martes, 6 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 43

 


Claudio acompañó a Gabriela hacia su lujoso coche, completamente empolvado, para que sacara ropa cómoda para cabalgar. En el caso de que no tuviera nada apropiado, los otros vaqueros podrían prestarle algo.


Gabriela miró con auténtico odio a Claudio, Paula y Pedro, antes de ocuparse de su equipaje.


—¿Vas a poder arreglártelas con ella, Claudio? —preguntó solícita, su hermana pequeña.


—No te preocupes, Red. He tratado con muchos animales salvajes. Mira mis cicatrices…


—Seguro que dominas la situación perfectamente —le susurró Pedro a Paula.


Molesta, la vaquera dijo:

—Todavía no puedo creer que hayas dicho una mentira así, delante de todo el mundo. ¿Qué van a pensar mis abuelos?


—Que tienes muy buen gusto, por haberme elegido como marido.


Mientras se introducía en el establo, Paula dijo:

—Verdaderamente, seguirte la corriente ha sido la tontería más grande de mi vida. Tenía que haberle dicho la verdad a Gabriela.


—Pero querida, no querrás estropear el resto de mis vacaciones.


—No me llames querida. Si yo fuese como Gabriela, estarías encantado, dejándote acosar día y noche.


—No podrías ser como ella. Pero por otra parte, no estaría mal casarse contigo. Existen cosas mucho peores en el mundo…


Por supuesto que había cosas malas en la vida, pero Alfonso se estaba aprovechando de ella con su mentira, para zafarse de la turista improvisada.


—No podría ser la esposa perfecta. Recuerda que no sé cocinar —dijo Paula, con falsa dulzura.


—Es cierto, no podrás tocar un fogón ni encender el aspirador. Por cierto, ¿cómo conseguiste hacerlo explotar?


—No hice nada. Simplemente esa pieza de diseño se las ingenió para reventar sólita.


—Ahora no es más que un montón de basura —comentó Pedro, recordando que Lorena la había utilizado durante los últimos cuatro años, sin ningún problema.


—Bueno, no quiero discutir más sobre ese tema. Hoy tenemos trabajo de verdad. El ganado tiene que dirigirse hacia la esquina noroeste de la hacienda. No habrá tiempo para picnics relajantes —ordenó Paula, mientras acariciaba el morro de su montura.


A lo lejos apareció Samuel Harding.


—Paula, querida, ¿Qué es eso de que os habéis comprometido, Pedro y tú? Me lo podrías haber dicho tú, en vez de tener que enterarme de la noticia por uno de los vaqueros.


—Abuelo, comprendo que esto te haya molestado, pero puedo explicártelo…


—No hay nada que explicar. No podrías haberme hecho más feliz, querida —dijo Samuel encantado, mientras le daba una palmada en la espalda a Pedro, cuando pasó por su lado—. O sea, que estás haciendo planes para el futuro lejos del rancho. ¡Me parece estupendo!


Paula se quedó blanca, ante tal respuesta. Alfonso estaba tan dolido, como si el golpe se lo hubieran dado a él. Para la vaquera el rancho no era una cuestión de divertimento, sino la ilusión de su vida.


—Señor, creo que no lo ha entendido bien. Paula sigue queriendo ocuparse del rancho en un futuro próximo —intentó explicar Pedro, desesperadamente.


—Ya lo sé, hijo.


Los dos jóvenes se miraron desconcertados.


—He sido muy testarudo en los últimos tiempos, pero en cuanto tengamos tiempo ya hablaremos del rancho. Ahora, ¡a trabajar, que tenéis que cuidar del ganado!


Paula se puso el pelo detrás de una oreja y dijo:

—Necesito ver a la abuela antes de que nos marchemos, para contarle la verdad.


—No te preocupes, yo se lo explicaré. Hemos querido tener nietos desde hace tanto tiempo que estará encantada con la noticia —dijo Samuel Harding, sonriendo amablemente.


Pedro silbó y a continuación dirigió una mirada indagadora hacia Paula. De ella se esperaba cualquier reacción.


—¿Querida? —intentó hacerla hablar, Alfonso.


—No me llames así —se quejó la vaquera, mientras ponía las dos monturas a punto e iniciar la jornada de trabajo.


—Pero Paula, la situación que se ha creado puede ser algo bueno para ti, ¿no te parece?


—Se trata de una mentira.


—Pero, ya has oído a tu abuelo. Va a escuchar tus propuestas. Eso es lo que anhelabas desde hace tanto tiempo…


—Sí, por supuesto, pero nunca he mentido a mi familia. Acabo de intentar contarle la verdad, pero me ha resultado imposible. Al fin y al cabo, era la primera vez que se proponía entablar un diálogo conmigo respecto a la propiedad familiar.


—¿Y si le dices la verdad, es decir, que no estamos comprometidos realmente, tú crees que se echará atrás? —preguntó Pedro, rascándose la nuca con brío.


—No lo sé. ¿Tú qué opinas?


Alfonso, apoyaba plenamente la posición de Paula. Sin embargo, coincidía con el abuelo, en el hecho de que la joven llevaría mejor la dirección del rancho con un marido que la apoyara y aconsejara en todo momento. Además, físicamente, Paula tendría que sobrepasar de vez en cuando sus límites, como en la doma de caballos. En esos momentos, sería bueno que tuviera a su lado a alguien como él…


—Paula, creo que deberías esperar unos días para ver qué pasa. Te admiro porque quieres contar la verdad, pero puede que esto sea una buena oportunidad para que Samuel y tú podáis entenderos.


—Puede que todo se vaya al garete.


—No tienes nada que perder y todo que ganar —le animó Pedro, con entusiasmo—. Además, puede que resulte divertido.


Pedro que te conozco… Con un compromiso falso o no, lo tengo claro: no me voy a acostar contigo.


—Ya veremos —dijo Alfonso, sin dar su brazo a torcer.


—Te advierto que, después de una jornada cabalgando, el romanticismo se habrá evaporado…


—Pues eso no parece afectarle a Claudio —dijo Pedro, irónicamente, dejando a Paula desconcertada.




FARSANTES: CAPÍTULO 42

 


Paula se mordió los labios. Alfonso era terrible. Le estaba restregando a Gabriela el hecho de haber arruinado sus vacaciones en México, y además que otra mujer hubiese alcanzado sus propios objetivos, desbancándola.


Pero parecía que a pesar de aquellas palabras tan duras, Gabriela no se iba a dar por vencida.


—Me gustaría pasar unos días en el rancho, para ver qué es lo que ocurre entre los dos. ¿Cabrá esa posibilidad, señorita Chaves?


—Pues… —balbuceó Paula, consciente de que todas las miradas estaban fijas en ella.


La gente que estaba alrededor del triángulo amoroso, había olvidado todo tipo de romanticismo y estaban deseosos de saber cómo iba a terminar aquello.


—Siempre tenemos lugar para un nuevo invitado —murmuró Paula, secamente.


—Eso es —dijo Pedro, abrazando a la vaquera, tomándola por la espalda. Cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho de su prometida, y aunque fuese ridículo, Paula se sintió más protegida.


—Paula, ¿qué te parece si a Gabriela le asignamos como guía a Claudio?


La vaquera se atragantó y Pedro la besó en el pelo.


—¿Tú que opinas, Claudio?


—Yo me encargaré de que vuestra amiga lo pase estupendamente —aseguró el vaquero, antes de escupir una bola de tabaco, en el suelo del patio.


Los ojos de Gabriela no podían creer lo que veían. Aquel vaquero, le parecía la antítesis de lo que ella esperaba de un hombre.


—Bueno, creo que… —farfulló la vieja amiga de Pedro.


—¿Ves como está a tu disposición? —dijo Alfonso, sugerentemente—. Se trata de uno de los mejores vaqueros del rancho. Bueno, no es tan bueno como Paula pero te cuidará muy bien.


—Sí, sí —respondió a toda prisa Paula—. Bueno, es mejor que vayamos en busca de los caballos, para ocuparnos del ganado.


La vaquera no quería mirar a Alfonso, porque estaba a punto de soltar una carcajada. ¡Pedro era verdaderamente increíble! Después de todo, a lo mejor, Claudio y Gabriela iban a hacer buenas migas…


De todos modos, ya habían hecho sonreír al resto del grupo.


Los turistas y sus monitores fueron saliendo hacia la montaña y no podían evitar darse la vuelta para ver lo que ocurría entre el cuarteto en cuestión.





FARSANTES: CAPÍTULO 41

 


Pedro se estaba tomando otra taza de café, mientras esperaba que Paula estuviese lista. Le encantaba verla en acción, charlando con todo el mundo. ¡Era una excelente relaciones públicas y lo hacía tan bien, porque le encantaba la gente!


Los vaqueros estaban en los establos con los turistas, según su grado de dominio les otorgaban tal o tal montura y les designaban a un guía.


Paula le estaba diciendo a un tímido adolescente, lo bien que lo iban a pasar montando a caballo y conduciendo el ganado por las montañas. Automáticamente, el chico la adoró por completo.


Pedro suspiró. Paula le acababa de robar el corazón a un nuevo turista…


Sin embargo, dentro de un rato la vaquera y él saldrían con los caballos y estarían completamente solos. Alfonso pensó que quizá podrían hacer un pequeño progreso en su relación de amistad.


Pero, de pronto, una voz aguda cortó el alegre bullicio matinal.


—¡Cielo santo, Pedro! ¿Éste es el lugar que has escogido para esconderte?


Alfonso levantó la vista y divisó a Gabriela Scott, a unos tres metros de su mesa. Llevaba un modelo de seda clara y unos zapatos italianos que desentonaban completamente con el entorno del rancho.


—Hola, Gabriela, ¿qué tal estás?


—¡Qué pinta tienes, Pedro!


Alfonso se miró, y vio que sus téjanos estaban manchados de polvo.


—¿Qué te trae por Montana?


Los ojos de Gabriela estaban más azules que nunca y mostraban claramente lo fría que era su mirada.


—No sabíamos dónde te habías metido. Papá te había dejado un montón de mensajes en el contestador automático.


—Es verdad, se me olvidó oír los mensajes —respondió Alfonso, tratando de no reír.


Paula apareció a su lado, sin poder creer lo que estaba viendo.


—¿Pedro?


Alfonso abrazó a la vaquera, diciendo:

—Hola, cariño, ¿a qué no sabes quién ha venido?


—¡Oh! Por lo que veo, te has ido de vacaciones con tu criada… Resulta muy democrático, pero me temo que no es una buena idea.


Paula soltó las riendas de sus monturas, para tener las manos libres…


—¿Se puede saber…? —empezó a preguntar la vaquera.


—Cariño, se trata de una invitada… —le cortó Pedro, comprobando que Paula no iba a tener ningún problema en llegar a las manos con Gabriela.


—No soy la criada de nadie —dejó bien claro la vaquera.


—Claro que no, querida —dijo Alfonso—. La familia de Paula es propietaria de todo el rancho. Se trata de una hacienda próspera, que atrae todos los veranos a cientos de turistas.


Sin embargo, aquellas palabras no impresionaron a Gabriela, en absoluto.


De repente, Pedro tuvo una idea.


—Estoy encantado de verte, porque tengo que anunciar que Paula y yo nos vamos a casar —dijo Alfonso en alto dándole un beso en la boca a su futura esposa, que no podía creer lo que estaba oyendo.


Un alegre murmullo se extendió por el patio, mientras que Gabriela dio un chillido:

—¿Que os vais a casar?


Acto seguido, Paula se volvió hacia Pedro, e intentó golpearlo en el pecho, sin conseguirlo. El muy cretino, se lo estaba pasando en grande con aquel montaje. Sin embargo, el beso que le había dado aún resonaba dentro de su corazón.


Pero tenía claro que se iba a vengar de Pedro en cuanto pudiera.


A su alrededor, la gente que había oído la noticia les felicitaba sonriendo. Paula siguió interpretando su papel de prometida, como si fuera muy feliz. En cuanto pudo, le susurró a Pedro:

—Te vas a acordar de esto…


Tras el anuncio del compromiso, Gabriela se puso como una furia.


A Paula no le importó seguir con el juego, puesto que en cuanto se marchara la despechada acosadora, las aguas volverían a su cauce y desmentirían el compromiso.


—Querido, ¿no habíamos quedado en que se lo diríamos primero a mi familia? —dijo Paula, dulcemente—. Iba a ser un secreto hasta entonces.


—No he podido evitarlo —sostuvo Pedro, besando de nuevo a la vaquera—. He querido compartir nuestra alegría con mi vieja amiga. Y ya sabes lo importantes que son los amigos para mí, ¿no es cierto, amor mío?


Paula estuvo a punto de pegarlo, pero prefirió no soltar prenda.


—Claro, cielo.


Tantas palabras de amor estaban a punto de empalagarla. Además, no estaban teniendo el efecto esperado en Gabriela, que no había abandonado su habitual frialdad calculadora.


—La noticia me ha pillado realmente por sorpresa, Pedro.


—La verdad es que a mí también —dijo Alfonso, animadamente—. Ya sabes como soy yo con el matrimonio.


—Sí, pero tu pequeña Paula… ¿cómo se llamaba?


—Chaves—la apostilló la propia vaquera, sonriendo tan fríamente como lo hacía habitualmente Gabriela.


—La señorita Chaves parece haberte hecho cambiar de opinión, respecto al matrimonio.


—Pues, sí. No hay nada como tomarse unas buenas vacaciones para relajarse en pareja… Te hace congeniar con el otro, mucho más fácilmente. Te lo recomiendo de verdad, si quieres contraer matrimonio.