martes, 17 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO FINAL




Un año después...


—Oh, sí, Paula, no pares.


—No puedo parar —susurró Paula sin dejar de cabalgar sobre el cuerpo de Pedro. Primero despacio y después más rápido hasta que ambos alcanzaron el orgasmo a la vez.


Exhausta, Paula se apoyó en el pecho de Pedro y escuchó cómo sus corazones latían a la vez.


Pedro se movió hasta rozar los labios de Paula. La besó tierna y detenidamente. Después se deslizó hasta alcanzar un pecho de Paula y lo acarició con la lengua.


—Oh —susurró ella—. Estás volviendo a excitarme.


—Esa es mi intención —reconoció él. Sus cuerpos rodaron hasta que el de Pedro estuvo sobre el de Paula


—Tan pronto. Pero si tú... bueno, nosotros acabamos de tener un orgasmo.


—Lo sé, ¿pero no notas que de nuevo estoy excitado?


Paula soltó un suspiro de placer y abrazó a Pedro. Durante un buen rato los únicos ruidos que invadieron la habitación fueron los gemidos



****


Cuando se miraron a la cara de nuevo ambos estaban satisfechos pero agotados después de aquella tarde maratoniana en la que no habían parado de hacer el amor.


—Bueno, señora Alfonso, ¿qué tal su día? —preguntó Pedro en broma con los ojos aún algo turbados por la pasión.


—Muy bien, señor Alfonso ¿y el suyo? —preguntó Paula.


—Tremendamente ocupado.


—Eso está bien, ¿no?


—Claro que sí, preciosa.


Paula era consciente del halo de felicidad que los rodeaba desde el día en el que ambos habían averiguado la verdad sobre su pasado. Todavía le tenían que decir a Teo que Pedro era su verdadero padre, pero por el momento, no corría prisa.


Cuando le habían contado al niño que estaban enamorados y que iban a casarse, Teo había preguntado si podía llamar a Pedro papá. Aquel instante se había quedado grabado en el corazón de Paula para siempre.


Había preparado una cena especial a la luz de las velas y después se había ido al salón y Pedro había sentado a Teo en su regazo.


—Tu madre y yo tenemos que decirte una cosa —le había dicho Pedro.


—¿El qué? —había preguntado el niño inquieto.


—Algo bueno, cariño —le había respondido Paula con una sonrisa.


—¿Qué te parecería quedarte a vivir aquí?


—¡Muy bien!


—A mí también —había dicho Paula.


—Tu madre y yo estamos enamorados y queremos casarnos.


—¿Eso quiere decir que estarás besando a mamá todo el rato? —había preguntado el niño con el ceño fruncido. Los dos adultos se habían echado a reír.


—Me temo que sí —había bromeado Pedro.


—Bueno, vale —había dicho el niño—. ¿Y tú serás mi papá?


—Claro que sí.


El niño se había quedado unos instantes pensativo y Paula y Pedro habían contenido la respiración.


—¿Te puedo llamar papá?


—Me encantaría que lo hicieras —había admitido Pedro.


—Vaya, ahora seré como todos mis amigos. Todos tienen papás.


Paula había contemplado emocionada cómo Pedro abrazaba Teo. Al limpiarse las lágrimas se había dado cuenta de que Pedro también estaba llorando.


Días después habían contraído matrimonio y desde aquel momento habían formado una familia.


Durante el año que llevaban casados, la espalda de Monica se había recuperado completamente. A pesar de que la mujer se había empeñado en continuar trabajando, Pedro se había negado en redondo. Había llegado el momento de que disfrutara de la vida y sobre todo de su nieto.


En lo referente a Eva y a Ramon, la situación era más civilizada, a pesar de que había una brecha entre el hijo y los padres. A Paula le daba mucha rabia, y hasta cierto punto, se sentía responsable. Pero ella no podía hacer nada. Pedro tendría que resolver los problemas con sus padres a su manera y a su ritmo.


Después del enfrentamiento con su familia, Pedro había decidido no presentarse como candidato. Había preferido centrarse en hacer felices a Paula, Teo y en expandir el negocio de los caballos. Junto con Art habían ideado una manera de hacerlo sin contar con las tierras de Olivia.



****


—Estás muy callada —le dijo Pedro a Paula antes de besarla en la punta de la nariz.


—Estaba pensando en este año y en todas las cosas que han pasado.


—¿En qué cosas?


—Nosotros. Teo. El distanciamiento con tus padres.


—Yo también he estado pensando mucho sobre ello. Pero por el momento todavía no puedo olvidar lo mal que se portaron.



—Quizás algún día puedas hacerlo por Teo. Al fin y al cabo, son sus abuelos y yo quiero que los conozca.


—Tienes razón. Estoy seguro de que están arrepentidos y de que están sufriendo. Pero no puedo perdonarlos completamente ni he olvidado lo que hicieron. Me han privado de cinco años al lado de mi hijo —admitió apenado.


—Ya sé que eso es muy duro pero...


—Pero crees que debería solucionarlo —concluyó Pedro


Paula asintió.


—Y sólo lo digo por una razón, Teo. En cualquier caso creo que tú eres quien debe decidir cómo llevar la relación con tu familia.


—Bueno, las navidades están a la vuelta de la esquina. Veremos qué sorpresas nos traen.


Paula sonrió y lo besó.


—Eres un buen tipo, Pedro Alfonso.


—Y tú eres una mentirosa, Paula Alfonso. Soy un canalla y los dos lo sabemos.


Los dos se rieron y se abrazaron.


—¿Echas de menos tu trabajo? —le preguntó Pedro.


—Un poco. Echo de menos al doctor Nutting, mi antiguo jefe. Aunque ha entendido perfectamente por qué me he quedado aquí.


—¿Y no has pensado en trabajar aquí? A mí me gustaría que estuvieras contenta en casa, pero si no es así, no hay problema —bromeó Pedro.


—¿Estás seguro? —le preguntó Paula tras echarse a reír.


Había una nota de tristeza en la voz de su marido. 


El sonrió.


—Bueno, quizás me ponga un poco celoso.


—La verdad es que he estado pensando en hacer trabajo voluntario un par de días a la semana en una clínica de la ciudad. Pero aún no te lo había comentado.


—Me parece muy buena idea.


—A mí también —dijo Paula estirándose.


Con aquel movimiento uno de sus pezones quedó al descubierto. Pedro se acercó y lo lamió.


—¿Sabes que nuestra vida es casi perfecta? —susurró Paula—. A pesar de que me haya casado con un canalla.


—Lo que me encantaría sería que pudiéramos tener otro hijo. Me encantaría estar a tu lado durante todo el proceso. Ver tu tripa crecer, sentir cómo se mueve el bebé.


—Será cuestión de intentarlo.



—Ya sabes lo que dijo el doctor —dijo Pedro perplejo.


—Lo médicos también se equivocan. Quizás podamos empezar ahora mismo a intentar llevarle la contraria a tu doctor. Y lo intentaremos todos los días si hace falta.


—Oh, Paula. No me quiero ni imaginar la vida sin ti.


—Ni yo sin ti. Así que no te distraigas y vamos a buscar a ese bebé.





PLACER: CAPITULO 31





Paula se había asomado al porche, en busca de un poco de aire fresco que le calmara los nervios. Escuchó que alguien tocaba la puerta, pero no se molestó en girarse.


—Está abierto —dijo.


Cuando nadie contestó, entró de nuevo en la habitación. 


Pedro estaba apoyado en el quicio de la puerta. Como de costumbre el corazón de Paula dio un vuelco y la boca se le secó.


—Sé que soy la última persona en el mundo a la que te gustaría ver —dijo Pedro mientras examinaba las maletas.


—Tienes razón —contestó ella sin dejar de sentir escalofríos.


—He hablado con mis padres. Tenías razón.


Paula se encogió de hombros. El rostro de Pedro estaba desencajado y su voz rota. Sus miradas se encontraron.


En aquel momento Paula se dio cuenta de que aún lo amaba, que nunca lo había dejado de amar y que lo amaría hasta el final de sus días.


—Siento mucho que interfirieran. Tienes que creerme cuando te digo que yo no tenía ni idea de toda la basura que estaban soltándote a mis espaldas.


De repente, Paula vio un rayo de esperanza en su corazón y consideró la posibilidad de tragarse el orgullo, como su madre la había aconsejado. Volver a empezar. Si es que eso era lo que él quería, claro.


—Pero eso no justifica lo que tú hiciste, Paula.


En un instante Pedro borró brutalmente cualquier rastro de aquel rayo de esperanza.


—¿Y que querías que hubiera hecho?


—Cuando me dejaste, te casaste con el primer tipo que encontraste y te lanzaste a sus brazos.


Paula se quedó sin palabras durante un buen rato. El dolor y la humillación eran tan grandes que no podía hablar.


—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿Es que no tienes vergüenza? —dijo finalmente.


—Dime que no es cierto y lo retiraré.


—Por supuesto que no es cierto.


—¡Maldita sea! ¿Entonces cuál es la verdad? —preguntó atormentado.


—Yo nunca me he casado. Inventé esa historia sólo para protegernos a Teo y a mí —le soltó Paula sorprendida ante sus propias palabras.


—Vale, no te casaste. ¡Solo te tiraste a los brazos de alguien!


—¡No! —gritó Paula furiosa.


—Es obvio que le entregaste a alguien tu cuerpo —dijo él con desdén.


Paula se sintió más rabiosa que nunca. ¿Cómo podía ser que el hombre al que amaba le dijera aquellas cosas tan horribles?


—¡Tú eres el único hombre que me ha tocado en mi vida! —le gritó acalorada y fuera de control.


Por Dios, ¿por qué había pronunciado aquellas palabras? Se llevó la mano a la boca para tratar de impedir el desastre que ya había cometido. Había prometido llevarse su secreto a la tumba, pero las palabras habían brotado irremediablemente de su boca. 


El daño ya estaba hecho.


Se quedó paralizada y miró a Pedro. Parecía asombrado pero Paula era incapaz de averiguar lo que estaba pensando. 


¿Estaría tramando cómo arrebatarle a Teo? 


Pedro tenía el dinero y el poder suficiente para hacerlo si se lo proponía.


—Por Dios, Paula, dime la verdad. ¿Es Teo hijo mío? —preguntó con suavidad—. Y aunque no lo sea, me da igual. Yo no puedo seguir viviendo sin ti.


Sin pensárselo dos veces, Paula tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo miró a los ojos.


—Teo y yo vamos siempre juntos.


—¿Entonces es mi hijo? —preguntó visiblemente emocionado.


—Sí. Teo es tu hijo —susurró ella.


Pedro se quedó paralizado y respiró con dificultad. 


Instintivamente, Paula, tomó su mano.


—¿Pedro?


—¿De verdad que Teo es mío? —insistió con los ojos llenos de lágrimas. 


Paula lo acarició.


—Sí, sí, sí.


—Por Dios, Paula, no puedo creerlo.


—¿Me odias por habértelo ocultado todos estos años?


—Yo nunca podría odiarte. Te amo demasiado para poder odiarte. Eres la única mujer que he amado en toda mi vida —contestó Pedro sin dudar un instante.


—Y tú eres el único hombre que yo he amado en mi vida —añadió Paula casi sin aliento.


—Paula... —susurró él tomándola entre sus brazos. Permanecieron mucho tiempo abrazados. Pedro la miró—. Te quiero. Te deseo. Pero por encima de todas las cosas, te amo y no permitiré que volvamos a separarnos.


Pedro le dio a Paula un beso apasionado y eterno beso. Sus cuerpos estaban tan unidos que Paula no podía distinguir el latido de su corazón del de Pedro. Los dos cuerpos se convirtieron en uno solo.




PLACER: CAPITULO 30




—¿Mamá?


Monica sonrió y tomó las manos de su hija.


—No me has llamado así desde hace un tiempo. Normalmente utilizas el «mamá» cuando estás enfadada por algo.


—Creo que ha llegado el momento de marcharnos —dijo Paula mientras terminaba de hacer la cama de Monica, quien acababa de fruncir el ceño.


—Está bien, cariño. Yo estoy mucho mejor. De hecho estaba pensando en...


—No. El trato es éste: sólo me marcharé si me dejas contratar a una enfermera privada.


—No necesito una, ya tengo al fisioterapeuta —dijo Monica.


—Si yo me voy, necesitarás a los dos. Y Pedro tendrá que contratar a un ama de llaves temporal. Debes decírselo y no habrá ningún problema.


—Está claro que crié a una niña testaruda —comentó Monica tras un suspiro.



—Es verdad. Bueno, menos mal que las inyecciones en la espalda y la rehabilitación han hecho maravillas. Has tenido una recuperación prodigiosa. Volverás a ser la de antes, es sólo cuestión de tiempo.


—Pero aún no lo soy, ¿verdad?


—Eso es —le confirmó Paula.


—La verdad es que no soporto la idea de que tú y Teo os marchéis. Ya sabes que te entiendo. Aunque en el fondo no sé si te entiendo.


—Es que tengo que volver a la consulta —explicó Paula.


—Yo creo que hay algo más. Es por Pedro, ¿verdad?


Paula sólo pudo asentir con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta.


—Si te vuelve a hacer daño, yo misma me encargaré de estrangularle con mis propias manos —dijo Monica.


—No pasa nada. Es sólo que ha llegado el momento de que Teo y yo nos marchemos. A ti te encanta vivir aquí. A Pedro le encanta que estés en el rancho y yo no quiero ponerlo todo patas arriba.


—Yo sigo pensando que vosotros dos os tenías que haber casado.


—Bueno, ya es demasiado tarde para pensar en eso —admitió Paula con amargura.


—Nunca es demasiado tarde para ser feliz, querida. Si es una cuestión de orgullo, olvídalo. El orgullo puede llegar a arrasar lo más hermoso.


—Mamá.


—Ya no te digo nada más. Cuando estés preparada para hablar, yo estaré aquí para escucharte. Nada de lo que hayas hecho o de lo que hagas, será imperdonable para mí. No lo olvides. Te quiero más que a mi propia vida.


—Oh, mamá —dijo Paula antes de echarse a llorar sobre su madre—. Tú has sido mi mayor apoyo y siempre lo serás. Quizás ya haya llegado el momento de abrirte mi corazón.


—Te escucho, mi amor —dijo Monica tras limpiar una lágrima de la mejilla de Paula.


Paula ya había hecho las maletas y estaba lista para emprender la marcha.


Todavía no había avisado a Teo que estaba jugando con Tamy en el campo.