viernes, 21 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 12





«La cadena está feliz». Pedro lo sabía muy bien. 


Del mismo modo que sabía lo que sucedería si el cliente no estaba feliz. Pensaba en Paula, esperándole abajo, y cómo él la había sacado de aquella forma tan grosera de su oficina. No quería que ella escuchase aquella conversación. 


Pero Kurtz no estaba tan enfadado como él se había estado imaginando. Lo cual le hacía aún más sospechoso.


—¿Hay alguna cosa más, Nicolas?


—Sólo una… Sobre Maddox. Me gusta lo que está pasando entre ellos en las tomas diarias. Esa chispa. Hay química entre ellos. Funcionan juntos. Quiero que explotes eso, Pedro.


Él apretó los labios.


—¿De qué forma, Nicolas? —le preguntó en tono frío.


—No lo sé. Deja que estén juntos más tiempo. Cambia el guión para que haya más interacción entre ellos. Un poco más de sensualidad. Te pagamos para que resuelvas este tipo de cosas.


—¿Un poco más de sensualidad?


—A las audiencias les encanta la química, Pedro.


—Representamos un estilo de vida, Nicolas. No una forma de vida vulgar —dijo Pedro.


El teléfono casi se le helaba en la mano.


—Esto no es una negociación, Pedro. Quiero ver saltar chispas entre los dos. Tienes la reputación de ser el hombre al que acudir para una programación atrevida, así que vamos a ver si ponemos aquí un poco de brío. Amplía tu perspectiva, abre tu mente. Demuestra que no nos hemos equivocado con la confianza que hemos depositado en ella.


—Veré lo que puedo hacer, Nicolas. Tendremos que introducirlo poco a poco o si no, la audiencia no lo aceptará. No esperes una Boda Real.


—Ni por un momento —fue la insincera respuesta—. Lo único que espero es que hagas lo mejor para la cadena. Sé cuánto significa para ti.


Pedro colgó y se quedó mirando enojado a su alrededor. Kurtz sabía lo importante que era para Pedro su carrera, lo duro que había estado trabajando durante los últimos seis años para llegar a ser productor.


Un poco más de sensualidad. Había visto exactamente lo mismo que Kurtz. Había algo que se percibía entre sus dos estrellas coprotagonistas, una naturalidad que transmitía una grata imagen del programa, y su responsabilidad, su trabajo, era sacarle partido. 


Podía aumentar el número de escenas en que aparecían juntos, buscar nuevas oportunidades en el montaje. O dejar que las cosas evolucionasen… por sí mismas. De esa manera cumpliría la palabra que le había dado a Paula y mantendría su fidelidad con la cadena.





LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 11





Pedro ahora estaba siendo amable con ella, tratando de corregir su error, pero consciente de que eso no cambiaría un ápice su efecto sobre ella.


—Quería hacerlo bien.


«Por ti».


—Lo hiciste bien, Paula. ¿Esperabas acaso estar perfecta?


Ella se sonrojó.


—Sí. Quería demostrar a los hombres de la cadena que podía ser la mejor —dijo ella con voz triste.


—Tu lógica, niña, es a veces un poco confusa. ¿Quieres castigarles poniéndoles a prueba?


—No me llames así —dijo ella muy altiva—. Ya no soy una niña.


—No, no lo eres —dijo él manteniendo la mano con suavidad de terciopelo alrededor de su muñeca—. Me di cuenta de ello ayer nada más entrar en el camión de vestuario —añadió con un tono tan grave que ella se volvió para mirarle en la semioscuridad de la sala.


El pulgar de Pedro acarició con un leve roce la muñeca de Paula.


—Ahora estoy bien, Pedro. Las rabietas se acabaron. ¿Puedo irme?


—¿Tienes algún compromiso esta noche para cenar?


El repentino cambio de conversación la dejó helada.


—Estaba pensando en probar uno de esos cafés locales —dijo ella.


—Conozco un sitio —repuso él—. Es una cafetería junto al mar. Tienen unos mejillones excelentes.


¿Había algo que Pedro hubiera olvidado? Tan pronto como él formuló su sugerencia, la idea de un gran cuenco de sus moluscos favoritos le pareció una idea excelente.


—De acuerdo.


Sin apenas tocarla, Pedro se había hecho con ella.


—¿Señor Alfonso? —interrumpió una voz desde fuera de la oficina.


Pedro se puso inmediatamente en tensión, pero sin apartar los ojos de ella.


—¿Sí, Gloria?


—El señor Kurtz está en la línea uno. Dice que es urgente.


En apenas unos segundos, Pedro retiró la mirada de ella y se encendieron las luces. Paula parpadeó. No quedaba en la expresión de Pedro el menor rastro de la cordial capacidad de persuasión que había puesto en juego hacía unos momentos.


—Después de todo, los dos tenemos que cenar. ¿Por qué no hacerlo juntos?


Las palabras sonaban impersonales. 
Convencionales. Profesionales.


«Debí habérmelo imaginado», pensó Paula mientras caminaba sola, fuera ya de la oficina.


Pedro soltó una maldición y volvió a su oficina, ahora vacía.


—Línea uno, señor Alfonso —le recordó Gloria.


Pedro tomó el teléfono y asestó un pequeño golpe a la luz intermitente a modo de saludo.


—¿Cómo marcha nuestro nuevo talento esta semana? —Nicolas Kurtz no perdía el tiempo en delicadezas.


Pedro sabía que el Productor Ejecutivo habría visto las imágenes del día antes que él.


—Bien —dijo él—. Excelente. Un par de problemas técnicos, pero nada que no podamos limar.


Kurtz resopló al otro lado de la línea.


—Mejor que bien, diría yo. Es una muñeca. Y es el complemento perfecto para Maddox.


—Ella es algo más que un complemento, Nicolas. Aporta al programa su experiencia de la contracultura urbana.


—Por supuesto, por supuesto…


Kurtz volvió a resoplar.


—No estaba vestida de la forma que esperábamos, aunque… esa cara de granjera resultaba —dijo Kurtz—. Un rostro nuevo, fresco, inocente. Fue un buen hallazgo por tu parte —continuó él, mientras Pedro rechinaba los dientes—. El cliente estará feliz, y si el cliente está feliz…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 10





El ayudante de Pedro introdujo a Paula en su espaciosa oficina y la invitó a sentarse cómodamente. Paula se acercó a la ventana en actitud defensiva. Se sentía aún dolida de su agitada noche, pero más resuelta que nunca a encontrar la forma de desterrar a Pedro de su corazón.


Su oficina estaba en uno de los pisos más altos. 


Echó una ojeada a su alrededor. Debía de haber trabajado duro para haber conseguido aquella opulencia siendo aún tan joven.


Pasó los dedos a lo largo de las estanterías de madera de haya, llenas de volúmenes comerciales y de marketing. Le costaba mucho imaginarle como el prototipo de ejecutivo. Le seguía recordando como un joven enamorado del mar, no del mercado de valores. Había sido lo bastante bueno como para llegar a ser un surfista profesional.


—Hemos recorrido un largo camino, ¿no?


Se dio la vuelta, avergonzada de haber sido sorprendida husmeando sus cosas.


Pedro se dirigió a su escritorio, accionó un conmutador y se abrió un panel lleno de botones.


—Has hecho un buen trabajo estos dos últimos días. Tengo algunas secuencias, si quieres verlas.


Le dio un vuelco el estómago. Estar frente a una cámara era una cosa, pero verse a sí misma reproducida en un primer plano era algo muy distinto.


—¿Y qué pasa si estoy horrible?


Él sonrió y fue a cerrar la puerta del despacho.


—No te preocupes por eso.


Ella se acomodó en el sofá frente a una gran pantalla mientras Pedro cargaba el disco. Las persianas automáticas se deslizaron y las luces de la oficina se desvanecieron.


—Estas son sólo las tomas de prueba, no se han editado todavía —le advirtió él.


Proyectada en la pantalla, Paula se veía nerviosa, mirando con ansiedad por el set.


—Pareces asustada —comentó Pedro a través de la oscuridad de la estancia—. Pero espera…


Paula se vio a sí misma mirando de lado algo que debía de haber por allí durante un breve instante, y luego volvió de nuevo la cara hacia la cámara. El miedo y la tensión habían desaparecido. Respiró profundamente, se estiraba por delante la camisa de vestir de Pedro con mucha seguridad, y sonreía.


Pedro congeló la imagen y aquella brillante sonrisa iluminó la oficina.


—¿Qué era lo que mirabas cuando desviaste la mirada?


«Te miraba a ti», pensó, pero no iba a decírselo.


—No sé —mintió ella—. Había mucho jaleo allí.


—Fuera lo que fuese, funcionó. Observa —dijo Pedro reanudando la proyección.


Paula, en pantalla, se presentaba a sí misma y hablaba unos breves instantes acerca del espacio interior de la terraza en el que tendrían que trabajar. No era una actriz, pero tampoco estaba nada mal. Una grata sensación emanaba de todo su cuerpo. Después había una secuencia de plano y contraplano con ella y Brian caminando a través del desolado espacio urbano techado.


—Dais muy bien a cámara juntos —murmuró Pedro a su oído desde la penumbra.


—Eso es lo que dice Brian.


—Ya… lo habría apostado.


Cuando la proyección terminó, Pedro se arrellanó en el sofá. Estaban solos en la oscuridad. Paula se puso tensa.


—¿Qué te parece, Paula?


—Estoy contenta con el trabajo. ¿Y tú?


—Sí, para ser el primer día no está mal —dijo él—. Hay algunas cosas que necesitamos mejorar.


Lo que él pensase no debería haberla importado mucho, pero se sintió frustrada y desilusionada.


—Es sólo el primer día…


—Es también la primera cosa que verán los nuevos telespectadores. Nos lo jugamos todo ese primer día, o salimos a flote o nos hundimos.


Pedro tenía razón, pero ella luchaba por descubrir qué era lo que estaba tan terriblemente mal.


—La iluminación no era uniforme entre las tomas —comenzó a decir Pedro—. Algunos trabajos de cámara podrían haber sido más estrictos. A tus movimientos les faltaba elegancia.


«¡Nunca he hecho esto antes!», protestó ella en su interior:
—Haremos una reprogramación para que los ensayos en las localizaciones nos ayuden a mejorar estas cosas. Así te sentirás más segura cuando rodemos.


—¿Hubo algo que te gustase?


—Claro que sí. Tu trabajo frente a la cámara es excelente. El sonido impecable. Y el juego escénico entre tú y Maddox muy divertido. Eso venderá.


Los índices de audiencia. Paula se tragó su orgullo y escuchó pacientemente cómo Pedro planificaba los cambios que deseaba introducir para el siguiente rodaje. Si ella pudiese haber separado su cerebro de su corazón, habría reconocido que aquellos cambios no eran nada drásticos ni particularmente difíciles. Pero allí sentada en la oscuridad junto a Pedro, escuchando su melosa voz haciendo trizas su actuación, no podía mostrarse indiferente. Su opinión le importaba mucho.


—¿Paula?


—Perdón… ¿Qué?


—¿Hay alguna cosa que desees preguntarme? ¿Algo que no hayas entendido?


—No. Está bien.


Él se desplazó en la oscuridad. Luego se detuvo.


—Te he molestado.


Aquel tono afectado de su voz fue la gota que colmó el vaso.


—¿Por qué dices eso? Sólo porque lo hice lo mejor que pude, sin tener experiencia y casi sin adiestramiento —dijo ella poniéndose en pie—. Era tu plan, Pedro, no el mío. Si no soy lo que esperabas, sólo tienes que hablar de ello con tus colegas de la cadena y despedirme. Me sentiría muy feliz volviendo a mis diseños y me tomaría esto como una mala experiencia más en mi vida —concluyó, dirigiéndose con paso no muy seguro hacia la puerta.


—Paula, espera…


La mano de Pedro se cerró sobre la suya cuando ella tiraba ya del pomo de la puerta.


—Lo siento. Olvidé que no estás al tanto de las nuevas técnicas de análisis laboral.


Paula bajó los ojos, avergonzada por aquel arranque que denotaba una falta de profesionalidad, pero no estaba dispuesta a que él siguiera creyendo que no era lo bastante buena para él.


—Debería haber sido más prudente —dijo cordialmente, acariciando con el pulgar el reverso de su muñeca—. Has sido siempre tan dura… Mostrándote tan digna después de caerte de la bici. Haciendo frente a los muchachos como uno más.