domingo, 13 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 37

 


–No puedes decirlo en serio –murmuró Paula, nerviosa.


–Deja de preocuparte, no va a pasar nada –dijo Pedro, montado en un caballo enorme llamado Trueno.


¿Cómo había dejado que la convenciese?


Cuando alargó los brazos para tomar a Maite, Paula estuvo a punto de salir corriendo.


–Venga, dámela, no le va a pasar nada.


–¿Estás seguro?


No quería discutir con él delante de los niños, el tercer grupo en tres semanas. Todos ellos se enamoraban de Maite y estaban encantados al ver al bebé sobre el enorme caballo.


–Pues claro que estoy seguro. Vamos, dámela.


–¿No se caerá?


–¿Pretendes insultarme, cariño?


–No, claro que no.


–Llevo montando desde los tres años. Sé montar mejor que caminar, te lo aseguro. ¿A que sí, Julián? –Pedro miró al capataz, que estaba ayudando a una niña de ocho años a subir a un caballo.


–Desde luego que sí. Maite está a salvo con él –afirmó Julián.


–¿Lo ves? Voy a llevarla en la mochila y sabes que es muy resistente. Además, tú irás a mi lado.


Paula sabía que Pedro era un jinete experto, pero la niña era tan pequeña…


–Muy bien, de acuerdo –dijo por fin, entregándole a Maite en su mochila.


La niña sonrió de inmediato. Cada día estaban más encariñados el uno con el otro y Paula no había podido evitarlo. Pasaban mucho tiempo con Pedro y estaba claro que él disfrutaba estando con Maite.


Durante el día, ella preparaba la gala mientras Pedro se dedicaba a sus asuntos, pero se encontraban por las tardes en Penny's Song, donde Paula se encargaba de la tienda y él de los niños. Y por las noches terminaban en la cama, haciendo el amor.


Paula sabía que era una simple aventura, algo temporal. Sin embargo, aquellas tres semanas habían sido maravillosas.


Aún quedaban unos días hasta la celebración de la gala, pero dos días más tarde volvería a Nashville y tendría que retomar su vida.


–Será mejor que le pongas el gorrito –dijo Paula, mientras subía a su yegua para tomar la senda que rodeaba la propiedad.


Maite movía las piernecitas, emocionada, balbuceando cosas incoherentes. Estaba claro que era feliz.


–Le encanta –dijo él.


Demasiado, pensó Paula. Porque poco después la niña no tendría a Pedro hablándole en voz baja o leyéndole un cuento por la noche…


Maite estaba encariñándose con él y eso era lo último que Paula deseaba, pero sus miedos se vieron multiplicados al pensar que no era la única. Si miraba en su corazón, debía reconocer que a ella le pasaba lo mismo.


Pero en lugar de pensar en eso, respiró profundamente e intentó disfrutar del paisaje.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 36

 


Paula se apoyó en la puerta, suspirando. Había sido tan increíble que aún temblaba, pero el deseo que sentía por Pedro no había sido saciado del todo.


Iba a ser una noche fantástica, sin barreras.


Maite estaba moviéndose en la cuna. Era hora de cambiarle el pañal y darle el biberón.


–Estoy aquí, cariño.


La niña arrugó la carita. Estaba mojada y hambrienta y dejó escapar un grito de frustración.


–No, no, cariño…


Paula se inclinó para sacarla del parque y cuando Maite apoyó la cabecita en su hombro experimentó una increíble sensación de felicidad. Con Pedro en la otra habitación y Maite en brazos, lo tenía todo… pero no, no era cierto. No lo tenía todo, era una ilusión.


Red ridge no era su hogar.


Pedro no era ya su marido o no lo sería durante mucho tiempo.


Y mientras recordase eso, todo iría bien.


Después de cambiarle el pañal, fue con Maite a la cocina para calentar el biberón mientras le cantaba una nana.


Le pareció escuchar un ruido y cuando levantó la cabeza vio a Pedro apoyado en el quicio de la puerta.


Se había vuelto a poner los vaqueros y estaba mirándolas con los ojos brillantes.


Solo era un momento, un breve interludio donde todo era posible.


Pero tenía que dejar de pensar así. No había ido a Red Ridge para recuperar a Pedro sino para todo lo contrario. No había nada resuelto entre ellos.


Paula no quería arruinar aquel momento volviendo a la dura realidad, pero tenía que hacerlo porque en cuanto se fuera del rancho Pedro seguiría adelante con su vida.


Al día siguiente llamaría a la inmobiliaria para decirles que quería la casa. Aquello solo podía ser un breve interludio antes de empezar su nueva vida, sola con Maite.


Cuando sonó el pitido del microondas, Pedro sacó el biberón y se lo ofreció.


–Gracias.


–De nada.


–Llévala a la cuna cuando termine –murmuró él, acariciando el pelito de Maite.


La niña lo miró, pero cuando Paula puso la tetina en su boca, agarró el biberón con las dos manos, concentrándose en comer.


Paula la había dejado en el parque para poder tener un par de horas a solas con Pedro en el dormitorio y, aunque sabía que la niña había dormido perfectamente, se sentía un poco culpable. Y él, perceptivo como siempre, se había dado cuenta.


Cuando se quedó dormida, Paula la llevó al dormitorio y Pedro la observó, en silencio, mientras la metía en la cuna. Luego sopló las velas, que estaban casi derretidas, y tomó las copas para llevarlas a la cocina.


Paula lo encontró allí, esperándola.


–Se ha quedado dormida.


–Buena chica –dijo él, ofreciéndole una copa.


Estaba despeinado y la sombra de la barba le daba un aspecto aún más sexy, si eso era posible.


Paula tomó un sorbo de vino. Desde que Maite apareció en su vida no había podido probar el alcohol porque la niña dependía de ella y debía tener la cabeza despejada en todo momento. Además, no necesitaba alcohol para desear a Pedro, ellos siempre se habían emborrachado el uno del otro.


Aquel recuerdo permanecería siempre con ella porque cuando volviese a Nashville su vida tomaría un rumbo completamente diferente, centrada en Maite y en su trabajo. No tendría tiempo para romances.


Y no se imaginaba a sí misma abriéndole el corazón a otro hombre.


Mientras lavaba el biberón bajo el grifo empezó a sentir algo que no debería sentir. Pero las circunstancias empezaban a confundirla.


–¿Qué haces? –le preguntó él, tomándola por los hombros.


No iba a pensar esa noche, decidió. Se dejaría llevar por el deseo, un deseo que no podía ni quería negar.


Paula se desabrochó el cinturón del albornoz y Pedro tragó saliva.


–Nada –respondió, echándole los brazos al cuello. –Quiero hacerlo otra vez.


Él rio, una risa ronca y masculina.


–¿Tienes en mente algún sitio en particular?


–Esta vez, te toca elegir a ti –respondió Paula –Pero después elegiré yo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 35

 


Paula sonrió mientras seguía acariciándolo y esas caricias los excitaban a los dos por igual. Era, en una palabra, perfecto. Y esa noche era todo suyo.


Paula le desabrochó la hebilla del cinturón y bajó la cremallera de los vaqueros centímetro a centímetro mientras lo miraba a los ojos.


–Te vas a meter en un lío –le advirtió él.


–Veo que te has dado cuenta.


Esa noche pensaba arriesgarse. Siempre se había protegido a sí misma, pero no lo haría aquella noche, no le negaría ningún placer. Esa noche iba a meterse en un lío y lo sabía.


Lo ayudó a quitarse los vaqueros y los calzoncillos y levantó la mirada antes de inclinarse hacia él con un brillo travieso en los ojos.


Cuando empezó a rozarlo con la lengua, notó que Pedro se ponía tenso.


–Maldita sea –murmuró, entre dientes.


Cuando lo tomó en la boca, Pedro dejó escapar un gemido ronco mientras le enredaba las manos en el pelo, guiándola, mostrándole sin palabras cómo le gustaba. Aunque ella ya lo sabía.


Siguió dándole placer hasta que él emitió un gemido ronco y esta vez el tono de advertencia era real. Pedro tenía sus límites.


Sin decir nada, desabrochó el escote halter del vestido y acarició sus pechos con la punta de los dedos, creando un río de lava entre sus piernas.


Esta vez fue ella quien le demostró cómo le gustaba y la pasión aumentó hasta que ninguno de los dos podía soportarlo más.


–Vamos, cariño –murmuró.


–No, aún no –Paula se puso de rodillas en la cama para quitarse el vestido. Quería que durase, quería crear un recuerdo, quería que fuese perfecto. –Aún hay más.


Pedro esbozó una sonrisa.


–Demuéstramelo.


–Abre el cajón de la mesilla y saca un par de preservativos.


–¿Un par?


–Por lo menos –murmuró ella.


De inmediato, vio un brillo de aprobación en sus ojos oscuros. Unos segundos después, cuando ya se había enfundado un preservativo, se colocó sobre su erección, rozando la punta con su sexo una vez, dos, hasta que él murmuró una imprecación. Pero Pedro tenía armas que podían dejarla indefensa y buscó su entrada con los dedos para acariciar la sensible piel hasta que Paula estuvo a punto de perder el control.


Mantenía una presión constante mientras ella subía y bajaba una y otra vez, tomándolo profundamente, hasta el fondo, el lento y erótico ritmo era una tortura para los dos, que murmuraban palabras desesperadas. Paula arqueó la espalda, llevando aire a sus pulmones, el pelo le caía sobre los hombros mientras él sujetaba las caderas.


–¡Pedro! –gritó.


–Maldita sea… –con voz ronca, él le daba eróticas órdenes a las que Paula respondía, llevándolos a los dos al viaje más excitante de sus vidas.


El orgasmo fue casi sincronizado y Pedro temblaba visiblemente cuando Paula abrió los ojos, a tiempo para ver su expresión atormentada.


Se quedaron en silencio durante unos segundos y cuando ella intentó incorporarse, Pedro la sujetó del brazo.


–¿Dónde vas?


–A ver si Maite sigue durmiendo.


–Voy contigo.


–No, quédate. Volveré enseguida.


Pedro asintió con la cabeza mientras la veía ponerse el albornoz y salir de la habitación.