jueves, 9 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 20




Pedro miraba por uno de los amplios ventanales, pero, por una vez, las vistas no conseguían impresionarle. Solo veía un par de ojos verdes brillantes y unos labios rosados, y el pelo rubio que se había escurrido por sus dedos como luz de luna.


¿Qué le ocurría? ¿Por qué insistía en sentirse tan alterado cuando debería estar contento? 


Habían pasado semanas desde que Paula Chaves cayera en sus brazos en un encuentro sexual que lo había dejado sin aliento pero que había terminado mal. Ella había regresado a Londres a la mañana siguiente, negándose a mirarlo a los ojos y sin despedirse. Pero había tomado el dinero que le había dado, ¿no? No había mostrado ningún recelo en aceptar la suma adicional que él había incluido. Había pensado que quizá recibiría un correo electrónico furioso diciéndole lo que podía hacer con su dinero. Pero no. Era una mujer, ¿no? ¿Y qué mujer rechazaría la oferta de dinero fácil?


Y eso había sido todo. No había tenido noticias de ella desde entonces. Se había dicho que eso era bueno, que había logrado su objetivo y se había acostado con una mujer que llevaba años atormentándolo. Pero, desgraciadamente, eso no había cambiado nada. De hecho, lo había empeorado. ¿Era porque no estaba acostumbrado a que una mujer se alejara de él, o porque no podía evitar admirar el temperamento de ella cuando se había marchado? ¿O quizá porque había sido la amante más apasionada que había tenido?


Pero después de una noche más de sueño difícil, se preguntó dónde estaba el cierre que había perseguido y por qué no se había esforzado un poco más por tenerla allí más tiempo. Debería haberse mostrado más diplomático en sus respuestas y haberle dicho lo que quería oír en vez de ser tan sincero. Apretó los labios. No importaba. No le gustaban las mentiras y ya era demasiado tarde para pensar en eso. Lo hecho, hecho estaba.


Al menos Pablo había anunciado su compromiso con la hermosa Marina y planeaban la boda para principios del año siguiente. Su hermano era feliz y Pedro tenía la sensación de haber hecho su trabajo. El futuro de la dinastía Alfonso estaba asegurado. Solo faltaba que lo abandonara aquella condenada inquietud.


Pero no lo abandonaba, a pesar de una agenda que lo había llevado por gran parte del sudeste asiático, y aunque intentaba dejarse absorber por el trabajo más que de costumbre. Razón por la cual, se había sorprendido viajando a Inglaterra en su avión privado para hacer una visita inesperada a su oficina de Londres. Le gustaba Londres y mantenía allí un apartamento bien equipado, que usaba en distintos momentos del año, a menudo cuando el calor de Lasia estaba en su punto más álgido. Pero hasta en Londres le costaba concentrarse en su último proyecto de construcción de barco y disfrutar del hecho de que la prestigiosa revista Forbes hubiera dedicado un artículo a su empresa y alabado su perspicacia para los negocios.


Se dijo que era la curiosidad, o quizá la cortesía, lo que le hizo decidirse a ir a visitar a Paula para ver cómo le iba. Quizá se hubiera calmado lo suficiente para ser educada con él.


Pidió a su chófer que lo dejara a poca distancia del estudio y, cuando llamó a la puerta, el largo silencio que siguió le hizo pensar que no había nadie en casa. Suspiró. Podía dejar una nota, pero sospechaba que iría directamente a la basura. Podía probar a llamar, pero algo le decía que ella no querría hablar con él. Y eso tampoco le había pasado nunca.


Pero entonces se abrió un poco la puerta y apareció el rostro de Paula en el hueco. Su expresión le dijo que era la última persona a la que esperaba ver. Pedro entrecerró los ojos porque ella tenía muy mal aspecto. Su cabello rubio colgaba en mechones sin brillo, como si llevara días sin lavarlo. Su rostro estaba ceniciento y tenía ojeras profundas.


–Hola, Paula –dijo.




TRAICIÓN: CAPITULO 19




Paula asintió, intentando no mostrar su decepción. Se sentía como si fuera una copa de brandy que acabara de consumir él. ¿Pero qué esperaba? ¿Que Pedro le dijera que era la única mujer para él? Por supuesto que no. Aquello era lo que era. Una aventura de una noche que no tenía que significar nada. Así que se apartó de él y sacudió la melena intentando buscar el nivel de sofisticación que sin duda la situación requería.


–Sí que lo ha sido –asintió con frialdad.


Hubo un breve silencio, durante el cual él pareció rumiar sus palabras.


–Me sorprende que Santino no intentara seguirte hasta aquí antes que yo –dijo al fin.


Paula frunció el ceño y se volvió a mirarlo.


–¿Y por qué narices iba a hacer eso? –preguntó


Él se encogió de hombros.


–He visto cuánta atención te ha dedicado en la cena.


–¿De verdad?


–Sí. Y después de tu marcha, Santino y Rachel se han ido también bastante bruscamente. Los hemos oído discutir de camino a su habitación.


–¿Y has pensado que era por mí? –preguntó ella.


–Sospecho que lo era. Han mencionado tu nombre más de una vez.


–¿Y qué? –quiso saber ella–. ¿Has pensado que yo anhelaba un hombre? ¿Cualquier hombre? ¿Que si Santino hubiera llegado antes que tú, estaría en la cama con él?


–No lo sé –él alzó la mirada hacia los ojos de ella–. ¿Estarías?


Paula deseó clavarle las uñas en la piel y desgarrársela. Quería hacerle daño, hacerle algo que imitara el dolor que sentía en su corazón. Respiró hondo, amargamente consciente de la mala opinión que tenía de ella. 


Pero eso lo había sabido desde el principio, ¿no? ¿Y qué esperaba? ¿Que la creciente atracción sexual entre ellos hubiera anulado la evidente falta de respeto que sentía por ella? ¿Que admitirlo tan pronto en su cama iba a hacer que la admirara? ¡Qué estúpida había sido!


–Márchate –dijo en voz baja.


–¡Oh, Paula! –repuso él con suavidad–. No hay por qué exagerar. Me has hecho una pregunta y he contestado con sinceridad. ¿Preferirías que te mintiera?


–¡Va en serio! –replicó ella. Él hizo ademán de volver a abrazarla, pero ella saltó de la cama antes de que pudiera tocarla–. Vete de aquí –repitió.


Él se encogió de hombros. Puso los pies en el suelo y agarró sus pantalones.


–No pretendía insultarte.


–¿Ah, no? En ese caso, creo que deberías examinar bien lo que acabas de decir. Crees que no discrimino nada sexualmente, ¿verdad? ¿Que me da igual un hombre atractivo que otro?


–¿Cómo voy a saberlo? Después de todo, eres hija de tu madre. Y he tenido bastante experiencia con las mujeres para saber de lo que son capaces. Sé la falta de escrúpulos que pueden tener.


Paula se puso un camisón de algodón que colgaba en un gancho de la puerta. No se atrevió a hablar hasta que se ató el cinturón y ocultó su cuerpo desnudo a la vista de él.


–¿Por qué me has seducido cuando tienes tan mala opinión de mí?


Él se detuvo en el acto de ponerse la camisa.


–Porque te encuentro muy atractiva. Porque encendiste en mí un anhelo hace años y no ha desaparecido nunca. Quizá desaparezca ahora.


–¿Y eso es todo?


Pedro entrecerró los ojos.


–¿No es bastante?


Pero el instinto le decía a Paula que había algo más. Y ella necesitaba saberlo, aunque sospechaba que no le iba a gustar.


–Dime la verdad como has hecho antes –dijo.


Él se encogió de hombros.


–Todo empezó con que quería hacerte mía, por lo que ya te he dicho –musitó–. Pero también porque…


–¿Porque qué? Por favor, no pares ahora.


Él se abrochó los pantalones antes de alzar la visa.


–Porque mi hermano no se verá tentado por ti si sabe que yo me he acostado contigo antes.


–¿Y tú, naturalmente, te encargarías de que lo supiera?


–De ser necesario, sí.


Paula guardó un silencio incrédulo antes de decir:
–O sea, que ha sido por algo territorial, el modo de asegurarte de que tu hermano no se viera tentado, aunque no hay ninguna chispa entre Pablo y yo ni la ha habido nunca.


Pedro la miró a los ojos sin parpadear.


–Supongo que sí.


Paula se sentía mareada. Aquello era aún peor de lo que había pensado. Cerró los ojos un instante y respiró con fuerza.


–¿Te das cuenta de que tendré que irme de la isla? Después de esto, no puedo seguir trabajando para ti.


Él negó con la cabeza.


–Eso no es necesario.


–¿Ah, no? –ella rio con amargura–. ¿Cómo imaginas tú esto? ¿Conmigo siguiendo con el trabajo doméstico y tú viniendo aquí a hurtadillas a acostarte conmigo? ¿O tengo que abandonar el uniforme como en una especie de ascenso raro y cenar todas las noches con tus invitados y contigo?


–No hay necesidad de exagerar –dijo él entre dientes–. Ya pensaremos en algo.


–No hay ningún modo de arreglar algo así –dijo ella–. No permitiré que me trates de este modo y no pasaré más tiempo en compañía de un hombre que es capaz de tratarme así. Lo de esta noche ha sido un error, pero eso ya no tiene remedio. Pero no me quedaré ni un segundo más de lo necesario. Quiero irme mañana a primera hora. Antes de que se despierte la gente.


Había terminado de abrocharse la camisa y la expresión de su rostro rugoso quedaba oculta en las sombras.


–¿Eres consciente de que necesitas mi cooperación para eso? Puede que no esté dispuesto a dejarte marchar tan fácilmente. ¿Has pensado en eso?


–Me da igual lo que quieras tú, más vale que dejes que me vaya –a ella le temblaba la voz–. Porque soy buena nadadora, y si tengo que nadar hasta la isla más próxima, créeme que lo haré. O llamaré a un periódico internacional y les diré que me tienes prisionera en tu isla, e imagino que la prensa se divertiría mucho con eso. A menos que pienses confiscarme el ordenador, lo cual te recuerdo que es un delito. Vete de aquí, Pedro, y prepara uno de tus aviones para que me lleve a Inglaterra. ¿Me entiendes?





TRAICIÓN: CAPITULO 18




Pedro frunció el ceño y, cuando se entregó al beso que ella le había pedido, se le encogió el corazón. Aquella mujer era muy… sorprendente. 


Tan pronto una seductora fría como una chica casi tímida. Después de haberle hecho esperar más tiempo del que había tenido que esperar nunca a nadie, se mostraba dulce en su respuesta. ¿Había aprendido en las rodillas de su madre el mejor modo de cautivar a un hombre? ¿Había descubierto que tenerlos en ascuas era lo que más excitaba a los hombres que habían visto de todo, habían hecho de todo y a veces se habían aburrido en el camino?


Sentía que iba a explotar cuando la acarició y la besó y el corazón le latió con fuerza cuando se colocó encima de ella y empezó a penetrarla lentamente. ¿Y no era ridículo que casi se sintiera decepcionado por la facilidad con la que entró en su calor húmedo y resbaladizo? ¿Acaso no había fantaseado tanto tiempo con ella, que casi se había permitido albergar la ilusión de que quizá era virgen y él era el primero?


Pero esa locura no duró más que un segundo y enseguida empezó a relajarse y disfrutar de aquellas curvas suaves que eran suyas por el momento. ¡Ella estaba tan caliente! ¡Tan apretada! Le puso las manos bajo los muslos e hizo que lo abrazara con las piernas, disfrutando de los grititos de placer de ella a medida que incrementaba la penetración. La embistió cada vez más fuerte, hasta que ella no pudo soportarlo más y volvió a gritar su nombre. Y luego su cuerpo se arqueó en un arco tenso hasta que se dejó ir con un grito largo y estremecido. ¿Y no era esa la fantasía de él? No la de una mujer que ella nunca podría ser, sino la de Paula Chaves debajo de él mientras la montaba, con sus suaves muslos tensándose al llegar de nuevo al orgasmo. Esperó a que se aquietaran sus suaves gemidos y solo entonces se permitió su propio orgasmo. Y se le oprimió el corazón cuando la semilla salió caliente de su cuerpo y se recordó que aquello era lo que había querido. La conquista de una mujer que llevaba años atormentándolo. Una despedida de algo que debería haberse acabado ocho años atrás.


Después se quedó dormido y, cuando despertó, encontró sus labios rozando uno de los pechos de ella. Casi no necesitó ningún movimiento para introducirse el pezón en la boca, rozarlo con los dientes y lamerlo, hasta que ella se retorció debajo de él y, antes de que Pedro se diera cuenta de lo que ocurría, volvía a estar dentro de ella. Esa vez duró más tiempo. Como si todo ocurriera en algún tipo de sueño. 


Después se tumbó de espaldas y apoyó la cabeza de ella en su hombro, porque las mujeres eran muy sensibles al rechazo en esos momentos, y aunque pensaba decirle adiós en un futuro próximo, desde luego, no sería esa noche. Pero necesitaba pensar en lo que ocurriría luego, porque aquella situación requería niveles de diplomacia inusuales. Rozó el vientre de ella con los dedos y la sintió estremecerse.


–Bueno –susurró–. No se me ocurre ningún modo más satisfactorio de terminar una velada.