miércoles, 26 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 26




Paula se despertó al notar los labios de Pedro en los suyos. 


Oyó a lo lejos a los caballos rumiando y la brisa balanceando las hojas de los árboles sobre sus cabezas.


Abrió los ojos y vio que tenía a Pedro encima, mirándola. Le sonrió.


Se dio cuenta de que en realidad estaba tumbada de lado, con Pedro enfrente, apoyado en un codo. Sintió vergüenza de su cuerpo. Cerró los ojos y notó cómo él dibujaba su rostro con las puntas de los dedos. Notó que le tocaba la cicatriz que tenía encima del labio y abrió los ojos para ver su reacción.


Luego tomó su camiseta y empezó a ponérsela.


—No me digas que todavía te da vergüenza —le dijo él.


—Sí. Tú eres tan perfecto —le contestó.


—No lo soy.


Pedro le quitó la camiseta de las manos y se sentó a su lado. 


La acarició.


Paula contuvo la respiración al ver cómo la miraba, como si nunca hubiese visto algo tan bello. Levantó la mano para acariciarle los labios con la punta de los dedos.


Se sentía como si hubiese vuelto a nacer entre sus brazos. 


Ya no le daba miedo su feminidad.


Lo empujó para que se tumbase boca arriba y se arrodilló a su lado.


—¿Qué haces? —le preguntó Pedro.


—Quiero explorarte.


Él se incorporó, apoyándose en los codos.


—Pues explora.


Y Paula lo hizo. Empezó por el cuello y los hombros y luego fue bajando poco a poco. Pedro la abrazó contra su pecho y ella se quedó allí tumbada, disfrutando de la paz del momento. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, tan relajada con otra persona.


Era extraño que esa persona fuese Pedro Alfonso.



****


Pedro se despertó cuando el sol ya se estaba poniendo y despertó a Paula también. Se vistieron en silencio y le costó mantener las manos apartadas de ella. A partir de ese día, no volvería a verla de la misma manera.


Quería casarse con ella y quería pedírselo cuanto antes, pero necesitaba un anillo. Paula se merecía lo mejor y eso era lo que iba a darle.


Cuando estuvieron vestidos, recogieron todo y Pedro se sacó el teléfono móvil del bolsillo para hacerse una foto juntos.


—Ha salido bien. ¿Me la mandas? —le preguntó Paula.


—Por supuesto.


Le envió la fotografía y luego la ayudó a subirse a su caballo antes de montar al suyo también.


Hizo otra fotografía de Paula a caballo, con la brisa despeinándola. Parecía libre, feliz. Nadie habría adivinado al ver aquella fotografía que había estado a punto de morir en un accidente, y él se alegraba de volver a estar en su vida.


Cuando llegaron al rancho Chaves, llamaron a Tomas, que se llevó los caballos.


Paula parecía cansada y, a pesar de desear pasar la noche con ella, Pedro supo que no podía ir a casa de su padre, ni llevarla a la de su madre. Necesitaba tener su propia casa en Royal.


—¿Podemos comer juntos mañana?


—Creo que podré hacerte un hueco en mi agenda —le respondió ella sonriendo.


—Tengo una reunión por la mañana en el club, ¿quieres que quedemos allí? — le preguntó él.


—Me parece bien.


La acompañó hasta la casa de su padre y observó el porche que la rodeaba. De adolescente, siempre había deseado sentarse allí, en el columpio y tomar la mano de Paula, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo.


—Gracias por todo —le dijo ella—. En especial, por tu ayuda ayer en el hospital.


—Debería ser yo quien te diese las gracias —le dijo Pedro abrazándola.


—¿Por qué?


—Por tener un corazón tan grande. Al haber hecho participar a mi madre en el proyecto, se ha olvidado de su salud. Y por ayudar a los niños de la unidad de quemados. Además, esta tarde me has hecho volver a pensar en su sueño que había abandonado hace mucho tiempo.


Paula lo abrazó con fuerza.


—Tú también me has dado algo muy especial. Todo el día. Ayer me sentí fatal cuando Abby me contó lo de los rumores, y no quiero volver a sentirme así nunca.


—Yo tampoco quiero hacerte sufrir, Paula —le dijo él, mirándola a los ojos—. Te prometo que nunca te haré daño.


—Ya lo sé.


Pedro inclinó la cabeza y la besó. La abrazó con fuerza y supo que era suya y que iba a comprarle un anillo y pedirle que se casase con él al día siguiente


Su corazón y su alma eran de Paula Chaves, aunque todavía no estuviese preparado para decírselo. Se preguntó si debía pedirle la mano a Hernan.


—Paula, ¿Sabe tu padre que estamos saliendo juntos?


—Tal vez tenga sus sospechas, pero no hemos hablado del tema —le contestó ella.


—¿Significa eso que no se opone a lo nuestro? —le preguntó Pedro.


Aquel era un tema que le preocupaba. Aunque Hernan había dicho que lamentaba haber interferido entre ambos en el pasado, eso no significaba que le pareciese bien como yerno.


—La verdad es que no lo sé, pero no te voy a dejar Pedro. Por nada en el mundo.


—¿Ni siquiera por un coche nuevo? —bromeó él.


—No quiero nada material. Y tú me importas.


—Tú también me importas. Quiero…


En ese momento vieron aparecer un enorme Chevrolet en el camino. Hernan Chaves bajó de él y saludó a la pareja.


—¿Alfonso? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Lo he invitado a dar un paseo a caballo —contestó Paula.


—Estupendo. ¿Por qué no te quedas a cenar? —lo invitó su padre.


Pedro no supo si quería quedarse. Hernan le preguntaría por los concursos que no había ganado y no le apetecía hablar de trabajo.


—De acuerdo, siempre y cuando no hablemos de negocios.


—¿Y de qué vamos a hablar entonces? —preguntó Hernan.


—De mi proyecto en la unidad de quemados, papá. ¿Quieres saber cómo salió?


—Por supuesto que sí, Paula. Entrad a tomar algo.


Hernan sujetó la puerta y Paula entró la primera, seguida de Pedro. Por un momento, este pensó que iba a tomarse una copa con el hombre que en una ocasión le había pedido que no se acercase a su casa ni a su hija. Sabía que había pasado mucho tiempo desde entonces, pero por un segundo tuvo la sensación de que había sido el día anterior.


—¿Estás bien? —le preguntó Paula mientras su padre iba hacia el bar.


—Sí —mintió él, sintiéndose incómodo.


—¿Qué vas a tomar, Paula? —le preguntó Hernan a su hija.


—Un Martini, papá. ¿Quieres que lo prepare yo?


—No. ¿Y tú, Pedro?


—Lo mismo.


Paula fue a sentarse al sofá de cuero y Pedro se instaló a su lado. Ella le tomó la mano.


Hernan los miró fijamente y Pedro volvió a sentirse como con dieciocho años, le soltó la mano a Paula y se puso en pie.


—Acabo de acordarme de que tengo que trabajar. Será mejor que me marche. Gracias por el paseo, Paula.


—De nada. Ha sido muy especial.


—¿Qué ha sido tan especial? —quiso saber Hernan.


—Pasar la tarde con Pedro —respondió ella.


—¿Me acompañas? —le preguntó Pedro a Paula.


Ella asintió y fue hacia la puerta.


—Adiós —le dijo, dándole un beso.


—Adiós —respondió él.


Hernan estaba detrás de su hija, mirándolo fijamente.


—Adiós, señor —añadió Pedro.


—Nos veremos mañana en el club, Alfonso. Todavía tenemos muchas cosas de las que hablar —le contestó Hernan.


Pedro se marchó con la sensación de que al día siguiente su conversación no sería solo de negocios, pero estando en su terreno, no le importaría. Se subió al coche pensando que no tenía por qué doblegarse ante Hernan Chaves.


Era más que aceptable para su hija, y no iba a permitir que nadie impidiese que fuese suya.


Ni siquiera Hernan Chaves.





NUEVO ROSTRO: CAPITULO 25





Pedro se sintió como si llevase toda la vida abrazando a Paula y deseó hacerla completamente suya. Ya no tenía dudas acerca de ella, de que pudiese dejarlo como la primera vez.


Lo que quería en esos momentos era hacerle el amor. No sentirse solo como un amigo. Quería ser su amante.


Le desató el nudo que le sujetaba el bañador al cuello y la besó allí antes de bajarle uno de los tirantes, que se había quedado pegado a su piel mojada. Luego la besó en la clavícula.


Le bajó el otro tirante y trazó su marca con la lengua. A Paula se le puso la piel de gallina y Pedro se preguntó si se le habrían endurecido los pezones con sus caricias.


—¿Te gusta sentir mis labios? —le preguntó, mordisqueándole la piel.


—Sí —respondió ella con la voz ligeramente ronca, apretando las caderas contra su erección.


—A mí también.


Pedro le puso las manos en la cintura y la levantó para que sus pechos quedasen por encima de la línea del agua. Se agachó y se los besó y luego pasó la lengua por ellos.


Ella gimió y enterró los dedos en su pelo, arqueó la espalda.


—Quiero más, Pedro. Tengo la sensación de que me voy a morir como no pueda acariciarte.


—Pues no quiero que te mueras —le dijo él, agarrándola con fuerza por el trasero para frotarla contra su erección—. Agárrate a mí.


Ella apretó con fuerza las piernas y lo abrazó por los hombros. Él la llevó hacia la orilla, mirando a su alrededor y hacia el horizonte para asegurarse de que estaban solos. Lo estaban. Llegó a la manta que habían tendido en el suelo y la dejó allí de pie, luego se apartó para mirarla.


Tenía el pelo mojado y pegado a la cara y a los hombros. El bañador seguía atado a su espalda, a la altura del estómago. 


Se lo desató.


Mientras tanto, Paula le acarició el pecho y le pasó los dedos por los pezones. Su erección se endureció todavía más y el bañador empezó a molestarle, así que se lo bajó.


Ella dio un grito ahogado al verlo desnudo. Dudó un instante y luego le acarició. Se agachó y Pedro notó la punta de la lengua en su erección, enterró los dedos en su pelo mojado y los tuvo allí un minuto, luego hizo que se levantase.


—Quiero… —dijo ella.


—Ahora no —le dijo él, que sabía que estaba cerca de su límite y que lo que quería en realidad era estar dentro de ella—. Quítate el bañador.


Paula arqueó una ceja.


—Venga —insistió él en tono autoritario.


Ella retrocedió y se bajó el bañador. Cuando se inclinó, sus pechos se balancearon y Pedro alargó las manos para acariciárselos. Paula se giró para dejar el bañador encima de la manta.


Pedro le puso la mano en el hombro para que no se diese la vuelta y poder admirar su desnudez por la espalda. Allí tenía más cicatrices. Las recorrió con los dedos y luego la abrazó con fuerza.


Le acarició el estómago y luego bajó una mano al interior de sus muslos mientras con la otra le acariciaba los pechos.


Paula apretó las caderas contra él. Pedro introdujo un dedo en su sexo y la acarició, y ella se giró y levantó el rostro para pedirle un beso.


Pedro la besó sin apartar la mano de su sexo para asegurarse de que estaba preparada para recibirlo.


Luego la tumbó en la manta y le separó las piernas.


Buscó en sus pantalones vaqueros y encontró el preservativo que había puesto en el bolsillo trasero. Lo abrió mientras Paula le acariciaba la erección y apretó los dientes para disfrutar de sus caricias.


—¿Te gusta? —le preguntó ella.


—Mucho.


Pero tenía que ponerse el preservativo y estar dentro de ella cuanto antes, así que le apartó la mano y se lo puso. Luego se tumbó encima de ella, cubriéndola con su cuerpo, y colocó la punta de la erección sobre su sexo.


Allí esperó y la miró. Estaba ruborizada, tenía los pezones erguidos y las piernas abiertas, esperándolo.


La fue penetrando despacio, tomándose su tiempo porque quería que aquello durase.


Ella lo agarró por la nuca y le susurró:
—Hazme tuya, Pedro.


Y aquellas palabras le hicieron perder el control. La penetró con fuerza, profundamente, y la besó al mismo tiempo. Le metió la lengua en la boca, imitando el ritmo de sus caderas. 


Cada vez estaba más cerca del clímax, pero no quería alcanzarlo sin ella. Metió una mano entre sus cuerpos y la acarició hasta hacerla gemir, hasta que notó que sus músculos internos se contraían.


Solo entonces se dejó llevar por el placer. Cuando hubo terminado, apoyó la cabeza en su pecho, sin dejar caer todo el peso de su cuerpo en ella, que lo estaba abrazando.


Pedro supo que debía decir algo, pero no tenía palabras. 


Solo sabía que había encontrado a la mujer a la que, sin darse cuenta, había estado buscando. Le resultó extraño que fuese Paula, porque ella era el motivo por el que se había marchado de allí. Se tumbó de lado y la abrazó, y ambos se quedaron dormidos.










NUEVO ROSTRO: CAPITULO 24





A Paula le encantaba la sensación de libertad que tenía cuando montaba a Buttercup. Había parado con Pedro en los establos para dar un paseo e iban a dirección a una poza en la que habían pasado mucho tiempo el verano que habían salido juntos.


Hacía calor aquella tarde, pero no tardarían de refrescarse en el agua.


—Siento otra vez lo del rumor —se disculpó Pedro.


—No pasa nada. De todos modos, lo mejor es que lo hayamos hablado. Así estamos seguros de que el pasado, pasado está, y podemos seguir adelante.


Paula le había dado muchas vueltas al tema después de que Abby le hubiese contado aquello. Sabía que, viviendo en Royal, la gente siempre se iba a meter en su vida.


Sabía que hablaban de su accidente y de que su novio la había dejado. Así eran las ciudades pequeñas y, aunque a ella no le gustaba ser el centro de las conversaciones, tenía la sensación de saber siempre qué tramaban sus vecinos.


—Abby no está nada contenta contigo —le dijo a Pedro.


—A mí solo me importa tu opinión —respondió este.


Ella le sonrió.


—Me alegra oírlo, pero si quieres ganar el concurso del Club de Ganaderos de Texas, tendrás que considerar su opinión porque Abby tiene un papel muy importante en él.


—Brad piensa que no va a ganar las elecciones.


—No sé quién va a ganar, pero Abby va a traer a otro promotor inmobiliario para que tú no seas el único —le dijo Paula.


—Gracias por la información —le contestó Pedro—. Yo voy a hacer lo que me ha pedido Brad y si consigo el trabajo, tanto mejor.


—¿De verdad?


—Sí. Vine por mi madre y como Brad me había pedido que hiciese un proyecto, pensé en aprovechar la ocasión, pero mi fortuna no está unida al club.


Ella se preguntó si sería cierto que el club le interesaba tan poco. En Royal, era un lugar exclusivo al que todo el mundo quería pertenecer, pero tal vez Pedro tuviese otra manera de ver las cosas, después de tanto tiempo fuera de la ciudad.


—¿Vienes mucho por aquí? —le preguntó él.


Ella negó con la cabeza.


—Suelo montar en los establos, para que nadie se preocupe por mí.


—¿Por qué iban a…? Ah, supongo que te refieres a cuando empezaste a montar otra vez.


Paula recordó aquellos primeros días, cuando todavía llevaba el cuerpo vendado. No había tenido ganas de ver a nadie y había querido esconderse de los trabajadores del rancho de su padre.


—Sí, me di cuenta de que era un ser de costumbres, pero necesitaba mantenerme alejada de la gente. Me sentía un poco como la Bestia de La bella y la bestia.


—Seguro que no te parecías en nada a la bestia.


—Sí. Nadie me miraba directamente y además al principio llevaba la cara vendada. A veces todavía me despierto pensando que sigo teniendo la cara quemada y siento miedo.


—Espero poder hacer que te olvides de todo eso —le dijo Pedro.


—No quiero hacerlo. Necesito recordar para que no se me olvide que la vida es un regalo.


—Eso es cierto.


Llegaron a la poza y desmontaron.


Los caballos estaban entrenados para quedarse donde los dejasen y Paula y Pedro sacaron el picnic.


—No sé tú, pero yo necesito darme un baño antes de comer —comentó Pedro.


—Aunque suene mal, estoy sudando —dijo ella.


Pedro se echó a reír.


—A mí me encanta verte brillar.


Paula le dio un beso rápido. Se sentía muy afortunada por poder estar con él.


Por un lado, porque era un hombre muy sexy y atento; por otro, porque había sentido miedo al pensar que solo había vuelto a Royal a vengarse.


—Gracias —le contestó—. El último que se meta en el agua tendrá que hacer la cena.


Luego se quitó las botas de una patada y se desabrochó el pantalón. Se lo bajó y después se deshizo de la camiseta y del sombrero a la vez, quedándose en bañador.


Vio a Chris Pedrosaltando a la pata coja, intentando quitarse los pantalones y las botas al mismo tiempo, y echó a correr hacia la poza.


La risa de Pedro la siguió hasta el agua y un segundo después iba él.


—Empate —dijo Pedro al emerger del agua.


—Yo he llegado antes —protestó Paula.


—Si tú lo dices.


Ambos flotaron en el agua y la pierna de Paula tocó la de él. De repente, ya no importó quién hubiese ganado la carrera. 


Pedro la besó apasionadamente.


La abrazó y ella puso las piernas alrededor de su cintura y se aferró a sus hombros.


Paula notó las manos de Pedro en el trasero. Notó que le metía la lengua en la boca, y pensó que no era suficiente. 


Quería más.


Inclinó la cabeza para profundizar el beso y le agarró la cabeza con ambas manos para intentar controlar la pasión que crecía entre ambos, pero era algo incontrolable y Paula se sintió más viva que nunca.