lunes, 2 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 46





Paula se apartó de Diana Leeds y fue directa al servicio de señoras. No confiaba en ella misma en aquellos momentos para hablar con la periodista.


—¿No tiene nada que decir, señorita Chaves? 
Vaya, durante la entrevista se comportó de una forma muy distinta.


—¿De modo que se trata de eso? —replicó Paula dándose la vuelta y encarándose con ella—. ¿Todo esto es por la forma en que le hablé?


—Oh, vamos, no diga tonterías…


—Entonces, ¿por qué? ¿Qué tiene contra mí? No me conoce de nada.


—Conozco a las mujeres como usted —dijo la periodista—. He tenido que trabajar muy duro para llegar a donde estoy, y no soporto que una novata llegue, se acueste con un par de jefes, y consiga todo lo que a la gente honrada le cuesta años y años conseguir.


Las palabras de Leeds ocultaban una brumosa desesperación, pero Paula no podía ya sentir compasión por ella. Habían pasado demasiadas cosas.


—¿Y así es como intenta avanzar en su carrera? ¿Publicando un reportaje amarillista sobre la vida privada de los demás? ¿Esto es lo que llaman en The Standard periodismo de investigación?


Leeds se quedó sin palabras.


—Podría haber hecho un reportaje fantástico, podría haber informado sobre el trabajo que está haciendo uno de los productores más jóvenes y prometedores del país, por ejemplo. Sin embargo, eligió el camino fácil pensando que se llenaría de gloria. Y estampó su firma al pie del artículo como si estuviera orgullosa de ello.


Estaba fuera de control. No podía parar. Y Leeds parecía incapaz de detenerla.


—Después de esta noche, nadie recordará los artículos que ha escrito en su dura escalada hacia la cumbre, sólo tendrán en la cabeza la calumnia que acaba de publicar. Y no creo que su periódico vaya a recompensarla por esto después de que AusOne presente una demanda contra él. Porque, señorita Leeds, aunque algunos hechos que relata en su artículo son ciertos, los ha interpretado completamente al revés. Puede que Nicolas Kurtz le haya prometido el cielo, pero no ha pensado en el futuro, y debo decirle que el futuro de AusOne es Pedro Alfonso. Esta historia no termina aquí. Demostraremos que su reportaje es una sarta de mentiras, señorita Leeds.


La periodista, furiosa pero sin saber qué decir, se dio la vuelta y se marchó.


—¡Fantástico! —exclamó Carla aplaudiendo.


Paula, agotada, se sentó en una silla.


—¿Estás bien? —le preguntó Carla.


—Si sobrevivo a esta noche, creo que podré sobrevivir ya a cualquier cosa.


Las dos mujeres descansaron unos instantes en silencio hasta que, por las pantallas, vieron al presentador de la gala anunciando la categoría en la que estaba nominado el programa.


—¡Es nuestro turno! —exclamó Carla.


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 45




Pedro se sentó a la mesa y miró alrededor.


—¿Dónde está Paula? —le preguntó a Brian, que se alzó de hombros.


Había perdido la compostura por unos instantes, había salido a tomar el aire y había dejado sola a Paula, cuando su primera responsabilidad era protegerla.


La culpa era suya. Debía habérselo contado todo antes, pero no había sido capaz. Había tenido miedo de que se fuera.


Una posibilidad que le aterraba.


Le había dicho que no tenía lugar para ella en su interior, pero ahora que se había ido, ahora que la posibilidad de que desapareciera definitivamente era real, sentía un inmenso vacío en su interior. De alguna manera, en aquellos meses, Paula se había introducido en su corazón y había desplazado las sombras que hasta entonces lo habían habitado.


Y no estaba dispuesto a perder el único amor verdadero que había experimentado en toda su vida.


¿Dónde estaba?


En el escenario, el presentador de la gala estaba ya enumerando los nominados a la categoría en que competía Pedro.


¿Dónde podía estar?


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 44






Brian ganó el premio en su categoría. Aunque tenía motivos para estar enfadada con él, era imposible no sentirse contenta. El aplauso del público fue ensordecedor. Le sonrió llena de admiración, aquélla era su noche, y ella se lo debía. Era lo que Constanza hubiera hecho de estar allí.


Brian avanzó hacia el escenario saludando a la gente.


Su discurso de agradecimiento fue corto y sencillo, dirigido a la persona que más se lo merecía, aunque nadie supiera quién era.


—Para mi amor —dijo para terminar el discurso—. Sólo tú sabes lo que esto significa para mí, sólo tú me conoces realmente. Gracias.


No miró a nadie en particular, pero todos se volvieron hacia Paula. Ella, en cambio, sabía perfectamente a quién se había dirigido Brian.


Mientras tanto, Kurtz y un alto ejecutivo de AusOne al que no conocía se felicitaban el uno al otro, como si Brian hubiese ganado aquel premio gracias a ellos.


Una cámara se acercó de repente a ella mientras Brian abandonaba el escenario entre aplausos.


—Vaya discurso, Paula —le preguntó el periodista—. ¿Cómo te sientes después de esta dedicatoria?


¿Que cómo se sentía? Sólo era capaz de pensar en Constanza. En que estaría en aquellos momentos sola, sentada frente al televisor, viéndolo todo sin poder celebrarlo, viendo al hombre que amaba en el momento álgido de su carrera y sin poder compartirlo. 


Viendo a otra mujer sentada en su lugar.


Paula se volvió hacia la cámara.


—Creo que cualquier mujer de este planeta se emocionaría al escuchar un discurso como ése del hombre al que amara —dijo Paula.


En ese momento, Brian regresó a la mesa entre los aplausos de todo el mundo, y Paula le sonrió. Entonces las luces volvieron a apagarse y Pedro se levantó y desapareció.


—¿Qué sucede? —le preguntó Brian en voz baja.


—¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué no me dijiste que Pedro estaba detrás de todo?


Brian la miró unos instantes en silencio.


—¿De qué hubiera servido?


—Tenía derecho a saberlo.


—¿Y hubiera sido mejor?


—Sí, al menos no me habría enterado de esta manera —respondió Paula apesadumbrada.


—Eso es verdad —admitió Brian—. Pero también lo es que nadie sabía lo que iba a ocurrir.


—¿Es que no fue todo idea de Pedro?


—No. ¿Por qué crees eso?


Paula le miró sin saber qué responder.


—Cuando entramos en la limusina, la reacción de Pedro no fue la de un hombre que supiera lo que estaba sucediendo. Estaba tan sorprendido como nosotros —y volvió sus ojos hacia Kurtz—. Él, en cambio…


—¿Crees que Kurtz estaba ya al tanto de todo?


—Hasta hace bien poco, Pedro creía que yo era un mujeriego, ¿recuerdas?


—¿Y qué?


—Pues que eso significa que la cadena no confía en él. Creo que Kurtz hizo todo esto para cargarse a Pedro, para dejar claro su poder sobre él.


¿Sería cierto? Lo que estaba diciendo Brian cuadraba con lo que Pedro le había contado. Era posible que Pedro hubiera estado constantemente intentando protegerla, adaptándose a la situación, mientras Kurtz pensaba nuevas formas de sacar provecho de la situación.


De pronto, lo vio todo claro, lo vio desde la perspectiva de Pedro. Había estado todo el tiempo luchando por protegerla a ella e intentando, al mismo tiempo, salvar su carrera, que era lo que más quería en el mundo.


Tenía que hablar con él. Cuanto antes.


Entonces, oyó el ruido de la puerta que daba al vestíbulo y le vio salir.


Ignorando las exhortaciones de Carla, fue corriendo tras él esquivando las mesas que se interponían en su camino.


No podía marcharse así, no antes de que se conociera el nombre del premiado en su categoría.


Entonces, al salir al vestíbulo, se encontró de frente con la última persona que le hubiera gustado ver.


—Vaya, vaya… Mira a quién tenemos aquí.