lunes, 25 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 23

 


–¿Has visto a la nueva bailarina? –preguntó Damián a Pedro mientras observaban a los jugadores, que estaban haciendo los últimos ejercicios de entrenamiento del día–. Tu chica del picotazo ha entrado en el grupo y lo hace muy bien. La Sexy Paula–dijo Damián con una sonrisa maliciosa.


Pedro estuvo a punto de saltar.


–¿Quién la llama así? –preguntó.


–Javier y un par de los nuevos. Le han echado el ojo nada más verla.


Era posible que Paula se hubiera teñido el pelo, que se hubiera pintado con esmero los ojos y que hubiera hecho algo para realzar su busto, pero todo eso era superficial. En el fondo solo era una chica inocente. Era cierto que quería dejar de serlo, pero esa no era la cuestión. Y Pedro no quería que alguno de aquellos patanes se aprovechara de ella. Lo cierto era que quería hacerlo él.


–Solo es una niña –dijo, esforzándose por sonar indiferente.


Inevitablemente, las bailarinas y los jugadores se reunieron cuando terminaron sus respectivos entrenamientos. Los entrenadores observaban atentamente a todos para asegurarse de que los chicos no se metieran en líos la noche antes de un gran partido. Paula permanecía a un lado del círculo de bailarinas, sin decir nada. Probablemente porque era nueva. Pero solo era cuestión de tiempo que alguno de los jugadores la abordara. Un instante después, dos de los jugadores se acercaron a ella. Estrecharon su mano, pero fue otra bailarina la que charló con ellos mientras Paula mantenía una enigmática sonrisa.


Pedro no le gustó que estuviera tan cerca de ellos. Mientras los observaba, Paula le lanzó una mirada de reojo y a continuación dedicó una sonrisa al tipo que estaba a su lado. Pedro supo que lo había hecho deliberadamente, para tomarle el pelo.


Pero la idea de que estuviera ligando con algún otro le resultaba intolerable.


Cuando Paula se acercó a arrojar la lata del refresco que estaba bebiendo a la basura, Pedro aprovechó la oportunidad.


–No hagas ninguna tontería –sabía que se había comportado como un memo con ella en más de una ocasión, y lo lamentaba, pero no quería que cometiera un error a causa de su orgullo herido. Por supuesto, como el completo canalla que era, lo que más lamentaba era no haberla besado.


–No sabía que te preocupara lo que pudiera hacer –replicó Paula.


Pedro vaciló. Paula sonrió, atrayendo la atención de este hacia sus brillantes labios.


–Tú ya tuviste tu oportunidad –dijo en tono petulante.


–¿Serías capaz de irte con cualquiera? –preguntó Pedro, consternado.


–No con cualquiera. Los estoy evaluando. Tú los conoces bien; ¿me recomiendas alguno?


–Eso no es gracioso.


No lo era, pero Paula rio de todos modos.


–Ninguno de esos chicos te serviría –dijo Pedro con firmeza.


–Ninguno es tan bueno como tú, ¿no? –replicó Paula en tono burlón.


–Solo creo que estás cometiendo un error –un terrible error, pensó Pedro. Y el mero hecho de pensarlo lo estaba matando.


–Lo que estoy haciendo es seguir adelante con mi vida. Quiero hacer muchas cosas. Esta es solo una de ellas. Ahora mismo estoy disfrutando coqueteando.


Pedro apoyó una mano en su brazo para evitar que se alejara.


–Algunos de esos chicos no saben cuándo parar –advirtió.


Paula sonrió de oreja a oreja.


–¿Y quién ha dicho que quiera que paren? –dijo, y a continuación se alejó de nuevo hacia el grupo de chicas, dejando a Pedro boquiabierto.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 22

 

En aquella ocasión fue Paula la que se quedó boquiabierta. ¿Quién habría imaginado que Pedro poseía una vena romántica?


–¿Estabas enamorado de la primera chica con la que te acostaste?


–Eso es distinto.


–¿Por qué? ¿Acaso son distintas las cosas para los hombres? ¿Por qué no puedo yo tener sexo por el mero placer de tenerlo, por curiosidad? ¿Por qué tuviste tú relaciones sexuales la primera vez?


–No malgastes tu virginidad con algún canalla. Es un regalo que deberías hacer a alguien que lo aprecie.


Paula gruñó de frustración.


–Nunca imaginé que serías tan anticuado. Tu reputación no es cierta.


Pedro tomó a Paula por el brazo.


–¿Por eso me has elegido a mí? ¿Por algo que has escuchado, por algo que crees saber?


–Te he elegido porque eres un hombre excitante. También corre el rumor de que eres muy bueno en la cama y de que no estás interesado en comprometerte en una relación. Esos son tres puntos esenciales en mi lista.


–La mayoría de las mujeres tienen anotado lo contrario en su lista –espetó Pedro, que dedicó a Paula una mirada incandescente–. ¿Por qué tú no?


–Porque yo tampoco quiero atarme a una relación. Nunca.


Pedro rio brevemente con incredulidad.


–Así que para ti no va a haber matrimonio ni niños.


–Nunca.


–Nunca es demasiado tiempo para una mujer joven como tú –dijo Pedro a la vez que aflojaba la mano con la que aún sujetaba el brazo de Paula.


–No te pongas condescendiente conmigo. Sé lo que quiero y lo que no quiero –Paula no quería volver a experimentar el dolor que podía conllevar una familia. Tenía el gen de la necesidad de ser libre y no pensaba estropear su vida como lo hizo su madre por tener un hijo, ni una relación larga.

 

–Lo que quieres y necesitas es a alguien adecuado –replicó Pedro con aspereza.


–¿Y tú no lo eres? ¿No eres un amante lo suficientemente bueno?


–No trates de retarme –contestó Pedro a la vez que le soltaba el brazo–. No te va a funcionar.


–Ah, ¿no? –Paula bajó la mirada hacia la cintura de Pedro para constatar abiertamente su estado de excitación–. Solo eres humano, Pedro.


–Así es. Soy un humano, no un animal. Poseo autocontrol y libertad de elección –Pedro respiró profundamente y luego le apartó con sorprendente delicadeza la trenza a Paula del hombro–. ¿Piensas utilizar tus inocentes artimañas para tentarme a perder el control?


Paula se limitó a mirarlo, porque lo cierto era que le habría gustado poder hacer aquello.


–¿Crees que puedes jugar con fuego, Paula?


–¿Y tú eres el fuego? –replicó ella en tono burlón–. Está claro que no eres el ardiente amante del que había oído hablar. Tan solo eres un arrogante insufrible.


–¿No acabas de darme tú un motivo para serlo? Estoy haciendo lo que considero mejor para ambos. Y, además, tú no eres lo suficientemente tentadora para mí.


Paula sabía que lo único que pretendía Pedro con aquello era librarse de ella.


–Hacer que me enfade no va a servir para que te desee menos –dijo con total sinceridad. Ahora quería verlo de rodillas, temblando de deseo por ella–. Sé que soy más que suficientemente tentadora para ti. Puede que sea virgen, pero no soy estúpida.


–Ese es otro motivo para decir no –dijo Pedro mientras se apartaba unos pasos de ella–. Esta conversación ha acabado. Simularemos que nunca ha tenido lugar. Apenas nos conocemos, y eres mi casera. Eso es todo –añadió antes de volverse para alejarse.


Paula permaneció donde estaba, con las piernas separadas, deseando a pesar de sí misma volver a entrar en contacto físico con él.


–Te recuerdo que eres tú el que ha empezado esto.


Pedro se detuvo. El hecho de comportarse como un caballero estaba sobrevalorado, y resultaba casi imposible. Pero ya no había elección; averiguar que Paula carecía por completo de experiencia había anulado la posibilidad de que hubiera algo entre ellos. Se negaba a ser la causa de la decepción emocional y el colapso mental de otra jovencita.


–Creo que eso sería discutible, pero estoy dispuesto a aceptar que yo también cometo errores. Este ha sido un gran error, y no vamos a empeorar las cosas –dijo, aunque sabía que era difícil que empeoraran más.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 21

 


Pedro dejó caer las manos a los lados y dio un paso atrás.


–¿No es esa la fantasía de todo hombre? –preguntó Paula, que perdió en un instante toda su confianza.


–No la mía. No. No quiero acostarme con una completa novata que no sabe lo que está haciendo, que se quedará tumbada como un tronco esperando a que yo haga todo el trabajo.


–No soy una completa novata –replicó Paula, tratando de no hundirse emocionalmente–. La virginidad es un mero tecnicismo –dijo, furiosa por el hecho de que Pedro pudiera enfriarse tan rápidamente. Había sentido la necesidad y el deseo que emanaban de su cuerpo–. Sé que estás interesado –añadió en tono desafiante–. Se nota por tu forma de mirarme.


Paula dio un paso hacia él y recuperó la seguridad al ver que no se apartaba.


–Y yo sé cómo tocar. No voy a ser ningún tronco inmóvil.


–¿En serio? –Pedro permaneció muy quieto–. Demuéstralo.


Se arrimó aún más a él, aunque no tenía intención de lanzarse a por lo evidente. No pensaba ponerle las cosas fáciles. Pensaba hacerlo sufrir por aquella humillación. Ladeó la cabeza de manera que sus labios quedaron a escasos centímetros del cuello de Pedro a la vez que exponía el suyo. Sopló con delicadeza contra el pulso que vio palpitar justo bajo su barbilla.


Pedro se contrajo.


Paula le deslizó un dedo por el antebrazo y sintió el calor que emanaba de su piel, la tensión de sus músculos. Se humedeció los labios con la lengua y luego los apoyó contra la salada piel de Pedro.


Él permaneció quieto como una estatua. Una estatua que respiraba con fuerza.


–He tenido un novio. Sé algunas cosas –susurró Paula contra su garganta–. Y he hecho unas cuantas… –deslizó la mano por el pecho de Pedro y rodeó con un dedo el tensó pezón que sobresalía contra su camiseta.


Acercó sus caderas a las de él y le volvió a posar los labios en el cuello. Llevaba tanto tiempo deseando saborearlo…


Al sentir su inmediata respuesta, presionó las caderas contra su poderosa erección, aunque se apartó en seguida.


Lanzó una rápida mirada a su rostro. Tenía los ojos firmemente cerrados, la mandíbula tensa, los brazos a los lados, con los puños cerrados. Paula experimentó un placer embriagador al ver cómo le afectaba.


Se puso de puntillas, le mordisqueó con delicadeza el lóbulo de la oreja y susurró: –No voy a limitarme a permanecer quieta, Pedro.


Además, le habría resultado imposible. Sus caderas parecían tener voluntad propia y habían empezado a rotar.


Finalmente, Pedro la atrajo con fuerza hacia sí, le clavó los dedos en las caderas y presionó con fuerza contra su vientre. Paula dejó caer atrás la cabeza para contemplar su ardiente mirada mientras le dejaba hacer.


–¿Por qué ahora? –preguntó Pedro entre dientes.


–Es un buen momento –dijo Paula, y era verdad.


–¿Y por qué yo?


–¿No es obvio? También es obvio que tú también me deseas.


–Solo un gay permanecería impasible ante una maniobra como esta, pero eso no significa que yo vaya a seguir adelante.


Paula sintió que su piel se enfriaba. Se irguió al sentir que Pedro se apartaba de ella.


–¿Por qué no?


–Me siento halagado, Paula –dijo él a la vez que la soltaba–. Pero no estaría bien.


–No soy ninguna niña.


–No, pero no tienes mucha experiencia. No creo que te hayas detenido lo suficiente a pensar en ello.


–No pienso reservar mi castidad para ningún príncipe azul. Han sido más las circunstancias que mi voluntad lo que ha hecho que siga virgen.


–No me digas que eres una virgen accidental –dijo Pedro en tono irónico.


–Supongo que lo soy –contestó Paula con naturalidad.


–Para eso es la otra botella de champán, ¿no? –dijo Pedro lentamente–. La botella con la V. ¡Cielo Santo! No se puede ser tan premeditado respecto de algo así.


–¿Por qué no? ¿No es mejor encontrar a alguien adecuado que tener una experiencia impulsiva con alguien inadecuado? –Paula quería un buen amante, y sabía que Pedro lo sería. Su reacción física ante él era muy intensa, y una auténtica novedad.


–¿Y esto no es impulsivo? –Pedro se pasó las manos por el pelo y luego se agachó para tomar la manguera y volverla hacia el jardín.


–Pensaba que apreciarías mi honestidad, pero veo que estaba equivocada –Paula respiró profundamente para controlar su enfado–. No volveré a cometer ese error.


–¿Qué quieres decir?


–La próxima vez que le haga una proposición a algún hombre no volveré a mencionar la palabra «virgen».


Pedro se quedó boquiabierto.


–¿Planeas ofrecerte a algún otro?


–Puede que hoy no, pero espero que pronto.


–Deberías desear a alguien de quien estés enamorada y que esté enamorado de ti.