miércoles, 15 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 43

 

Fueron a la cama y, cuando estalló una vez más entre sus brazos, supo que nunca podría verlo como un mero objeto sexual y que estaba metida en un buen lío. Se acurrucó a su lado y se quedó apaciblemente dormida, mecida por el susurró de su acompasada respiración.


Horas más tarde despertó en estado de pánico. Haber dormido en un estado de tal bienestar le angustiaba casi más que la pesadilla que llevaba años asediándola. ¿Cómo podía sentirse tan segura con él cuando la retaba a todos los niveles, cuando parecía tan distante y reservado?


–¿Vamos a repetir? –preguntó–. Espero que no empieces con tonterías como las de la semana pasada.


Paula lo miró boquiabierta y él le empujó la barbilla para cerrársela, al tiempo que le sonreía con tanto encanto que Paula le perdonó la impertinencia.


–Te deseo y somos compatibles en la cama, Paula. Puede que sea lo único que tengamos en común, pero además nos sirve para dormir. ¿O no lo has notado?


Eso era innegable. Hacía años que Paula no se sentía tan descansada.


–Eres la mejor medicina contra el insomnio que haya probado –añadió él.


–No sé si tomármelo como un cumplido o un insulto.


Pedro rió.


–Tienes razón. Perdona –Pedro se incorporó y apoyó los brazos en las rodillas–. Pero es verdad que me agotas física y mentalmente –añadió, riendo.


–¿Y eso es bueno?


–Sí, porque luego duermo y descanso –la miró fijamente–. Y a ti te pasa lo mismo.


Paula habría dado lo que fuera por adivinar qué estaba pensando, pero como había dicho que no mentiría, optó por una media verdad.


–Tienes razón. Duermo muy bien contigo.


–Entonces estamos de acuerdo: desde ahora dormimos juntos… en todos los sentidos.


Paula se dijo que debía negarse, pero quién podía resistirse. Así que si terminaba aceptando dado que se trataba de una tentación irresistible, al menos debía recordar que no había nada más allá, que sólo eran dos insomnes en busca de reposo, y que con eso le bastaba.


–Está bien –dijo finalmente.


Pedro la besó.


–Ahora tengo que trabajar. Nos vemos esta noche.


–¿Después de que cierre?


–Sí. Quedamos en mi cama.


Paula bajó la mirada por temor a que Pedro viera la transformación que se había producido ya en ella, que estaba perdiendo todo atisbo de sarcasmo y estaba derritiéndose por él.


Pedro le hizo alzar la cara para mirarlo.


–Sin arrepentimientos –susurró, antes de volver a besarla más apasionada y provocativamente…


Cuando se hubo marchado, Paula se dijo que lo mejor que podía hacer era irse para no volver, pero en lugar de eso, se arrebujó entre las sábanas y aspiró el aroma de Pedro, diciéndose que acabaría por ocurrírsele una estrategia con la que plantarle cara de nuevo.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 42

 

Paula nunca se había sentido tan próxima a nadie, ni había experimentado un deseo tan intenso. Sus cuerpos se movieron al unísono sin que ninguno de los dos pareciera dispuesto a romper el contacto visual.


Los movimientos de Pedro replicaban los de ella, cada vez más profunda e intensamente. Y cuanto más intentaba mirar en otra dirección, más imposible le resultaba. Entonces su cuerpo decidió por ella, y sus ojos se cerraron al alcanzar el éxtasis mientras de sus labios escapaba el nombre de Pedro una y otra vez.


Cuando volvió a abrirlos, él seguía mirándola y ella lo besó apasionadamente, anhelando devolverle el placer que él acababa de proporcionarle, aunque con ello desvelara cuánto lo necesitaba. Ya lo sabía y no tenía sentido ocultarlo. Así que lo acarició y le susurró al oído lo que le gustaba que le hiciera, preguntándole qué deseaba de ella. Hasta que el cuerpo de Pedro se tensó antes de que emitiera un gemido que ella absorbió al tiempo que lo abrazaba con fuerza mientras alcanzaba el clímax, y ella, una segunda vez, con él.


Durante un largo rato, todavía temblorosa y en las nubes, ocultó el rostro contra el cuerpo de Pedro.


–No sé tú, pero yo todavía no estoy cansado –dijo él finalmente.


–Yo tampoco –de hecho, Paula pensaba que no volvería a dormir nunca.


La adrenalina le corría por las venas.


–¿Te queda energía para quemar?


¿Cómo podía hablar tan frívolamente del sexo más espectacular posible? ¿Quizá porque para él no lo era? Y si era así, también ella se lo plantearía de la misma manera y lo consideraría una fuente de placer, en lugar del único hombre con el que había experimentado la sensación de convertirse en un sólo cuerpo y una sola alma.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 41

 

Sin esperar respuesta, le puso el dedo bajo la barbilla para obligarla a alzar el rostro, pero en lugar de besarla, la abrazó, sin que ella ofreciera la menor resistencia. Le oyó reír quedamente antes de sentir que la tomaba por detrás de las rodillas para levantarla, y ella permaneció con los ojos cerrados, asiéndose a él, fundiéndose contra su pecho ansiosa por lo que sabía que estaba a punto de suceder.


Al instante sintió que le subía la camiseta y le besaba el vientre, cuyos músculos se contrajeron involuntariamente. Le acarició los senos, que parecían ansiosos por escapar del sujetador. Sus pezones, duros, ansiaban sentir la boca de Pedro. Él los saboreó, los mordisqueó… y Paula, arqueándose, alzó las caderas.


Pedro le quitó la falda y las medias y las tiró al suelo junto con el sujetador. Luego se quitó los calzoncillos y en una fracción de segundo volvió a atenderla, colocando la mano en su entrepierna y mirándola a la cara dijo:

–Abre los ojos –y le mordisqueó el cuello. Al ver que ella apretaba los ojos con aun más fuerza, añadió–: Ábrelos o paro.


Paula obedeció aunque le aterrorizaba que la emoción fuera aún más intensa que su deseo si además de sentir sus caricias lo miraba.


–¿No tienes nada que decir? –preguntó él mirándola fijamente con picardía.


–¿Como qué?


–Quiero que me supliques –al ver que Paula apretaba los labios, sonrió y dijo–: Está bien, sé que quieres que me esfuerce hasta que lo consiga.


Paula por fin abrió los ojos.


Pedro, por favor, hazme el amor –dijo con sorna.


–Vas a tener que seguir intentándolo. Quiero oír una desesperación genuina en tu voz –dijo él.


Y se agachó para mordisquearle los pezones antes de ir deslizándose hacia abajo dejando un rastro de besos por su vientre. Él alcanzó su punto más sensible y lo lamió con fruición hasta que la excitación de Paula alcanzó un punto álgido, entonces susurró:

–La otra noche dijiste que no quería más de esto.


–Yo… –Paula apenas podía hablar mientras él la seguía acariciando con sus dedos–. No pensaba que estuvieras interesado.


–¿Y ahora reconoces que te equivocabas? –y sin esperar respuesta volvió a besarle el vientre.


Paula gimió.


–¿Es así como interrogas a los testigos? –dijo, jadeante–. No me extraña que siempre ganes.


Sintió la sonrisa de Pedro contra su estómago mientras seguía alternando las caricias con sus dedos y su lengua, hasta que se retorció de placer. Entonces susurró:

–¿Qué, Paula?


–Por favor, por favor –suplicó ella.


–No se te ocurra volver a mentirme –dijo.


Paula jadeó. Lo deseaba tanto que le daba miedo. Él se adentró en ella y Paula pensó que la sensación era aun más maravillosa de lo que recordaba.