lunes, 19 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 20




No lo decía en serio, era un farol, y estaba segura de que él lo sabía. No sería capaz de dejar a Hugo y a Natalia.


Sorprendentemente, sin embargo,Pedro pareció creérselo.


—Eso lo mataría.


— Tendré que correr el riesgo. Pedro se terminó el licor pensativo y la miró con una de sus famosas miradas de abogado.


— Bien, te propongo un trato. Te diré lo que quieres saber si antes tú contestas a una pregunta.


—Pregunta. No tengo nada que perder y todo que ganar.


— Me temo que te vas a llevar una desagradable sorpresa —le dijo sintiendo pena
por ella.


—Dispara, Pedro —lo instó.


—¿Te has preguntado alguna vez por qué tu madre nunca quiso hablarte de los acontecimientos que rodearon tu nacimiento? ¿No se te ha ocurrido nunca que, tal vez, fuera porque no quería que supieras nada al respecto?


— Son dos preguntas, pero me da igual. La respuesta a ambas es no. Mi madre y yo estábamos muy unidas, nos lo contábamos todo, Estoy segura de que estaba esperando el momento preciso para contármelo.


— Paula, tienes veintiséis años. No creo que te lo fuera a contar nunca.


—Tú no conocías a mi madre.


—¿Y tú, sí?


— Sí —contestó yendo hacia la ventana—. ¿Qué me dirías si te dijera que fue una adúltera que tuvo una aventura con su ginecólogo y que dejó a tu padre antes de que tú nacieras para irse con su amante?


—Te diría que estás mintiendo. Mi madre nunca habría hecho una cosa así.


—Te estoy diciendo la verdad —continuó él todavía de espaldas —. Camile Preston se fugó con su médico, Paula Chaves, el hombre que tú creías que era tu padre, y dejó a un marido que la adoraba. Se llevó a su hija, lo humilló delante de toda la ciudad y le rompió el corazón. Por si fuera poco, le pidió que no intentara verte cuando hubieras nacido.


— ¡No te creo! Ningún hombre hubiera accedido a eso.


— Hugo lo hizo porque tenía demasiado orgullo como para suplicarle y porque creía que sería mejor para ti. No quería que estuvieras entre dos padres peleados que vivían cada uno en una punta del país.


—No tenía que haber cedido. Tendría que haber hecho valer sus derechos,


—Podría haber arruinado a Nicolas Chaves, 
¿Sabes lo que les pasa a los médicos que se
lían con sus pacientes? Los expulsan de la profesión y no pueden volver a ejercer. No pueden volver a ganarse la vida como médicos, quedan avergonzados ante la sociedad. Si yo, que soy abogado, hiciera lo que hizo tu padre adoptivo, me expulsarían de la abogacía. Si a mí me hubieran tratado como a Hugo, habría
destrozado al hombre que me hubiera robado a mi mujer y a mi hija, no habría dejado que me convirtiera en el hazmerreír de la zona. Le hubiera hecho pagar por andar metiendo las narices en lo que no era suyo.


— ¡Porque tú eres arrogante y vengativo! —gritó—. ¡Y, si Hugo hizo lo que tú dices, fue un cobarde y un indigno por no hacer valer sus derechos paternos!


En dos zancadas,  Pedro se colocó a su lado. Sus ojos eran fríos y la tenía agarrada del brazo con una mano que más parecía una garra.


— ¡Fue lo mejor que nunca le pasó a Camila en su vida! Antes de casarse con él, no era nada. Nada. ¿Me oyes? Ponía hamburguesas de día y
frecuentaba bares por la noche, ofreciendo Dios sabe qué a cambio de una copa.


—Estás mintiendo porque, si hubiera sido como tú dices, ¿cómo te explicas que hubiera conocido a un hombre tan respetado y digno como Hugo Preston?


— Porque un agente de policía le pidió que la representara en el juicio que ella misma había iniciado por malos tratos contra uno de sus colegas de juergas. Parece ser que, a pesar de los moratones, era una mujer guapísima y Hugo, aunque le doblaba la edad, perdió la cabeza por ella y la convirtió en su mujer. Es la historia de siempre: hombre maduro rico y culto rescata a una joven del camino equivocado y le ofrece una vida mejor. Pero, en este caso, en lugar de pagarle con lealtad, ella lo abandonó a los dos años para irse con su médico, que era más joven. La que es descarriada, lo es de por vida, supongo.


Paula nunca había pegado a nadie, ni nadie le había pegado a ella. Su madre no aguantaba la violencia. Sin embargo, levantó la mano y le cruzó la cara a Pedro


Aquello sonó como un latigazo en mitad de la noche.


Él ni se inmutó. Seguía mirándola.


—Eso no cambia la verdad, Paula


—No fue así, es imposible —gimió desesperada. No podía ser verdad.


—Si no me crees, encontrarás pruebas suficientes en la carta que escribió cuando se
fue, en las otras que le mandó a Hugo pidiéndole el divorcio y permiso para que Chaves te adoptara. Están todas firmadas por élla.


— ¡No! Estás protegiendo a Hugo. La verdad es que él no quería un hijo a su edad y por eso mi madre lo dejó.


— Si fuera así, ¿por qué decidió tener a Natalia con mi madre cuatro años después? —le rebatió Pedro para que no le cupiera la menor duda—. ¿Y por qué se hizo cargo de un niño de doce años?



AMARGA VERDAD: CAPITULO 19



PARA haberse mostrado esquivo siempre a la hora de hablar de su nacimiento, Pedro parecía tener prisa en aquellos momentos.


—¿Podrías ir más despacio, por favor? —dijo Paula cuando uno de sus tacones se quedó enganchado entre dos adoquines.


—¿Ya te estás arrepintiendo?


— Nunca he estado más segura de nada en mi vida —contestó viendo que ya se habían alejado suficiente. De hecho, ya casi ni se oía la música—. Aquí está bien. No nos oirán.


Pedro frunció el ceño.


— ¡Eso espero! De todas formas, prefiero ir a mi apartamento.


—Bien —dijo ella encogiéndose de hombros —, pero recuerda que no llevo zapatillas de correr.


— Perdón, no me he dado cuenta —contestó. Para su sorpresa, la agarró de la mano con amabilidad y la condujo el resto del camino como si fuera de cristal—. ¿Mejor? ¡Mucho mejor! Aquel lado caballeroso le gustaba mucho más. Le gustaba que la llevara de la mano con dulzura, como cuando, bailando, la había apretado con fuerza y aquella forma tan íntima de abrazarla. En otras circunstancias, habría
disfrutado del momento e incluso habría pensado que le gustaba algo porque una o dos veces, mientras bailaban, bueno, le había parecido que estaba un poco... ¡excitado!


¡Pero era imposible! Era obvio que no la tragaba, así que tenía que estar equivocada. La habría agarrado con fuerza para que nadie se metiera por medio.


Pedro le puso la mano en la espalda y la guió por unas escaleras hasta su apartamento. Era un lugar amplio y encantador, con vigas de madera en el techo y paredes blancas de las que colgaban bonitas acuarelas de firma. Había alfombras orientales en el suelo, sofás de cuero negro y muebles antiguos de cerezo.


—No sabía que tuvieras una vista tan estupenda del río desde aquí —apuntó Paula acercándose a los enormes ventanales sin cortinas—. Estás más cerca del agua que nosotros.


— Sí, pero a suficiente distancia como para tener intimidad.


Paula oyó que abría y cerraba un armario para luego poner música de clarinete.


—¿Quieres una copa de vino? No tengo champán frío, pero tengo de casi todo, incluido un borgoña muy bueno.


Paula se dio la vuelta y lo vio mirándola. A pesar de la música, la habitación parecía estar en silencio y aquello resultaba incómodo. Para colmo, Pedro se había quitado la chaqueta, la corbata y se había desabrochado el primer botón de la camisa. Se acordó de aquella noche en el motel, cuando se había quitado la ropa con tanta naturalidad y se preguntó si lo iba a volver a repetir.


Tragó saliva y notó que tenía la boca seca.


— Si no te importa, prefiero ir directa al grano.
Por primera vez desde que lo había conocido, lo vio completamente desconcertado. Se metió las manos en los bolsillos, se paseó por la habitación y fue hacia ella.


—Me gustan las mujeres que saben lo que quieren, Paula, te lo aseguro, pero no me hace gracia que tengas tanta prisa por hacerlo que no haya caricias y juegos antes.


—¿Cómo? ¿Has dicho caricias? —repitió ella mirándolo atónito.


— Sí —contestó él acercándose y acariciándole el tirante con un dedo—. ¿Cómo lo llamarías tú?


—Eh... eh... —se dio cuenta de que tenía la boca abierta y la cerró—. ¡No sabía que la comunicación directa tuviera que estar precedida de preliminares!


—¿Prefieres levantarte la falda y que terminemos cuanto antes? ¿No quieres que nos entretengamos seduciéndonos?


—¿Estás borracho? —le preguntó completamente anonadada apartándose de él.


Hubiera preferido estar en el jardín.


— Hubiera preferido estarlo —contestó cortándole el paso—. ¿Qué quieres exactamente de mí, Paula?


— Lo que siempre he querido... información sobre mi nacimiento. ¿Qué creías? —le preguntó estupefacta. Al ver su expresión de extrañeza tornarse diversión, recordó la conversación que habían mantenido durante la última media hora y se dio cuenta de todo—. ¿Te creías que te quería a ti?


— Se me pasó por la mente, sí, sobre todo por cómo viniste por mí.


—¿Cómo? ¡Yo no he hecho eso!


—Pues no haberme dicho «Estaba pensando que podríamos irnos de aquí, Pedro... a cualquier sitio donde no nos molesten». Comprenderás que...


—Me refería a ir a un lugar donde no nos oyeran.


—Pues la próxima vez intenta no frotarte contra mí hasta hacerme estallar. Borra esa expresión de inocencia de tu cara. Es imposible que una mujer de tu edad no sepa de lo que le estoy hablando.


— ¡No he hecho eso! ¡No tenía ni idea...! —se interrumpió y se mordió el labio. Era cierto que le había parecido que algo estaba sucediendo mientras bailaban—. A mucha gente le gusta bailar así, cerca, pero es por estilo, no por sexo.


Pedro maldijo, apagó la música y se sirvió un licor.


—Y, por curiosidad, ¿qué te hace pensar que te iba a decir esta noche lo que tantas veces me he negado a contarte?


—Natalia me dijo esta tarde que iba a intentar hablar contigo. Cuando te dije que nos fuéramos y me dijiste que sí, creí que todo estaba claro —le explicó mirándolo beberse el licor. Pedro no dijo nada—. ¿No ha hablado contigo?


—No, me ha llamado varias veces, pero no he tenido tiempo de devolverle las llamadas. De todas formas, ya te había dejado claro que no te pienso contar lo que quieres saber. No tenías derecho a pedirle a mi hermana que intercediera por ti.


—Me parece que ha llegado el momento de que sea yo quien te deje a ti unas cuantas cosas claras. Para empezar, que no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer, no he venido hasta aquí para que me den la espalda. Estoy harta de que me digas que me olvide de algo que cualquiera vería claramente que es de mi incumbencia. No me gusta tu comportamiento. Pedro, yo no soy la mala de la película.


—Hugo, tampoco.


— Puede que no, pero, si sigues empeñado en mantener tu código de silencio, no me dejas más opción que ir a hablar con él y esta vez pienso insistir hasta que me cuente por qué me dejó cuando era pequeña, aunque sé que le duele hablar de ello.


—¿Y si no quiere?


— Me iré inmediatamente y ninguno de vosotros volverá a oír hablar de mí.





AMARGA VERDAD: CAPITULO 18




La vio bajar los escalones de la terraza y cruzar el césped. El vestido tenía una gran abertura frontal y, a cada paso que daba, se le veían unos tres dedos de muslo.


Aquello era de infarto. De hecho, Forbes empezó a respirar con dificultad.


Un camarero le ofreció una copa de champán. Hugo la llamó a su lado y le dijo algo que la hizo reír. Se movía entre los invitados con total naturalidad, como si hubiera nacido para codearse con la alta sociedad.


— Hola, Pedro — lo saludó sonriendo con infinita dulzura—. No he visto a Esmeralda. ¿No ha venido?


—Tenía que trabajar.


—Pero si hoy es sábado —apuntó pestañeando tontamente.


—Ya, pero es enfermera, ¿recuerdas? Ella no puede estar por ahí, como tú, haciendo lo que te da la gana. Forbes, esta es Paula Chaves, la hija que Hugo tuvo con su primera mujer.


—A mí me parece que está muy bien eso de hacer lo que a uno le da la gana —dijo Forbes agarrándola de la muñeca como un león hambriento—. Soy Forbes Maynard. Ya sabes. Prestón, Maynard, Hearst y Caine. Ya estoy viejo para seguir trabajando, me temo, pero no para reconocer una cara bonita cuando la veo.


Paula consiguió soltarse y le sonrió de tal manera que el hombre se mareó.


—Me alegro mucho de conocerlo, señor Maynard. Me encantaría quedarme hablando con usted, pero va a tener que ser en otro momento porque este nombre me debe un baile. ¿Lo recuerdas, Pedro? —añadió agarrándolo del brazo y girándose hacia la terraza.


—No —contestó él sinceramente turbado por su cercanía. ¿Cómo podía ser que, a pesar de que él era el único a quien no tenía engañado, era al que más hipnotizado tenía?


Sentía su mano, pequeña, entre sus dedos. Los rizos del recogido que llevaba le daban a él en la barbilla y percibia su perfume.


—Si no te conociera mejor, creería que me estabas evitando —le dijo Paula mientras la tenía bailando entre sus brazos.


—No sé cómo has tenido tiempo de fijarte, con todos los hombres que han estado revoloteando a tu alrededor.


— Pedro —sonrió—, cualquiera diría que estás celoso.


— Sorprendido de tu éxito, podríamos decir, pero celoso, no. ¡No seas ridicula!


La verdad era que no lo sorprendía en absoluto. Aquella mujer era bellísima, capaz de derretir a cualquier hombre.


¿Por qué se sentía tan atraído por ella cuando sabía que era lo último que debía hacer? ¿Cómo era posible que pudiera estar toda la noche con Esmeralda y fuera capaz de controlar su libido hasta que estaban solos y con Paula fuera suficiente agarrarla de la mano cinco segundos para perder el control?


Menos mal que ya había anochecido. Así, al menos, solo ella se daría cuenta de lo que le estaba pasando en la entrepierna.


Sin ser consciente de lo que hacía, la apretó contra sí. Creía que le iba a dar una patada por el atrevimiento, pero se sorprendió al ver que ella deslizaba la mano hasta su nuca y le acariciaba el pelo.


—¿Pedro? —murmuró Paula casi rozándole el cuello—. Supongo que sabrás por qué he ido a buscarte.


Pedro detectó la invitación, dulce y sencilla. 


Aunque estaba completamente excitado, le volvió a poner la mano sobre el pecho y alargó el momento.


—¿Porque querías estar a solas conmigo?


—Exactamente.


—¿Qué te parecería, entonces, que nos fuéramos a otro sitio?


—Estaba esperando que me lo propusieras. ¿Dónde quieres que vayamos?


—¿A mi apartamento? —preguntó él acariciándole el borde del escote trasero.


Aquella boca era como una rosa.


— Como quieras, pero un rincón silencioso del jardín también nos valdría —le dijo cautivándolo con su mirada—. Donde quieras, con tal de que no nos molesten.


Pedro miró a Hugo y a su madre. Natalia estaba con ellos.


—¿No temes que te echen de menos?


—No vamos a tardar —contestó apretándole la mano—. Volveremos antes de que nos hayan echado de menos.


Pedro tragó saliva. No estaba acostumbrado a una mujer tan directa. No sabía muy bien cómo reaccionar, pero se dijo que, después de todo, era hija de Genevieve Talbot.


—¿Estás segura, Paula?


— Claro que sí —contestó ella parpadeando seductora.


—¿No te vas a arrepentir después?


— Ni por asomo.


—Muy bien. Vamos —le indicó él.


La agarró fuerte de la mano y la llevó por el camino que rodeaba la casa e iba hacia su apartamento. Tal vez ella solo quisiera un revolcón, algo rápido, pero él sabía cómo prolongar el placer de una mujer.


Paula Chaves se iba a llevar la sorpresa de su vida.