domingo, 1 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 14





Se durmió por fin y cuando despertó, Pedro estaba apoyado en un codo mirándola. Su expresión era enigmática, pero prometedora.


-Hola.


Pedro contuvo el aliento. La cautela y turbación que él había temido encontrar era solo sencilla calidez.


-Hola -respondió él con voz ronca.


Paula se estiró con languidez pasando un brazo bajo su cabeza y retirándose el pelo de los ojos. Pedro no había visto nunca a una mujer con menos artificio, lo que era curioso, cuando ella vivía de producir ilusiones.


-¿Cuánto tiempo llevas mirándome?


-Lo suficiente como para saber que duermes como un bebé.


-Porque tengo la conciencia limpia.


Él no respondió a aquel suave reto, aunque pensó que la conciencia dependía de la ética de cada uno. No podía creer que ella fuera tan poco complicada. La gente simplemente no lo era.


La sábana se había deslizado hasta el comienzo de sus senos de color magnolia. Tenía la piel más perfecta que hubiera visto en su vida. Una rosada aureola asomaba descarada por la sábana de algodón. Pedro frotó con el dedo índice la fascinante zona para sentir al instante el pezón erecto.


-Conoces todos mis puntos débiles y yo no conozco los tuyos -se quejó ella con voz susurrante.


Él era todo un punto débil. La vulnerabilidad no era algo que hiciera feliz a Pedro, pero al deslizar la mano bajo la colcha para tocar a Paula, se sintió perdido. Si un hombre tenía que enfrentarse a algún dilema, reflexionó, aquel no era tan malo.


Pedro apretó los labios contra la parte interior de su muñeca y se movió con efecto devastador por la parte interna de su brazo.


-¿Pedro?


-Hum.
-Te da mucho placer el juego, ¿verdad?


Aquello había sido deliciosamente evidente la noche anterior.


El alzó la cabeza.


-Me da mucho placer dártelo a ti. ¿Estás intentando decirme que a ti no?


-No, cielos. La cosa es que a veces una persona puede sentirse un poco... Estoy intentando ser delicada con esto, pero no es fácil. Una persona puede sentir un poco de urgencia. Lo cierto es que desde el momento en que abrí los ojos y vi que deseabas... ¿Te estás riendo de mí?


-¿Yo? -preguntó él con inocencia-. Sigue. Esto es fascinante.


-Eres una rata -se detuvo con un suspiro de derrota-Así es como me siento -dijo agarrándole la mano para conducirla al húmedo calor que indicaba el grado de urgencia que sentía.


Una voz dentro de ella le decía que se había vuelto totalmente desvergonzada, pero no se arrepentía de ello.


-Te quiero dentro de mí, ahora.


De sus labios escapó un ronco gemido cuando sus dedos se deslizaron por su sexo entreabierto.


-Eso se puede arreglar.



-Precioso, eres un hombre precioso -suspiró-. Amor mío







RUMORES: CAPITULO 13




-ESTABAS muy seguro de que iba a decir que sí. ¿verdad? 


Paula alzó la cabeza del hueco de su cuello y lo miró interrogante.


-Si no hubieras aceptado, solo podría haber pasado esta noche con anestesia, a excepción de una botella entera de malta.


Su sinceridad le produjo a Paula una sonrisa de satisfacción. 


¿Estaría Pedro siempre tan relajado después de estar saciado? Su sonrojo secreto quedó oculto por la oscuridad. 


Ella no tenía ningún arrepentimiento. Solo un loco se arrepentiría de algo tan perfecto.


-¿Me tacharías de bruto insensible si me quedara dormido?-
Le apartó el pelo y la besó en un lado del cuello. 


-Creo que te lo has ganado -susurró ella con suavidad.


Pedro se durmió casi al instante con la cabeza sobre el borde de sus senos. Escuchando el rítmico sonido de su respiración, Paula enterró los dedos en su pelo.


Ella estaba relajada pero completamente desvelada. 


Excitada, pero calmada. Su mirada de sumisión no había sido suficiente para él. Había querido, o quizá había necesitado, oírselo decir. El recuerdo le produjo un cosquilleo.


-Quiero que me hagas el amor, Pedro.


La ardiente expresión de sus ojos casi había sido amedrentadora.


Durante un instante el miedo a lo desconocido había superado su deseo. Ella tenía poca experiencia para comparar, pero su breve aventura con Hugo nunca había sido tan imprevisible y temerosa. Él había sido un amante generoso y aunque la tierra no hubiera temblado, Paula habia disfrutado de la calidez y felicidad de su intimidad. El desnudo salvajismo en las facciones de Pedro representaba algo desconocido para ella. Había contemplado sus músculos tensarse y abultarse en sus brazos. Era un hombre increíblemente fuerte. ¿Y si perdía el control? 


-Relájate -él debió haber sentido la sombra de su duda-. Cuando te he dicho que no pensaba apoyarme en ti, lo he dicho en serio -le abarcó la barbilla con una mano y se dobló para besarle la palma abierta de la mano-. ¿Quieres que equilibre un poco las cosas?


Ella había alzado los brazos obediente para que le quitara el jersey por la cabeza. Las duras crestas de sus senos se inflamaron más contra el suave algodón. El sujetador dejaba sus curvas ocultas pero explícitamente provocadoras. Paula sabía que su cuerpo era más que adecuado, pero a pesar de su confianza, experimentó una repentina punzada de ansiedad.



-Me hubiera puesto algo más aventurero si lo hubiera sabido.


Pedro tenía los párpados entrecerrados. ¿En qué estaría pensando?


-No se puede mejorar lo que ya es perfecto 


Pedro alzó los ojos y no fue decepción lo que Paula vio en su mirada. Sus facciones estaban tensas de necesidad y sus ojos brillaban con la luz del deseo desnudo.


Ella inhaló con fuerza cuando su mano subió para cubrirle el seno izquierdo. Paula observó cómo la enorme mano se deslizaba despacio por la redondez de su seno. Cerró los ojos al sentir el pezón cosquillear y arder. Su mano se movió con agónica lentitud sobre su muslo y la piel de su vientre hasta detenerse al llegar a la cinturilla de la falda.


-¿Cómo se quita esto? -preguntó con voz ronca y apenas reconocible.


El deseo que la había invadido había sido tan viscoso como la miel.


-Un botón... aquí -le rozó el brazo y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo-. Y aquí -susurró con voz sedosa


-Hazlo por mí.


Aquel simple ruego le produjo una punzada de deseo por todo el cuerpo. Se alzó de los cojines y desabrochó el botón.


Pedro le quitó apresurado la falda enrollada y la tiró al otro extremo de la habitación. Los músculos de su torso se tensaron y, con un leve grito, ella se inclinó hacia delante para posar las dos manos sobre su piel.


-¡No te creerías cuánto he deseado tocarte! -sus músculos se contrajeron bajo sus palmas y Paula se sintió mareada de deseo-. La desesperación con que he querido saborearte -inclinó la cabeza y deslizó la lengua por uno de sus pezones planos. Entonces pasó los dos brazos bajo los de él y apretó sus espaldas mientras le atraía la cara. Escuchó el sonido de la respiración jadeante de Pedro mezclado con sus gemidos intermitentes que ni siquiera reconocía como propios.


Después de un momento, Pedro desenterró los dedos de su pelo y con un áspero grito desvió la cabeza.


La mirada de Paula era ardiente y nublada.


-¿Por qué has hecho eso? -protestó.


Dirigió entonces la mirada hacia su pierna escayolada y maldijo en silencio la inmovilidad que le quitaba la iniciativa.


-¡Me estás volviendo loco!


-¿Y no era esa la idea?


Paula deseaba volverlo loco y hacerlo gritar de placer.


La retadora mirada lujuriosa de sus ojos lo despojó del leve velo de civismo que le quedaba.


-Desde luego. Solo que voy a quedar inválido de por vida si no me quito esto.


Deslizó las manos hacia la cintura de sus pantalones.


Estaba de espaldas a ella mientras los pantalones obedecieron a la ley de la gravedad. Se los quitó y el calzoncillo los siguió. Su espalda era dura y musculosa y Paula estaba admirándola todavía cuando se dio la vuelta.


-¡Si digo Uau, quedaré muy grosera!


Paula tragó saliva y sintió las mejillas ardientes. Su comentario desenfadado no ocultaba la admiración de sus ojos y la forma en que su erección se agitó le indicó que no había pasado los límites de la decencia para él.


Pedro tenía un cuerpo de fantasía. Y Paula tragó saliva cuando se arrodilló en la cama. La belleza no empezaba a describirlo. Era mucho, mucho más. Era la esencia de la masculinidad. «Y es mío», pensó ansiosa.


Con los brazos cruzados, Paula se quitó el sujetador por la cabeza. Fuera de su prisión, sus senos se agitaron con suavidad y sonrió al ver que los ojos de él seguían sus ondulaciones. Tenía el corazón desbocado cuando lo tomó por las muñecas y posó su mano en la redondez de sus senos.


La expresión de Pedro fue de inaudito asombro al mirar sus manos dirigirlo. Paula casi pudo oír el sonido de algo explotando dentro de él.


El abrió los puños y sus manos aceptaron el regalo que se le ofrecía. Con un estrangulado grito, bajó la boca hacia a la de ella apretándola contra el colchón. Su boca no era delicada; era ardiente y hambrienta y su lengua se sumergió repetidamente en la cálida humedad de su boca, en una deliberada parodia de otra íntima invasión de su cuerpo. Y mientras su boca continuaba su asalto, sus manos se movían sobre su cuerpo con agitación febril, moldeando la carne a sus necesidades.


Cuando su boca descendió a sus erectos senos y empezó a lamerlos y chuparlos, Paula arqueó la espalda y lanzó un grito sin saber con seguridad por qué lo necesitaba con tanta desesperación. No conseguía ver la forma de saciar la necesidad que había despertado en ella.


Él la montó entonces con las dos rodillas a ambos lados de sus caderas. Estaba demasiado lejos, pensó ella ansiosa.


Pedro se inclinó hacia atrás y deliberadamente deslizó una mano en el suave monte entre sus piernas. Paula agitó la cabeza con salvajismo contra la almohada y su cuerpo se agitó frenético al ritmo de su mano. Pedro dobló los dedos hasta poder sentir su humedad traspasando la fina tela de sus bragas.


-¿Cómo te quitas esto con la escayola? -preguntó con tono denso. Antes de poder responder, Paula oyó el rasguido de la tela-. Esto es más rápido.


Paula nunca había visto un deseo tan desnudo pero, al sentir sus manos explorar la parte interior de sus muslos. se olvidó de todo. 


-Pedro... -gimió. 


-¿Qué, amor?


Los suaves temblores que lo estremecían se transmitieron por sus dedos febriles. Tenía todos los músculos de la cara tensos y parecía no quedarle ya contención.


Cuando sus dedos la exploraron más moviéndose con delicadeza por el húmedo valle entre sus piernas, Paula abrió los labios para gritar, pero su grito quedó ahogado en los confines húmedos de la boca de él.


-No luches, ángel -sintió el erótico eco de su voz contra la base de su garganta. Su barba incipiente le abrasaba la piel-. Te gusta esto, ¿verdad?


-Es estupendo -gimió ella-. ¡No creo que pueda soportarlo, Pedro!


Era una delicada e imparable tortura. Lo único que había en su mundo eran las temblorosas sensaciones que él le producía. Incluso si no hubiera estado medio inmovilizada por la escayola, la parte inferior de su cuerpo seguiría inmovilizada por aquel ardiente calor líquido. 


-Espera.


Paula comprendió que lo decía literalmente cuando le colocó las manos contra los barrotes de hierro del cabecero. 


-Me gusta mirarte -confió con voz quebrada y los ojos clavados con fascinación en su cara sonrojada, sus labios húmedos y sus párpados entrecerrados-. No puedes ocultarme nada.


El cuerpo femenino seguía retorciéndose bajo la delicada experiencia de sus manos. 


-¿Quieres que lo haga?


-No.


Paula notó que la respiración de él era tan agitada como la de ella. Su gran cuerpo se deslizó a su lado y el provocativo roce de su erección contra su muslo la hizo morderse los labios y gemir su nombre con suavidad.


Pedro se estaba deslizando hacia abajo, dejando un reguero húmedo con su lengua por su abdomen. Paula apretó más los barrotes cuando él se detuvo a explorarla con húmedos envites. Una mano se deslizó por su suave cadera y ella se sintió impulsada a disculparse con voz quebrada.


-Siento lo de la escayola. Me siento como una ballena embarrada.


Él alzó la cabeza y miró su forma tendida con atención. Con deliberada lentitud, deslizó ambas manos entre sus piernas hasta que las puntas de sus dedos rozaron su vello protector. Ella lanzó un suspiro de alivio cuando le abrió las piernas. No podía tragar; tenía la boca demasiado seca.


-No, no te pareces en nada. Y no dejaré que esto -le toco la escayola-, te estropee las cosas.


-Yo estaba pensando en ti.


Paula se pasó la lengua por los labios resecos.


-Ángel, nada salvo la intervención divina me estropearía las cosas llegado a este punto.


Pedro! -gimió sorprendida-. ¡No puedes hacer eso!


-Claro que puedo -dijo él con seguridad.


-¡No puedes querer hacerlo!


-Pues sí.


Su firme confianza silenció sus débiles protestas y después de un momento, Pedro empezó a relajarse. Era electrizante y la erótica fricción empezó a hacerla perder el control. Las rítmicas pulsaciones de su lengua le inspiraron un deseo primitivo de posesión. Necesitaba que la tomara por completo. Con voz quebrada se lo dijo y lo gritó enterrando los dedos en su pelo.


La tensa sonrisa de Pedro estaba cargada de triunfo masculino. Deseaba llevar su necesidad hasta el borde del límite aunque aquello fuera una especie de tortura. Sentirla estremecerse y retorcerse con frenesí, saber que era su nombre el que acudía a sus labios era más excitante que todo lo que había experimentado en su vida.


Pedro estaba seguro de que aquel nivel de intimidad era nuevo para ella, pero no tenía tiempo de maravillarse de aquel descubrimiento.


Entonces se arrodilló entre sus piernas abiertas y la empujó sobre sus muslos. Distribuyó su peso mejor asiéndola por los glúteos y ancló su pierna escayolada sobre su cadera. 


Aquella exhibición de fuerza era más que impresionante; era primitivamente excitante.


Con la lengua entre los dientes. Paula miró al punto donde su sexo rozaba el húmedo triángulo entre sus piernas. Una necesidad ardiente la asaltó y justo cuando pensaba que se moriría de deseo, él se deslizó más y se enterró dentro de ella.


Pedro la había situado para poder marcar él el ritmo, pero ella pudo atraerlo y enterrarlo más con sus fuertes músculos pélvicos y gritos de ánimo. Paula sentía que se estaba conteniendo y no tenía intención de permitirlo. Ella no era frágil ni se sentía vacilante.


-¿Es esto lo que quieres? -bramó él.


-¡Sí, oh, sí! -gritó mientras él se enterraba más dentro de ella.


Paula lo absorbió con ansia y apretó las manos contra su deslizante espalda musculosa. Su cabeza cayó contra su hombro mientras él seguía embistiéndola. Sus jadeos entrecortados abrasaron la piel del cuello de Pedro mientras la presión aumentaba.


Cuando llegó, el alivio conmovió a Paula intensamente. La oleada de placer inundó hasta el último de los nervios de su cuerpo, que se arqueó hacia atrás gritando su nombre. Sus gritos fueron ahogados casi al instante por el gemido de satisfacción de Pedro y, al sentirlo pulsar dentro de ella, a Paula se le empañaron los ojos de lágrimas.


En cuanto empezaron, las lágrimas parecían no poder parar. 


La alarma de Pedro duró solo un instante y enseguida pareció entender su causa y se dedicó a tranquilizar su cuerpo hasta que los sollozos remitieron.


-Lo siento.


No podía expresar en palabras lo profundamente que la había conmovido.


-Creo que ha sido un cumplido.


Pedro le rozó las mejillas húmedas con suavidad.


-Lo ha sido.


Paula apoyó la mejilla contra su pecho y sintió el suave ritmo de su corazón.





RUMORES: CAPITULO 12




-Esto está delicioso.


Paula asintió contenta de que apreciara los guisos de su madre. Apartó el tenedor a un lado y observó con fascinación cómo emitía sonidos de placer.


-La comida que me dieron en el almuerzo estaba muy bien presentada, pero nada sustanciosa.


-Y tú necesitas bastante para llenarte.


-Exactamente.


-¿Cocinas?


-Cuando tengo a alguien para quién cocinar, sí. Es demasiada molestia para uno solo.


Paula asintió y se preguntó con qué frecuencia cocinaría para alguien.


-¿Has vivido siempre en el molino?


Considerando que la casa del molino estaba a solo una milla de su casa, era curioso que ella nunca hubiera estado dentro.


Pedro apartó el plato a un lado y se reclinó contra el respaldo.


-Mi padre la compró al mismo tiempo que hizo el taller. Nunca pensó remodelarla hasta que el ayuntamiento lo nombró alcalde -a pesar de su comentario inocuo, Paula notó que sus labios se contraían- Hasta entonces, vivíamos como quien dice en el trabajo. Hay un apartamento en la fábrica. Mi padre y Eva tenían su casa propia, por supuesto, pero era un sitio prohibido para los niños.


-¿Por qué hicieron eso? ¿Te echaron?


-Estás muy curiosa esta noche -la expresión de sus ojos estaba cercana a la hostilidad, pero la sorprendió al responder-. Alfonso es y siempre ha sido un negocio provechoso. A los bancos les encantó. Era una buena inversión. La única cortapisa para ello era mi padre. Él no encajaba entre ellos, no tenía título universitario y podía ser agresivo delante de cualquiera. Eso no lo olvidaron. Podía ser un poco agresivo a veces y lo echaba todo a la cara. Eso no lo olvidaron.


La expresión de Pedro era cada vez más hostil.


-Cuando por una serie de circunstancias tuvieron la oportunidad de dudar de su capacidad para dirigir la compañía, la aprovecharon al máximo. La conspiración es un duro trabajo, pero creo que en este caso estaba justificada. Lo último que mi padre esperaba era que lo relegaran a la oscuridad. Eso fue lo que empeoró las cosas.


-Pero tú eres el jefe ahora, ¿no?


La expresión de salvajismo de Pedro le produjo un escalofrío.


-Decidí que iba a reclamar la firma el día en que mi padre llegó a casa desilusionado y destrozado. Lo conseguí y debe haber algo en mi carácter que me hizo disfrutarlo. Disfruté consiguiendo que la gente que había hundido a mi padre probara su propia medicina.


Paula pensó que sería un enemigo despiadado, pero aquello tampoco la repelió. Era solo parte de cómo era él


-No quería ser curiosa -dijo con suavidad-, era solo que pensando que eras, según tus propias palabras, nuestro vecino más cercano, no sé mucho de ti. No eres el tipo de vecino que aparece a tomar el té con pastas y a charlar al calor de la chimenea.


-Mi padre nunca fue aceptado como parte de la comunidad y supongo que a mí tampoco se me ocurrió hacerlo.


-¿Estás intentando decirme que tu padre era una especie de marginado social?


-Sí. Puede que hiciera una fortuna pero la gente nunca dejó de verlo como el antiguo minero con acento curioso.


-Eso es ridículo, Pedro. La gente no es así.


-Te equivocas, Paula. Es así como es exactamente la gente -aseguró él con aspereza.


-A mí me parece que eres tú el que tiene el problema. Mi madre y mi padre nunca han juzgado a nadie por su pasado -respondió ella indignada.


Pedro sacudió la cabeza.


-En parte fue culpa de mi padre. Él tenía grandes aspiraciones sociales y al casarse con Eva se puso un poco patético en su desesperación por agradarla. Era el tipo de persona que necesitaba con desesperación que lo aceptara una gente que nunca quiso hacerlo. En los negocios, su talento lo hizo merecedor de respeto, pero creo que intentaba con demasiado interés encajar socialmente. La ropa adecuada, el coche perfecto, la universidad mejor para su hijo y hasta la mujer perfecta.


-¿Y eso te avergonzaba?


La mirada que le dirigió Pedro estaba cargada de asombro.


-Si soy sincero, creo que sí -admitió.


A muy temprana edad, Pedro se había jurado que él nunca seria un trepador social. La gente tendría que aceptarlo como era u olvidarse de él.


-Y por eso es por lo que tú nunca diste el primer paso. Si alguien quería ser tu amigo, tenía que darlo él. ¿No te parece que te da un poco de miedo el rechazo?


Paula contuvo el aliento. Se había arriesgado demasiado. 


Las revelaciones que le había hecho le hacían comprenderlo mejor. Su distanciamiento de repente era más fácil de entender. Paula se relajó cuando el enfado de sus ojos se transformó en un gesto de diversión.


-Juegas sucio, Paula.


-Eso depende de la compañía que tenga -aquel desafortunado comentario la hizo pensar en el tipo de compañía que pensaría Pedro y el humor desapareció de su cara-. No hay pudín -dijo con brusquedad.


No le iba a servir de nada aquel comentario doméstico. pero el hecho de que Pedro la despreciara siempre iba y interponerse entre ellos.


-¿Vigilas tu peso?


Los ojos de Pedro se deslizaron por sus lujuriosas curvas.


-Parte de la profesión, junto con las drogas y la disipación.


-¿Me estás intentando decir que no es así?


La forma en que arqueó con desdén los labios le hizo arder la sangre. ¡Era tan injusto! La vida era tan injusta.


«Olvídate de la autocompasión, Paula», se regañó a sí misma.


-¿Estás intentando decirme tú que no hay corrupción ni manipulación en el mundo de los grandes negocios?


-¿Cuestionas mi integridad? -preguntó él tenso.


-No haría eso Pedro, a menos que estuviera muy segura de los hechos.


Hubo una pausa de asombro.


-Esa es una forma muy sutil de llamarlo a alguien estrecho e intolerante.


Que pensara lo que quisiera.


-Estoy bajo la obligación impuesta de que seas mi huésped. Mi madre es muy liberal, pero tiene normas muy estrictas en cosas como esa.


-¿Y siempre cumples las normas de tu madre, Paula?


-Desde que pasé mi fase rebelde sí.


-Yo también tuve una fase rebelde -admitió él sorprendiéndola.


-¿Te acuerdas de hace tanto tiempo? -preguntó ella burlona-. ¿Y eso incluía conducir una motocicleta grande y ruidosa?


-Entre otras cosas.


Pedro le aletearon las fosas nasales. ¿Sabía ella que aquel tono susurrante era una pura tortura para él?


-Ese era mi sueño durante mi período rebelde. Los jóvenes con motos estaban estrictamente prohibidos, ¿sabes? Creo que a mi madre lo que la preocupaba más eran las motos. No quería que ninguna de sus hijas acabara escayolada -se miró la escayola con una sonrisa irónica-. No era infalible, mi madre.


-¿Y todavía te sigue atrayendo la fruta prohibida? 


La oscura mirada de Pedro se había nublado de deseo mientras contemplaba su cara animada y los graciosos gestos de sus elegantes manos. Era increíblemente bonita, pero no era solo eso; era el aura de calidez que emanaba. 


La misteriosa atracción femenina mezclada con aquella sinceridad casi infantil era una combinación embrujadora. 


Una mezcla que le estaba quitando la razón.


Había sido tan estimulante charlar con él hasta que lo había estropeado todo, pensó Paula.


-¿Por qué no vas directamente al grano, Pedro? No empieces a hacerte el tímido ahora y pregúntame si suelo acostarme con hombres casados.


-Lo cierto es que estaba pensando en desempolvar mis antiguos pantalones de cuero.


Paula lanzó un gemido. El mensaje de sus ojos era imposible de confundir.


-No hará falta -dijo con voz susurrante-. Nunca he conocido a nadie tan atractivo como tú.


«Eso es, Paula. Hazte la dura», se regañó a sí misma.


-De todas formas no creo que me valgan. He aumentado bastante de volumen desde entonces.


-Ya me lo imagino.


Y con todo detalle. Sintió un calor por toda la piel y la imaginación se le desbordó.


-Soy mayor que tú.


-Y yo más guapa que tú.


-Eso seguro.


La sonrisa que arqueó sus labios le llegó hasta los ojos. Eran intensos, oscuros y fijos. Y decían cosas que le producían cosquilieos en todo el vientre.


-Podríamos seguir así toda la noche.


-No seas tan optimista.


Paula se sonrojó ante su insinuación.


-Acerca de Leandro...


Seguramente ese era el momento de explicarle la historia antes de que las cosas se le escaparan de las manos.


-Todos hemos hecho cosas de las que nos arrepentinos, Paula.


-No lo entiendes, Pedro...


Él se movió y se acercó a ella.


-Lo entiendo -masculló-. Entiendo perfectamente que se pueda desear algo tanto que no se pueda pensar con cordura.


La puso de pie y la apretó con fuerza contra él.


Paula se apoyó contra su cuerpo, dejando que sujetara casi todo su peso. Desde luego, le sobraba fuerza para hacerlo.


Los dedos de Pedro se enterraron en la lujuriosa mata de pelo y Paula cerró los ojos mientras se lo alzaba y dejaba deslizar los sedosos mechones entre sus dedos.


Un ligero suspiro de placer escapó de sus labios. Allí era donde quería estar; se sentía tan bien. El calor del cuerpo masculino penetraba a través de la fina lana de su jersey. 


Sus sensibilizados senos se frotaban contra la dura muralla de su torso y Paula se abandonó a la lujuriosa sensación. El contraste entre su angulosa solidez y su propia suavidad femenina no dejaba de excitarla.


-Un ángel resplandeciente -murmuró él con voz ronca contra su oído.


Su aliento contra su piel le produjo escalofríos por todo el cuerpo. Su boca frotó con ansia su labio superior, tentándola. 


Entonces tomó entre sus dientes el labio y tiró con suavidad. 


Cuando su lengua empezó a dibujar el contorno de sus labios, Paula lanzó un gemido.


-¿Quieres saborearme tanto como yo a ti, Paula? Puedes sentir lo mucho que te deseo, ¿verdad?


El instintivo arqueo de sus femeninas caderas frotó contra la dureza de su excitación y Paula sintió un estremecimiento en su poderoso cuerpo.


-Duele -murmuró apartándose lo suficiente para mirarlo a los ojos-. ¡Te deseo tanto que me duele, Pedro!


Una satisfacción salvaje brilló en los ojos de él.


-Lo sé.


Paula tenía el corazón desbocado.


-Acerca de Leandro...


No quería que nada se interpusiera entre ellos. Deseaba que todo fuera perfecto.


Pero Pedro lanzó una maldición.


-¡Por Dios santo!


-Pero no lo entiendes. No es lo que tú crees -intentó explicar apresurada antes de deslizar una mano por su cara-. No es algo de lo que esté avergonzada.


-No quiero oírlo.


-Tienes que escucharme, Pedro.


-Quizá a ti te excite revivir los detalles morbosos de tus antiguos amantes, pero a mí no.


Paula se contrajo ante el desdén de su mirada. Era una tonta, pensó con negra desesperación. Las cosas no habían cambiado; seguía despreciándola.


-¿Qué estás haciendo?


Ser alzada en brazos como si fuera una porcelana delicada era una sensación exquisita.


-¿Dónde está tu habitación?


-Bajame, Pedro. No creo que mi madre fuera tan literal cuando dijo que me metieras en la cama por la noche.


Su intento de humor cayó en oídos sordos. Pedro estaba abriendo las puertas con el pie hasta llegar al estudio, que había sido temporalmente convertido en habitación.


Al llegar a la puerta, retrocedió para proteger su pierna lesionada. La barandilla llena de ropa suya y el edredón de estampado provenzal eran colores incongruentes que destacaban contra las paredes llenas de libros. El aroma de su perfume no había conseguido borrar los años de tabaco de pipa, pero lo desbordó. Todo en ella lo desbordaba. En lo referente a Paula, él perdía la cordura y solo podía pensar en poseerla.


Pedro apartó el edredón y la tendió en la cama. Paula ni siquiera se enteró de que tenía la falda enrollada hacia arriba y mostraba el borde de encaje de sus bragas. Los ojos de él no abandonaron su cara y la expresión de deseo que veía en ellos la excitaba. Pedro se quitó la americana, se aflojó la corbata y empezó a desabrocharse los botones de la camisa.


Cada uno de sus movimientos frenéticos la hacía perder más el control. Su camisa blanca quedó abierta y Paula pudo ver la musculatura bien definida de su torso.


Era todo fuerza y poder, sin un gramo de grasa. Aquello no la sorprendió. Pedro era un hombre disciplinado que no se rendía a la indulgencia.


Rendirse.


La palabra conjuró una vivida imagen de su cuerpo montado sobre el de ella. Paula no podía apartar los ojos de él. La anchura de su pecho y hombros se estrechaba de forma dramática en su estómago plano y el vello oscuro que cubría generosamente su torso desaparecía en una flecha bajo la cinturilla de sus pantalones. Paula no pudo evitar deslizar las manos hacia su cintura.


-¡No puedes!


-¡Tienes que estar de broma! -Pedro tragó saliva con tensión-. ¿Me estás diciendo que no es esto lo que quieres? No me importa tu pasado, ni tus amantes. ¿Te parece bien?


Cuando lo decía así no, pensó Paula dividida entre la necesidad y la seguridad de que aquella era la forma equivocada de empezar una relación, cualquier relación.


-Este es un momento único y no va a volver, Paula. Depende de nosotros hacer lo que queramos. Si me despides siempre te lo preguntarás -su voz se hizo más sedosa-. Olvida el pasado y el futuro. Lo que tenemos es el aquí y ahora.


Paula sabía muy bien las flaquezas de aquella argumentación. Las consecuencias del presente tenían una forma insidiosa de envenenar el futuro. Quizá aquella fuera a ser la única vez para ellos, insistió una voz persuasiva. 


¿Pero no sería mejor decidirse por la opción más segura?