miércoles, 26 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 3






Pedro aparcó en la recepción del motel Luna Azul, situado a las afueras de Kankakee, a las doce y media. Era un antro, como mínimo, pintoresco. El tipo de sitio al que las prostitutas se llevaban a los clientes. Si la doctora Chaves buscaba un sitio de perfil bajo, desde luego lo había encontrado.


Pedro salió cautelosamente del coche. Se ajustó la pistola que tenía en la parte baja de la espalda y observó el aparcamiento vacío y las filas de habitaciones también desocupadas que había a ambos lados de la recepción.


Sin dejar de mirar, subió las escaleras que llevaban a la puerta. El calor y la humedad de julio resultaban insoportables. Y la recepción no parecía disfrutar de una mejor temperatura. Un pequeño ventilador mantenía el aire fétido en movimiento, pero no conseguía enfriar el ambiente.


Un hombre bajo y calvo con un cigarrillo colgado de la comisura de la boca dejó de mirar un instante el pequeño televisor que tenía delante.


-¿Puedo ayudarlo? -preguntó con absoluto desinterés.


Ni siquiera hizo amago de levantarse de su desvencijada silla.


Pedro entornó los ojos y apretó los labios. Era un movimiento estudiado que dejaba entrever la impaciencia que se escondía tras el gesto y que debería servir para motivar al dependiente más perezoso.


-Eso espero.


El hombre pareció entonces sorprendido. Se puso de pie a toda prisa. Parecía como si nada más ver a Pedro hubiera presentido que allí podría haber problemas. El detective era consciente de que daba una imagen peligrosa y eso le parecía muy bien, especialmente en ocasiones como aquélla. Pedro tenía el cabello largo, a la altura de los hombros, y lo llevaba atado en una coleta. Un pequeño aro de plata brillaba en el lóbulo de su oreja. Pero lo que más imponía era su envergadura. Medía dos metros y pesaba noventa kilos de puro músculo. No todo el mundo estaba dispuesto a meterse con él, y eso le gustaba.


-Necesito una habitación. Me llamo Pedro Alfonso. Espero que no haya problemas por no haber reservado -dijo con cierta sorna.


El hombre apretó los labios para sujetar mejor el cigarro y primero negó enérgicamente con la cabeza para después asentir.


-Ya... ya tiene habitación -balbuceó agarrando una llave-. La ciento catorce. Está al final del pasillo.


Pedro no se sorprendió. Se suponía que la doctora Chaves, si realmente era ella, lo estaba esperando. No podía arriesgarse a utilizar su verdadero nombre si lo que pretendía era esconderse. Pedro supuso que aquélla era la razón por la que había utilizado el de él.


-Una cosa más -dijo el detective dejando un par de billetes sobre la recepción-. Yo nunca he estado aquí. ¿Queda claro?


-Yo nunca lo he visto -respondió el recepcionista guardándose el dinero.


Tal y como el hombre le había dicho, la ciento catorce estaba al fondo. Las seis habitaciones que había antes parecían vacías, tal y como había sospechado al llegar. Pedro no tenía ninguna duda de que los otros siete dormitorios que había al otro lado de la recepción también lo estaban. Tras mirar una vez más a izquierda y derecha, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.


Para su sorpresa, dentro estaba oscuro pero por suerte fresco. Las cortinas estaban completamente echadas. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero una voz inequívocamente femenina lo detuvo.


-Cierre la puerta primero.


Haciendo un movimiento de defensa, Pedro cerró tras de sí y sacó la pistola.


-Ya puede encender la luz.


Él obedeció, parpadeó una vez por la claridad y apuntó con el arma en dirección a la voz.


Una mujer con aspecto de no tener más de diecisiete o dieciocho años, vestida con pantalones vaqueros de talle bajo y camiseta estaba al fondo de la habitación. No era muy alta, tal vez mediría un metro sesenta, y era delgada. 


Cabello rubio y largo, ojos azul claro, facciones de hada. 


Pedro no podía asegurar que se tratara de la doctora Chaves, pero desde luego se parecía a la niña de la fotografía tomada cinco años atrás que él había visto. Con una notable excepción. Esta mujer sujetaba entre las manos una pistola de pequeño calibre que le apuntaba directamente al corazón.


-Necesito que se identifique, señor Alfonso -dijo mojándose los labios antes de exhalar un suspiro tembloroso-. Pero primero necesito que baje el arma.


PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 2





-No -respondió Pedro Alfonso con firmeza-. Yo no trabajo por libre. Tendrás que buscarte a otro hombre.


El hombre que estaba al otro lado de la línea hizo un último intento para convencerlo de que lo reconsiderara. La oferta subió hasta un millón.


Pedro se limitó a negar con la cabeza. Cuando alguien ofrecía tanto dinero era porque se trataba de un asunto turbio. Especialmente si además quería mantener la misión en secreto y se negaba a acudir a la policía. Salvar a un pariente supuestamente secuestrado en un país del tercer mundo en el que las drogas eran la principal exportación era buscarse un problema.


-Buenos días, señor Santiago dijo Pedro. Y después colgó.


Había gente que no aceptaba un “no” por respuesta. Pedro era detective de la Agencia Colby. Sólo aceptaba las misiones que le encargaba una persona, y sólo ella. Victoria Colby. Por supuesto, la mayoría de las veces las órdenes le llegaban a través de Ian Michaels, su brazo derecho. Pero a Pedro eso no le importaba. Le caía bien Ian.


Una llamada a su puerta llamó la atención de Pedro. Ana Wells le sonrió antes de entrar.


-Hola, Pedro -dijo dejándole un par de informes sobre la mesa.


Era una chica muy joven. No tendría más de veintitrés años y era bastante ingenua.


-Mildred me ha pedido que te pase los informes que ha firmado Victoria.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y le regaló a la recepcionista de la Agencia Colby una sonrisa deslumbrante.


-Buenos días, Ana. Te agradezco que me los hayas traído personalmente.


No hizo falta más. La joven se sonrojó y salió rápidamente de su despacho.


Pedro sonrió con picardía antes de contestar al intercomunicador del escritorio, que sonó en aquel momento.


-Alfonso al habla.


-Pedro, ¿puedes venir a mi despacho, por favor?


Victoria.


-Claro -respondió él poniéndose inmediatamente de pie-. Voy para allá.


Pedro salió de su despacho y se dirigió al pasillo enmoquetado hacia el vestíbulo. El elegante mobiliario y la exquisita decoración formaban parte del ambiente de la prestigiosa agencia. Desde el momento en que un cliente potencial atravesaba aquellas puertas de caoba pulida no le quedaban dudas de que había entrado en el mejor sitio. 


Ahora, como casi todos los lunes, el ambiente estaba muy tranquilo.


La Agencia Colby era la mejor en el negocio de la investigación privada y la protección personal. Nadie se acercaba ni de lejos a la reputación estelar de Victoria
Colby. Tenía clientes a lo largo y ancho del planeta. Y contaba con un selecto personal muy cualificado.


Aquello era lo que había servido para convencer definitivamente a Pedro cuando ella lo llamó para trabajar allí. Con treinta y un años y a sólo ocho de conseguir el retiro, había abandonado la carrera militar sin mirar atrás. 


Pedro apretó la mandíbula para dejar de lado aquellos pensamientos. Un año después, Victoria lo quiso en su equipo. En la entrevista que mantuvieron le contó que estaba muy recomendado por un amigo de ella que tenía contactos en el ejército. Lucas Camp. Pedro no lo conocía, pero sabía por Victoria que era uno de aquellos agentes secretos que se suponía que no existían. Seguramente sólo un puñado de gente sabría que estaba vivo, y Victoria era claramente una de los elegidos.


Veinticuatro horas después de su primer encuentro con ella Pedro aceptó su oferta. El sueldo era impresionante, pero no era la razón por la que se había unido a la Agencia Colby. La sinceridad y la lealtad eran las dos virtudes que más admiraba. A Victoria no le gustaban los juegos y nunca, nunca permitía que manipularan a su gente. Era una mujer absolutamente de fiar. Directa y legal.


Investigaba en profundidad a cada cliente que entraba por la puerta. Pedro no tenía que preocuparse de que lo manipularan o trataran de utilizarlo. Él mismo se aseguraría de que aquello no volviera a ocurrirle nunca. Aquellos recuerdos dolorosos del pasado intentaron una vez más salir a la superficie. Pedro los desechó al instante.


Aquello había terminado. No podía cambiar el pasado. Pero bien podía evitar que la historia se repitiera.


Pedro se detuvo en la puerta del despacho de Victoria. 


Estaba sola. Esperaba encontrarse allí también a Ian.


-Buenos días, Victoria.


-Buenos días, Pedro. Por favor, pasa y siéntate -le pidió ella señalando con un gesto uno de los dos sillones de orejas que había frente al escritorio-. Tengo un posible cliente del que me gustaría hablarte.


-Estupendo -dijo él tomando asiento-. Terminé mi último caso hace una semana y estoy listo para ir donde quieras y cuando quieras.


-Ésa es una de las cosas que más me gustan de ti, Pedro -reconoció Victoria sonriendo-. El entusiasmo con el que te tomas el trabajo.


Pedro asintió con la cabeza, aceptando el cumplido. Había estado muy cerca de tomar la dirección opuesta cuando Victoria lo encontró. Tres años atrás, su última misión militar estuvo a punto de costarle la vida y también la capacidad de que ello le importara. Pero la Agencia Colby le había devuelto ambas cosas.


Victoria se recostó en su silla de cuero y lo observó fijamente durante un instante. Era lo que solía hacer. Pedro se había acostumbrado a aquellos momentos de reflexión en los que solía perderse. Se limitó a quedarse sentado y disfrutar de la visión. Era una mujer muy atractiva a pesar de haber superado los cincuenta años. Seguía teniendo el pelo azabache, decorado con unos pocos mechones grises, y poseía los ojos más oscuros del mundo. De esos capaces de mirar directamente al corazón de las cosas. Ojos sinceros. 


Su hermoso rostro, sin embargo, no se libraba de su cuota de marcas de expresión. Líneas que hablaban de experiencias y de pérdidas.


Pedro no conocía la historia entera, pero había escuchado los rumores. Al marido de Victoria lo habían asesinado. 


Aquel suceso tan terrible había tenido lugar sólo cinco años después de la muerte de su hijo de siete años. Ella nunca hablaba de ninguna de las dos cosas.


-Seguro que has oído hablar de los laboratorios farmacéuticos Chaves, más conocidos como Balphar.


Pedro reconoció el nombre. Era una empresa muy conocida en el campo de la investigación. Cphar era líder en lo que a medicinas innovadoras se refería.


-Adrian Chaves es cliente nuestro desde hace más de diez años -continuó explicando Victoria-. Hemos investigado el pasado de todos sus trabajadores y también a alguna que otra empresa con la que tenían pensado hacer negocios. 
Siento un gran respeto por Adrian. Ésa es la razón principal por la que estoy considerando la posibilidad de encargarme de este caso a pesar de las circunstancias sospechosas.


-Creía que Simon se encargaba del caso Balphar -comentó Pedro.


Simon Ruhl era un ex agente del FBI. Nadie era tan bueno como él sacando a relucir la basura de la gente y de las empresas. Pedro no quería meterse en su territorio por nada del mundo.


-Es cierto, pero ahora mismo está en una misión que no puede abandonar por el momento. Y en este caso el tiempo es esencial.


Pedro frunció el ceño. Aquello no sonaba nada bien.


-¿De qué se trata?


-Adrian tiene una hija de veintidós años llamada Paula. Es una especie de genio. Terminó el instituto a los trece años y se doctoró con dieciocho. Ha trabajado codo a codo con su padre desde que era niña. Cuando no estaba en el colegio estaba en el laboratorio.


Pedro se imaginó de inmediato unas gafas de culo de vaso y el pelo recogido en una coleta tirante. Y claro, la proverbial bata blanca de laboratorio.


-Parece una dama interesante.


“Para los microscopios”, añadió para sus adentros.


-Estoy seguro de que te lo parecerá más todavía dadas sus circunstancias -aseguró Victoria con una leve sonrisa poco habitual en ella-. Cree que alguien está intentando matarla.


Aquella afirmación inesperada atrajo la atención de Pedro.


-¿Alguien?


-Cree que la amenaza contra su vida proviene del interior de la empresa de su padre.


-¿Y qué dice su padre al respecto? -preguntó él frunciendo el ceño.


-Está gravemente enfermo -explicó Victoria-. Su problema médico comenzó hace más de un año. Pero hará seis meses que guarda cama. Por lo que tengo entendido, entra y sale de un estado catatónico. Tal vez ni siquiera esté el tanto de los temores de su hija.


-¿Dónde está ahora la señorita Chaves?


-Escondida. Me ha dado una dirección en la que podemos encontrarla. Le gustaría encontrarse con alguno de nosotros lo antes posible.


Era imposible pasar por alto el escepticismo de las palabras de Victoria.


-¿No confías en ella? -le preguntó Pedro.


-No la conozco -respondió ella suspirando-. Antes de esto yo sólo había tenido contacto con su padre. Pero en el expediente tenemos una foto de ella tomada hace cinco años. Adrian la ha mantenido alejada de la prensa. Es hija única y la ha protegido mucho. Algo bastante lógico en un negocio tan despiadado como ése.


-Hay algo que no te encaja -sugirió Pedro al percibir su vacilación.


Victoria consideró aquella frase durante unos instantes.


-Esta agencia ha investigado a todos y cada uno de los trabajadores de Cphar. Todos están limpios. Por supuesto eso no quiere decir que ninguno haya hecho después algo malo.


Victoria se detuvo un momento para escoger cuidadosamente las siguientes palabras.


-Creo que mis dudas están más relacionadas con el pasado de la hija y con su resistencia a dar detalles que con cualquier otra cosa.


-Ahora sí que me pica la curiosidad - confesó Pedro alzando una ceja.


-Como te he dicho antes, es una joven brillante -se explicó ella-. Pero semejante nivel de inteligencia viene acompañado de otros problemas. Sociales, emocionales incluso. Ha llevado una vida muy escondida. Recuerdo que tuvo un problema cuando se iba a graduar en el instituto. Algún tipo de ataque. No duró mucho y seguramente tendría más que ver con lo joven que era que con cualquier otra cosa. Pero sin embargo, con el declive de la salud de su padre, me parece que este punto cobra importancia.


Pedro vio a lo que se refería. Si la dama tenía un historial de inestabilidad emocional, entonces el peso de la enfermedad de su padre podría ser superior a sus fuerzas.


-¿Dirige ella la empresa en su ausencia?


-Sí -respondió Victoria exhalando un suspiro-. Es la vicepresidenta primera. Si sufriera alguna crisis sería un desastre para Cphar en este momento tan crítico. Los accionistas y los mecenas que Adrian ha tardado una vida en conseguir la estarán vigilando muy de cerca. ¿Comprendes mi preocupación?


-Totalmente. Es mucha responsabilidad para alguien tan joven, aunque sea un genio.


-Exacto -corroboró Victoria afirmando con la cabeza-. Y si no me equivoco, social y sentimentalmente deber tener todavía menos de veintidós años. Estoy convencida de que no ha llevado una vida normal.


Algo de lo que había dicho Victoria le había llamado la atención.


-Dijiste que era vicepresidenta primera-. ¿Es que hay más de uno?


-Sí -respondió ella-. Esta mañana le he echado una ojeada al actual organigrama de la empresa. El doctor David Crane es el vicepresidente segundo. Por supuesto, como hija de Adrian, Paula está por encima de él.


David Crane. Pedro escuchó aquel nombre con incredulidad. 


La misma incredulidad que experimentaría alguien que creyera ver un fantasma. Y eso era exactamente Crane. Un fantasma del pasado.


-¿Y qué dice Crane al respecto? -preguntó casi balbuceando.


En su memoria se sucedieron fragmentos de recuerdos. 


Pistolas disparando, gente corriendo, muerte. Pedro apartó de sí aquellas imágenes.


Victoria lo observó con curiosidad al notar su breve distracción. No se le pasaba ni una.


-No he hablado con el doctor Crane. Le prometí a Paula que no me pondría en contacto con nadie de la empresa ni con las autoridades hasta que hubiéramos comprobado sus acusaciones. Algo que por supuesto no podemos hacer hasta que nos de más detalles, y Paula no nos los dará si no se encuentra contigo cara a cara.


Victoria inclinó la cabeza y observó atentamente a Pedro unos instantes más.


-¿Conoces al doctor Crane?


El consideró la posibilidad de decir que no, pero no quería mentirle a su jefa.


-Lo conocí. En otra vida.


-¿Deberíamos sospechar de él?


-No lo creo -aseguró Pedro negando con la cabeza-. Me salvó la vida en Iraq. Parecía recto como una flecha.


-Ya. ¿Estaba en el ejército contigo?


-No -respondió Pedro, todavía distraído debido a la coincidencia-. Era un científico al que habían capturado como rehén. Yo fui a liberarlo. Al salir me cubrió las espaldas e impidió que me dispararan.


-Entonces tal vez debería pedirle a otra persona que se ocupara de este caso -reflexionó Victoria-. No quiero que nada se interponga en el camino de la objetividad. Si hay alguna posibilidad de que Paula esté en lo cierto, Crane podría ser sospechoso.


-No hay de qué preocuparse –aseguró Pedro levantando las manos en gesto tranquilizador-. Hace casi diez años que no veo a Crane. Además, no sabemos si la señorita Chaves cree que es sospechoso. Pero aunque así fuera una vieja historia no empañará mi juicio. Te lo aseguro.


Transcurrieron unos segundos de tensión mientras Victoria sopesaba sus palabras. La precaución era una de sus principales armas.


-De acuerdo -dijo finalmente-. Pero si tu pasado común con Crane interfiere espero que sepas retirarte graciosamente.


-Me parece razonable -reconoció él-. ¿Qué quieres que haga?


Parecía que la joven necesitaba ayuda y las cosas podían ponerse feas. Pedro tendría que examinar cuidadosamente la situación antes de llegar a alguna conclusión. La reputación de las industrias farmacéuticas era muy frágil. Un movimiento en falso y todos los años de investigación, por no mencionar los millones de dólares invertidos, podrían irse al garete.


-Me ha dado el nombre de un motel en Kankakee, un pueblo pequeño situado a unos sesenta kilómetros al sur de Chicago. Quiero que hables con ella. Que determines si hay alguna posibilidad de que sus sospechas sean ciertas.


-¿Y si no lo son?


-Comprueba su historia y si tienes claro que es una joven inestable entonces conseguiremos de alguna manera que el doctor Melbourne le eche un vistazo antes de hacer nada más. No quiero arriesgarme innecesariamente a la mala prensa. La enfermedad de Adrian ya es del dominio público. Una cosa así podría arruinar el trabajo de toda su vida.


-¿Y si no quiere ver a Melbourne?


Pedro recordaba perfectamente al médico de sus pruebas de admisión. Aquel tipo era un genio. Si había algo que no estuviera en su sitio, él lo encontraría. Melbourne era bueno. El mejor.


-Bueno, entonces tendríamos que encontrar la manera de convencerla -aseguró Victoria mirándolo directamente a los ojos-. Dejando aparte lo que me has contado de Crane, te escogí a ti para esta misión por dos razones, Pedro.


Él le aguantó la mirada y esperó a que continuara hablando.


-Si hay algo de cierto en sus acusaciones quiero que esté protegida a toda costa. En segundo lugar, tu capacidad de persuasión en lo que a las damas se refiere no me ha pasado desapercibida. Estoy segura de que podrás convencer a la señorita Chaves para que vea las cosas bajo tu punto de vista.


-Haré lo que pueda -dijo Pedro sonriendo.


-Estoy segura de ello -respondió Victoria inclinándose hacia delante para entregar le un papel doblado-. Ésta es la localización. La llamaré al número que nos dejó para decirle quién va a ir. A ella le gustaría encontrarse contigo hoy a la una de la tarde. ¿Tendrás tiempo para prepararte?


-Me las arreglaré.


Eran las nueve de la mañana. Tenía tiempo de sobra para ir a su apartamento y guardar algunas cosas por si la misión le llevaba más de veinticuatro horas.


-Te llamaré en cuanto sepa algo -dijo guardándose el papel en el bolsillo.


Pedro se dirigió hacia la puerta haciendo una lista mentalmente de lo que iba a necesitar.


-Una cosa más -dijo la voz de Victoria a su espalda-. Dado que no conozco personalmente a Paula, siempre existe la posibilidad de que se trate de una impostora que pretenda crearle problemas a Cphar. Podría tratarse de una antigua empleada con sed de venganza.


-Es posible -reconoció Pedro.


-No la pierdas de vista ni un segundo. Si es Paula Chaves, quiero que la protejas. Y si no lo es, quiero asegurarme de que no representa ninguna amenaza para la auténtica Paula.


-Así lo haré.


Pedro salió del despacho de Victoria sintiendo un nudo incómodo en la garganta.


Había algo en todo aquel asunto que no le encajaba. Victoria también lo veía así, y por eso quería tomar tantas precauciones. Un temor desconocido y a la vez familiar le atravesó el cuerpo. Ya había pasado una vez por una situación en la que había demasiadas variables. En aquella ocasión la cosa terminó mal y estuvo a punto de costarle la vida.


Esta vez no bajaría la guardia. Por muy dulce e inocente que pareciera Paula Chaves no confiaría en ella hasta que estuviera absolutamente seguro de poder hacerlo.


Tendría que demostrarle más allá de cualquier sombra de duda que le estaba diciendo la verdad.







PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 1







Paula Chaves se quedó mirando una vez más su reflejo en el espejo y sintió una oleada de emoción. Un velo de encaje francés le caía por los hombros y su cabello rubio, recogido en un moño alto, estaba coronado por un exquisito tocado. 


El cuerpo ajustado del vestido tenía perlas que lo adornaban y la falda de seda con vuelo era digna de los sueños de Cenicienta.


Aspiró profundamente el aire para tranquilizarse. Era el día de su boda. El día que llevaba esperando toda su vida.


Siempre había soñado con una boda así. Una ermita de cuento de hadas situada en lo alto de una colina... Y un novio guapo que la amara y la protegiera para siempre. 


Aunque era mucho mayor que ella, David Crane era al mismo tiempo amable y compasivo. Paula lo respetaba tanto personal como profesionalmente. Cierto que no se le aceleraba el corazón al verlo, pero la vida era mucho más que eso. David la entendía, respetaba su trabajo y, lo que era todavía más importante: su padre confiaba en él.


Su padre. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Si al menos se encontrara lo suficientemente bien como para estar allí... Pero no era así. Había insistido en que no retrasara la boda por él. A cambió le había pedido a su viejo amigo Roberto Gardner que fuera su padrino y la llevara hasta el altar. Paula sonrió al recordarlo. Ella también quería a Roberto. Si su padre no podía llevarla al altar, no se le ocurría nadie mejor que pudiera hacerlo.


El sonido de la puerta del vestidor al abrirse la sacó de sus pensamientos. Se dio la vuelta para ver quién había violado la estricta ley que impedía que nadie viera a la novia antes de que sonara la marcha nupcial.


-Tío Roberto -dijo sonriendo a su pesar-. ¿Qué...?


El hombre entró en la estrecha habitación medio tambaleándose y la agarró de los hombros.


-Debes huir, Pau. Corre lo más rápido que puedas y vete lejos.


-No entiendo -respondió ella asustada-. ¿Le ha ocurrido algo a mi padre?


Roberto negó con la cabeza.


-Escúchame bien -dijo con voz grave-. ¡Corre!


Sólo entonces Pau se dio cuenta de lo pálido que estaba. 


Unas gotas de sudor le perlaban la frente.


-¿Qué ocurre? ¡Dime qué está pasando!


-Se trata de Crane -dijo apretando los dientes, como si le costara trabajo hablar-. No debes creer nada de lo que te diga.


Roberto emitió un extraño gemido que hizo que el resto de sus palabras resultaran ininteligibles.


-¿Qué estás diciendo?


No podía haber dicho lo que le había parecido entender. Ella conocía a David. Nunca mentía, y a ella menos que nadie. 


Roberto trató de seguir hablando, pero se tambaleó como si estuviera demasiado débil para mantenerse en pie. Pau lo sujetó.


-Por favor, dime qué ocurre.


-El proyecto Kessler. Algo... No va bien -murmuró-. Crane ha mentido. Tu vida corre grave peligro. Hay... Cosas que no sabes.


Entonces le fallaron las rodillas y cayó en brazos de Pau.


-¡Oh, Dios mío!


La joven se tambaleó bajo su peso pero consiguió tenderlo en el suelo. Estaba inconsciente. Pau comenzó a agitarlo, pero entonces le llamó la atención la mancha carmesí que tenía en el vestido.


Sangre.


Ahora, con las solapas del esmoquin abierto, pudo ver que Roberto estaba sangrando. Se quedó mirando su figura inmóvil completamente desconcertada. Tenía en el pecho un pequeño agujero por el que se le estaba derramando el fluido vital.


Le habían disparado.


Obligándose a sí misma a reaccionar, Pau comprobó si tenía pulso. A ella le latía el corazón a toda prisa. Los dedos le temblaban de miedo. No había pulso.


Tenía que conseguir ayuda.


-Está aquí.


Paula alzó la cabeza al distinguir el sonido de la voz de David. Ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado. Iba seguido por tres de sus amigos. ¿Habría ocurrido algo fuera y ella no se había enterado? Gracias a Dios que David estaba allí. Él ayudaría.


-¡Roberto necesita una ambulancia! -gritó con las lágrimas resbalándole por las mejillas-. Por favor, que se den prisa -rogó.


-Sacadlo de aquí -ordenó David.


Dos de sus amigos agarraron el cuerpo inerte de Roberto y se dirigieron hacia la puerta.


-¿Qué están haciendo? -preguntó Pau sintiendo cómo un nuevo terror se abría paso en su pecho-. ¿Adónde se lo llevan? Alguien debería intentar reanimarlo. No está...


David se limitó a mirarla. Sus ojos no reflejaban ninguna emoción.


Pau se puso de pie. Le temblaban las rodillas. Aquella situación parecía surrealista. Como una pesadilla. Aquello no podía estar ocurriendo.


-¿No me has oído? -le espetó a su prometido-. Necesita ayuda. ¡Se está muriendo!


David se ajustó la chaqueta de su elegante esmoquin y luego se giró hacia el hombre que tenía al lado.


-Mátala.