martina tomó mi mano. —Nena, no es nada de lo que avergonzarse. Pero si lo que quieres es deshacerte de ella… no es tan difícil de hacer. Tus padres tuvieron la conversación de las abejas y los pájaros contigo ¿verdad?


Aparté mi cerveza de Ivan y tomé un trago fortificante. —No soy como tú.No puedo tener una aventura de una noche.


—Bueno, no me vengas llorando cuando te encuentres vieja y viviendo sola con un puñado de gatos.


Tomé otro trago de mi botella, no le contaría que había estado pensando en conseguir un gato últimamente. —Déjala en paz, Marti —dijo Ivan, quitándome la cerveza de la mano otra vez. Se inclinó hacia mí—. Si quieres que te ayude solo házmelo saber.


Martina golpeó con fuerza la mano de Ivan para apartarla de mi muslo. —No, Ivan. Yo la ayudaré a elegirlo. Será como mi regalo de cumpleaños. —Sonrió. Hice rodar los ojos, resoplando ante sus sugerencias. No iba a elegir a un tipo al azar para dormir con él en mi vigésimo primer cumpleaños. Y por supuesto que no iba a acostarme con Ivan. ¡Argh! 


¿Podrías imaginarlo? Era como un hermano para mí—. ¡Oh Dios mío! Paula, mira. —Martina señaló al otro lado del bar—. Es el tipo de la página web.




DURO DE AMAR: CAPITULO 4





Cuando desperté y busqué mi móvil para ver la hora, me sorprendí al descubrir que ya eran las cuatro de la tarde. Me estiré y arrojé de vuelta mi edredón, suspirando porque a pesar que era tarde, mi cuerpo no estaba tan dispuesto a dejar mi suave y celestial almohada.


Trabajar en el turno de medianoche estaba causando estragos en mi sistema. Cada noche que trabajaba, despertaba más y más tarde en el día. Al menos tenía esta noche libre, era mi vigésimo primer cumpleaños, e iba a salir con mis amigos más tarde. No podía imaginar lo que Martina tenía planeado. Esa chica, a pesar de que la consideraba mi mejor amiga en la escuelde enfermería, era un problema con «P» mayúscula.


Me senté en mi tocador y cepillé mi cabello. Las bolsas bajo mis ojos necesitaban atención también, así que apliqué un poco de corrector antes de fijar mi cabello en una coleta.


Mis padres no entendían por qué trabajaba tan duro. El dinero ciertamente no era el motivador, mi familia tenía más de lo que hubiéramos gastado en toda una vida, pero yo quería algo más para mí misma. Algo que fuera bueno y me mantuviera ocupada. Su única meta para mí era encontrarme a un hombre rico y bien educado, y convertirme en alguna especie de esposa perfecta, un deseo que no compartía. Una vida como esa sonaba increíblemente aburrida para mí. No quería pasar mis tardes tomando píldoras de la felicidad y copas de vino. No, gracias.


Una vez en la cocina, deslicé una dosis de café en la cafetera, el dispositivo más usado en mi cocina ya que rara vez me molestaba en cocinar para mí. No podía dejar de pensar en la noche anterior, o más específicamente, en Pedro. Bueno, en realidad estaba pensando en cierta parte de su anatomía más que en otra cosa, y me reí de mí misma. Había visto un montón de cosas extrañas trabajando en el turno de medianoche en la sala de emergencias, pero
esta fue una de las más memorables.


Él era innegablemente atractivo, y eso fue incluso antes de ver la pitón que acampaba en sus pantalones. Era alto y ridículamente tonificado de la cabeza a los pies, con una cara dura y mandíbula fuerte. Su nariz tenía una cresta pequeña que indicaba que probablemente fue sido rota en algún momento, y esos ricos ojos color chocolate rodeado por espesas y oscuras pestañas.


Tuvo el más extraño efecto en mí. Nunca me había atraído un paciente.


Nunca. Era mi trabajo, y rara vez notaba detalles sobre la persona actual. Esa afirmación sonaba superficial, pero veía a la gente que entrar y salir del hospital como objetos clínicos. Solamente notaba detalles que necesitaba para hacer mi trabajo, como dónde hay mejor línea de vena para empezar una intravenosa o extracción de sangre, o calcular las medicinas en base al peso, cosas como esa.


Pero con él, no pude concentrarme en lo que necesitaba hacer. En su lugar, me di cuenta cómo sus oscuros ojos seguían cada uno de mis movimientos, el grosor de la vena que pasaba por la longitud de su eje, y la tensión en su cuerpo ante la evidente incomodidad. También noté el tatuaje asomando por el cuello de su camiseta como si se arrastrara por su cuello. Quería ver el resto de él, incluso si el solo pensamiento hacía revolver mi estómago de nervios. 


Y sé que sabía de mi vergüenza por esa molesta sonrisa tirando de sus labios.



DURO DE AMAR: CAPITULO 3




Cuando Paula regresó, yo estaba sentado en la mesa de examen, la bata de papel cerrada sin anudar a mí alrededor. Leandro no se había ofrecido a irse mientras me cambiaba. Él y toda una habitación llena de gente ya me había visto desnudo, así que pensé que no importaba mucho en este punto. Ansiaba que esta jodida noche acabase.


Paula se lavó las manos y cuidadosamente colocó una bolsa de hielo sobre mi ingle. Me moví y dejé escapar un gruñido de sorpresa por la frialdad, y los ojos de Paula se encontraron con los míos. —¿Está bien? —preguntó en voz baja.


—Bien —dije y tragué la cadena de malas palabras que quería dejar salir y ajusté la bolsa de hielo para que no se sentara directamente en mis bolas.


Leandro se apoyó en la mesa de examen y rió para sus adentros como si encontrara nuestra interacción divertida. 


Era evidente que yo estaba intrigado por ella y por la forma en que sus ojos vagaron por la habitación, desesperada por mirar a otro lado excepto directamente a mí, o mejor dicho, a mi apéndice inflamado. Ella estaba claramente incómoda.


—Puedes ver por qué lo contraté, ¿no, cariño? —Leandro sonrió con orgullo y me dio un codazo suavemente en un costado.


Sus mejillas se ruborizaron y metió la barbilla contra el pecho.


—Continuaremos con esto —gruñí. No me importaba el examen o estar expuesto, sólo quería poner fin a su vergüenza lo antes posible.


No sé por qué escuché a Leandro y tomé esas malditas pastillas.


Me sentía atraído por la modelo que contrató, ese no era el problema. Era muy bonita, menuda y bien proporcionada, pero se había visto jodidamente asustada. Traté de mantener una conversación cortés antes que comenzara el rodaje, pero incluso una pequeña charla fue demasiado para ella. Se excusó a la cocina, donde estaba sentada encaramada en un taburete de la barra, con los ojos cerrados y el pecho oprimido que subía y bajaba mientras tomaba profundas respiraciones. Después de que finalmente se convenció de hacer esto, me sentí tan incómodo que ni siquiera pude mantener mi erección —algo que nunca fue un problema para mí antes.


No me follaría a una chica que estaba horrorizada de mí. Lo siento, eso no es excitante. Leandro asumió que era un problema de nervios, y estúpidamente acepté las píldoras en lugar de explicarle por qué no quería hacer esto. Al final, tuve que ser hombre y explicarle la situación, pero no antes de que el daño estuviera hecho.


—¿Así que eres una estrella porno? —preguntó Paula, mirándome brevemente antes de alejar la mirada.


Estaba tan nerviosa como un ratón de campo en una estampida. —¿Eso te molesta? —fanfarroneé. No tenía por qué saber que se trataba de mi primera película y ni siquiera la había terminado. Además, ya me había juzgado. No tiene sentido tratar de defender mi honor.


Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo y los mantuvo. —No. — Su voz sonó segura, pero no pude dejar de notar el rubor que se arrastró hasta el cuello para colorear sus mejillas. No estaría para nada sorprendido de saber que era virgen, con lo tímida e insegura que era de sí misma. 


Razón de más para estar lo más lejos posible de ella.


Viendo su trabajo, sus pequeñas manos moviéndose para cuidar de mí agitó algo en mi interior. Había pasado mucho tiempo desde que alguien cuido de mí.


El médico entró en la sala —Un hombre a finales de los cuarenta, y puritano, cosa que me tranquilizó.


Después de cubrir los aspectos básicos —que me había tomado dos de las pequeñas píldoras azules a pesar de que sólo se recomendaba una y sí, había estado totalmente erecto después de cuatro horas y media, ahora el médico, por suerte, se fue directo al trabajo, abriendo mi bata. Mi miembro inflamado sobresalía frente a mí, saludando con orgullo al doctor y a Paula.


—¡Allí está! —Leandro sonrió con orgullo. Este tipo era retorcido. ¿Por qué demonios estaba tan interesado en mi polla? Claro que era superior a la media, lo sabía. Después de que Leandro se me acercara para protagonizar una de sus películas, miré estadísticas en internet y me medí, sólo por curiosidad. Era mucho más grande que el promedio de acuerdo con lo que había leído en línea.


Pero aun así, su interés era espeluznante. Me recordé que trataba con el cuerpo humano durante todo el día y que estaba pensando en el dinero que podía hacer cuando lo miraba, pero eso no quería decir que me gustará que otro hombre mirase mi polla con entusiasmo.


Mi mirada subió para ver la expresión de Paula. Un mala idea. Su boca se quedó abierta, y su pecho subía y bajaba con cortas respiraciones.


Prácticamente sentí su mirada acariciante.


—¿Es familia? —preguntó el doctor, inspeccionándome cautelosamente.


—No.


El doctor inclinó la cabeza hacia la puerta, haciendo un gesto a Leandro. — ¿Le importaría salir de la habitación, señor?


—Claro que sí, doctor. —Leandro asintió con la cabeza—. Me voy de aquí tan pronto como usted me diga que no habrá daño permanente en la máquina de hacer dinero.


El médico levantó la vista hacia él, no le hizo gracia. —Sobrevivirá. Ahora, por favor, váyase.


Aparentemente satisfecho por la respuesta del médico, Leandro me dio un guiño, me palmeó el hombro y salió de la habitación.


—Entonces, ¿Qué tan mal estoy? —Estaba casi asustado de preguntar.


Los ojos de Paula se movieron hacia el suelo, como si supiera que no me iba a gustar la respuesta. No era bueno.


—Te daré una dosis de medicina, una combinación de esteroide y un relajante muscular para ver si eso vuelve las cosas a la normalidad. Tomarás estás oralmente y esperaremos unos treinta minutos. Si eso no funciona, tendré que insertar una delgada aguja en el eje y extraer sangre de forma manual. —El doctor tomó unas notas en mi archivo y salió de la habitación.


Se hizo un nudo en mi garganta. Las malditas pastillas tenían que funcionar. No sería capaz de manejar que acercara una aguja a mi polla sin golpear al pobre hombre en la cara.


Paula regresó unos minutos más tarde con un vaso de plástico pequeño que contenía dos pastillas y un vaso de agua para mí. Me tomé las pastillas y el agua de un solo trago. Una vez más, ella organizó la bolsa de hielo sobre mi regazo, su mano rozó mi polla, lo que la hizo saltar. La vi morderse el labio para evitar sonreír.


—Gracias —murmuré, pasándole el vaso.


—De nada. Quédate quieto, regresaré a chequear tu evolución dentro de un rato.


Nunca había sido tan feliz de estar solo en toda mi vida, pero veinte minutos más tarde mi erección se aflojó, salté de la camilla y empecé a vestirme.


Justo cuando estaba tirando de mis vaqueros, Paula volvió a verme.


La mirada de sorpresa en su rostro me detuvo.


—Creo que estoy listo para irme —expliqué.


Sus ojos viajaron a lo largo de mi cuerpo, deteniéndose una vez que llegaron a la protuberancia que ya no forzaba en mis vaqueros. —Oh.


—Gracias por todo. —Agarré mi chaqueta de la silla y comencé a ponérmela. Sus manos se lanzaron y apretaron contra mi pecho—. No puedes simplemente irte. El doctor Canciller querrá um... hablar contigo de tu, um, estilo de vida. Y ver si podemos ofrecerte pruebas de enfermedades de transmisión sexual.


Me eché a reír. —Gracias de todos modos, pero estoy bien. —Apenas tenía tiempo para tener citas, por no hablar de tener relaciones sexuales, pero cuando lo hacía, siempre usaba condón. Por no hablar de que Leandro insistió en hacerme la prueba como un acuerdo para trabajar para él. Todo lo que quería hacer era llegar a casa, ver cómo estaba Lily y olvidar que ocurrió toda esta noche.


—Está bien. Cuídate —dijo, y salió de mi camino mientras la pasaba, dispuesto a dejar muy atrás esta experiencia.