miércoles, 2 de enero de 2019

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO FINAL




El la miró en silencio durante unos momentos y soltó una profunda espiración.


-Nunca había estado más inseguro de lo que una persona sentía por mí, Paula. Me mandaste un mensaje diciendo que no volviera a contactar contigo, y pensabas marcharte sin despedirte.
Pero mientras le practicaba la traqueotomía a Tierney, me estuviste mirando como si fuera una especie de héroe. Y ahora me estás mirando con el brillo que siempre he deseado ver en tus ojos.


Aquel brillo se avivó como un fuego llameante, y una angustia insoportable se apoderó de Pedro.


-Maldita sea, Paula, no importa lo mucho que desee que te quedes. Tienes que entender que no soy ningún héroe. Hice lo mismo que hubiera hecho cualquier médico. Tierney no murió, pero Sharon Landers sí, y no puedo garantizar que mi próximo paciente no muera. No sé qué es peor... que me desprecies por ser un negligente o que me reverencies como a una especie de divinidad médica.


-No creo que seas ni lo uno ni lo otro -respondió ella con voz dolida-. Y siento haberte confundido. Yo misma he estado confundida.


Pedro lo sabía. Y también sabía que Paula lo había tomado por alguien que no era. Buscó en su cabeza y en su corazón algún modo de explicar su miedo. El miedo de que algún día Paula dejara de verlo como a un héroe y lo abandonase para siempre.


-Pedro -susurró ella, tomándole el rostro entre las manos con infinita ternura-. Soy yo. Paula.


Y antes de que él pudiera ocultar su necesidad o sofocar sus emociones, hizo lo que sólo Paula podía hacer. Lo miró fijamente con sus brillantes ojos verdes y llegó hasta el fondo de su alma, uniéndose a él de un modo tan profundo y permanente que todos los miedos y las dudas se desvanecieron al instante. Podía ser todo lo que ella necesitara. Y lo sería. Por siempre.


-Te quiero, Pau.


-Yo también te quiero, Pedro -respondió ella, y lo besó lenta y dulcemente.


Él la apretó contra su cuerpo y la besó con todo su ser.


-Quiero casarme contigo, Paula -le susurró al oído.


-¿De verdad? -preguntó ella, apartándose y mirándolo con una acalorada sonrisa.


-Sí.


Un brillo de malicia ardió en los ojos de Paula, poniendo a Pedro en guardia.


-Te propongo una cosa -dijo ella-. Juguemos al juego que mencionaste la otra noche. Creo que se llamaba... «Por favor, Pedro, hazme el amor».


El cuerpo de Pedro reaccionó inmediatamente a la sugerencia, y volvió a besarla apasionadamente.


-Te he pedido que te cases conmigo -le susurró cuando se detuvo a tomar aire-. ¿Lo has oído?


-Claro que sí -respondió, pasándole los dedos por el pelo-. Si ganas, tendré que casarme contigo.


-¿Y si ganas tú?


-Entonces tendrás que casarte tú conmigo.


Por un momento Pedro se quedó absolutamente embelesado. Justo cuando creía que no podría amarla más, ella le había demostrado que se equivocaba.


-Como es mi juego, yo estableceré las reglas -le advirtió él.


-Me parece justo.


Tardaron un buen rato y unos cuantos besos en llegar a casa y comenzar oficialmente el juego.


La primera ronda acabó en empate. Y también la segunda.


La tercera tuvo un claro ganador, pero se presentó una queja formal...




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 38




-¿Podemos ir a algún sitio tranquilo para hablar? -le preguntó ella.


El indicó un camino que discurría entre la propiedad de los Tierney y la suya. Paula sabía que conducía a un embarcadero en la playa. 


Caminaron en silencio entre los cedros, robles y palmeras, y pronto la fría espesura del bosque dio paso a la calurosa luz de la costa. Siguieron avanzando hasta el final del muelle, entre las olas que rompían contra los pilares de madera.


Paula levantó el rostro y aspiró la brisa marina antes de volverse hacia Pedro. Su pelo rubio y alborotado relucía y se agitaba al viento, pero su mirada seguía siendo oscura y sombría.


¿Cuántas veces habían pescado juntos en aquel mismo embarcadero, o cuántas veces se habían arrojado mutuamente al agua desde allí? 


Demasiadas, y nunca el silencio había sido tan incómodo.


-Pedro, siento haberme ocupado de esta investigación -dijo ella finalmente, apoyándose contra la barandilla-. Esta mañana llamé a Malena y me retiré del caso.


-¿Entonces tu almuerzo con Tierney era puramente social? -preguntó él, mirándola.


-¡No! Le prometí a Malena que me pasaría por su casa para explicarle por qué abandonaba el caso.


-¿Y por qué lo has hecho?


A Paula se le formó un nudo de emoción en la garganta.


-He perdido mi... imparcialidad.


Pedro hizo un gesto con la boca y miró hacia el mar.


-Créeme, por favor. ¡No le di nada a Tierney! Y mucho menos un informe sobre Sharon Landers.


-¿Pensabas que había creído a Tierney cuando lo dijo? -preguntó, mirándola con el ceño fruncido.


-¿No lo creíste?


-No. Llámame ingenuo o egoísta, pero no podía creer que quisieras hacerme daño conscientemente.


La emoción que atenazaba la garganta de Paula creció con renovada intensidad.


-Pero cuando Tierney mencionó ese informe vi tu expresión de duda.


-No podía negar la verdad. Sharon Landers era mi paciente, Paula. Era madre. Y murió en mi mesa de operaciones. No estaba seguro de que tú lo supieras, y no sabía cómo te sentirías al enterarte.


-Oh, Pedro, el fallo no fue tuyo, pero aunque lo hubiera sido, no cambiaría nada lo que siento por ti.