sábado, 5 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 11

 


Era como un milagro.


Pedro detuvo la camioneta en la cima de una colina, desde donde podía verse Penny's Song, y Paula guiñó los ojos para ver el rancho. Aquel había sido su sueño, el de los dos. No era el escenario de una antigua película del oeste sino un rancho auténtico.


–Es maravilloso, Pedro


–Lo sé –dijo él.


Nada estaba resuelto entre ellos y Paula no lo esperaba, pero al menos tenían el rancho. Si su matrimonio no se hubiera roto lo habrían hecho juntos, pero eso no era lo más importante. Lo importante era que los niños se beneficiarían de Penny's Song. Sus vidas mejorarían gracias a aquel sitio, donde harían amigos y donde se recuperarían después de meses o años de hospitalización.


Paula pensó en su hermano y en lo difícil que había sido su recuperación. Cuando volvió al colegio, Sergio se sentía como pez fuera del agua, incapaz de relacionarse con sus amigos como antes. En Penny's Song habría estado con otros niños que habían pasado por lo mismo que él…


–Aún no está terminado –dijo Pedro. –Quedan algunas cosas por hacer.


Desde allí, los niños parecían miniaturas y Paula vio un par de ellos al lado del establo, otros frente a los corrales y a una niña persiguiendo a una gallina. Además del edificio principal, pintado de un color muy alegre, vio un saloon, una tienda y una cafetería.


–¿Cuántos han venido esta semana?


–Ocho, desde los siete a los catorce años, pero la semana que viene tendremos una docena.


Sin darse cuenta, áiña le puso una mano en el brazo, emocionada. Penny's Song había sido el sueño de los dos, el hijo que no habían tenido, lo único que ambos habían amado desde el principio.


–No me lo puedo creer.


Pedro puso una mano sobre la suya.


–No puedo negar que estoy contento.


Se quedaron en silencio durante unos segundos, mirando aquel sitio como dos padres mirarían a su hijo. Estaban juntos en la cima de la colina, mirando el rancho que habían concebido juntos y, en ese momento, todo parecía estar bien.


Pero Paula empezó a protestar desde su sillita de seguridad.


–Deberíamos ponernos en marcha –dijo Pedro.


–Sí, claro.


Unos minutos después estaban visitando el rancho, con Pedro llevando la bolsa de los pañales y Maite en brazos de Paula. La niña parecía intrigada por los animales, pero sobre todo por los niños.


Una niña en particular, cuyos rizos dorados empezaban a crecer de nuevo, se acercó para mirarla con mucho interés y Paula se la presentó.


–Se llama Maite y pronto cumplirá cinco meses.


–Es muy guapa.


–¿Cómo te llamas?


–Wanda.


–Encantada de conocerte, Wanda.


Maite alargó la manita para tocar su cara y la niña sonrió.


–Yo voy a cumplir ocho años… ¿Ella también está malita?


Había preocupación en la pecosa cara de Wanda y cuando Paula miró a Pedro, en sus ojos vio un brillo de tristeza.


–No, está bien.


Los niños no deberían sufrir enfermedades, era tan injusto. Deberían disfrutar de su infancia sin tener que pasar por el hospital. Esa era la razón por la que habían creado Penny's Song.


Un niño llamado Edu se acercó a ellos y Paula presentó a Maite de nuevo. Pronto, los ocho niños los rodearon y empezaron a hacer preguntas a las que Paula respondía sucintamente: sí, Maite era su hija. No, no tenía hermanos. No era de allí, no, Maite aún no sabía hablar.


Su hija daba pataditas, entusiasmada por tanta atención.


Después, uno por uno, los niños volvieron a sus tareas y Paula se encontró a solas con Pedro de nuevo.


–El saloon es en realidad un cuarto de juegos.


Estaban entrando en el saloon cuando Cecilia apareció tras ellos, empujando un cochecito con grandes ruedas que se agarrarían bien en la tierra del rancho.


–¿Qué te parece el nuevo vehículo de Maite?


–Típico de mi hermano, tenía que comprar un cuatro por cuatro a su hijo –Pedro soltó una carcajada.


–Tú harías lo mismo, Pedro Alfonso.


–Yo sigo esperando mi oportunidad.


Paula se quedó callada. Pedro tenía seis años más que ella, había disfrutado de una carrera llena de éxitos y estaba listo para formar una familia. Ella, en cambio, estaba empezando a afianzar su carrera y ser madre no había sido su objetivo hasta que Maite apareció en su vida. Sencillamente, se habían encontrado en el peor momento.


–Vamos a llevar a Maite a dar un paseo –dijo Cecilia.


–¿Estás segura? El cochecito es nuevo y…


–Estoy segura –dijo la joven. –Y parece que llegó justo a tiempo, a la pobrecita se le cierran los ojos.


–Sí, es verdad. Y pesa una tonelada –Paula puso a la niña en el cochecito y la cubrió con una manta blanca.


–Puedo llevarla yo, si quieres –se ofreció Cecilia –Así tú podrás ver el rancho.


Maite y ella no se habían separado durante los últimos meses y le costaba trabajo dejarla con otra persona. No había tenido niñera, nadie había cuidado de ella más que Paula.


–Sí, claro –respondió. –Me parece una idea estupenda.


–Prometo no ir muy lejos.


–Que lo pases bien –Paula estaba sonriendo, pero tuvo que disimular su angustia al ver que se alejaban.


–No le pasará nada –dijo Pedro.


–Sí, lo sé. Es que no me he separado de ella en todo este tiempo. En fin, no pasa nada.


–¿Quieres ver el resto del rancho? –le preguntó él, tomándola del brazo.


–Por supuesto –distraída por el calor de su mano, Paula lo siguió.


Esa tarde, Pedro detuvo la camioneta frente a la casa de invitados. Con una mano en el volante y la otra sobre el salpicadero, se volvió hacia Paula.


–Ya hemos llegado.


Ella asintió con la cabeza.


–El resultado es mucho mejor de lo que yo esperaba.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 10

 

Paula parpadeó, sorprendida. ¿La había invitado él?


Se había marchado a Nashville después de una pelea y volvió unos días después con la intención de arreglar su matrimonio, pero los encontró sentados en el sofá, con sendas copas de vino en la mano, riendo. Paula se había sentido como una extraña en su propia casa, traicionada de la peor manera posible.


Susy, que había usurpado su puesto, no pudo disimular una mueca de satisfacción. Esa había sido la gota que colmó el vaso y Paula había subido a su habitación para hacer las maletas.


No debería haberla sorprendido porque Pedro había hecho lo mismo con las mujeres que la habían precedido y, sin embargo, fue como si le clavase un puñal en el corazón. Porque había sido tan tonta como para pensar que ella era diferente, que era única.


–Ah, la invitaste –murmuró.


–No me gusta que me acusen de algo que no he hecho, Paula. Deja que te lo aclare de una vez por todas: esa noche no ocurrió nada.


–¿No te has acostado con ella?


–No –respondió Pedro, con una seguridad que la sorprendió.


–¿La has besado?


Él apartó la mirada.


–¡La has besado!


–¡Maldita sea, Paula, tú me abandonaste!


–Y nadie te había hecho eso antes –dijo ella.


Su ego no había podido soportar el golpe o tal vez se había dado cuenta de que ya no la amaba. Fuera cual fuera la razón, Pedro ni siquiera había intentado arreglar su matrimonio. Sencillamente, había aceptado su decisión de marcharse.


–No, la verdad es que no, pero eso no es lo importante. Lo importante es que te fuiste de aquí.


–Y tú no hiciste nada.


Paula había esperado que la buscase, que intentase una reconciliación. La había llamado dos veces por teléfono, pero esas conversaciones no los habían llevado a ningún sitio.


–Estabas deseando pedir el divorcio.


–No es solo culpa mía –dijo Pedro. –O me crees o no, es así de sencillo. Pero vamos a trabajar juntos organizando la gala de inauguración y quiero que empecemos de cero.


Paula no podía dejarlo pasar cuando aquello era algo que no había admitido nunca.


–¿Por qué invitaste a Susy esa noche?


Él se pasó una mano por la cara.


–Necesitaba saber su opinión sobre algo.


–¿Sobre qué?


–Quería darte algo que pertenece a mi familia desde siempre.


–¿El collar de rubíes? –exclamó Paula. Había oído hablar del famoso collar Alfonso. Según la leyenda, ese collar había salvado al rancho de la ruina y había unido a Marta y Carlos Alfonso, el tatarabuelo de Pedro, cien años antes. Nunca lo había visto porque su marido lo guardaba en el banco…


Pero nada de aquello tenía sentido. Pedro y ella no se entendían y último que haría sería regalarle una joya tan valiosa a una mujer que se negaba a darle hijos cuando él daba la orden.


–No, un anillo a juego que había encargado.


–¿Y por qué no me lo dijiste antes?


–Porque estaba enfadada. Que me acusaras de tener una relación ilícita con Susy era injusto. Tu deberías haber sabido que yo no…


–¿Cómo iba a saberlo?


–Porque contigo siempre ha sido diferente –respondió Pedro. –Yo nunca había querido casarme hasta que te conocí, Paula. Me casé contigo y creí que sabías lo que eso significaba. O se tiene confianza en alguien o no se tiene.


Hacía que algo tan complicado pareciese tan sencillo… pero ella sabía que no lo era. Tener confianza plena en alguien era algo que no había podido hacer nunca, tal vez porque se había llevado demasiadas desilusiones en la vida.


–No siempre es tan sencillo.


–A veces lo es –replicó él.


Maite se movió en la cuna, impaciente, y Paula la tomó en brazos para consolarla. Aunque era ella quien necesitaba consuelo.


–Creo que deberíamos irnos.


Pedro apretó los labios, airado.


–Sí, vámonos de aquí.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 9


Afortunadamente, cuando sonó el timbre estaba lista. Tenía la bolsa de los pañales con lo esencial, una niña bien descansada y comida y unos nervios de acero. Al menos, eso era lo que se decía a sí misma.


Mientras iba hacia la puerta se preparaba para ver a Pedro otra vez. Aquel día debían hablar del divorcio, no tenía sentido retrasar lo inevitable.


Susy Johnson tendría derecho legal a clavar sus garras en él.


Pero cuando abrió la puerta se quedó sorprendida al ver que no era Pedro sino una joven de pelo oscuro.


–Hola, soy Cecilia Alfonso, la mujer de Hector. Espero que no te importe que haya pasado por aquí.


–No, claro que no. Encantada de conocerte –dijo Paula. –¿Quieres entrar?


Paula sabía que Hector se había casado, de modo que, al menos por el momento, Cecilia y ella eran cuñadas.


–Me gustaría mucho, pero sé que os marcháis a Penny's Song. He hablado con Pedro esta mañana y me ha contado lo de la niña –respondió Cecilia.


–¿Pedro te ha hablado de Maite?


–Sí, me ha dicho que es una niña preciosa.


–Desde luego que sí.


–Nosotros estamos esperando un bebé –dijo Cecilia tocándose el abdomen.


Paula se dio cuenta entonces de que su blusa parecía un poco abultada.


–Me alegro por ti y por Hector… –el llanto de Maite desde la cuna hizo que interrumpiese la frase. –¿Por qué no entras un momento?


Cecilia la siguió al dormitorio y encontraron a la niña despierta, con los ojos abiertos de par en par.


–Te presento a Maite.


La niña llevaba un vestidito de color amarillo con una margarita gigante en la pechera y calcetines a juego.


–Hola, Maite. Pareces lista para dar un paseo –la saludó Cecilia, volviéndose hacia Paula. –Me han contado lo que le pasó a tu amiga y lo siento mucho.


–Sí, yo también. La echo de menos.


–Tú eres la mejor amiga que pueda tener nadie. Que te hayas hecho cargo de su hija es maravilloso.


–Gracias –murmuró Paula. –¿Qué vas a tener, una niña o un niño?


Cecilia negó con la cabeza.


–Aún no lo sé, es demasiado pronto.


Como no había usado el cliché: «Me da lo mismo mientras esté sano», Paula decidió que aquella chica le caía bien.


Pedro me ha dicho que pensabas alquilar la cuna y todo lo demás, pero Hector y yo nos volvimos locos comprando el otro día y tenemos de todo. Puedes pedirme cualquier cosa que necesites.


–¿En serio?


–Claro que sí. Puedo prestarte el cochecito, el moisés, el parque, la trona, juguetes… tengo de todo. Nosotros no vamos a necesitarlo hasta dentro de unos meses.


En otra ocasión, Paula no habría aceptado la oferta, pero Cecilia parecía sincera y su ofrecimiento le ahorraría tiempo y dinero.


–Sería estupendo. No he podido traer nada en el avión.


–Te llevaré el cochecito a Penny's Song, así Maite podrá probarlo hoy mismo.


–No sé qué decir. Muchas gracias.


–De nada –Cecilia sonrió, apretando su mano. –Bueno, será mejor que me vaya. Pedro estará…


–¿Pedro estará qué? –escucharon una voz masculina.


Las dos se volvieron para verlo apoyado en el quicio de la puerta, la camisa negra dentro del pantalón vaquero y el pelo asomando bajo un Stetson. Allí estaba, un vaquero alto y fibroso con una sonrisa increíble y unos ojos que te derretían el corazón.


–Nos vemos luego –se despidió Cecilia. –Adiós, Paula


–Adiós.


Conocer a la mujer de Hector la había puesto de buen humor. No había esperado una bienvenida tan calurosa.


–Es muy agradable –le dijo cuando la joven desapareció.


–Sí, lo es –asintió Pedro, poniéndose serio. –Antes de irnos, me gustaría hablar contigo.


Paula miró a Maite, que estaba ocupada rodando por la cuna.


–Muy bien.


–Es sobre Susy.


El buen humor de áiña desapareció. Se le encogía el estómago cada vez que escuchaba ese nombre, recordando las veces que Susy había aparecido en el rancho tras divorciarse de su alcohólico marido. Al principio, Paula había sentido compasión de ella y le había ofrecido su amistad, pero unas semanas después había quedado claro que Susy solo quería la amistad de Pedro.


Héctor y Federico la apreciaban, Julian la apreciaba. Todo el mundo decía que era estupenda, de modo que Paula la toleraba… hasta que un día estalló.


–Lo que haya entre Susy y tú no es asunto mío –le dijo.


–Has sacado conclusiones precipitadas, Paula.


–Ya, claro, Susy es una amiga. Vuestras familias se conocen desde siempre y…


–No es lo que crees. No lo ha sido nunca.


Maite empezó a balbucear y Paula miró hacia la cuna, intentando contener sus sentimientos.


–Ya da igual.


–Quiero que sepas que vas a ver a Susy en Penny's Song. Trabaja como voluntaria en la enfermería durante su tiempo libre y no voy a malgastar saliva defendiéndome a mí mismo cada vez que creas ver algo entre nosotros.


–No te defendiste ayer, cuando apareció con las galletas.


–¿De qué habría servido? Tú ya has tomado una decisión.


–Susy aparece siempre en el momento adecuado –murmuró Paula– justo cuando yo acababa de llegar.


–La verdad es que no la he visto mucho en los últimos meses, solo cuando voy a Penny's Song.


Paula no lo creía. ¿Cómo iba a creerlo? Susy había aparecido en el rancho en cuanto ella llegó, como si fuera su casa.


–La última vez que os vi juntos –empezó a decir, recordando el golpe final para su matrimonio– apareció en casa cuando sabía que yo estaba fuera.


–No apareció, la invité yo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 8



Pedro caminaba a toda velocidad hacia su casa.


Paula tenía una hija. No sabía si iba a poder acostumbrarse a la idea. Paula había destrozado su matrimonio negándole hijos cuando él tenía más dinero y más recursos que el noventa y nueve por ciento de la población para mantener a una familia. Pero Paula no había confiado en él y, además, lo había acusado de mantener una relación con Susy Johnson…


La aparición de Paula con la niña lo había dejado estupefacto. Tal vez debería haber dejado que los abogados se encargasen de todo, pero la verdad era que quería volver a verla, quería terminar con aquel matrimonio de manera civilizada. Ese había sido el plan.


Seguía siendo el plan, se recordó a sí mismo.


Pedro entró en casa y cerró la puerta con demasiada fuerza.


–¿Eres tú, Pedro? –escuchó la voz de Elena en el piso de arriba.


Y después oyó un estruendo.


–¿Elena?


–Estoy aquí, en el ático. Y necesito ayuda.


Pedro subió las escaleras de dos en dos y cuando llegó al primer piso giró a la derecha, hacia la escalerilla que llevaba al ático.


–¿Se puede saber qué haces?


–He tenido que apartar un montón de cosas, pero he encontrado una cuna –respondió el ama de llaves. –También hay sábanas y mantitas. Hay que lavarlo todo, pero están en buenas condiciones.


Pedro dejó escapar un suspiro de alivio.


–No deberías haber subido sola. Podrías haberte hecho daño.


–Tonterías. Venga, tenemos que bajar todo esto.


–Paula va a alquilar una cuna en el pueblo.


–¿Para qué si tenemos una aquí? Esa mujer necesita ayuda, Pedro.


Elena nunca se metía en su vida, de modo que no había crítica en ese comentario. Y tenía razón; Paula parecía agotada.


Además, él no discutía con Elena, que siempre había sido como una madre para sus hermanos y para él.


–Muy bien, de acuerdo.

 

Dos horas más tarde, Pedro había montado la cuna de nogal en el dormitorio principal de la casa de invitados y cuando se volvió encontró a Paula con un vaso de té helado en las manos.


–Imagino que tendrás sed después de tanto esfuerzo.


Él se lo tomó de un trago.


–Ah, justo como a mí me gusta.


–Algunas cosas no cambian nunca –bromeó Paula.


¿Era una crítica o un comentario burlón?


–No sé cómo darte las gracias –dijo luego. –No tenías por qué hacer esto, pero a Maite le encantará.


Pedro no quería sonreír, pero no pudo evitarlo. Paula se había puesto unos vaqueros y una blusa de cuadros rojos, pero incluso con la ropa más sencilla tenía un aspecto elegante. Y su pelo rubio, mojado, olía a limón y a azúcar.


–Será mejor que me vaya.


Ella asintió con la cabeza, tomando las sábanas recién lavadas y secas.


–Te acompaño a la puerta.


La niña levantó la cabecita en ese momento, mirándolo con unos ojitos tan azules como las aguas del lago. Era preciosa, tuvo que reconocer, con las mejillas regordetas y los diminutos rizos rubios.


–Vaya, mira quién se ha despertado –dijo Paula, sonriendo.


Pedro puso la mano en el picaporte. Él no debía estar allí, no era parte de aquel escenario feliz.


–Buenas noches –se despidió, mientras Paula levantaba a la niña del suelo.


Madre e hija.


–Hasta mañana.


Pedro abrió la puerta y la cerró tras él.


Había hecho su buena obra del día.


Sacar a Maite de la cuna, darle el biberón, bañarla y vestirla fue el típico remolino de actividad al que Paula aún no estaba acostumbrada. A las nueve en punto, después de vestirse a toda prisa, se sujetó el pelo en una coleta y se puso brillo en los labios.


Estaba deseando ver Penny's Song por primera vez. Solo había visto los planos mientras diseñaba el rancho con Pedro y se preguntó si la realidad estaría a la altura de sus sueños.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 7

 


En los últimos meses, las emociones de Paula habían sido como una montaña rusa, yendo de la alegría cuando Maite tomaba el biberón hasta la más profunda tristeza cuando no quería comer o se quejaba porque le dolía algo.


–Elena ha llenado la nevera –dijo Pedro.


–Muy bien. Pero me gustaría ver Penny's Song en cuanto sea posible.


El divorcio no era la única razón por la que había vuelto al rancho Alfonso. La fundación Penny's Song era importante para ella, aunque el plan de estar allí desde el principio hasta el final de la construcción se hubiera esfumado cuando su matrimonio se rompió.


–¿Mañana por la mañana te parece bien?


–Sí, muy bien. He pensado mucho en ello. Me preguntaba si todo sería como yo lo había imaginado.


La expresión de Pedro se suavizó.


–Es todo eso y mucho más. Ver a los niños allí… en fin, la verdad es que me siento muy orgulloso.


Paloma Martin, una niña de Red Ridge, no había tenido tanta suerte como su hermano Sergio. Aunque había luchado valientemente, por fin había perdido la batalla contra la leucemia a los diez años. Su muerte había hecho germinar la idea de usar unos terrenos del rancho para construir la fundación y Pedro la había apoyado al cien por cien. Penny's Song sería un consuelo para los niños que habían perdido su infancia debido a una enfermedad y los ayudaría a sentirse normales tras su recuperación.


–Estoy deseando ver cómo ha quedado.


–Puedo llevarte a las nueve, si no es demasiado temprano.


–¿Temprano? Ya me gustaría –Paula sonrió. –Maite se despierta al amanecer.


Pedro estaba mirando a la niña, que se había tumbado boca abajo y estaba rodando hacia la chimenea como una bolita.


–Parece que quiere escaparse.


–¡Maite!


Pedro se inclinó para levantar a la niña antes de que se tirase encima los hierros de la chimenea.


–Eres muy rápida, ruedas como una pelota –le dijo, apretándola contra su pecho.


Maite no lo conocía, pero no lloraba. Al contrario, parecía encantada con él. Ojalá Paula pudiese decir lo mismo. Pero, por dentro, su corazón se rompía al ver a Pedro Alfonso, el rudo vaquero, sujetando a un bebé con sus fuertes brazos.


Podría haber estado mirándolos durante horas, pero Pedro no le dio tiempo.


–Toma –dijo, poniéndola en sus brazos. –Imagino que te tiene muy ocupada.


–Sí, desde luego –asintió Paula. –Pero al menos duerme bien.


Él miró a la niña por última vez antes de darse la vuelta.


–Si cambias de opinión –le dijo, con la mano en el picaporte– puedo pedirle a Elena que venga a echarte una mano.


–No, no hace falta.


Cuando Pedro salió de la casa, Paula cerró los ojos. La última media hora había sido la más difícil de su vida. Verlo de nuevo le dolía tanto… y verlo con Maite en brazos era como echar sal sobre una herida.


«Está deseando que firmes los papeles del divorcio. Nunca te ha entendido de verdad. Probablemente tiene una aventura con Susy».


Todas razones para mantenerse a distancia y olvidarse de su atractivo, de su preciosa sonrisa y de los buenos tiempos que habían compartido.


Tal vez aún no tenía controlada la maternidad, pero su obligación era sobrevivir y, para hacerlo, debía recordar por qué había ido al rancho Alfonso.


Para divorciarse de Pedro.