sábado, 28 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 8





El resto de la semana pasó sin hechos destacables. Paula estaba molesta por cómo Pedro encajaba perfectamente en su rutina diaria, cuan fácilmente se había adaptado al funcionamiento de Chavesco. Sin embargo, a ella le estaba costando acostumbrarse a su presencia en la oficina contigua. Lo cierto es que apenas había conseguido trabajar. 


Cada vez que Pedro hablaba, la cadencia de su acento llegaba hasta su oficina, rompiendo su concentración.


El viernes por la mañana, mientras conducía su BMW, Paula decidió que no podía dejar que Pedro la distrajera. Su trabajo era demasiado importante para ella. Paula se detuvo ante un semáforo en rojo y accionó el freno de mano con fuerza, antes de volver la cabeza hacia el hombre que tenía al lado.


—¿Lista para otro duro día en la oficina? —dijo.


Mientras esperaban que cambiara la luz del semáforo, él sonrió.


—La verdad es que aprovechas muy bien las horas. ¿Estás tratando de ganar el premio al mejor empleado del año? —preguntó Pedro.


—Tal vez —contestó Paula.


—No te molestes.


—¿No crees que podría obtenerlo? —dijo ella mirándolo sorprendida.


—No —contestó él.


La seguridad en él la llenó de fastidio.


—¡Pues trabajo muy duro! Me gradué la primera de mi clase en la escuela de negocios y he sido promocionada dentro de Chavesco. Y te aseguro que no es por ser la hija del jefe.


—Te creo. No es que tenga nada que ver con tus habilidades, pero no lo obtendrás —dijo él.


—¿Y por qué no?


—Porque no eres un hombre —dijo él con los ojos ocultos tras aquellas molestas gafas oscuras que ocultaban su expresión.


Paula volvió su atención a la carretera y al tema que habían estado discutiendo antes de que la sensualidad de él la distrajera.


—¿Crees que mi padre es un chovinista? —preguntó ella.


—¡Por supuesto que lo es! —respondió él.


Pedro tenía razón. Había pocas mujeres en la empresa y ninguna en el consejo.


—¿Y tú no lo eres? —dijo ella mirándolo de reojo.


—A mí me gustan las mujeres —dijo él sonriendo.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco y respiró hondo. No podía dejar que la afectara esa atracción que siempre tuvo por Pedro.


—¡De eso estoy segura!


—El semáforo ha cambiado —dijo él en un tono amable.


—Gracias por el dato —dijo ella y soltó el embrague bruscamente.


El automóvil hizo un ruido seco y se detuvo. Paula no se atrevió a mirarlo y arrancó nuevamente el automóvil.



LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 7





—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Paula al ver que la mesa de su jefe estaba ocupada por Pedro—. Ésta es la oficina de Martin.


Las oficinas Chavesco solían estar vacías a aquellas horas de un lunes por la mañana y, desde luego, no esperaba ver a Pedro allí.


—Creo que el estimado director de Recursos Humanos está en una conferencia en Sydney esta semana —contestó Pedro sin apartar su mirada del montón de papeles que estaba estudiando—. Y cuando regrese, se irá por baja de paternidad. Los obreros tienen que remodelar el despacho del décimo piso donde voy a trabajar, por lo que estaré aquí de momento.


Paula no lo quería allí, pero se mordió los labios y no lo dijo. 


Sólo lo separaba de su oficina el espacio ocupado por Cynthia, la secretaria que Martin y ella compartían. Pedro estaba demasiado cerca.


—No puedes trabajar aquí —dijo ella y él levantó la cabeza.


—Seguramente no habrá problema —dijo él con voz impaciente.


Paula bajó la vista y se mostró inquieta. ¿Por qué se sentía tan abrumada?


Pedro tomó un sobre y la observó. Movida por la curiosidad, Paula se acercó a él.


—Quiero mostrarte algo. Ábrelo —dijo él y sus dedos se rozaron.


Paula lo abrió. Su respiración se detuvo al observar la foto y los cortes que había en el lugar de su rostro.


—Creo que alguien quiere hacerte daño.


Paula no sabía qué decir.


—Esto es por lo que Pascal y tu padre están preocupados y por lo que yo estoy en esta oficina —dijo Pedro señalando la foto masacrada.


Ella tragó saliva.


—¿Por qué tú?


—Porque rechazaste tener un guardaespaldas.


—No quiero que seas...


—¿Por qué no?


—Porque... —comenzó ella, pero no supo encontrar las palabras adecuadas.


No lo quería cerca de ella a todas horas del día y de la noche. Especialmente ahora que sabía que Pedro ya no estaba casado y que no era culpable de aquella terrible traición a su hermana. ¿En qué estaba pensando Catalina para hacer tal acusación? No podría hablar con su hermana hasta que regresara de la luna de miel. Quería mirarla a los ojos y ver su expresión para saber si le decía la verdad.


Pero en el fondo de su corazón, creía a Pedro. No había otra explicación para su ira y para las extrañas palabras de su hermana en el teléfono y que ahora tenían sentido.


Los Chaves, en efecto, habían traicionado a Pedro. Pero a pesar de sentir lástima por él, no lo quería cerca de ella todo el día.


—No necesito un protector —dijo ella, observándolo.


—Yo diría que esa foto es la prueba de que sí lo necesitas —dijo él reclinándose en el sillón—. Pero lo tendrás como quieras. Si no quieres un guardaespaldas, me tienes a mí.


—No te quiero aquí. No confío en ti —dijo ella ruborizándose.


Él se quedó pálido.


¿Acaso se refería a...?


—No. No por esa razón. No confío en ti porque buscas venganza. ¿De veras crees que voy a ser tan estúpida como para proporcionarte modos de acrecentarla? —dijo ella.


—¿Acaso me culpas? —dijo él con la mirada perdida—. Necesito el puesto en el consejo de Chavesco —añadió tras unos segundos de silencio.


Paula sintió que su corazón se encogía. Aquel hombre había perdido muchas cosas por culpa de su familia.


—Ese puesto en el consejo me dará la oportunidad de volver a comenzar y recuperar mi reputación. Una vez que tu padre me nombre director ejecutivo, no hará falta que me dé la compensación económica que me ha ofrecido —dijo Pedro.


—Pobre Manuel, qué sorpresa le espera. Pero a ti también. Mi padre no va a dejar que le digas lo que tiene que hacer —dijo ella sonriendo tristemente.


—Sí que lo hará, princesa. Puedo hacer lo que quiera —dijo él con una mirada totalmente inexpresiva.


Ella lo miró incrédula y se percató de que estaba hablando en serio. Pedro extendió su mano para tomar la foto y la guardó de nuevo en el sobre.


—Sólo recuerda que no soy tu guardaespaldas. Tienes que tener cuidado. Tengo un trabajo que me llevará tiempo y atención. Trataré de mantenerte a la vista porque Pascal y tu padre están preocupados por tu seguridad. De esta forma mata dos pájaros de un tiro. Me deja comenzar en Chavesco sin tener que darle salida a Manuel aún y asustar a ese loco al mismo tiempo. Así de simple —dijo él.


—¿Crees que lo asustarás? —preguntó ella.


—Bueno, tu padre y Pascal están seguros de que doy miedo —respondió él.


Paula observó la triste sonrisa que cruzaba aquel rostro, el cuerpo alto y fornido, y no se sorprendió. También la asustaba a ella.


Alfonso era peligroso. Mucho más peligroso que cualquier matón. Y su padre y Arturo le estaban confiando su seguridad. 


Paula suspiró.


—Está bien. Puedes quedarte. Tampoco tengo otra opción —dijo finalmente.


La tensión en los hombros de Pedro cedió un poco.


—Te llevaré a casa. Y desde mañana te recogeré de la casa de tus padres todos los días.







LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 6





—¿No me dirás que creías que yo era culpable, verdad princesa? —dijo Pedro en tono desafiante, observando a Paula Chaves con los ojos entrecerrados.


No podía creer que fuera tan inocente como sus ojos sugerían. Parecía sorprendida, a la vez que aturdida.


—De toda la gente del mundo, pensaba que tú serías la única que sabría cómo reaccionaría cuando la hija del jefe tratara de seducirme. La violación no es mi estilo —dijo él en voz baja para que el padre de ella sentado al otro lado de la alfombra persa, no pudiese oírlo.


—No fuiste acusado de violación —dijo ella, palideciendo.


Él bajó la vista y observó sus labios, sintiendo cómo un calor subía por sus muslos. Aquélla era una trampa con la que no había contado. Por un instante se preguntó si aún utilizaría aquella ropa interior tan sexy con la que había tratado de tentarlo años atrás.


Pedro apartó su atención del vestido blanco que llevaba y, ocultando su reacción, la miró a los ojos.


Aquellos ojos profundos, de color gris verdoso, estaban llenos de confusión y eso despertó su instinto protector. 


Aquello lo aturdía. Hacía tiempo que nadie ni nada lo conmovía. ¿Tendría aquella reacción algo que ver con la lástima que había sentido por ella tras la muerte de su madre?


—No, no fui acusado de violación. Pero tu padre usó información falsa para que la acusación pudiese prosperar. Dime, ¿crees de verdad que seduje a tu hermana? —dijo él.


—No lo sé —dijo finalmente.


—¡No es suficiente! —exclamó él.


Por alguna razón necesitaba que lo creyera, que le dijera que nunca había sospechado de él.


—¿Acaso Catalina mintió?


Lo había creído capaz de hacer daño a su hermana y de traicionar la confianza de su padre. Sintió rabia, pero no dijo nada. Había aprendido que en ocasiones, lo mejor era no hablar.


Finalmente, cuando el silencio se tornó insoportable, Pedro miró a Roberto Chaves.


—Yo sugeriría que sacases de aquí a esa gente —dijo haciendo una indicación con el pulgar.


—Paula conoce a Arturo y David de toda la vida —dijo Chaves con una arrogancia que le hizo a Pedro cerrar sus puños.


Paula se incomodó.


—Papá, ¿podrías pedirles que se fueran por favor?


Su suave voz sonó como si estuviera agotada. Pedro no había esperado sentir lástima por ella, lástima que chocaba con la ira que había sentido durante los últimos diez días, desde la llamada del abogado.


—No veo cuál es el problema —dijo su padre encogiéndose de hombros.


—Creo que a su hija le gustaría un poco de intimidad para aceptar lo que acaba de descubrir —dijo Pedro tan fríamente como pudo, y luego se preguntó por qué la estaba defendiendo.


Chaves se levantó y fue hacia donde estaban el resto de los hombres.


—Quiero que tú también te vayas —dijo Paula.


—De ningún modo, princesa —dijo Pedro mirándola.


Pero cuando la puerta se cerró detrás de aquellos hombres, deseó haberse ido. Ella puso el rostro entre las manos y sus hombros comenzaron a temblar.


Pedro miró desesperado a su alrededor. No sabía qué hacer. 


Odiaba que las mujeres llorasen.


La había visto llorar por su madre durante las largas horas que siguieron al accidente y en el funeral. A diferencia de Catalina, que había atravesado un periodo de dramáticos altibajos y necesitado largas horas de terapia. Catalina ni siquiera había estado en el accidente de automóvil que causó la muerte de Rosa Chaves, ni había quedado atrapada dentro durante las dos horas que le había llevado al servicio de emergencias liberar a Paula.


Pedro le tocó el hombro con algo de incomodidad. Su pulgar rozó su piel desnuda, suave y sedosa. Pero retiró la mano con un sentimiento de culpa.


—¿Por qué lo hizo Catalina? —preguntó ella—. ¿Nunca la tocaste? —preguntó.


—¿Recuerdas lo que dije aquella noche en mi defensa? Amaba a mi esposa e íbamos a tener un bebé. ¿Por qué iba a querer estropearlo todo? —contestó él.


—Pero te fuiste... —comenzó ella, con expresión confusa y aturdida.


—No me dejaron otra opción —dijo él amargamente, observándola.


Ella bajó la mirada mientras él la observaba.


—Lo siento. Me enteré de que tu esposa murió.


—Nada podrá devolvérmela —dijo él.


La cabeza de Paula se inclinó ante aquellas duras palabras y, por un instante, Pedro sintió remordimiento. Sabía lo que era perder a un ser querido y ella era la última persona con la que él debería estar descargándose.


Por un momento, la entereza de Pedro sucumbió, pero luego se endureció de nuevo. Ella era una Chaves. Había sido parte de todo aquello... y estaba disponible. Catalina podía estar casada, pero su hermana no lo estaba.


—Nos odias. Nos odias de verdad. ¿Por qué estás aquí? —preguntó ella.


—Tu familia está en deuda conmigo —dijo él con una mirada poco amable.


—¿Quieres vengarte?


Era rápida y directa. A él siempre le habían gustado aquellas cualidades de Paula.


—Digamos que quiero ser resarcido por lo que he perdido —dijo él curvando los labios.


—Quieres dinero —dijo Paula con una extraña expresión de desilusión en el rostro.


Había muchas cosas que quería, pero ninguna era dinero. 


Aun así, no dijo nada.


—Eres rápida.


El sonido de una puerta abriéndose a sus espaldas lo hizo girarse. Chaves estaba en pie al otro lado de la puerta, con Pascal detrás de él. Pedro se volvió a Paula, que observaba a su padre.


—Alfonso me estaba diciendo que tenéis que compensarle. ¿Habéis resuelto ya eso?


—Solías llamarme Pedro—interrumpió él hablando en voz baja para que sólo ella pudiera escucharlo.


Paula se ruborizó y levantó un poco la barbilla.


—Estamos ultimando detalles. No tienes que preocuparte de eso —dijo Chaves.


—También tendré un puesto en el consejo de Chavesco.


Ella se volvió hacia él y sus ojos se ensombrecieron.


—¿Qué puesto? —preguntó.


No había decidido nada hasta ese momento, pero entonces lo vio claro.


—Voy a estar a cargo de un proyecto especial, princesa.





LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 5





Nada más entrar en el estudio de su padre, Paula percibió la tensión. Sus ojos se posaron en el desconocido de anchos hombros. Estaba de espaldas a ella, con las piernas separadas y con el cuerpo ligeramente ladeado. A pesar de estar en minoría, era evidente que tenía el control de la situación.


Una rápida mirada a su alrededor, le confirmó que conocía a los demás presentes. Su padre parecía desesperado; Arturo, el jefe de seguridad, se veía algo más calmado mientras que David, el asesor económico, mostraba la cara de póquer que solía poner cuando trataba de dar solución a un enigma. El joven que Arturo había elegido como vigilante y de cuyo nombre no se acordaba, se veía perdido.


Volvió su mirada al desconocido. Los otros cuatro hombres lo miraban como si fuera un animal peligroso. Deseó ver la cara de aquel hombre, leer sus ojos y entender qué era lo que lo hacía destacar entre los demás.


Paula parpadeó para borrar su poderosa imagen, pero no pudo evitar reparar una última vez en aquel imponente cuerpo bajo la camiseta y los vaqueros negros que llevaba. 


Era sólo un hombre más, se dijo, aunque muy atractivo.


Tenía en la mano un sobre y algo más. Un segundo más tarde, se giró. Su corazón se detuvo al ver su perfil y se sintió confusa. Algo brilló en sus ojos al reconocerla y, rápidamente, guardó lo que estaba viendo dentro del sobre y lo dejó.


Pedro Alfonso.


Una sensación de furia se apoderó de su corazón, pero mantuvo la expresión calmada para que no se percatara del odio que sentía por aquel hombre. Su estómago dio un vuelco y respiró hondo, tratando de mantener su habitual tranquilidad.


—¿Qué está pasando, papá? ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué quiere? —dijo mirando el rostro de cada uno de los presentes en busca de respuestas, deseando que alguien se hiciera cargo y lo sacara de allí—. ¿Y por qué no habéis llamado a la policía?


—El motivo no importa —contestó su padre a regañadientes.


—¿Por qué?


Los ojos de Pedro Alfonso se encontraron con los de ella. Se le veía arrogante y divertido. Paula estudió la curva de sus labios y el brillo de sus ojos y vio algo más. Parecía enojado.


 ¿Por qué lo estaba? Era el canalla que tanto daño había hecho a su hermana. ¿Por qué estaba allí, en su casa?


Desconcertada, miró a su padre.


—Tengo que llamar a Catalina.


Quería advertir a su hermana y salir de aquella asfixiante habitación.


—Catalina ya lo sabe, ella es la razón por la que ha vuelto.


Paula tosió. Su cabeza daba vueltas y se sintió mareada.


—Siéntate, Paula.


Apenas oía las palabras de su padre. ¿Cómo era posible? 


Cuando Pedro Alfonso abandonó el país cuatro años atrás, se había sentido muy aliviada al saber que nunca más volvería a hacer daño a Catalina. Pero ahora había vuelto y estaba mucho más atractivo de lo que lo recordaba.


—Siéntate hija antes de que te desmayes.


Sin pensar, obedeció la orden de su padre y se sentó frente a él.


Unos segundos más tarde, el cojín de su lado se hundió bajo el peso de un cuerpo mucho más grande y pesado. Giró la cabeza y se encontró con la peligrosa mirada de Pedro Alfonso.




LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 4




—He leído que ahora te dedicas a la liberación de secuestrados.


Pedro se giró para encontrarse con la mirada escrutadora de Arturo Pascal, el jefe de seguridad de Chavesco.


—Sí, así es.


Aquellas tres palabras no revelaban el horror y las atrocidades que había conocido durante los últimos cuatro años que había pasado en Iraq, Afganistán y África. Había intervenido en tensas situaciones para negociar la liberación de pobres desafortunados. Se le daba bien. Junto a Morgan Tate y Carlos Carreras, había fundado una empresa para entrenar a destacamentos militares en casos de secuestro.


 Ahora, eran sus socios los que se ocupaban de llevar la compañía y juntos, habían hecho mucho dinero.


—¿Y eso qué importa, Arturo? —preguntó Chaves impaciente.


—Es una buena oportunidad de entrar en ese juego, jefe. 
Pedro puede estudiar si es viable para nosotros o incluso si hay otros campos en los que Chavesco pueda tener posibilidades.


—No voy a dirigir una unidad de riesgo —dijo Pedro.


Chaves ladeó la cabeza.


—Eso me daría una excusa para convencer a Manuel para que dimita como consejero.


Pedro comenzó a sentir las mieles de la victoria y señaló con la cabeza hacia el teléfono que estaba en la mesa.


—Llama a Manuel.


—Eso no es posible. Se acaba de casar hoy —dijo Chaves.


—Claro, se me había olvidado. Lo he leído en los periódicos: la hija del jefe se casa con el consejero de Chavesco. Es una buena noticia para ambas familias y, por supuesto, para los accionistas, ¿verdad?


El viejo lo miró con recelo, pero no dijo nada.


—Claro que tengo..., ¿Cómo se dice? —dijo exagerando su acento italiano—, algunos asuntos sin concluir con la novia.


—Quizá sea exactamente lo que necesitamos, jefe. Míralo, nadie querrá enfrentarse a él, a menos que no esté en su sano juicio —dijo Pascal.


Pedro giró la cabeza y dirigió una fría mirada a Arturo Pascal. ¿Habría el paso del tiempo afectado el cerebro de aquel hombre?


Pedro se dio cuenta de que Chaves parecía saber a qué se estaba refiriendo Pascal y no le gustó la manera en que estaban observando sus anchos hombros y sus fuertes brazos. Era como si aquel hombre estuviera considerando la compra de un caballo.


—¿Para qué me necesitas? ¿Acaso tienes algunos trapos sucios que lavar? ¿Quieres mandar a algún otro hombre al exilio?


Pascal carraspeó.


—Paula Chaves necesita que alguien la vigile.


La imagen de la hija mayor de Chaves apareció en la mente de Pedro. Joven, reservada y muy problemática. Enseguida apartó aquel pensamiento.


—¿Por qué no un guardaespaldas? —preguntó Pedro—. Creo que por aquí no escasean ¿O acaso el último fue descubierto llevándose la plata de la familia? Quizá la señorita trató de quitarle los pantalones.


Todos los hombres de la habitación se incomodaron ante su insolencia. Esta vez Pedro echó la cabeza hacia atrás y rió. 


Había aprendido que la risa era un arma muy útil para controlar su propia furia.


—No quiero a Alfonso cerca de mi hija —dijo Chaves, con el rostro pálido—. Está loco.


Pedro volvió a reír.


—Paula ha rechazado todos los ofrecimientos de ayuda —dijo Pascal dirigiéndose a Pedro—. Es tan testaruda como su padre —y girándose hacia Chaves, añadió—. Roberto, si no haces algo enseguida, vas a quedarte sin hija. En mi opinión, Pedro es la respuesta.


—¿Quedarse sin hija? —repitió Pedro—. No puedo creerme que vaya a dejar a su papá. ¿Adónde va?


—Acabará bajo tierra, si el psicópata que anda tras ella no es detenido.


Pascal se dirigió al escritorio y tomó un gran sobre y un paño.


—¿Puedo? —dijo pidiendo permiso a Chaves.


Roberto Chaves hundió los hombros mientras asentía.


Pedro tomó el paño y el sobre que le ofrecía Arturo Pascal y miró en su interior. Con cuidado de no dejar huellas dactilares ni borrar las que hubiera, sacó una foto del interior.


Sus ojos se abrieron asombrados y a continuación los entrecerró.


Era la foto de una boda. Al reconocer a la novia, Carolina Chaves, se quedó con la boca abierta. El rostro vibrante que recordaba, mostraba una sonrisa formal, mientras posaba entre su padre y el hombre que debía de ser Manuel Lester. 


Pero era la cuarta persona de la foto la que le dejó sin aliento.


Aquella esbelta figura iba vestida con un vestido de un extraño color rosa oscuro, un tono que sólo una mujer apasionada se atrevería a llevar. Si aquélla era Paula Chaves, había madurado mucho. Pero era su rostro lo que llamó su atención o lo poco que quedaba de él en la foto después de haber sido cortada con una afilada cuchilla.


Pedro se quedó mirando fijamente la foto mutilada con el corazón latiendo con fuerza. Pascal tenía razón. Alguien debía velar por ella antes de acabar en una fría mesa del depósito de cadáveres. No le había tendido la mano en los peores momentos de su vida para que ahora un lunático le hiciera daño.