viernes, 16 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 18

 


Paula dejó los papeles sobre la mesa con rabia.


—¡Habías dicho que eras el tutor de Dante! —le acusó.


—Tutela compartida contigo —dijo Pedro encogiéndose de hombros —, Como la custodia. Tenemos que hablar.


Paula no podía creer que hubiera sido tan cruel. De pronto, el temor a no ser una buena madre la asaltó con fuerza renovada. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Cruzó los brazos y se frotó los lados del cuerpo.


Tenía que confiar en sí misma.


¿Cómo organizarían la tutela y la custodia? ¿En qué habría estado pensando Sonia? Seguro que no había pensado que moriría; por eso no se había planteado los inconvenientes de criar a Dante entre dos personas y dos casas.


Con suerte, Pedro se mostraría cooperativo y, de hecho, siendo como era un hombre extremadamente ocupado, no querría atarse a un bebé. Esa idea la animó pasajeramente.


Pedro acercó su silla a la de ella lo bastante como para que Paula se tensara al oler la fragancia a limón de su colonia. Sus ojos grises la mantuvieron cautiva.


—Victoria, si no te importa quedarte con Dante un día más, podré prepararle una habitación. Espero llevármelo el jueves.


Paula salió bruscamente de su estado de hipnosis.


—¡Dante se quedará a vivir conmigo! —exclamó.


—¿Contigo? —preguntó él, mirándola con superioridad—. ¡Ni hablar!


Paula temió haber dejado vislumbrar sus inquietudes. Aunque las tuviera, aprendería. En cualquier caso, se ocuparía mejor de Dante de lo que sus padres habían cuidado de ella.


—¿Cómo vas a cuidar de un niño si no tienes ni casa? —al ver la mirada de odio que Pedro le dirigía, no se amilanó—: Te la quitó tu ex.


—Y me he comprado otra —dijo él con engañosa dulzura—. Es una casa grande, con jardín y piscina. No una caja de zapatos como ésta.


—También yo puedo comprar una casa en las afueras. Hasta ahora no la había necesitado, pero tengo dinero.


—¿Eso no aumentará el tiempo que dedicas a ir al trabajo? —Pedro sonrió con sarcasmo—. ¿O habías pensado dejar de trabajar?


—¡Claro que no!


Tenía que seguir trabajando para proporcionar a Dante todo lo que se merecía. Las buenas guarderías y los colegios privados eran caros. Pero además, a ella le gustaba trabajar, le hacía sentirse realizada y, por otra parte, tenía un buen sueldo. No concebía renunciar a lo que tanto le había costado lograr. Y aún menos, a su independencia.


—No pretenderás hacerme creer que tú dejarías tu trabajo para que Dante viva contigo —dijo Paula, retadora.


—Pero yo soy el jefe y puedo tomarme tanto tiempo libre como quiera. Y tengo servicio las veinticuatro horas del día —dijo él, mirándola con una estremecedora frialdad.


La misma frialdad por la que Paula se reafirmó en su idea de que no podía dejar a Dante bajo su custodia porque él nunca podría darle tanto amor como ella. Si sus habilidades como madre estaban en duda, las de él como padre, mucho más.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 17

 


Para cuando Pedro llegó, Paula se había duchado y estaba tomando un té. Abrió la puerta y se llevó el dedo a los labios para indicarle que no hiciera ruido y luego señaló la cocina.


—Acabo de dejarlo en la cuna —en cuanto entraron en la cocina, añadió—: Quiero ver el testamento.


Al fijarse en Pedro vio que tenía ojeras, que llevaba la corbata suelta y que presentaba el aspecto de alguien recién llegado del infierno.


Sintiendo compasión por él, Paula decidió que el testamento podía esperar.


—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.


—No gracias, ya he tomado bastantes estimulantes.


—¿Té? Acabo de hacerme uno —dijo ella. Y sin esperar respuesta, sirvió una taza.


—¿Qué es esto? —preguntó él, mirando el líquido con desconfianza.


—Manzanilla. Tiene muchos antioxidantes. Es muy buena para combatir el estrés.


—Dudo que surta efecto.


La mirada vacía de emoción que le dirigió Pedro hizo que Victoria sintiera ganas de ofrecerle el consuelo que ella misma necesitaba, un abrazo, pero supuso que no lo aceptaría de buen grado. Y, si era sincera, tampoco tenía ganas de dárselo. Aun así, comprendía su estado de ánimo porque los dos habían perdido a sus mejores amigos. Aunque le costara imaginar que el hombre de hielo fuera capaz de tener sentimientos, el profundo dolor que había atisbado en su mirada parecía contradecirla.


La tristeza y el sinsentido de la situación le provocaron ganas de llorar, y si no lo hacía era porque seguía conmocionada por la noticia de que Pedro era el tutor de Dante. Al menos confiaba en que no le hubieran otorgado también la custodia. Él no era la persona adecuada para criar a Dante. Era demasiado… insensible. Y costara lo que costara, tendría que convencerle de que esa labor le correspondía a ella. Después de todo, aunque no lo hubiera llevado en sus entrañas, Dante en cierta forma era su bebé.


—Sentémonos —dijo, guiando a Pedro hasta la terraza llena de flores a la que se abría el salón.


Él la siguió en silencio. Una vez sentado, puso una carpeta de cuero sobre la mesa y la abrió. Impaciente, Paula prácticamente le quitó de las manos el testamento y fue pasando las hojas y leyendo el inicio de las cláusulas hasta llegar a la que hacía referencia al tutelaje y la custodia.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 16

 


Paula levantó el auricular y Dante abrió los ojos que tenía entrecerrados y volvió a succionar el biberón. Paula cambió el teléfono de mano y contestó:

—¡Hola!


—Llegaré en una hora.


El corazón de Paula se aceleró.


—¿Quién es?


—No te hagas la tonta, Paula —gruñó Pedro—. He tenido un día espantoso.


Paula guardó silencio. Podía imaginarlo. A primera hora había llamado a Virginia Edge, la socia directiva del despacho, y le había dicho que no iría a trabajar porque había fallecido su mejor amiga.


Tras una breve pausa, a la que había seguido una sucinta expresión de condolencia, Virginia le había preguntado cuándo volvería a trabajar.


En ese instante, Paula había decidido que era mejor no mencionar a Dante. Por el momento.


Virginia no comprendería la situación. Ni estaba casada, ni tenía hijos y no le entraría en la cabeza que Dante la necesitara tanto como ella a él.


Así que Paula se limitó a decir que se incorporaría tras el funeral.


Sonia había empezado a llevar a Dante a la guardería a media jornada y había vuelto a trabajar. Paula decidió que llamaría al día siguiente para avisarles de que mantendría el mismo arreglo. De esa manera ella podría organizarse y Dante retomaría su rutina. Llamaría en cuanto el dolor que le atenazaba la garganta se mitigara como para permitirle hablar.


Sonia…


Lo último que le apetecía en aquel momento era tener que enfrentarse a Pedro en menos de una hora. Así que dijo:

—Acabo de conseguir que Dante se duerma y voy a darme un baño. ¿Podríamos vernos mañana?


—Pensaba que querrías una copia del testamento de Sonia y Miguel.


—¿Cómo? —Paula creyó haber oído mal.


Pedro habló y Paula tuvo que concentrarse para entenderle.


—Se trata de un testamento conjunto. Acabo de dejar el original con mis abogados para que se ocupen de ejecutar el patrimonio.


—Podía haberme ocupado yo. No va ser muy complicado.


—Estás demasiado ocupada. Además, yo soy el albacea.


Paula sintió una punzada de dolor. Antes de que se casara, Sonia la tenía a ella como su albacea. Dante protestó y lo acunó suavemente.


—No sabía que tuvieran un testamento conjunto.


Mientras Sonia estaba embarazada, había insistido en que actualizara su testamento, pero luego había recibido dos nuevas cuentas y había estado tan ocupada que había olvidado preguntarle a su amiga si lo había hecho.


—Mi abogado lo actualizó hace un año —dijo Pedro con frialdad. No hay casi posesiones. Los dos trabajaban en la escuela pública, tenían algunos gastos…


Paula lo interrumpió.


—Y deudas —había jurado no decir nunca la parte que le correspondía en la concepción de Dante. No tenía la menor intención de mencionar la cifra astronómica que había representado, a la que había contribuido en gran medida a pesar de la oposición de Sonia y Miguel.


—Es lógico. Tenían una hipoteca pendiente, pero Miguel hizo un seguro de vida para cubrirla.


Paula sabía que Pedro había pasado horas con Miguel renovando la casa de los Masón, y que incluso había conseguido fondos de una fundación para la conservación del patrimonio histórico. La asaltó un sentimiento de culpa. Era evidente que Pedro había ayudado a sus amigos a poner sus papeles en orden mientras que ella, que era contable, no había sido capaz de proteger sus intereses. Se preguntó si el seguro también cubriría los gastos de la inseminación artificial.


Acarició la cabeza de Dante, prometiéndole en silencio que cuidaría de él y que no le faltaría nada en la vida. Ella había contribuido con sus óvulos a su llegada al mundo, así que era su responsabilidad.


—¿Sigues ahí? —la impaciente voz de Pedro la sobresaltó.


—Sí. Estaba pensado… —Dante se había quedado súbitamente dormido—. Una vez ejecutemos el patrimonio, podré invertir el dinero en beneficio de Dante.


Se produjo un silencio sepulcral.


—Siempre me he ocupado de los asuntos de Miguel —dijo Pedro finalmente.


Y ella de los de Suzy… hasta que había estado demasiado ocupada y se había desentendido. Se sintió incómoda. Aquél no era un momento de entrar en una lucha de poder. Tenía que hacer un esfuerzo para llevarse civilizadamente con Pedro, que, por otra parte, parecía haberse ocupado mejor que ella de Sonia y de Dante en los últimos tiempos.


Pero eso ya no volvería a pasar, prometió al bebé que sostenía en sus brazos.


Pedro, estoy segura de que los dos queremos lo mejor para Dante.


—Desde luego. Y como tutor del niño, me aseguraré de que así sea.


El corazón de Paula se paró.


—¿Eres el tutor de Dante? —¿cómo podía haberle hecho Sonia eso?


—Por eso mismo quiero ir a verle —dijo Pedro con aspereza—.Llegaré en media hora.