miércoles, 15 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 20




Paula estaba acomodando unas fichas de los pacientes que Pedro había atendido esa mañana cuando su teléfono comenzó a vibrar dentro de su bolso


—Diga.


—¿Paula? Soy Estefania.


El caramelo de menta que Paula tenía en su boca casi se le atragantó al oír la voz de su amiga. Aún no se había recuperado de lo sucedido esa misma mañana y por un segundo no supo ni siquiera que decir.


—¿Paula, estás ahí?


—Si, Estefy… perdona es que estaba distraída —respondió una vez que pudo reaccionar.


—Te llamaba porque quería invitarte a almorzar.


—¿A almorzar?


—Si, supongo que el ogro de mi hermano te permite salir a almorzar ¿no?


Paula sonrió un poco nerviosa.


—Por supuesto,Estefy. ¡Qué cosas se te ocurren!


—¿Aceptas o no entonces?


—Está bien —observó su reloj—. Nos vemos en el restaurante que está aquí a la vuelta en unos veinte minutos. ¿Te parece bien?


—Perfecto, nos vemos allí entonces.


Colgó con su amiga y Pedro salió de su despacho.


—¿Escuché mal o vas a almorzar con alguien? —preguntó interesado.


Paula notó un atisbo de celos oculto en sus palabras.


—Has escuchado muy bien —respondió ella sin decirle con quien sería su almuerzo.


Pedro se cruzó de brazos y se quedó esperando que ella siguiera hablando.


—¿No vas a decirme con quién? —replicó molesto.


Paula contuvo la risa mientras terminaba de ordenar las fichas. Cogió su bolso y se dispuso a salir.


—¡Espera! —Pedro la sujetó del brazo.


—¿Qué quieres? ¿Acaso hay algún pendiente que no puede esperar hasta la tarde? —estaba siendo cruel y lo sabía pero era enternecedor verlo celarla de aquella manera tan infantil.


—¡Por Dios, Pau! ¡Solo te hice una pregunta!


—¡Voy a almorzar con tu hermana! —Soltó por fin—. ¿Más tranquilo ahora, doctor Alfonso?


Pedro dejó escapar un sonoro suspiro de alivio y le sonrió.


—Dile a esa entrometida que le mando un beso.


—Se lo diré —dijo Paula sonriéndole.


Pedro se acercó y la besó tomándola por sorpresa.


—Que te diviertas con Estefy—le dijo una vez que la soltó.


Paula, una vez que logró recuperarse del torbellino que su beso le había causado le sonrió y le respondió que lo haría.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 19




Pedro abrió la puerta de su habitación y Paula ya no estaba oculta detrás de las cortinas, tampoco estaba en la cama.


—¿Pau, dónde estás?


Paula lo escuchó llamarla desde el cuarto de baño; era la segunda vez que la llamaba de esa manera y ella creyó o al menos quiso creer que ese simple detalle significaba que tenían ahora un lazo más íntimo y que no se trataba solo porque ya habían hecho el amor.


—Estoy aquí; enseguida salgo —respondió sin abrir la puerta que comunicaba el cuarto de baño con la habitación—. ¿Por qué no te acuestas y me esperas?


Pedro se excitó de solo escucharla. Sin perder un segundo se quitó el pantalón de su pijamas para esperarla completamente desnudo y se arrojó a la cama.


—¿Vas a tardar mucho más? —preguntó él clavando sus ojos verdes en la puerta cerrada.


En ese preciso momento se escuchó el clic del picaporte cediendo y Paula apareció ante sus ojos.


Ella solo vestía las bragas que él se había robado de su cuarto unos días antes; la imagen de Paula con el cabello cayendo a ambos lado de su rostro cubriéndole los senos era simplemente divina.


Pedro le sonrió mientras se llevaba una mano al pecho y levantaba la otra.


—Me has pescado; confieso que me robé tus bragas y… —hizo una pausa que a Paula le pareció eterna—, no me arrepiento de haberlo hecho. Si quieres castigarme, de la manera que sea, estás en todo tu derecho.


Paula se acercó balanceándose seductoramente, plenamente consciente de que él ya estaba bajo su poder. 


Se detuvo a un lado de la cama y lo observó. Sus ojos se
detuvieron en su miembro que ya estaba completamente erecto, luego lo miró directamente a los ojos y le dijo:
—¿Estás dispuesto a pagar tu delito de cualquier manera? —se arrodilló encima de la cama y se echó el cabello hacia atrás dejando a la vista la magnificencia de sus pechos turgentes.


Pedro respiró hondo antes de responder.


—Soy todo tuyo, dulzura.


Paula no necesitó nada más para subirse a horcajadas de él. 


Dejó su cuerpo separado del cuerpo de Pedro para dilatar el momento; ahora era su turno de marcar el ritmo.


—Pau… —suplicó Pedro al ver que ella estaba encima de él pero que apenas lo tocaba.


Ella le puso dos dedos en la boca.


—Shhh… no digas nada. Estás castigado, doctor Alfonso… ¿acaso lo has olvidado?


Pedro comenzó a respirar más ligero, sus manos descansaban ahora a ambos lado de su cuerpo y cuando atinó a tocarla ella le hizo señas de que no lo hiciera.


¡Cielos! ¡Va a matarme si no hace algo ya! Pensó Pedro al ver que ella comenzaba a moverse hacia arriba y hacia abajo pero sin siquiera tocar su verga que a esas alturas estaba tan dura y caliente como una vara de metal que había sido expuesta a un fuego intenso.


—Pau… por favor —intentó suplicar una vez más pero ella lo miraba desafiante, complacida de ser quien tenía el control absoluto de toda la situación.


Pero de golpe y porrazo, aquel juego ardiente y provocador fue interrumpido por una aparición inesperada.


—¡Pedro! ¿Estás en casa?


La voz de Estefania llegó fuerte y clara hasta la habitación de Pedro y Paula se quedó petrificada al escuchar la voz de su amiga.


—¡Hermano, sé que estás porque tu motocicleta y tu auto están estacionados a un lado de la casa!


La voz de Estefania estaba cada vez más cercana y eso hizo que Paula se bajara de un salto de la cama y corriera en busca de su ropa que a esas alturas ya ni recordaba en donde se encontraba.


—Allí, a un lado del sillón de mimbre —le indicó Pedro adivinando lo que ella buscaba con tanto afán.


Paula se dirigió hacia allí y comenzó a vestirse a toda prisa.


—¡Por favor, Pedro, no permitas que Estefy me vea así! —le pidió antes de que él se dispusiera a salir de la habitación.


—Tranquila, saldré a hablar con ella, tú quédate aquí.


Paula asintió con la cabeza y una vez que se quedó sola, se sentó en la cama a esperar.


Pedro mientras tanto salió en busca de su hermana. La encontró en la terraza.


—¡Por fin! ¿Qué estabas haciendo que no salías? Se acercó y le dio un beso en la mejilla. — ¿No te has levantado aún? —preguntó observando que él llevaba el pantalón de su pijamas solamente.


—Pues… no —respondió él acomodándose el cabello—. ¿Qué raro tú tan temprano por aquí?


—¿Acaso no puedo hacerle una visita matutina a mi hermano favorito?


—¡Claro que si, es solo que no te esperaba!


Estefania no era tonta y de inmediato percibió el estado en el que se encontraba su hermano, demasiados nervios para una tranquila mañana de martes.


—Vine a preguntarte por Paula.


—¿Por Paula? ¿Qué sucede con ella? —preguntó echando una rápida mirada hacia la puerta cerrada de su habitación.


—No sucede nada con ella, solo quería saber como le había ido en su primer día de trabajo y que te había parecido —dijo sentándose en uno de los sillones de mimbre de la sala.


—Lo ha hecho muy bien, estaba un poco nerviosa por ser su primer día pero creo que es normal.


—¿No te arrepientes entonces de haberme hecho caso? —inquirió con una sonrisita triunfadora instalada en su rostro.


—Si lo que quieres oír es que tenías razón, pues si, la tenías.Paula sin dudas es una excelente secretaria y no puedo quejarme.


—¡Eso exactamente quería oír, hermanito! —Exclamó poniéndose de pie—. Ahora me marcho porque creo que llegué en un momento algo inoportuno —añadió mirando hacia la habitación de Pedro.


Él no hizo ningún comentario al respecto, prefería que su hermana sacara sus propias conclusiones.


—¿Te gustaría almorzar conmigo, Estefy?


—Otro día, Pedro, tengo planeado un almuerzo ya para hoy.


—Está bien, como quieras —le dio un beso en la frente a su hermana—. Nos vemos,Estefy.


—Si, adiós. 


Estefania se marchó de la casa de Pedro completamente convencida que había una mujer escondida en su cuarto.


Ahora solo le faltaba averiguar quien era la nueva víctima que había caído bajo la seducción de su hermano.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 18




El cuerpo de Paula yacía debajo de las sábanas en la cama de Pedro. Su cabeza estaba apoyada encima de la almohada hacia un lado y respiraba acompasadamente luego del torbellino de sensaciones que ella y Pedro habían compartido en la playa al hacer el amor por primera vez. Descansaba plácidamente y en su rostro se reflejaba aún la pasión de haber estado entre los brazos del hombre del cual estaba ahora segura se había enamorado perdidamente.


Comenzó a moverse debajo de las sábanas; sacó un brazo y lo apoyó sobre de la mata de cabello dorado que caía en la almohada. Tenía aún los ojos cerrados y comenzó a sonreír cuando sintió que estaba siendo tocada. Uno de sus pies se asomaba por debajo de las sábanas y alguien estaba jugueteando con sus dedos.


Paula se mordió el labio inferior cuando sintió que la caricia se extendía ahora por su pie. El contacto era extraño y de inmediato experimentó un poco de frío.


Abrió los ojos y levantó la cabeza. Su mirada se dirigió entonces hacia donde estaba siendo acariciada y descubrió horrorizada que Pedro ni siquiera estaba allí.


Se giró rápidamente y de un salto se sentó en la cama pegando su espalda contra la pared.


Lo que fuera que la estaba tocando seguía oculto debajo de las sábanas; pero al menos ya no podía alcanzarla. Tenía que descubrir quien había estado prodigándole aquellas caricias mañaneras y sin embargo estaba paralizada por el miedo.


El bulto se movió debajo de las sábanas, en dirección hacia ella. Paula contuvo el aliento por un instante. Debía tomar coraje y ver de quien se trataba, por lo tanto se movió un poco hacia delante y con la punta de sus dedos índice y pulgar levantó uno de los extremos de la sábana. La tela de satén se movía guiada por la mano de Paula y lo que sea que estuviera debajo avanzaba hacia ella. Finalmente y con un rápido movimiento Paula levantó la sábana y puso en evidencia a su misterioso acompañante.


El grito de Paula sin dudas debió despertar a todos lo que vivían dos millas a la redonda de la casa de Pedro. Se levantó corriendo de la cama y se refugió junto a la ventana. 


Cuando Pedro entró a la habitación, asustado por los gritos que Paula acababa de dar la encontró escondida detrás de las cortinas y mirando hacia la cama con los ojos completamente desorbitados.


—¡Cielos, Paula! ¡Qué susto me has dado! —exclamó Pedro yendo hacia ella.


—¿Qué…qué diablos es… ESO? —tartamudeó Paula señalando hacia la cama.


Pedro siguió el dedo de Paula y descubrió la causa de su espanto.


—¡Elvis! ¿Qué estás haciendo allí?


Paula observó consternada como Pedro iba hacia la cama y tomaba al enorme y horrible reptil entre las manos.


—¡¿Elvis?! 


Paula no se había movido ni siquiera un centímetro de su sitio.


—Así es —Pedro se dio vuelta y avanzó hacia ella—, Elvis es mi mascota; es un camaleón Pantera y es mi mejor amigo.


Paula estiró un brazo impidiendo que él se acercara con esa cosa de colores verdes chillones que no dejaba de sacar la lengua y que la miraba con sus enormes ojos saltones.


—¡Ni se te ocurra acercarte con eso! —le advirtió con firmeza.


Pedro hizo un esfuerzo por no echarse a reír y acarició la cabeza de su camaleón.


—No ofendas a Elvis —le dio un beso en la punta de su hocico—. Es muy sensible, sobre todo por las mañanas —alegó tratando de aparentar seriedad.


—¡Pedro, no te acerques! —le pidió nuevamente al ver que él se seguía moviendo hacia ella.


—¡Está bien, está bien! Lo regresaré a su cubil y lo alimentaré, seguro tiene hambre por eso vino hasta la habitación —le dirigió una mirada traviesa a Paula—.
Anoche estaba demasiado ocupado como para acordarme de darle su comida.


—¡Solo sácalo de aquí! —Paula se cubrió más con la cortina hasta asegurarse que Pedro salió de la habitación cargando a su inusual mascota.


¿Por qué no se compró un perro, un gato o unos cuantos peces de colores? Pensó Paula una vez que Pedro bajó a ocuparse de su verde y frío amiguito. Ella no se llevaba bien con esa especie animal ya que siempre le habían provocado una enorme repulsión. ¡Un camaleón! ¿A quién se le ocurría tener a un bicho como ese como mascota? Un escalofrío bajó por su espalda al recordar la piel áspera del reptil friccionándose con la de ella. Salió de su refugio improvisado y corrió hacia la cama. Con la impresión se había olvidado que estaba completamente desnuda. Se dejó caer de espaldas y apoyó la cabeza en la almohada. Se puso de lado y se dispuso a esperar a Pedro. Su estómago comenzó a gruñir y deseó que él subiera con un delicioso desayuno para compartir con ella. Si había sido capaz de preparar los espaguetis con salsa blanca y almendras de la noche anterior seguramente podía lucirse con un rico y suculento desayuno. Paula se imaginó unos muffins de canela tibios, una humeante taza de café y un zumo de pomelo recién exprimido con dos cucharaditas de miel. Eso y la compañía de Pedro… ¿qué más podía pedir aquella mañana?


Él aún no regresaba y se preguntaba que tanto hacía con su Elvis en la planta baja. Le había dicho que iba a alimentarlo. 


Paula sintió curiosidad por saber en que consistía el alimento de la peculiar mascota de Pedro; se lo preguntaría cuando él subiera.


Se dio media vuelta y cuando metió una mano debajo de la almohada descubrió que Pedro guardaba allí una prenda. La sacó y la reconoció de inmediato; se trataba de una de sus bragas de encaje; una de las tantas que tenía en la gaveta de su cómoda. ¿Cómo había llegado hasta allí? Entonces recordó la tarde en la que Pedro había estado en la casa de su hermana y había subido a cambiarse de ropa luego del chapuzón que ambos se habían dado. Seguramente fue en esa ocasión que él se hizo con una de sus bragas. No sabía si reírse o enfadarse por lo que había hecho pero sin dudas aquella prenda lo había acompañado durante las noches. Un ardor bajó por su vientre al imaginarse las cosas que Pedro pudo haber hecho con aquellas bragas en la soledad de su cuarto, acostado en aquella cama en donde ahora estaba acostada ella y en donde la noche anterior y luego de regresar de la playa se habían amado con locura desenfrenada.


Cogió la prenda y se la puso; le daría una sorpresa a Pedro cuando el regresara.