domingo, 18 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 3





Una decisión que Pedro tuvo que plantearse cuando, dos horas más tarde, su secretaria acompañó a Paula Chaves a su despacho.


Había estado extremadamente ocupado esas dos horas para evitar que la joven lo pillara desprevenido de nuevo. Su conversación telefónica con Miguel no había sido de mucha ayuda ya que su hermano no había mostrado ningún interés en el hecho de que Paula Chaves fuera una veinteañera, y no una mujer de mediana edad, tal como Pedro había dado por hecho. Miguel simplemente había repetido que su deber era tener contenta a la señorita Chaves.


Internet había demostrado ser de más ayuda en lo que respectaba a Paula, revelando que había nacido cuando su madre, Ana Chaves, tenía treinta años y su padre superaba los cincuenta, lo cual hacía que ahora Paula tuviera veinticuatro. También decía que Ana había muerto cinco años después de que Paula naciera, pero no había datos sobre las causas de esa muerte tan prematura. También aparecía una lista de los colegios a los que había asistido antes de ir a la Universidad de Standford, licenciarse en Arte y Diseño y ocupar un puesto en el vasto imperio empresarial de su padre.


Pero nada de ello modificó el efecto que causó en Pedro cuando entró en su despacho a las once en punto.


En algún momento de la mañana se había quitado la gruesa sudadera negra para dejar expuesta una reveladora camiseta blanca ajustada bajo la que no llevaba nada más. 


Sus pechos eran pequeños y respingones, coronados por unos oscuros pezones que se marcaban contra la tela blanca por encima de un abdomen esbelto. Se había vuelto a quitar la gorra y esa abundante cascada de pelo rojo caía sobre la estrechez de sus hombros y la esbeltez de su espalda; una melena salvaje que hacía que Pedro deseara acariciarla. El endurecimiento de su miembro le dijo que su cuerpo había decidido, contradiciendo su previa decisión de mantenerse alejado de esa joven, que también le gustaba lo que veía.


–¿Señor Alfonso? –dijo Paula al ver que no parecía tener intención de levantarse a saludarla, ya que se quedó sentado detrás de la mesa de mármol negra situada delante de los ventanales de la espaciosa sala.


Se había quitado la chaqueta y la había colgado en una percha; su pelo desprendía un brillo ébano que contrastaba con la blancura de su camisa de seda. Tal como había sospechado antes, sus anchos hombros, su musculado pecho y la tersura de su abdomen no le debían absolutamente nada a la perfecta confección de su traje de diseño.


Paula apartó la mirada deliberadamente de toda esa descarada masculinidad para observar el resto de la espaciosa habitación, que desprendía la lujosa elegancia asociada a las galerías mundialmente conocidas. Esa reputación y la opulencia de esa galería habían sido, sin duda, las razones por las que su padre había elegido a Arcángel como el medio para exponer su colección.


Aun así, Paula sabía que a su padre no le haría ninguna gracia la falta de modales que Pedro Alfonso estaba mostrando hacia su única hija.


–¿Le viene mal ahora mismo? –le preguntó ella fríamente al girarse para mirarlo.


–No, en absoluto –respondió él levantándose, por fin, para ponerse la chaqueta–. ¿Has decidido prescindir de tus guardaespaldas? –le preguntó con una mirada algo burlona.


Paula le devolvió la misma mirada.


–Están justo al otro lado de la puerta –dijo asintiendo hacia la puerta.


Pedro Alfonso sonrió al apoyarse en su mesa de mármol y cruzarse de brazos sobre ese musculoso pecho destilando una peligrosa masculinidad.


–¿Y eso es porque no supongo ninguna amenaza para ti?


Era simplemente porque Paula les había dicho a Rich y a Andy que ahí era donde tenían que esperarla. A ellos no les había hecho ninguna gracia, pero ella se había mostrado firme. Sin embargo, ahora sola en el despacho de Pedro Alfonso, bien consciente de su depredadora masculinidad y de ese pícaro brillo de nuevo visible en esos ojos dorados, ya no estaba tan segura de haber tomado la decisión correcta.


Pedro Alfonso era un hombre peligrosamente atractivo con reputación de mujeriego. Un hombre de encuentros ocasionales que estaba a años luz de la limitada experiencia de Paula. Y esa era precisamente la razón por la que se había mostrado tan brusca con él esa mañana: nunca antes se había relacionado con un hombre tan poderosamente atractivo como Pedro Alfonso. En realidad, básicamente solo había tratado con su padre y sus guardaespaldas.


Su padre se había convertido en una especie de ermitaño tras la muerte de su madre, al mismo tiempo que se había vuelto obsesivamente protector con ella. Y esa protección, representada por Andy y Rich, implicaba que solo había tenido alguna que otra cita en los últimos años, y siempre con hombres a los que su padre había dado su aprobación y que habían pasado el control de seguridad al que se los sometía antes de que ella pudiera aceptar, siquiera, una invitación para salir a Comer una pizza.


Pedro Alfonso, encantador por fuera, pero con un interior decidido y férreo, no parecía un hombre al que pudiera importarle mucho que lo sometieran a controles de seguridad si decidía que estaba interesado por una mujer.


Y no es que Paula pensara que pudiera llegar a estar interesado por ella nunca; dudaba mucho que fuera lo suficientemente bella o sofisticada como para despertar el interés de un hombre tan atractivo y solicitado como sabía que era Pedro Alfonso. Un hombre que podía tener a la mujer que quisiera. Pero Paula, a pesar de lo poco que lo conocía, sabía que a Pedro no le importaría si tenía o no la aprobación de su padre, ni se molestaría por el hecho de que Rich y Andy estuvieran al otro lado de su puerta si es que de pronto sentía ganas de besarla…


¿Pero qué demonios le pasaba? ¿En qué estaba pensando? 


Cualquiera creería que estaba deseando que Pedro la encontrara atractiva. ¡Y hasta que la besara!


Lo cual era ridículo. Solo estaba en las galerías para supervisar la instalación y la seguridad de la colección de joyas de su padre, nada más. El hecho de que no pudiera sacarse de la cabeza la suavidad de su pelo moreno, de ese brillo dorado de sus ojos, de los duros contornos de su hermoso rostro y de los músculos de su cuerpo era irrelevante ya que no tenía ninguna intención de permitirse seguir sintiéndose atraída por él. Porque la protección de su padre no permitiría que lo hiciera.


–Lo he preparado todo para que puedas bajar al sótano a las doce en punto para comprobar la seguridad –la informó Pedro ahora con un tono más enérgico y con una mirada comedida–. Espero que te venga bien.


–Perfectamente, gracias –asintió fríamente–. ¿Es consciente de que, una vez la colección esté instalada, habrá dos hombres del equipo de seguridad de mi padre apostados en la sala este vigilando la colección en todo momento?


–Eso creo –asintió lacónicamente.


–¿Es que no lo aprueba?


–No es cuestión de si lo apruebo o no, pero, si quieres que te diga la verdad, me resulta insultante que tu padre lo vea necesario –añadió con clara impaciencia.


Ella se encogió de hombros.


–Dudo que mi padre desconfíe de que usted o sus empleados puedan robarle la colección.


–¡Vaya, eso es muy reconfortante!


Paula pensaba que no había que darle más vueltas al tema; su padre no escatimaría en seguridad por mucho que a Pedro le resultara insultante.


–Bueno, ¿de qué quería hablar conmigo, señor Alfonso?


–Creía que habíamos quedado en llamarnos «Paula» y «Pedro» –le recordó secamente–. Eso de «señor Alfonso» hace que parezca mi arisco hermano mayor –dijo con mueca de disgusto.


Paula enarcó las cejas.


–¿Te refieres a Miguel que visitó a mi padre hace unas semanas?


–Has podido identificarlo con mi descripción, ¿verdad?


Paula se encogió de hombros.


–Pues a mí me pareció muy educado… aunque sí que un poco… esquivo.


–¿De verdad conoces a mi hermano Miguel?


Ella abrió los ojos de par en par ante su tono.


–Estuve presente cuando mi padre y él firmaron los contratos para la exposición, sí.


¿Pero qué demonios…?


Pedro acababa de hablar con Miguel y su hermano no había reconocido que hubiera visto en persona a Paula Chaves. Sí, era cierto que tampoco se lo había preguntado directamente, pero Miguel tampoco se lo había mencionado. Ni justo antes, ni cuando los dos habían hablado sobre el tema en la boda de Gabriel; una conversación en la que Miguel tampoco se había molestado en contradecirlo cuando él había supuesto que Paula Chaves sería una mujer de mediana edad.


–He visto unas fotos preciosas en el periódico del domingo de la boda de tu hermano pequeño… Gabriel, ¿verdad? Los tres os parecéis mucho.


Pedro, que había estado observando la punta de sus brillantes zapatos negros, levantó la mirada hacia Paula, entrecerrando los ojos contra el sol que se colaba por la ventana y que resaltaba esos reflejos dorados en esa gloriosa melena rojiza y hacía destacar el verde de sus ojos sobre esa suave piel cremosa y esos labios tan…


Se maldijo antes de sentarse de nuevo; su erección ya había palpitado ante la visión de esos carnosos labios ligeramente separados.


Y esa era una reacción totalmente inaceptable para él; siempre le había gustado la idea de no tener que complicarse ni comprometerse con todas esas rubias de largas piernas que tanto lo atraían y con las que pasaba unas semanas disfrutando, principalmente en la cama, y sin esperar nada más. Paula Chavesy el hecho de quién era, de quién era su padre, hacía que la atracción que estaba sintiendo por ella fuera de lo más complicada.


Por desgracia, su masculinidad, que había vuelto a endurecerse rápidamente, parecía tener una opinión muy distinta sobre el tema; sin embargo, él prefirió ignorarla.


–Sí, nos parecemos. Y fue una boda muy bonita. Todo lo bonita que puede ser una boda –añadió con desdeñosa falta de interés.


Paula sonrió ante la clara aversión de Pedro Alfonso por las bodas y el matrimonio.


–¡Seguro que no es contagioso como el sarampión y la varicela!


–¡Si lo es, soy inmune!


–Por suerte para ti. ¿Es eso todo lo que querías hablar conmigo?


Pedro Alfonso batió sus oscuras pestañas, sorprendido, como si por un instante hubiera olvidado que era él el que le había pedido reunirse. Sin embargo, ocultó su expresión rápidamente encogiéndose de hombros y diciendo:
–No. ¿Por qué no te sientas un momento? Dejando a un lado el tema de la seguridad, he pensado que deberíamos decidir exactamente qué papel vas a desempeñar en Arcángel durante el tiempo que dure la exposición.


–Como ya he dicho, todo eso está detallado en el contrato que mi padre y tu hermano firmaron hace semanas.


–He tenido oportunidad de leerlo con mayor detenimiento y no me puedo creer que quieras estar aquí metida todo el tiempo durante las próximas dos semanas.


–¿No puedes?


–No, no puedo. Ahora que las vitrinas están instaladas y todo está en su sitio, aquí no hay nada más que hacer. Te felicito por tu trabajo, por cierto –añadió a regañadientes–. Las vitrinas son exquisitas.


–Gracias –aceptó con timidez.


Paula llevaba casi cuatro meses trabajando con las vitrinas de exposición, desde que su padre le había propuesto la idea de exponer su colección de joyas en una de las galerías de Nueva York. Cada vitrina, de peltre y cristal biselado para no desmerecer la belleza de las propias joyas, tenía su propio código de seguridad, un código que solo Paula y su padre conocían.


–Resultarán más impresionantes aún cuando las joyas estén dentro.


–Seguro que sí –asintió Pedro con brusquedad–. La exposición no comienza hasta el sábado, imagino que no tardarás más de un día o dos en organizar la muestra.


–Es una colección muy amplia.


–Aun así…


Pedro, ¿es que intentas librarte de mí?


Y no estaría equivocada al pensarlo, admitió Pedro para sí con cada vez más impaciencia. Maldita sea, debía ocuparse de toda la galería en general, no solo de esa exposición, y no tenía ni tiempo ni ganas de satisfacer los caprichos y exigencias de la familia Chaves.


–No, en absoluto –dijo con tono suave.


–He hablado con mi padre por teléfono hace un momento y me pide que te transmita sus felicitaciones y te invita a cenar en su casa esta noche, si te viene bien.


Pedro frunció el ceño ante la invitación; sabía que Damian Chaves era huraño y dado a recluirse, pero ahora parecía que lo estaba invitando a cenar en su casa. Bueno, tal vez era comprensible teniendo en cuenta que Pedro era el hermano al mando de la galería de Nueva York, la misma a la que el hombre le había confiado su preciada colección.


No obstante, preferiría no tener más relación de la debida con la familia, y con Paula en particular. Y, sobre todo, lo que menos quería era que Damian fuera testigo de su notable reacción física ante su hija.


–¿Pedro?


–Me temo que esta noche ya tenía un compromiso –¡gracias a Dios!


–Ya… –se quedó más que sorprendida ante su rechazo.


Y no cabía duda de que esa sorpresa se debía al hecho de que a no demasiada gente se le ocurriría rechazar una invitación del poderoso Damian Chaves, contando, claro, con que tuvieran el privilegio de recibirla. Pedro sabía que desde un punto de vista profesional él tampoco debería rechazarla, sino más bien cambiar su cita con la actriz Jennifer Nichols para otro día. Eso era lo que Miguel habría esperado que hiciera, pero dado que en ese momento no tenía ninguna gana de complacer a su hermano, ¡le importaba un comino lo que pensara!


Paula sabía que a su padre no le haría ninguna gracia que Pedro hubiera rechazado su invitación y, al mismo tiempo, no podía evitar admirar a Pedro por ello. Adoraba a su padre, pero eso no impedía que fuera totalmente consciente de que su poder lo había acostumbrado demasiado a salirse siempre con la suya, a imponer su voluntad sobre los demás, a esperar que todos obedecieran sus órdenes. Sin embargo, estaba claro que Pedro Alfonso no era una de esas personas.


–Mi padre me ha dicho también que si no podías, eligieras otra fecha que te resultara más apropiada.


–A ver… –dijo abriendo su agenda sobre el escritorio–. Parece que mañana por la noche la tengo libre de momento.


–Avísame mañana si eso cambia –respondió Paula, a la que le divertía, más que molestarle, la determinación de Pedro de no dejarse avasallar por su padre.


–¿Aún sigues decidida a venir a la galería cada día?


–Eso es lo que mi padre espera que haga.


Pedro se relajó contra el respaldo de su silla de piel negra.


–¿Y siempre haces lo que espera tu padre?


Paula se puso tensa ante el provocador tono de su voz.


–Si lo hago, se angustia menos, así que sí –le confirmó con brusquedad.


–¿Angustia? –preguntó enarcando una ceja con gesto burlón.


–Sí –Paula no tenía ninguna intención de darle más explicaciones.


Los motivos que su padre tuviera para ser tan protector con ella no eran asunto ni de Pedro Alfonso, ni de nadie. Era lo que era y Paula lo aceptaba. Y si alguna vez se sentía molesta por la necesidad de su padre de protegerla, eso era problema suyo, no de Pedro.


Ahora su depredadora mirada dorada la recorría deliberadamente y sin piedad, haciendo que sus pezones se inflamaran ante esos ojos posados en la prominencia de sus pechos rozando la camiseta. Respiró hondo con suavidad sintiendo cómo el algodón resultaba abrasivo contra su piel desnuda y una ardiente humedad se instalaba entre sus muslos.


A su cuerpo no parecía importarle ni que Pedro se hubiera propuesto deliberadamente despertarle esa respuesta ni que, sin duda, estuviera divirtiéndose a su costa a medida que la tirantez de sus pezones se convertía en una tortura insoportable y la humedad de entre sus muslos iba en aumento como si se estuviera preparando para las caricias y la entrada de ese hombre.


Pero a Paula sí le importaba. No iba a permitir que ningún hombre se riera de ella por muy poca experiencia que tuviera en el terreno masculino, y mucho menos el arrogante y burlón Pedro Alfonso.


Se levantó bruscamente y dijo:
–Le diré a mi padre que has aceptado su invitación para mañana por la noche.


Pedro apartó a regañadientes la mirada de los pechos de Paula; había disfrutado mucho viendo esos pezones inflamarse y revelar que no era inmune a su penetrante mirada.


Pero solo le hizo falta ver su rostro, su verde mirada acusatoria, la palidez de sus mejillas y el gesto de su barbilla para sentirse como un completo canalla por haberse comportado tan mal. Estaba furioso con su inesperada respuesta física ante esa mujer, con Miguel por haberlo puesto en esa situación, e incluso un poco con Damian por la misma razón, pero eso no le daba derecho a pagar su rabia con Paula.


Se levantó, bordeó el escritorio y los dos quedaron de pie separados por escasos centímetros.


–¿Tú también cenarás mañana con nosotros? –le preguntó con suavidad.


Ella lo miró con recelo.


–Creo que mi padre esperará que esté presente como anfitriona, sí.


–¿Es que no vives con tu padre?


–No del todo –respondió sonriendo ligeramente al pensar en su piso. Estaba ubicado en el mismo edificio que albergaba el ático de su padre, un edificio que era de su propiedad. No era toda la independencia que le habría gustado, pero sí que era mejor de lo que se había esperado después de volver de Stanford.



–¿Y qué significa eso?


Ella sacudió la cabeza; su padre no hablaba de esos temas con nadie y parte de ese secretismo se lo había contagiado a ella.


–Significa que mañana por la noche estaré en casa de mi padre.


–¿Pero no vas a decirme dónde vives?


–No.


–¿Ni siquiera si me ofreciera a recogerte para ir juntos?


–No. Y sé que mi padre tiene intención de enviarte uno de sus coches para recogerte. Me ha pedido que le confirme si tu piso sigue estando en la Quinta Avenida.


Pedro se sintió incómodo; Damian Chaves parecía saber demasiado sobre él, mucho más de lo que él sabía sobre ese hombre o sobre su hija.


–Sí –le confirmó–. Dale las gracias de mi parte, pero preferiría ir en mi coche –porque eso significaba que podría marcharse cuando se hubiera cansado. Además, se sentía molesto por la idea de que el arrogante Damian quisiera organizarlo.


–Sé que mi padre preferiría que te recogiera uno de sus coches.


–Y yo preferiría llevar el mío –repitió de modo implacable.


–Dudo mucho que sepas dónde vive.


–Dudo que mucha gente lo sepa.


–No mucha.


–Tal vez podrías dejarle la dirección a mi secretaria mañana, después de que hayas vuelto a hablar con tu padre, claro.


Ella se mordió el labio inferior dirigiendo de forma instantánea la atención de Pedro a esos labios, carnosos y ligeramente coloreados, y a sus ojos. Pedro fue consciente al momento del error que había cometido al mirarla porque se sintió como si se estuviera ahogando en esas profundidades verdes.


Al igual que era consciente de que estaba siendo arrastrado hacia ella, como por un imán.


–Debería ir a comprobar la seguridad ahora –dijo Paula bruscamente al dar un paso atrás apartándose de él–. Le pasaré tu mensaje a mi padre.


–Muy bien –se puso recto maldiciendo por dentro la atracción que sentía cada vez más por Paula Chaves, y esperando sinceramente que su cita de esa noche con Jennifer se la sacara de la cabeza… ¡y le calmara el cuerpo!–. ¿Quieres que baje contigo al sótano?


Paula esbozó una sonrisa ante su evidente falta de entusiasmo.


–Creo que puedo encontrar el camino, gracias.


Pedro la miró irritado.


–Estaba siendo educado.


–Ya me he dado cuenta.


Pedro le abrió la puerta del despacho y se quedó algo desconcertado al encontrarse de pronto siendo el centro de atención de dos pares de gafas de sol y dos guardaespaldas.


–Les aseguro que la señorita Chaves no ha sufrido ningún daño en mi despacho –dijo con tono socarrón.


No hubo ni una mínima sonrisa por parte de esos dos adustos rostros.


–Buenos días, señor Alfonso –murmuró ella antes de echar a andar hacia el ascensor seguida por los dos hombres.


La presencia de los guardaespaldas no impidió que pudiera ver el trasero en forma de corazón de Paula resaltado por esos vaqueros ajustados; una visión que su excitado cuerpo disfrutó.


Estaba metido en un buen lío, admitió para sí con un gruñido, ¡si solo con ver las perfectas curvas de sus nalgas su miembro se inflamaba de ese modo!








EL DESAFIO: CAPITULO 2





Pedro tenía más que «objeciones» en lo concerniente a Paula Chaves; en lo concerniente a la atracción que sentía por ella. 


Pero no tenía duda de que estaba diciendo la verdad, de que la firmeza de esa mirada color musgo le estaba diciendo lo cierto sobre el contrato que Miguel, o Arcángel en general, había firmado con su padre. Una cosa más de la que Miguel no lo había advertido y de la que tendría que hablar con su hermano mayor en cuanto pudiera.


–Muy bien, haré los preparativos necesarios para que mañana puedas comprobar toda la seguridad de la galería.


–Hoy sería mucho mejor.


Pedro la miró y vio con facilidad el desafío que le estaba lanzando con su inflexible mirada.


–Muy bien, pues luego entonces.


–Bien. Nos vemos en tu despacho en la tercera planta a las once –se giró con desdén recogiéndose su salvaje melena y metiéndosela debajo de la gorra de béisbol mientras iba a reunirse con el resto de los trabajadores.


Los dos guardaespaldas le lanzaron a Pedro una mirada de advertencia antes de seguir a Paula.


Una advertencia totalmente innecesaria por lo que a él respectaba porque no tenía ningún interés en conocer más a fondo a la señorita Paula Chaves. Era preciosa, sí, y esos labios suplicaban ser explorados en profundidad, con más detalle y sensualidad, pero la presencia de los guardaespaldas decía que eso no pasaría, y su actitud desdeñosa para con él tampoco era nada alentadora.


No, la señorita Paula Chaves no era una mujer a la que Pedro quisiera conseguir.








EL DESAFIO: CAPITULO 1




Tres días después. Galería Arcángel, Nueva York


–¿Le importaría apartarse? Me temo que está en medio.


Pedro estaba apoyado en la puerta de la sala de la galería donde llevaba unos minutos observando cómo se desarrollaba la instalación de las vitrinas de cristal y bronce que se habían llevado para la exposición. Se giró para mirar al joven que acababa de hablarle con tanta brusquedad.


Parecía un adolescente y debía de medir cerca de un metro ochenta; vestía los mismos vaqueros desteñidos y la misma sudadera negra ancha que el resto de los trabajadores y llevaba una gorra de béisbol que le cubría parte de la cara.


Una cara que era demasiado bonita para pertenecer a un chico, pensó: cejas negras y arqueadas sobre unos ojos verde musgo y rodeados por unas largas y espesas pestañas oscuras, una nariz respingona cubierta por pecas, pómulos altos, labios carnosos y una barbilla fina.


Sí, era demasiado guapo, aunque no parecía estar teniendo ningún problema a la hora de instalar las vitrinas.


Pedro había llegado a la galería a las ocho y media, como de costumbre, y su secretaria lo había informado de que el equipo de Chaves llevaba allí desde las ocho en punto.


–Solo estaba buscando…


–¿Le importaría apartarse ya? –repitió el chico con voz fuerte–. Necesitamos meter el resto de las vitrinas –y como para recalcar el hecho, dos de los trabajadores más fornidos se situaron al lado y detrás del joven.


Pedro frunció el ceño irritado ante tanto músculo; ¿dónde demonios estaba la hija de Damian Chaves?


Esos ojos verdes se abrieron de par en par al ver que Rafe no hacía intención de apartarse de la puerta.


–No creo que su jefe apruebe esta falta de colaboración.


–Pues resulta que yo estoy aquí precisamente porque estoy buscando a su jefe –respondió Pedro con frustración.


–¿Y usted es?


–Soy yo –confirmó Pedro con una dura sonrisa–. Tenía entendido que la señorita Chaves estaría aquí esta mañana para supervisar la instalación de las vitrinas –dijo enarcando las cejas y con gesto burlón.


–¿Y usted es?


Pedro Alfonso –respondió con satisfacción.


–Me lo estaba imaginando –el joven se puso derecho–. Buenos días, señor Alfonso. Soy Paula Chaves.


Paula tuvo la satisfacción de ver a Pedro Alfonso, uno de los tres hermanos dueños de las prestigiosas galerías Arcángel, perder por un instante parte de su arrogancia innata a la vez que esos ojos dorados se abrían de par en par con incredulidad y esos esculpidos labios se separaban con gesto de sorpresa. Todo ello le dio la oportunidad de
observar por unos instantes al hombre que tenía delante. 

Debía de tener treinta y tantos, el pelo le caía justo por los hombros y tenía el rostro de un ángel caído, además de una depredadora mirada dorada, afilados pómulos sobre esa piel aceitunada de herencia italiana, una nariz larga y elegante, unos labios sensuales que parecían haber sido tallados por un escultor, y una barbilla cuadrada que en ese momento tenía ladeada con gesto arrogante y desafiante.


El traje sastre gris oscuro perfectamente confeccionado y la nívea camisa blanca no lograban ocultar la perfección musculada de su alto cuerpo. ¡Más bien parecía que lo hubieran diseñado para resaltar esa masculinidad! La camisa blanca era de la seda más fina, como la corbata color plata pálida anudada meticulosamente, y sus zapatos negros eran, claramente, de piel italiana.


Paula volvió a mirar ese rostro arrogante… e increíblemente hermoso.


–¿Deduzco, por su expresión, que no soy lo que se esperaba, señor Alfonso? –murmuró.


¿Que no era lo que se esperaba? ¡Eso era quedarse muy corto! Estaba siendo un poco difícil de aceptar que ese chico fuera, en realidad, una joven preciosa, y además hija de Damian Chaves. Chaves tenía casi ochenta años y la mujer que ahora decía ser su hija tendría veintipocos. ¿O tal vez era la nieta y estaba allí sustituyendo a su madre por alguna razón?


Pedro se obligó a relajarse.


–No qué, sino quién –se excusó estrechando la mano que ella había extendido. Una mano cálida y artísticamente esbelta con unos dedos largos y delicadamente afilados.


Ella lo miró con gesto socarrón.


–¿Y, exactamente, a quién se esperaba, señor Alfonso?


–A su madre, probablemente –le dijo Pedro secamente–. ¿O a su tía?


Ella sonrió.


–Mi madre está muerta, y no tengo tías. Ni tíos tampoco –añadió –, ni más familia que mi padre –terminó con voz suave.


Pedro se quedó atónito, intentando procesar la información que esa mujer acababa de darle. Ni madre, ni tíos, solo su padre. Lo cual significaba…


–Soy la señorita Chaves de la que le hablaron, señor Alfonso –confirmó–. Creo que soy lo que algunos podrían describir como una niña nacida en el otoño de la vida de mi padre.


No se había podido imaginar que la hija de Damian Chaves fuera a ser tan joven. ¿Lo habría sabido Miguel? 


Probablemente no, ¡porque de lo contrario su hermano jamás habría sugerido que la encandilara con sus encantos!


Ahora entendía la presencia de esos dos hombres musculosos detrás de ella. No había duda de que papá Chaves protegía muy bien a su joven y hermosa hija.


Como si la presencia de esos guardaespaldas, y la información de que esa joven era la hija de Damian Chaves, no hubieran resultado lo suficientemente desconcertantes, ella se quitó la gorra liberando una cascada de rizos rojizos que enmarcaron la belleza de su rostro y cayeron sobre sus esbeltos hombros antes de flotar descontroladamente hasta la cintura.


Y dándole a Pedro la total certeza de que era una mujer.


En cuestión de mujeres su preferencia siempre habían sido las rubias, pero al ver esos ojos color musgo y esos carnosos labios que estaban esbozando una burlona sonrisa a su costa, supo que en ese momento no podría haber nada que fuera a disfrutar más que tomar a esa mujer en sus brazos y borrar la sonrisa de esos dulces labios con un beso.


Un gesto que, sin duda, haría que los dos centinelas actuaran a la velocidad de la luz.


Paula miró a Pedro Alfonso y supo que acababa de darse cuenta de que Andy y Rich no estaban allí simplemente para instalar las vitrinas. Llevaba casi toda su vida rodeada por los mismos guardaespaldas y se había acostumbrado tanto a tener al menos a dos de ellos vigilándola día y noche, que ya apenas se percataba de su presencia. Ahora trataba a los ocho hombres que conformaban su equipo de seguridad más como amigos que como gente empleada por su padre para salvaguardar su seguridad.


Lo cual reflejaba eso en lo que su vida se había convertido. 


Su padre era un hombre poderoso y rico, y con el dinero y el poder venían los enemigos. A pesar de saberlo y asumirlo, a menudo había fantaseado con lo agradable que sería poder hacer como el resto de gente de su edad, salir a comprar el periódico o leche por las mañanas, o ir a comprar cena a un restaurante de comida rápida, o compartir una noche divertida con amigas sin que sus guardaespaldas tuvieran que registrar primero el local. O tal vez tener una cita con algún hombre indecentemente guapo con el rostro de un ángel caído. Un momento… ¿Exactamente de dónde había salido ese pensamiento tan ridículo?


Tantos años bajo la protección de su padre hacían que, normalmente, se mostrara extremadamente tímida cuando tenía que hablar con algún hombre. ¡Nunca había tenido fantasías eróticas con uno al momento de conocerlo!


Miró a Pedro Alfonso, un hombre extremadamente guapo y arrogante.


–Hoy tengo mucho que hacer aquí, señor Alfonso –le dijo ocultando su timidez detrás de su enérgico tono–. Así que si no tiene nada más que decirme…


Pedro sabía cuándo no lo querían delante, ¡y también sabía cuándo no le gustaba eso!


Estaba al mando de la galería de Nueva York en ese momento, y era hora de que a esa tal señorita Paula Chaves y a esos matones les quedara bien claro.


–Primero hay una serie de cosas que me gustaría hablar con usted, si no le importa acompañarme a mi despacho en la tercera planta.


El aleteo de esas largas y oscuras pestañas fue la única señal de que la había sorprendido con su petición. No había duda de que el dinero y el poder de papaíto aseguraban que la señorita Paula Chaves no tuviera que acceder a las peticiones de nadie.


Sacudió la cabeza haciendo que esa larga cascada de cabello rojizo resplandeciera como una llamarada bajo el sol que se colaba por los ventanales que tenía detrás.


–Está claro que ahora mismo no tengo tiempo. ¿Qué tal un poco más tarde?


Pedro apretó los labios.


–Hoy tengo otras citas que atender –aunque ninguna que Miguel le impidiera cancelar para así poder quedar con la hija de Damian Chaves cuando a ella le resultara conveniente.


Pero Miguel no estaba ahí ahora mismo, Pedro sí y… 


«¡Maldita sea, Pedro, la razón por la que estás tan irritado es porque Paula Chaves es una belleza!». Y bajo otras circunstancias, en un lugar distinto, los dos desnudos y juntos en una cama con sábanas de seda, incluso disfrutaría con el desafío que ella suponía. Pero no estaban en ninguna cama, esa lujuriosa boca no era para él, y cuando se trataba de Arcángel, él era el único al mando.


–En ese caso, me temo que la discusión tendrá que esperar a mañana.


Pedro dio un paso hacia ella y, al instante, los guardaespaldas hicieron lo mismo, acercándose sin quitarle los ojos de encima a Pedro.


–Controle a sus perros guardianes –advirtió con dureza.


Ella se lo quedó mirando varios segundos antes de girar la cabeza lentamente hacia los dos hombres.


–Estoy segura de que el señor Alfonso no supone ningún peligro para mí –les aseguró con ironía antes de volver a girarse hacia Pedro con gesto desafiante.


Pedro esbozó una voraz sonrisa y la miró de arriba abajo lentamente.


–Bueno, yo no estaría tan seguro de decir que no supongo ninguna amenaza para usted, señorita Chaves –dijo con tono suave y deliberadamente provocativo.


Esos preciosos ojos color musgo se abrieron notablemente y un delicado rubor se alojó en sus mejillas haciendo resaltar las pecas que le cubrían la nariz. Nerviosa, sacó la lengua para humedecerse los labios; unos carnosos labios que no necesitaban brillo labial para intensificar su volumen o su delicado color melocotón.


Ahora Paula apretó esos labios, como si fuera consciente de que Pedro estaba jugando con ella.


–¿Le vendría bien a las once en punto, señor Alfonso?


–Me aseguraré de que así sea –respondió él suavemente.


Paula era bien consciente de que en algún punto durante el intercambio de palabras Pedro Alfonso había tomado el control de la conversación… ¿y de ella? Su aire de seguridad y poder dejaba claro que siempre prefería controlarlo todo.


¿Incluso cuanto estaba en la cama con una mujer?


Paula sintió un rubor teñir sus mejillas por segunda vez en pocos minutos al darse cuenta de que Pedro era responsable de haberle metido en la cabeza esos pensamientos tan poco apropiados. ¿Pero por qué eran tan poco apropiados?


Tenía veinticuatro años, una figura esbelta y el modo en que la miraban los hombres le decía que no era poco atractiva; Pedro Alfonso era un hombre peligroso y abrumadoramente guapo con un aire latino que hacía que la recorriera un cosquilleo. Ambos eran mayores de edad así que, ¿por qué no se daba un capricho y se permitía flirtear un poco con él?


Porque no era algo a lo que estuviera acostumbrada a hacer, se respondió tristemente y al instante. Su padre era muy protector con ella, tanto que a veces hasta resultaba claustrofóbico, y era un poco difícil disfrutar flirteando con un hombre atractivo teniendo a dos guardaespaldas detrás. 


Sobre todo cuando esos guardaespaldas no dudarían en dar parte de su comportamiento a su padre. Además, con lo poco que lo conocía le bastaba para saber que Alfonso era demasiado peligroso como para que ella pusiera en práctica sus relativamente inexpertas habilidades en el arte del flirteo.


Conocía su reputación, por supuesto; hasta ella había oído chismes por Nueva York sobre ese hermano Alfonso en particular, los suficientes para saber que sus relaciones con las mujeres eran breves y numerosas y que no era hombre de simples flirteos.


–Hágalo –dijo Paula de pronto y asintiendo.


Esos ojos dorados la miraron fijamente.


–Ya que parece que tendremos que pasar tiempo juntos durante las siguientes semanas, creo que lo mejor será que nuestra relación se base en un respeto mutuo.


–Mi experiencia me dice que el respeto hay que ganárselo.


–¿Y eso qué quiere decir?


–No creo que mi comentario tenga ningún sentido oculto, señor Alfonso.


Pedro lo dudaba mucho. Maldita sea, ¡esa mujer era odiosa! Fría, distante, ¡y terriblemente irritante!


Pero también era preciosa y exótica de un modo nada habitual; un hombre podía ahogarse en esos profundos ojos verdes, perderse acariciando la suavidad de su piel… y
esos carnosos labios… Pedro no sabía cómo serían sus pechos, por supuesto, ya que estaban ocultos bajo esa sudadera, pero sus caderas y sus muslos eran esbeltos, y sus piernas tan largas que parecían no tener fin. Y en cuanto a la abundancia de esa suave y sedosa melena ondulada, no podía recordar haber visto nunca un color de pelo tan intenso con unas mechas doradas naturales que le enmarcaban el rostro como un halo.


Sí, Paula Chaves era todas esas cosas: irritante, preciosa, y atractiva… y estaba completamente fuera del alcance de cualquier hombre, a juzgar por esos dos guardaespaldas tan enormes que tenía detrás. Porque era imposible ignorarlos; no dejaban de mirarlo con desconfianza.


Pero, por encima de todo, era la hija de Damian Chaves, ¡el poderoso multimillonario que llevaba la palabra «ermitaño» a un nuevo nivel!


–Obviamente, me gustaría que habláramos sobre la seguridad de la galería.


Pedro se la quedó mirando muy serio.


–La seguridad de Arcángel es asunto mío, señorita Chaves, no suyo.


Ella se encogió de hombros.


–Le sugiero que se lea la cláusula siete del contrato que su hermano Miguel firmó con mi padre, señor Alfonso. Creo que encontrará que esa cláusula en concreto dice que tengo la última palabra en lo concerniente a la seguridad de toda la galería durante la exposición de la colección de joyas únicas de mi padre.


¿Pero qué…? Miguel le había mencionado que Chaves pretendía aportar su propia seguridad a la colección, pero en ningún momento le había dicho que se refiriera a la seguridad de toda la galería. Al haber llegado a Nueva York solo el día antes, no había tenido tiempo de mirar con detalle el contrato que Arcángel había firmado con Damian. 


Había confiado en que Miguel se habría ocupado de todo ello con su habitual implacable eficiencia.


Pero si lo que Paula Chaves decía era cierto, y él no tenía motivos para creer que no lo fuera, entonces necesitaba tener una pequeña charla con su hermano.


Sí, sin duda, la exposición de las joyas de Chaves era un golpe maestro para Arcángel, como lo habría sido para cualquier galería, ya que se trataba de una colección nunca antes expuesta en público, pero eso no significaba que tuviera que permitir que la familia Chaves entrara ahí y se apoderara de todo el lugar.


Paula tuvo que contener una sonrisa mientras captaba la frustración en la expresión de Pedro, sabiendo por dentro que sentía cierta satisfacción por haber logrado descolocar un poco a ese arrogante hombre. Claramente estaba acostumbrado a dar órdenes y a que los demás obedecieran, y podía ver lo incómodo que se sentía ahora.


–¿Tiene intención de cambiar los términos de ese contrato? 
Si es así, tal vez deberíamos dejar de traer más vitrinas hasta que haya hablado con mi padre.


–No creo haber dicho que vaya a modificar las condiciones del contrato, señorita Chaves –le dijo secamente Pedro.


–Paula.


Pedro –contestó él con su mirada dorada iluminada de furia. –Y, por cierto, no respondo bien ante las amenazas, Paula.


–Creo que verás que no ha sido una amenaza, Pedro –respondió muy educadamente–. Como también creo que verás que el contrato entre mi padre y tu hermano es completamente vinculante por ambas partes.


Paula había estado presente el día que Miguel Alfonso se había reunido con su padre en su piso de Manhattan, junto con los abogados de ambos, que habían estado allí para comprobar los detalles antes de que se firmara el contrato. 


Su padre nunca dejaba nada al azar, y la seguridad de su amada colección de joyas era lo segundo más importante después de la seguridad de su propia hija.


–Si tienes alguna objeción o duda, te sugiero que se las presentes a tu hermano antes de hablar con mi padre –añadió desafiante.


No sabía qué tenía ese Pedro, que la hacía ponerse tan a la defensiva y de un modo que no era nada habitual en ella. 


¿Sería, tal vez, esa arrogante seguridad en sí mismo? ¿O quizás el hecho de que fuera demasiado guapo para su propio bien y el de cualquier mujer? Fuera la razón que fuera, se vio deseando desafiarlo más que a ningún otro hombre en toda su vida.