martes, 25 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 6

 


Pedro reapareció en la cocina llevando un chándal blanco y negro. Era de firma, Paula sabía por los años que había pasado en Boston que debía haber costado una pequeña fortuna. Pero claro, él se lo podía permitir. Hacía años que había oído que se había hecho rico con el mercado inmobiliario de los ochenta. Todo el mundo en Lenape Bay se había sorprendido. Siempre habían dado por supuesto que la única ropa de diseño a la que Pedro podía aspirar era el traje de presidiario.

Lo observó mientras él abría el frigorífico para buscar una cerveza. Llevaba el espeso pelo rubio cortado a la moda, de punta, dejando la frente despejada. Paula notó por primera vez que tenía barba de más de un día. Se quedó mirando las subidas y bajadas de la nuez mientras bebía.

—¡Ah! Así está mejor.

Paula dio otro sorbo, necesitaba averiguar el motivo de su regreso, qué estaba haciendo en su casa. Y tenía que hacerlo sin provocarle. Le recordaba lo bastante bien como para saber que no diría otra cosa que lo que le interesara. Había demasiados temas pendientes entre ellos, demasiadas preguntas sin respuesta, preguntas que era mejor no hacer. Paula creía que su vida era buena ahora, completa y feliz. Ni quería ni necesitaba que Pedro la perturbara y sabía de sobra que era perfectamente capaz.

—¿Qué tal te ha ido, Pedro?

Él se sentó en un poyo de fórmica arruinado y la estudió un momento, como si tratara de decidir si su pregunta era sincera.

—Bien, me ha ido bien.

—Hace años nos enteramos de que vivías en California, ¿sigues allí?

—Tengo una casa. Allí es donde está mi negocio.

—Inmobiliarias, ¿no?

—Estás muy bien informada —dijo él, sonriendo.

Paula apartó la mirada. Recordaba aquellos ojos inquietantes y helados, y lo hondo que podían penetrar.

—Ya conoces las ciudades pequeñas. Nos chifla el chismorreo.

—Sobre todo si el tema soy yo.

—Siempre has conseguido animar la vida del pueblo.

—Eso no es cierto.

—¿A qué has venido, Pedro? ¿Por qué estás en esta casa, mi casa?

Pedro se secó los labios con el dorso de la mano y se recostó contra el poyo en una postura relajada.

—Ya no es tu casa. Paula —dijo haciendo una pausa para observar el efecto de sus palabras—. La he comprado.

El corazón naufragó en el pecho de Paula. Sintió un vacío en el estómago al ver confirmadas sus sospechas.

—¿Tú? —preguntó tragando saliva—. ¿Cuándo?

—Esta misma mañana cerré el trato. El corredor ya ha firmado los documentos.

—No tenía ni idea. Pablo no me comentó que hubiera alguien interesado.

—Pablo tampoco lo sabe. El corredor me ha dicho que hoy estaba fuera en Boston. Sin embargo, me dijo que ella estaba autorizada a efectuar la transacción. ¿Es verdad?

—Sí, pero… ¿No le has echado un vistazo a la casa?

—Lo hice cuando tenía siete años. Desde la carretera, nunca me invitaron a entrar.

Pedro

—Esta mañana le eché otro vistazo y la compré. Conocía la casa. Conocía a los propietarios. No puede decirse que fuera una decisión precipitada, ¿no? He pagado en efectivo. Ya me conoces, pequeña.

Sí, lo conocía. Impulsivo, arrogante, conflictivo.

—De modo que no has cambiado, ¿no es cierto, Pedro?

Él entornó los párpados antes que sus labios esbozaran una sonrisa.

—Pues sí. He cambiado. No puedes hacerte una idea de cuánto.

—¿A qué has venido?

—No hay nada como ir directo al grano —dijo él riendo y apartándose del poyo.

—Ya me conoces, Pedro —dijo ella en el mismo tono que él había empleado.

—Sí. Bueno, digamos que sentía nostalgia. Quería volver a mis raíces y todo eso.

—No te creo.

Pedro alzó las cejas y se llevó una mano al corazón, una expresión burlona de horror apareció en su cara.

—Me destrozas, mujer. Puede que quiera volver a ver el sitio donde nací. ¿Qué tiene de raro?

—Nada. Pero podías haberte alojado en un hotel del pueblo y no comprar la casa de mi familia, si lo que querías era saciar tu nostalgia. ¿Cuánto planeas prolongar esta visita?

—¿Quién ha dicho que esté de visita?





ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 5

 


Pedro subió los escalones de dos en dos, sus pensamientos girando a toda velocidad. Ni siquiera quería especular sobre lo que significaba tener a Paula Chaves sentada en su cocina. Ella, y todo lo que representaba, conjuraban unas visiones que debían seguir enterradas si quería conseguir lo que se había propuesto, la razón que le había hecho volver.

Al principio no la había reconocido. 

Llevaba el pelo más corto, más oscuro, su cuerpo se había desarrollado, era más… mujer. Le era difícil pensar en Paula como mujer. La última vez que la había visto, bueno era mejor no pensar en aquella noche, pero ella era como una gacela, más ángulos que curvas.

Ya no.

Cuando llegó al dormitorio principal estaba medio desnudo. Tiró el traje en la bañera y se frotó vigorosamente con una toalla. Necesitaba un poco de tiempo para dominar su reacción ante ella. Le enfurecía haber reaccionado si quiera. Sabía que iba a tener que verla, claro, lo había planeado hasta el último detalle, pero no había contado con que se presentara allí. Al menos no hasta que estuviera preparado para verla.

Parte de su plan consistía en controlar sus sentimientos hacia los habitantes de Lenape Bay, los Chaves en especial. Se puso un chándal y con la toalla al cuello comenzó a peinarse. Le dijo a su imagen en el espejo que debía tranquilizarse. Después de todo, no podía permitirse el lujo de desviarse del asunto principal antes de poner manos a la obra, ¿o no?

«¿Qué demonios estaba haciendo Paula allí?»

No podía saber que él había vuelto, nadie lo sabía. El corredor le había asegurado que Paula y Pablo estaban fuera de la ciudad. Había escogido a propósito el final de temporada, cuando la playa estaba desierta y el tráfico por la carretera de las dunas se reducía al mínimo. Necesitaba un par de días para repasarlo todo, para volver a acostumbrarse al entorno antes de mostrarle a las fuerzas vivas de la ciudad quién era él.

Tiró la toalla sobre la cama, disgustado. Todo eso tendría que cambiar ahora. Lo que tenía que hacer era ponerse en contacto con Pablo aquella misma noche, sin importar lo tarde que fuera, para concertar una reunión a primera hora del día siguiente. Si había algo que recordaba de Lenape Bay era la eficacia del chismorreo. Antes de que el asiento hubiera tenido tiempo de enfriarse, Paula se abalanzaría sobre los teléfonos. Por la mañana, todo el mundo que fuera alguien sabría que Pedro Alfonso había vuelto.

Sonrió. La excitación le corría por las venas como una droga potente. Había pasado mucho tiempo preparando su vuelta, quería saborear cada momento único por entero. Si encontrarse con Paula antes de lo previsto alteraba sus planes, así tendría que ser. Él era flexible. Demonios, más que flexible, estaba preparado para cualquier cosa. Se dio un último vistazo en el espejo.

«Para cualquier cosa, para casi todo.»




ANGEL O DEMONIO: CAPITULO 4

 


Paula se obligó a dar el primer paso. No sabía lo que pensaba por no mencionar lo que sentía. Lo único que sabía era que Pedro Alfonso había vuelto y los motivos que había detrás de su regreso pesaban como una losa en su mente.

—La casa está hecha un desastre —dijo él, cogiendo, una silla volcada y acercándosela—. Siéntate. ¿Cerveza o agua mineral?

—Agua, por favor.

Tiró de la anilla antes de ofrecerle una lata. Ella la aceptó, llevándosela maquinalmente a los labios. Sabía que debía hacerle preguntas, las que fueran, pero no se le ocurría ninguna.

—Dame un momento para que me quite este traje.

Paula asintió y él salió de la cocina. 

Sobre una piedra había un viejo reloj de cuerda. Había sido de su padre y parecía hablarle por medio de él, el tic–tac acompasado a los latidos de su corazón.

—Mantente lejos de él,Paula. Lejos, lejos.

No le había escuchado entonces y tampoco ahora. Tomó un trago de agua y se enjuagó la boca para librarse del sabor de los nervios y el miedo.

Se dijo a sí misma que debía calmarse, que ya no era una chica ingenua sino toda una mujer. Él ya no tenía ningún poder sobre Paula.

Era Pedro.

Sólo Pedro.