lunes, 2 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 26




Pedro veía cómo pasaban los minutos en el reloj digital. Había oído a Paula con el ordenador y luego la había sentido meterse en la cama. Dios, estaba enfadado. Y también dolido. Pero no podía obligarla a que compartiera con él lo que por el momento deseaba ocultar. Lo único que podía hacer era protegerla.


Y sería mucho más fácil si supiera de qué la tenía que proteger. Pedro cerró los ojos e intentó dormir.


Definitivamente, el amor era una tortura.

LA TENTACION: CAPITULO 25




Estaba dormido. Paula entró en el segundo dormitorio y cerró la puerta. Encendió el ordenador de Pedro, pero dejó los altavoces apagados para no despertarlo.


Entró en la página web de su banco por segunda vez aquel día. Después de salir del café Village Grounds, se había ido directa a la biblioteca, donde se había quedado hasta las cinco, la hora de cierre. No habían sido unas horas muy agradables. Incluso ahora, cuando volvía a entrar en la cuenta de fideicomisos para los clientes, lo que vio hizo que la furia la invadiera.


En parte había sido culpa suya. Debería haber observado a Roxana más cuidadosamente, haberle hecho más preguntas.


La cuenta de fideicomisos estaba pensada especialmente para los fondos de los clientes, manteniéndolos separados de la cuenta de la empresa.


Estudió los movimientos del mes anterior y vio que habían pasado por la cuenta más de noventa mil dólares. En una ocasión Paula había tomado un pago de un cliente excéntrico que no confiaba en los bancos. Al hacer aquel depósito supo que había que notificarlo al gobierno, siempre que excediera de una determinada cantidad. Aquella cantidad había sido cinco mil dólares, no noventa mil.


Alguien estaba intentando evitar el radar federal. 


Y alguien seguía desaparecida. Paula no le deseaba ningún daño físico a Roxana, pero la idea de verla entre rejas le parecía muy atractiva.


Paula imprimió el informe, apagó el ordenador y metió las páginas impresas en su maletín, en el salón. Si se quedaba con la ropa puesta, por la mañana Pedro asumiría que había dormido toda la noche. No se sentía con fuerzas para confesarle nada ni para enfrentarse a preguntas difíciles, así que volvió a meterse en la cama, acurrucándose contra él. Poco a poco su pulso se calmó, hasta acompasar el de Pedro. Parecía mentira, pero así se sentía segura. Sentía incluso el amor.



LA TENTACION: CAPITULO 24





La mesa estaba puesta y la cena se estaba haciendo. Pedro pensaba en la llamada que le había hecho a German, intentando no sentirse culpable por entrometerse en los asuntos de Paula. Pero ella no tenía por qué saberlo. 


Cualquier cosa que German le dijera se la guardaría para sí mismo. Y no ahondaría más.


Pedro le echó una mirada al salmón que estaba haciendo a la parrilla. Se consideraba mejor pescador que chef, pero esperaba que saliera algo comestible. En ese momento apareció Paula en la puerta de la cocina.


A él no le gustó lo que vio. Le pareció que Paula estaba haciendo esfuerzos por mantenerse calmada.


—¿Has tenido un mal día en el trabajo? —le preguntó él, para intentar romper el hielo.


Ella sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó.


—¿No tendrás algo de vino, por casualidad?


—Es gracioso que lo menciones —Pedro fue a la nevera y sacó la botella de sauvignon blanco que había comprado en el supermercado al salir del trabajo.


Mientras la descorchaba y le servía una copa a Paula, ésta permanecía en silencio. Ella tomó la copa, bebió un poco y suspiró al sentir el primer trago en su garganta.


Pedro quería preguntarle qué le pasaba, pero se lo pensó mejor.


—¿Te parece bien cenar salmón? —le preguntó.
Incluso la sonrisa de Paula le pareció cansada.


—Estupendo. ¿Puedo ayudarte en algo?


—Sólo siéntate y relájate.


La cena fue tranquila. Pedro habló un poco de las personas que ambos conocían y de lo que había sido de ellos. Paula fingió estar interesada, pero Pedro sabía que tenía otras cosas en la cabeza.


Aunque ella protestó, Pedro insistió en limpiar la mesa y en fregar. Cuando hubo terminado, la tomó de la mano y la llevó a su dormitorio.


Ante la mirada inquisitiva que Paula le dedicó, Pedro le dijo:
—No, voy a seguir fiel a mi palabra y a quedarme con la ropa puesta. Túmbate, princesa. Es hora de un masaje en la espalda.


Paula se quitó las sandalias y se tumbó en la cama.


—De ninguna manera voy a dejar pasar esta oportunidad —dijo ella, después tomó uno de los almohadones para apoyar la cabeza y pasó los brazos por debajo.


Pedro se quitó los zapatos y se unió a ella, arrodillándose junto a sus caderas. Le apartó el pelo a un lado y empezó a masajearle suavemente el cuello. Mientras lo hacía, admiró su cuerpo.


Despacio, siguió el masaje hacia abajo, recorriéndole la espalda y las piernas. Poco a poco sintió que los músculos de Paula comenzaban a relajarse.


—Qué sensación más maravillosa —dijo Paula, con voz somnolienta.


Pedro deslizó las manos por debajo de su blusa y le desabrochó el sujetador. Ella no se quejó. 


De hecho, dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando él le frotó la espalda. Pedro empezó a excitarse. Sabía que no podía luchar contra su respuesta física, pero maldito fuera si iba a hacer algo sobre ello.


Le subió un poco la blusa y ella se levantó levemente para ayudarlo. A él le encantaba el tacto de la piel de Paula contra sus manos, y la forma en que ella se confiaba a él.


Hasta que tuvo el accidente, Paula había sido una chica que se divertía en la vida. Sí, había sido una niña mimada, y su sofisticación había intimidado un poco a Pedro. Pero siempre lo había intrigado. Tenía una inteligencia fuera de lo normal.


Después del accidente, cuando ella había empezado a comportarse como otra persona totalmente diferente, Pedro había intentado hablar con ella del cambio, pero Paula siempre le había dado largas, escudándose tras una fachada de superioridad.


Ahora que había madurado, había cambiado la superioridad por el silencio, y Pedro quería a la mujer que había detrás.


Pasó poco tiempo antes de que los músculos de Paula se relajaran completamente y su respiración se hiciera más acompasada y profunda, indicando que se había quedado dormida. Pedro siguió acariciándole la espalda un poco más, tanto por su propio placer como por el descanso de Paula. Cuando se aseguró de que no iba a despertarse, fue a la cocina y agarró un vaso y el resto del vino. Se sentó en el porche trasero y se puso a mirar el cielo despejado y cuajado de estrellas.


Paula estaba distraída y angustiada. ¿Qué le podría estar pasando? Pero hacer conjeturas era inútil.


Cuando la brisa nocturna se volvió fresca, regresó a la cocina, dejó allí el vino y se dirigió a su dormitorio, donde Paula aún estaba dormida. 


Si estuviera en sus cabales, se iría a dormir al sofá, pero el buen juicio parecía haberlo abandonado los últimos días.


Pedro se quitó la ropa y se puso los pantalones de un pijama. Teniendo cuidado de no despertar a Paula, se metió en la cama, a su lado. Su calidez era muy tentadora. Se acercó a ella todo lo que pudo sin tocarla, porque si lo hacía, sabía que no podría parar. Aquella noche, gozaría de su calidez y su presencia. Antes de quedarse dormido, su último pensamiento fue «esto es lo que me he estado perdiendo todos estos años».